jueves, 31 de julio de 2008

El 30 de julio de 1937 nacia el P. Alberto Ezcurra

P. Alberto Ezcurra
...Presente!!!

El 26 de mayo de 1993 murió de un cáncer el cura Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu. Había nacido el 30 de julio de 1937. Todo su intenso paso por este mundo estuvo signado por un versículo del Libro Job (7, 1): “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra”. En sus últimos años fue el confesor, capellán y guía espiritual del editor responsable de la Agenda de Reflexión, pobre pecador.

Ex seminarista, Ezcurra fue fundador y jefe del Movimiento Nacionalista Tacuara, una multitudinaria organización de militancia juvenil hegemónica de fines de los ’50 y los ’60. Por entonces definía a la democracia como "una señora gorda, mal vestida, y con acento extranjero".

Tacuara terminó dividiéndose y disolviéndose y entonces Alberto retornó al seminario y terminó consagrado al sacerdocio, primero en Paraná, Entre Ríos, y luego en San Rafael, Mendoza.

Orador nato, de sabia elocuencia, claridad de estilo, precisión de lenguaje y conocimiento de situaciones y personas, tanto en un discurso político como en un sermón fogoso. Hombre de convicciones, capaz de contagiar y encender voluntades haciendo amar lo que él amaba. Admirado y cuestionado, ya que no tenía pelos en la lengua, llamaba a cada cosa por su nombre y no se casaba con nadie. Para él la verdad no era sólo un acto de caridad, sino un deber de justicia.

Fue el responsable de rezar un Responso fenomenal en la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas.

Misionero y predicador, lúcido, fiel e inflexible en la doctrina, de una caridad exquisita y un humor extraordinario, su apariencia sencilla y tímida bajo su infaltable sotana y su boina, ocultaba una riqueza interior simplemente superior.

Opuesto al clericalismo de sacristía desentendido de las tareas del orden temporal, tanto como del liberalismo fariseo que reduce la religión al orden individual y privado, fue un verdadero maestro. Un maestro a tiempo y destiempo.

Poesía de Antonio Caponnetto al P. Alberto Ezcurra:

Todo está bien, me he puesto la sotana.
El rosario se anuda entre mis dedos .
Y el viático me alcanza para el viaje.
La clase ya fue dada, quedan libros
Entre estampas, recuerdos y cigarros.
Todo está bien, incluso esta madera
Que bordea mi cuerpo y lo amortaja.
Los rezos que sin llanto me despiden.
Hago memoria: hay pan y un misal viejo.
ejé lista la misa de mañana, Una vez más diré que yo no escribo.
La homilía y la arenga se improvisan
Como el Ave María y el Magnificat.
Todo está bien, llegaron camaradas.
Conservan la bandera o el saludo,
esa costumbre de tomar cerveza,
discutir en voz alta, acalorarse,
caminar marcialmente aunque los años crujan
como un navío a la intemperie.
Aquí en San Rafael el sol flamea
-parece un estandarte al mediodía-
la Ascensión del Señor tuvo su fiesta,
Pentecostés me espera, ya en la Casa.
Todo está bien, amigos, la liturgia,
La unción de los enfermos,
el recaudo de colocar a modo de epitafio
La consigna de Job, marechaliana.
Amé la tierra en su raíz antigua.
Serví a los pobres cuando no era moda.
Canté Caudillos en la eneida patria.
No me perdonan el responso a Rosas.
Todo está bien.
Sirvieron el pescado Picante con el vino en damajuanas,
Ayer de Paraná o de Buenos Aires
Dos vocaciones nuevas me llamaron.
Todo está bien.
Ya vienen, ya me cargan
(no parezco pesado esta mañana)
el cementerio tiene vista al cielo.
He dejado un licor para la vuelta.


Los arquetipos

[Desgrabación de uno de sus sermones, publicado en Tú reinarás, editorial Kyrios, San Rafael, 1994. Fragmentos]

Cristo: primer arquetipo

Cristo es el arquetipo. Cristo es el modelo. Cristo es la imagen, del Dios y del hombre perfecto. Y nosotros crecemos como cristianos y como hombres cuando imitamos a Cristo. Un día lo dijo Jesús: "Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto".

Y uno dice: "Caramba, no es tan fácil". Sed perfectos como Dios es infinitamente perfecto. ¿Y cómo hago yo para ser perfecto como Dios si a Dios nunca lo he visto? Precisamente en Jesucristo, Dios se hace visible. El Padre infinitamente perfecto pero invisible, se hace visible en Jesucristo. En Jesús aparece la imagen de Dios y la imagen del Padre. En Jesús aparece el modelo que tenemos que imitar, el modelo al cual nos tenemos que ir asemejando, el arquetipo con el cual nos tenemos que ir conformando. Eso aparece en Jesucristo. Por eso, lo repito, la vida del cristiano tiene que ser una imitación de Cristo.

Pero ¡ojo!: de Cristo Jesús. No de los falsos cristos que andan dando vueltas por ahí. El Papa Juan Pablo II en el discurso inaugural de la conferencia de Puebla advirtió contra las relecturas del Evangelio que nos presentan un Cristo falsificado y dijo que la Iglesia tiene como deber predicar la verdad total de Jesucristo como Dios y como hombre. A Cristo sólo se lo puede entender sí lo miramos así, como Dios y como hombre. Como lo muestra el Evangelio. Y muchas veces han querido presentarnos cristos falsificados.

Falsificaciones de Cristo

Cuántas veces escuchamos: "Cristo era un gran tipo, un gran hombre, un gran moralista, un gran político, un gran ejemplo para la humanidad". Pero que era Dios, que nació de la Virgen, que resucitó. No. ¡Eso no! Y nos quieren poner a Jesús como modelo, pero un modelo humano. O lo rebajan, hasta en algunos ambientes católicos, creyendo que van a estar más cerca de Jesús, porque le faltan el respeto diciendo: "el flaco" o "el barbudo", "ese tipo que para mí es un amigo y un hermano", como sí fuera un muchacho más de la barra.

O nos presentan ese Cristo que en forma de blasfemia aparece a veces en el cine, en el teatro o en los ambientes culturales que padecemos. Como en un teatro que lleva el nombre del General San Martín, aquel que ordenaba en el Ejército de los Andes, que el blasfemo fuera azotado primero y que si volviera a repetir la blasfemia se le atravesara la lengua con un hierro al rojo y se lo arrojara del Cuerpo. En un teatro que lleva su nombre se ha blasfemado de Cristo.

El cristo hippie, el cristo super-star, el cristo guitarrero, el cristo estúpido que se muestra en tantos ambientes católicos y en tantos grupos juveniles. O el cristo guerrillero que vimos hace unos años atrás. Todavía recuerdo los carteles: "BUSCADO". Y aparecía Jesús con la barba y el pelo que parecía más Fidel Castro que Jesucristo, con la ametralladora o el fusil al hombro. "BUSCADO. INDIVIDUO PELIGROSO".

Toda esas son falsificaciones de Cristo, como son falsificaciones de Cristo muchas imágenes hechas con tal mal gusto que nos hacen recordar a aquel tipo que tenía un taller de obras religiosas, y lo encuentra un amigo haciendo una imagen de un santo de yeso y le dice: "¿Y ése qué santo es?" "Y... depende. Si me sale con barba es Jesucristo, si no María Magdalena". ¡Esas imá¬genes que vemos a veces del Señor!
El padre Castellani describe un cuadro del Sagrado Corazón y dice: "Era una de esas imágenes suavemente persuasivas en que el poderoso fundador del cristianismo era un zoncito triste de cabellos ru¬bios". Imaginemos la figura y, agrega Castellani, "parecía un hortelano polaco con un pimiento morrón en la mano".

¡Tantas veces nos han presentado así al Sa¬grado Corazón de Jesús!, como una Magdalena a la cual le han pintado la barba. ¡Eso no es el amor de Cristo! Aquel gran escritor católico, León Bloy, escribía un día en su diario, en el mes de junio: "Día del Sagrado Corazón. ¡Malaya los que ven en este día el color rosado, cuando es la san¬gre roja de Cristo que brota a borbotones del Co¬razón abierto!". El Corazón de Cristo, el amor de Cristo, no es una cosa blanca, fofa, unisex, romanticona, sensiblera. El Corazón de Cristo es el corazón atravesado en la Cruz por la lanza del soldado. Es el Corazón coronado de espinas. ¡Eso es el amor de Cristo! No una sensiblería bara¬ta de música sentimental.

El Corazón de Cristo es el Corazón de Cris¬to presente en la Eucaristía. El Corazón de Cristo es el Corazón que nos entrega desde la Cruz a su Madre para que sea nuestra Madre del cielo. ¡Ese es el amor de Cristo! Amor Crucificado, amor valiente, amor que entrega hasta la última gota de su sangre. No los falsos cristos. El Cristo del Evangelio. El único Cristo verdadero es Dios y es hombre. No es un gran hombre solamente. ¡Es Dios! ¡Es Dios hecho hombre! Y es perfecto como Dios y como hombre. Esa perfección de Cristo que podemos ver hasta en sus rasgos físicos, no en esas imágenes que decía recién.

La Sábana Santa: el retrato de Cristo

Miremos aquella imagen de Cristo que no está pintada por mano de hombre. Miremos esa imagen milagrosa de Cristo que está impresa en la Sába¬na Santa de Turín. Tomémosla entre las manos y contemplemos esa imagen.

Hay un libro sobre la Sábana Santa, El retra¬to de Cristo del Padre Carreño, que coloca en una hoja que se despliega todas las imágenes de Cristo famosas. Desde las primeras pinturas en mosai¬cos de las catacumbas en los primeros siglos del cristianismo hasta el arte moderno, pasando por los grandes pintores y escultores de la historia. Pa¬sando por "La Pietá" de Miguel Ángel, por el Cristo de Leonardo Da Vinci, por el Cristo de Ruolf y otros artistas. Y al lado de eso, el rostro de Cris¬to como está en la Sábana Santa.

Y si uno compara ese rostro de Cristo en la Sá¬bana Santa y se queda allí mirándolo, mirándolo en esa expresión magnífica que al mismo tiempo está llena de dolor y llena de paz y de serenidad. Junta una inmensa paz y ese inmenso dolor. Un rostro de un hombre sufriente, pero un rostro que es más que humano y un rostro que se ha impre¬so allí milagrosamente.

Y uno dice: todos los esfuerzos de los artistas, de los pintores, de los dibujantes, de los esculto¬res, para representarnos lo que era el rostro de Cristo no sirven para nada. No tienen nada que hacer con esa imagen que Cristo quiso imprimir maravillo¬samente y milagrosamente en la Sábana Santa. Ha¬gan un día la prueba. Quédense en silencio un mo¬mento mirando ese rostro de Cristo y verán que no exagero.

Y así tiene que haber sido el Señor en su vi¬da. La serenidad y el dolor. La sencillez, la humildad y al mismo tiempo el poder.

Los santos: imitadores de Cristo

Ahora bien, hace un rato decíamos: ¿Cómo imi¬tar a Dios? Dios se nos muestra en Cristo, pero todavía a veces nos desanimamos un poco. "Pe¬ro yo soy flojo; pero yo soy pecador... Claro, Cristo tenía todo eso, pero porque era Dios, y yo soy nada más que un hombre, un pobre pecador". ¿Cómo puedo hacer yo para imitar a ese arquetipo, ese modelo de perfección infinita? ¿A Cristo lo veo cerca? ¿Confío en El? ¿Lo quiero? Pero al mis¬mo tiempo lo veo demasiado alto, demasiado gran¬de. Es mi amigo, es el que me perdona, es el que me ama, el que llama. Es mi hermano porque me ha hecho hijo de Dios. Pero también es el Señor, es el Verbo de Dios, es el Verbo que se hizo car¬ne. ¿Cómo puedo imitarlo? Ahí precisamente está el lugar de los santos.

Los santos son los caminos para llegar a Cristo. Los santos nos están mostrando los caminos para llegar a la imitación de Cristo. Fíjense: si mira¬mos las cosas que Dios ha creado, es infinita la variedad de cosas que ha hecho. Para un plane¬ta habitado (y por más que haya hipótesis, teo¬rías y discusiones, hasta ahora el único que co¬nocemos es el nuestro), llenó los cielos con mi¬llones de soles, de estrellas y de planetas. Y en este planeta habitado Dios no se quedó en chi¬quito ¡Cuántas son las especies, las variedades infinitas de plantas, animales, de cosas que Dios ha creado! ¡Cuál es la maravilla que existe mi¬rando una célula con el microscopio, una gota de agua, el ala de un insecto, las cosas más pequeñas de la naturaleza! ¡Y cuánta la maravilla de las cosas que podemos descubrir a la distancia con el telescopio!

¿Por qué Dios creó tanta infinita variedad de creaturas? Porque las creaturas son cada una de ellas como un espejito que está reflejando un rayo de la infinita protección de Dios. Por eso Dios hizo que las cosas creadas fueran muchas y fueran distintas y fueran múltiples. Para que nosotros mirando las cosas pudiéramos ver a Dios.

Yo a veces me planteo esto. Es el problema que uno tiene cuando enseña catecismo. Cuando uno les dice a los chicos: "¿Saben qué es el cielo? Ver a Dios". Y los pobres chicos, ¿qué piensan? Una de esas espantosas imágenes donde Dios aparece como un viejo venerable de barba blanca, sentado arriba de un globo o de una nube, con Jesús entre los brazos y con la palomita del Espíritu Santo revoloteando y arriba de la cabeza. Y eso mal pintado. Entonces los chicos miran y dicen: "y en el cielo uno ve a Dios... bueno un ratito está bien, pero a los quince minutos la cosa se pone aburrida, y mientras el catequista o la catequista insiste más y más en explicarles qué es la eternidad y a poner ejemplos para explicar la eternidad, el niño cada vez tiene un susto más grande y dice: "por lo menos en el infierno me van a dejar portarme mal y patalear un poco".

Ver a Dios. Tenían mucha mejor imaginación y pedagogía catequística los pieles rojas, cuando explicaban el cielo como una inmensa pradera llena de búfalos. Sabemos que no es así, pero para un pueblo de guerreros y cazadores, como eran los píeles rojas, ¿cuál es la imagen de la felicidad? La imagen de la felicidad era una pradera llena de caza. ¡Eso sí los podía entusiasmar mucho más que la imagen falsa que nosotros presentamos del cielo! Y toda la felicidad que el piel roja encontraba en la caza del búfalo, en el cielo la iba a tener y mu¬cho más.

Entonces nosotros no mentiríamos si a un mu¬chachito de catecismo que nos dice: "Padre, ¿en el cielo podré jugar al fútbol?"; le contestáramos: "todos los partidos que quieras y vas a hacer to¬dos los goles que quieras, y vas a ganar siempre". No le estaríamos diciendo una mentira, porque esa felicidad que él pone en el partido, en los goles y en el triunfo, en el cielo la va a tener y mucho más.

Y pensemos nosotros en todas las cosas bellas que podemos mirar. En el paisaje de una noche estrellada, en los lagos del sur, en la armonía de una flor, en los colores de un insecto, en el ros¬tro de una persona querida, y podemos decir: "Ver a Dios es todo eso y mucho más, infinitamente más. Eso es ver a Dios".

Cada una de las creaturas refleja un rayito de ese sol de infinita belleza que es Dios. Lo mismo pasa en la Iglesia. Cristo, la perfección infinita de Cristo Jesús, se refleja en la multitud de los san¬tos. Podemos imaginar a los santos como las dis¬tintas piedritas de un mosaico. Cada una de esas piedritas tiene un tamaño, una forma, un color dis¬tinto. Y entre todas esas piedritas, mientras se las va componiendo en forma de un mosaico, se forma un retrato.

Así son los santos. Cada uno de los santos re¬fleja una de las infinitas perfecciones de Cristo. Y entre todos los santos nos muestran como un retrato de Cristo y todavía existe allí la inmensa distancia que hay entre el retrato y la realidad de la persona. Pero las perfecciones infinitas de Cristo las descubrimos en los santos.

Y así los santos nos muestran el camino para seguir a Cristo. Nos muestran los distintos aspectos, las distintas facetas de esa perfección infinita de Cristo. Y nos están mostrando cuál debe ser el ca¬mino para imitar. Cada uno de nosotros tiene un camino que es propio e irrepetible. Pero cada uno de nosotros, conociendo la vida de los santos, puede descubrir ¡cuál es el camino!, mi sendero; de qué forma yo puedo seguir a Cristo. Para esto también es necesario que conozcamos verdaderamente lo que son los santos y lo que no son los santos.

Deformaciones de la misión del santo

¿Cuál es la relación que tiene la gente muchas veces con los santos? Los santos vienen a ser y son nuestros intercesores. Los santos ruegan a Dios por nosotros. Pero a veces, el que los santos nieguen a Dios por nosotros, le pidan a Dios por nosotros, es lo único que la gente mira. Y entonces los po¬bres santos vienen a transformarse en una espe¬cie de "mangueros" o de "coimeros" celestiales, con los cuales nosotros nos tenemos que acomodar para llegar al patrón y así el patrón nos consiga aquello que nosotros queremos.

Y la costumbre, que existe todavía en algunas partes de que si el santo no me cumplió, lo pon¬go "en penitencia". San Antonio no consiguió novia, de cara contra la pared o colgado con la cabeza para abajo, en penitencia, "pues yo le recé la no¬vena y el santo no me cumplió". Y eso existe. El creer que infaliblemente con la novena le vamos a sacar a Dios lo que se nos ocurra pedirle. Aprobar el examen aunque no hayamos estudiado; sacar¬nos la lotería o el Prode para solucionar nuestra situación económica, etc. Y algunos miran así a los santos. Y si los santos no funcionan, se inventan santos: San Cono, para ganar la lotería; la Difunta Correa o Pancho Sierra y todas esas caricaturas de los santos que aparecen en algunos lugares de nuestra Patria. ¡No! Los santos son nuestros in¬tercesores delante de Dios, pero son mucho más que eso.

Los santos tampoco son tipos que ya nacie¬ron santos. Eso aparecía antes, sobre todo en algunas vidas de santos, donde nos mostraban tan maravilloso al santo que uno se desanimaba. Uno veía que al santo, desde que nació, le vola¬ba una palomita sobre la cuna y una tía piadosa decía: "de esta niña van a salir cosas grandes".

Y el santo no mamaba los viernes de cuares¬ma y no quería ir a jugar un partido con los ami¬gos porque prefería ayudar misa. Entonces no¬sotros que queríamos ir a jugar el partido en vez de ir a misa, ya nos sentíamos desalentados. En¬tonces decimos: "no, eso no es para mí". O sea los santos son algunos tipos muy especiales, a los cuales Dios los eligió para ser santos. Ya nacie¬ron así y ya se les notaba desde chico, porque era medio pavito. Y entonces nosotros nos da¬mos cuenta que vivir, ser cristianos, nos cuesta, que tenemos que pelearla, que metemos la pata y que caemos en pecado. Entonces decimos: "¡No! En todo caso trataré, en fin, de caer en buen la¬do en el momento de la muerte, pero en fin, de no hacer macanas demasiado gordas y confesar¬me cuando me vaya mal para que Dios me tenga misericordia y me deje un lugarcito del lado de la puerta en el cielo. Pero yo no nací para santo".

No. Esas son falsificaciones de los santos, y sa¬bemos porque nos lo muestra la historia de la Iglesia que ha habido santos que siguieron a Dios en la inocencia, en la pureza desde niños, pero que tam¬bién ha habido santos que fueron grandes peca¬dores, María Magdalena, la mujer de mala vida de la cual Cristo arroja siete demonios. San Agustín, el hombre que peca con la carne en el sexo y con la inteligencia en la herejía. San Pablo, el que per¬sigue a la Iglesia. San Ignacio de Loyola, el capi¬tán aventurero que va a terminar siendo el "Ca¬pitán de Cristo Rey" después de su conversión.

O sea, los santos son hombres y mujeres co¬mo nosotros, jóvenes y viejos, varones y mujeres, chicos y grandes, pobres y ricos, mendigos y re¬yes, soldados y emperadores, profesionales, amas de casa, religiosos y laicos que se tomaron en se¬rio el Evangelio y la vida cristiana, que quisieron hacer algo grande por Cristo; que regaron con la oración y con la fuerza de la gracia esa semillita de la vida cristiana para tratar de imitar a Cristo. Y eso no es fácil, por supuesto. Por eso tampo¬co va aquella imagen a la cual ya me referí: el santo flojito, el santo sentimentalón, el santo que es bueno porque no le da el cuero para ser malo; el santo pavote, el santo unisex.

No, ser santo es heroico. Lo dice el padre Castellani: "Los santos fueron varones. Ellos supieron morir. Hasta en las santas mujeres hubo un algo de varón. Y esto es lo que no sabían y podían concebir una nación donde es libre tener o no religión. Nos los pintan los pintores cual muñecos afeitados, cual muñecos extasiados en lumínicas delicias con un halo de zafiro. Mejor debieran pintarlos sucios y mal afeitados; los santos son soldados de esos que saben morir".

La santidad compromete al martirio

Es heroica la santidad. El héroe y el santo son los dos modelos, los dos arquetipos de una vida plena. Las virtudes sobrenaturales: la fe, la espe¬ranza, la caridad, la humildad, la misericordia, la oración, y las virtudes naturales: la palabra em¬peñada, el coraje, el heroísmo, el amor por la fa¬milia, por la justicia, por la patria. El héroe y el santo se identifican, porque el héroe cristiano, el que se juega la vida por una causa humana noble, por la patria, por la justicia, por la familia, por Dios, es santo. Y el santo al mismo tiempo es alguien que ha vivido heroicamente el Evangelio, el segui¬miento de Cristo, las virtudes humanas. Por eso el héroe y el santo se identifican en el mártir. En aquel que es capaz de dar con su sangre testimonio de que se ha tomado en serio aquello que está pre¬dicando con su lengua.

El mártir. Pero nuestro tiempo es cobarde; nues¬tro tiempo de compromiso, nuestro tiempo de diá¬logo, nuestro tiempo de cobardía, nuestro tiem¬po de "no te metas"; no quiere saber nada con los mártires. Le vuelve las espaldas, lo quiere olvidar. El cardenal de Polonia, Wydzinky, el maestro de Juan Pablo II, dijo alguna vez: "No existe la Iglesia del silencio; existe la Iglesia de los sordos. Y ésa es la Iglesia de Occidente".

San Pablo decía que somos como miembros del Cuerpo de Cristo y dice: "¿Cómo puede ser que un miembro sufra, si yo no sufro con él?". Y nosotros, cristianos de Occidente, de este Occidente cobarde, de este Occidente apósta¬ta, volvemos las espaldas al martirio. Preferimos la vida cómoda, la vida fácil, el compromiso, la transacción, incluso el tender la mano de diálogo con aquellos que tienen la mano manchada con la sangre de nuestros hermanos en la fe.

Y sin embargo, en nuestro tiempo, a pesar de todo eso, en nuestro tiempo el martirio ha estado presente, tal vez como en ninguna otra época de la historia de la Iglesia. Cuando pensamos en los mártires, pensamos en aquellas historias hermosas de los primeros siglos. En el circo romano, en los leones, en San Esteban apedreado. Pero pensemos brevemente en nuestro siglo.

La santidad va unida con el heroísmo, y nuestro siglo a pesar de ser un siglo de cobardía, es también un siglo de heroísmo. Por eso frente a los falsos modelos tenemos que levantar los Santos. Al prin¬cipio decíamos: a un joven se lo educa con principios y con palabras, pero sobre todo con ejemplos. Si un chico o una chica ven que en casa papá o mamá dicen "hay que hacer esto", pero hacen lo contrario, ¿qué es lo que queda? ¿Lo que dicen? No, lo que hacen.
En nuestra educación los modelos son importantes. En todos los órdenes. Es importante para la Patria que la historia que se enseña en las es¬cuelas sea la historia verdadera. Algunos dicen: "Los argentinos, todavía nos vivimos peleando por cosas de hace ciento cincuenta años atrás. Que si Rosas, o que sí Sarmiento, etc. Eso no tiene im¬portancia". ¡Mentira! Sí tiene importancia. Si fuera solamente cuestión de fechas, de batallas, de li¬bros... fenómeno. Eso sería problema para una rata de biblioteca que le gusten los papeles vie¬jos. Pero no es eso. Cuando una nación tiene levan¬tados monumentos en el bronce para los que han sido traidores, entreguistas y vende patrias, y ésas son las figuras que se muestran como ejemplos a los jóvenes en la enseñanza, estamos formando ge¬neraciones de traidores, entreguistas y vende patrias, porque esos son los modelos que estamos poniendo.

Cuando los modelos para la juventud, son todos esos personajes de la farándula, de la televisión, del triunfo fácil y de la plata fácil, ¿qué juventud estamos formando cuando al santo y al héroe lo han reemplazado los ídolos? Y cuando puede ser ídolo, hasta un personaje como Michael Jackson, que se hace diez operaciones para arreglarse la cara, para conseguir un producto que no es ni blanco ni negro, ni varón ni mujer y figurar en las reme¬ras de nuestros jóvenes. Cuando, como si no hu¬biera santos en nuestro tiempo, tratan de impo¬nernos los santones. Precisamente, ¿por qué? Por¬que los encuentran fuera de la Iglesia, o al Che Gue¬vara o a Luther King, o al Mahatma Gandhi. Pero, ¡silencio! sobre aquellos que heroicamente dan testimonio de Cristo en nuestro tiempo y en nuestros días.

Un ejemplo entre miles, entre millones que se podrían encontrar en nuestro tiempo del santo que junta en el martirio la santidad y el heroísmo. Eso es lo que precisamos hoy en nuestra Patria Argen¬tina. En esta Patria que nació cristiana. Cristiana con la Cruz de Cristo y con la espada de los con¬quistadores.
Cristiana con aquellos hombres como en los ejércitos de la independencia quisieron a la Vir¬gen como Generala y quisieron que los colores nuestra bandera fueran los del manto de la Inma¬culada. Cristiana con aquellos que levantaron la bandera de la "Religión o muerte" como Facun¬do Quiroga. Pero después vinieron los doctorcitos unitarios, los hombres de las logias y las masonerías, los que quisieron darnos una escuela laica, una uni¬versidad atea y una Patria sin Dios. Los de la en¬señanza laicista, los del divorcio, los del ateísmo, los de la reforma, los del liberalismo y el marxis¬mo y la masonería.

Esa es la herida profunda en el corazón de nues¬tra Patria. Porque los argentinos nos olvidamos que esta Argentina nació cristiana. Porque nos ol¬vidamos de Dios y de los mandamientos y de nuestra herencia cristiana. Esa es la raíz profunda de la crisis de nuestra Patria. Es una herida en el alma, en el alma de la Patria que han tratado de vaciar y que hoy tratan de vaciarla más todavía: en la men¬tira, en la corrupción, en la prostitución cultural, en la falsificación de los medios de comunicación, en la escuela y la universidad sin Dios, en la in¬justicia, en la trampa, y en la mentira en la vida económica, en el abandono del patriotismo, en el individualismo donde cada uno trata de salir ade¬lante sin que importe nada de nada.

Hay que volver a las raíces cristianas de nuestra Patria porque solamente siendo plenamente cris¬tianos, por el camino de los santos y por el camino de Cristo, podremos ser plenamente hombres y argentinos. Porque ese hombre vertical, del cual alguna vez hemos hablado, no ese hombre que está doblado como el chancho para hundirse en la in¬mundicia y en el barro y en la miseria de la vida de todos los días, sino el hombre de pie; el hombre que sobre sus pasiones e instintos tiene una voluntad fuerte y sobre la voluntad fuerte, una in¬teligencia que le muestra la verdad; solamente ese hombre vertical, de pie, es capaz de mirar hacia arriba, de mirar hacia Dios. Pero para eso nece¬sita la gracia. Porque nuestra naturaleza humana, herida por el pecado no puede ponerse de pie, ver¬tical, sin la gracia de Dios.

Pensemos en nuestra pobre Patria. En esa Patria que si la miramos en su derrota y en su entrega podemos llorarla con los versos de Rubén Darío:

"Seremos entregados a los bárbaros fieros, tantos millones de hombres hablaremos inglés. Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros. Callaremos ahora para llorar después"

Que si la miramos en su interior la podemos llorar con los versos de Castellani, cuando dice:

"Pobre Patria en manos de hombres tenderos y charlatanes. Será posible que hayan muerto ya todos tus capitanes"

Eso es lo que precisa nuestra Patria. El Santo y el héroe. Y que el Santo sea heroico en el tes¬timonio de la fe, en señalar la mentira, la injusticia, el anti-Dios.. Como el Padre Castañe¬da, como el Padre Meinvielle, como el Padre Castellani y los héroes cristianos, como aquellos pilotos en Malvinas que, con el rosario en el cuello sabían, al mismo tiempo que, lejos, en el suelo de la Patria, la madre, la novia, la esposa, la hija; tenían en sus manos ese mismo rosario y rezaban por el heroísmo, por la victoria cristiana. Eso es lo que necesitamos.

Y para eso: mirar hacía los santos, porque mirarlos a ellos es mirar hacia Cristo. Y mirar a Cristo y tomar a Cristo como imagen, como modelo, como arquetipo, es encaminarnos no¬sotros hacia la plenitud, hacia la perfección, como cristianos y como hombres.

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