miércoles, 28 de noviembre de 2012

Novedades...

Ya apareció el nuevo número de la Revista
CUSTODIA
de la Tradición Hispánica


Donde conseguir la Revista Custodia:

- Venezuela 1318 - Cap. Fed. (Capilla FSSPX)

- Hipólito Yrigoyen 1970 - Cap. Fed. (Librería Vórtice) 13 a 18 hs.
- Av. Corrientes 963 - Cap. Fed. (Puesto de diarios a metros del obelisco)

- Rodríguez Peña 125, Martínez. (Miércoles de 15:00 a 19:00 / Domingos, después de las Misas de las 9:00 y las 11:00 / Para pedidos, llamar al (011) 4792-1556)

- Antofagasta y Patricios s/n / Camino al Dique Roggero. La Reja, Partido de Moreno (Seminario Nuestra Señora Corredentora)



jueves, 17 de mayo de 2012

¿Un texto eclesiologicamente incorrecto?


Por lo menos así parece para algunos representantes de "la Iglesia de la publicidad". Es un texto que tiene ya varios años, pero por lo visto, sigue molestando hoy  en algunos sectores autodenominados "ortodoxos".
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In Memoriam

Juan Pablo II



"La labor de Juan Pablo fue una luz en las tinieblas, una luz mortecina y vacilante pero valedera y permanente, eco de un sol que jamás se apagará, según promesa divina".

                La muerte física de un pontífice siempre tiene algo de conmovedor e  incluso de desgarrador. Es un Vicario de Cristo el que ha desaparecido y es este mismo sentimiento el que nos sacude a los católicos del 2005, testigos de la extinción del primer Papa del milenio. Multitudes literalmente en todo el mundo -cristiano y no- se congregaron para rezar por él y para llorarlo. Buena señal si lo lloran y aclaman por lo que tuvo de defensor de la Tradición de la Iglesia. Mal síntoma en cambio si se tratara de una euforia inmanentista y sincretista, asociable a la que suscitan ciertos ídolos populares. Buena señal si las masas de peregrinos han ido a Roma reconociéndola como sede, eje y cabeza del Papado. Mal síntoma si acaso sólo fuera una explosión sentimental tan pasajera, pomo la del Domingo de Ramos y tan prefigurado como ella del Viernes de Pasión. Buena señal, al fin, si las muchedumbres se movilizaron en adhesión al dulce Jesús en la tierra, como diría Santa Catalina.  Mal síntoma si tamaños contingentes humanos -tal vez nunca vistos- han hecho de su gesto una cuestión personal, de apoyo a éste Papa, contra otros o por sobre otros.
                Empecemos por asentar dos observaciones previas. Una-sencilla y rotunda, y es que no se puede, poner en duda el firme mantenimiento de la moral natural y cristiana en la prédica de Juan Pablo II; otra difícil y llena de matices, y es que es imposible emitir aquí y ahora un juicio sintético y a la vez completo acerca del significado, de los aciertos y desaciertos de su gobierno. Se traté por lo pronto de un pontificado que recibió herencias y tensiones de un modo inorgánico, y problemas a medio resolver o mal planteados. De un pontificado, que desde su comienzo no pudo resolver el drama de querer humanizar al cristianismo, en vez de cristianizar al humanismo. En este sentido -y en contra de lo que con superficial unanimidad afirman los analistas así como los admiradores que le surgieron tan de improviso- cree- Iglesia Católica, en la que el trigo y la cizaña cruzan su duelo.
                El mundo, es claro; festeja la cizaña. En primer término un pseudoecumenismo llevado a lí-mites alarmantes y hasta intolerables. Las convocatorias en Asís pasarán a la memoria dé la cristiandad como una de esas experiencias que no se deben repetir porque llevan en sus entrañas la deserción, el relativismo, la concesión, la confusión y la muerte. Varios de los gestos pontificales se orientaron dolorosamente en idéntica dirección, como la visita a la sinagoga de Roma, la oración en el Muro de los Lamentos, la exculpación de los judíos del crimen del deicidio, los pedidos de perdón, los elogios a Lutero, los acuerdos con el jefe de la iglesia anglicana, los cardenalatos concedidos a personajes por lo menos poco confiables, las concesiones demasiado riesgosas para ciertas prácticas indebidas como la comunión en la mano. Ejemplos todos •. -y muchos más que podrían citarse- de esas debilidades que el mismo Pontífice reconoció tener humil-; demente en su testamento. Debilidades que al calificarlas así, con objetividad y tristeza, no quieren siquiera rozar la rectitud de sus intenciones, que damos por descontado.
                Mientras tanto la humanidad moderna o posmoderna sigue hundida en sus errores y espantos, en su incapacidad para rescatarse, en sus devaneos y búsquedas por una vía pelagiana sin salida. Envuelta en mil dudas y contradicciones, sus gravísimos extravíos siguen en pie después del magisterio de Juan Pablo II, que parece no haber servido lo suficiente para advertirle la profunda desacralización del mundo, su agnosticismo radical, su indiferencia agresiva, su autonomía con respecto a todo lo que sea trascendental y objetivo, su concepción alienante de la libertad. Y justamente es esta insuficiencia lo que esa humanidad descarnada parece querer rescatar hoy del Pontificado de Juan Pablo II, y hasta condicionar con-ella al próximo pontífice.
                En cambio ha olvidado o descuidado las enseñanzas luminosas y valientes, esclarecidas y vibrantes, del   Papa   fenecido.   Las que,  por  decirlo  rápido, brotan de la Evangelium vitae, la Veritatis Splendor, la Fides et Ratio, la Centesimus annus, la Slavorum Apostoli, o la Ecclesia de  Eucharistia. "Sí, pues, es lícito y útil considerar los diversos aspectos del misterio de Cristo" -dejó escrito en la Redemptoris Missio- "no se debe perder nunca de vista la unidad. Mientras vamos descubriendo y valorando los dones de todas clases, sobre todo las riquezas  espirituales,  que Dios ha concedido a cada 'pueblo, no podemos disociarlo de Jesucristo, centro del plan divino de salvación". Y poco antes: "esta autorevelación   definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir la plenitud de la Verdad que Dios nos ha dado a conocer". Y en la precitada Veritatis Splendor ratifica: "En efecto, la Iglesia, de-sea servir solamente para este fin, que todo hombre pueda encontrar a Cristo".. Así queda descartado todo tipo de subjetivismo y toda   tentación   de   aventurismo apostólico y de innovación que empieza por cambiar los métodos de acercamiento al mundo y ter-mina por alterar el dogma y renunciando a la vocación misionera.
                Pero el mundo que lo aplaudió en su muerte no lo acompañó ni lo comprendió en su magisterio esencial y perenne, de suerte que la modernidad continúa irredenta y encerrada en sus parámetros inmanentistas. Incluso la modernidad hecha herejía modernista y enquistada en la misma Nave. Porque no se corrigieron las consecuencias conciliares ni, menos aún, las posconciliares, esas mis- más que aterraron a Paulo VI sobre su final, cuando ya todo era tarde. Es que, para iniciar la re-conquista del mundo perdido, hay que empezar por un saltó a las fuentes mismas de la Tradición, de la que la Iglesia no se puede apartar sin degradarse ni negarse. Retornar a la promesa divina que le asegura a Pedro su preeminencia sobre sus enemigos, cualquiera ellos fueren. En tal caso la empresa será, como aquella de los primeros tiempos, magna y providencial en cuanto tiene que volver a ponerse bajo el cui-dado y la inspiración de su Fundador y no del hombre caído, in-grato a su Creador y Redentor, hoy más que nunca.
                Estas   observaciones   críticas que hacemos -Dios sabe con qué respeto, con qué veneración y con qué pena- no pretenden negar ni disminuir los aciertos del Pontífice que acaba de extinguirse, porque es nuestro deber y nuestra alegría recordarlos. Así la ratificación del celibato sacerdotal,  el reconocimiento de que Cristo es el único camino, la prohibición del sacerdocio de las mujeres, la condena del homosexualismo, la afirmación de la familia  como  organismo natural,   la preocupación por la pureza de la liturgia, la reivindicación del rito tridentino; bajo otro aspecto, la calificación de la guerra de Irak como ilegítima, son todas manifestaciones  de una inteligencia pendiente de la justicia, de una fe inconmovible, de un amor por la herencia recibida y de un sentido ' común que se impuso a las presiones de los poderosos. Las fracturas, replanteos y contradicciones  continuaron circulando por el cuerpo de la Iglesia que él presidía, quizá con más precaución y con menos libertad pero distaron de desaparecer y de recibir los castigos que hubieran sido tan necesarios cuanto ejemplares.
                El mundo sigue en sombras, clausurado sobre sí mismo, drama que conmociona a cualquier espíritu religioso. La labor de Juan Pablo fue una luz en las tinieblas, una luz mortecina y vacilante pero valedera y permanente, eco de un sol que jamás se apagará, según promesa divina.  ¿Fue esto bastante, fue esto lo único posible? No nos corresponde a nosotros saberlo ni juzgarlo. Nos corresponde rezar y eso hacemos. 

LA DIRECCIÓN
Víctor Eduardo Ordóñez - Antonio Caponnetto
Revista Cabildo, 3° Época - Año V – N° 45, Abril 2005

viernes, 17 de febrero de 2012

martes, 21 de diciembre de 2010

Antiguo manuscrito...

Un Sacerdote debe ser…

Muy grande
y a la vez muy pequeño

de espíritu noble como si llevara sangre real
y sencillo como un labriego

héroe por haber triunfado de sí mismo
y hombre que llego a luchar contra Dios,

fuente inagotable de santidad
y pecador a quien Dios perdonó,

señor de sus propios deseos
y servidor de los débiles y vacilantes,

uno que jamás  se doblego ante los poderosos
y se inclina, no obstante, ante los mas pequeños,

dócil discípulo de su Maestro
y caudillo de valerosos combatientes,

pordiosero de manos suplicantes
y mensajero que distribuye oro a manos llenas,

animoso soldado en el campo de batalla
y madre tierna a la cabecera del enfermo,

anciano por la prudencia de sus consejos
y niño por su confianza en los demás,

alguien que aspira siempre a lo más alto
y amante de lo más humilde…

Hecho para la alegría,
acostumbrado al sufrimiento,
ajeno a la envidia,
transparente en sus pensamientos,
sincero en sus palabras,
amigo de la paz,
enemigo de la pereza,
seguro de sí mismo.

“Completamente distinto de mí”
(comenta el amanuense)

Salzburgo


Enviado por un amigo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Palabras que nos llegaron por medio de los vientos del sur...

REQUIEM PA´NESTOR

Murió don Néstor, el amo
todo acaba todo muere.
Murió el pingüino en su pago.
Miserere.

Murió uno de los más Grandes.
Nadie es grande sino Dios.
Murió uno de los más grandes.
Ya no sos.

Murió sin ver la Victoria
sin ver el fin de la guerra.
Su conquista más notoria
son siete palmos de tierra.

Murió cuando no pensaba.
Se acabó en un brusco hipo,
con todo lo que esperaba.
Pobre tipo.

Se acabó la Casa Rosa
el caviar, la vita bona;
lo hundió de un golpe en la broza
la Pelona.

Murió con Néstor temprano
nadie muere cuando quiere.
Murió el Panamericano.
Miserere.

Ya no ganará elecciones,
ya no será reelegido.
Su alma llena de pasiones
¿dónde ha ido?

Feneció como en la tierra
fenece la frágil flor,
sin ver el fin de la Guerra
ni el Mundo Nuevo y Mejor.

Quería salvar el mundo
la Cultura Occidental
y la Argentina. Recemos
por los que nos hacen mal.

¿Qué se han hecho los extremos
adónde quiso subir?
Todo se acabó. Recemos.
Todos hemos de morir.

Pasó su nombre a la gloria
su alma al «Ente Universal»,
dice Crítica. La Historia
le dedicará un fanal.

Le dedicará un fanal
la Historia ni que decir.
Si el pobre ha acabado mal
de mucho le va a servir.

Su estampa a cuatro columnas
que ha publicado La prensa
lo consolará en su tumba
si está allá donde uno piensa.

Murió don Don Néstor el amo
nadie por eso se altere.
Acaba todo lo humano.
Miserere.

Morirán todos los otros.
Aprendan que todo es vano,
si hay alguno entre nosotros
medio aprendiz de tirano.

Ninguno exulte o se mofe,
ninguno se desespere.
Todos echarán el bofe.
Miserere.

Piensen todos en la Pálida
que a todos apunta y tira.
Vayan limpiando las ánimas
de mentira.

Querer pararla es en vano.
No esperen que los espere.
Morirán como el Amo.
Miserere.

Miserere ei, Dómine, secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitúdinem miserationum tuarum déle iniquitatem ejus...

(Traducción libre del Miserere en latín que se rezó en la Catedral de Buenos Aires el 27 de octubre de 2010, enviada por Sancho I desde su prisión de la Patagonia).