martes, 25 de mayo de 2010

Bicentenario de la Patria




Hoy 25 de mayo de 2010 celebramos el Bicentenario de la Patria y damos  gracias a Dios por este  “Don y Misterio”.
Decimos Don, porque nos es dado por Dios como signo de su inmensa generosidad, y porque es una Gracia, que nos excede enormemente.  Y es Misterio porque es medio de salvación pensado por Dios desde toda la eternidad. Es Misterio entendido también como Sacramento, es decir como signo sensible de esa realidad invisible que es la Patria Celeste. De esa realidad a la que estamos llamados a participar como hijos de Dios en la eternidad. 
Esta fecha es quizá una de las más difíciles de explicar, por la diversidad de factores que giraron e intervinieron en torno a ella.
Lamentablemente, celebramos este Bicentenario, en un marco muy distinto y poco semejante al que soñaron los Padres de la Patria. Enormemente alejado de nuestra profunda y honda raíz Hispana, fundada en la autentica Fe Católica. Y aquí, serian muy acordes las palabras de José Antonio: “Nosotros amamos a España porque no nos gusta”[1], nosotros amamos esta Patria Argentina, aunque no nos guste tal cual la vemos hoy. Lo que si amamos de ella, es aquello a lo que Dios la predestino. Amamos sus orígenes españoles y católicos, conquistadores y evangelizadores, portadores de la Cruz y de la Espada, de los pendones y de las aureolas. Amamos la Argentina de los héroes y de los santos, esa Patria que milita en la historia con el tesón de los héroes, y que se eleva hacia el cielo con la vida y la entrega de los santos.
Amamos el espíritu y la vocación de grandeza. Somos herederos y continuadores de un Imperio. Jamás debemos olvidar esto. El imperio hispanoamericano es un ideal al que no debemos renunciar nunca, cueste lo que cueste.
Hoy en día se habla mucho de la ruptura con nuestra Madre Patria, con Hispania. Nada tan alejado de la realidad como eso. En ese entonces España estaba ocupada casi totalmente, por la Francia napoleónica, portadora de las ideas de la gran revolución anticristiana como lo fue la Revolución Francesa. Esa Francia masónica y liberal, tan contraria al espíritu y a la tradición Hispana. Pero también nuestra Madre Patria, se inficionó con estas corrientes corrosivas. Fue así que al estar el trono ocupado por una corona ilegitima, “la población organiza Juntas de Gobierno, que asumen el mando delegados en ellas por los municipios (…) Quedando entablada la que se conocería como Guerra de la Independencia Española.”[2] En uno de esos combates participó Don José de San Martin, recibiendo una condecoración por el valor demostrado. (Julio de 1808, en Bailén).
Y en nuestro terruño patrio no estábamos tan lejos de padecer lo mismo. Fue entonces que un grupo de patriotas decidió, en orden a salvaguardar la Fe y la Tradición que nos legara España, tomar cartas en el asunto. Por lo cual, en medio de un ambiente tumultuoso, el Virrey Cisneros convoca el 22 de mayo a un cabildo abierto. Pero la decisión allí tomada será revocada por las milicias representadas por Saavedra, quien en nombre propio y de sus colegas le dice a Cisneros: “no queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses. Hemos resuelto asumir nuestros derechos y conservarlos por nosotros mismos.”[3] Por lo cual se convoca a un nuevo cabildo abierto del 25 de mayo, quedando constituida la Primer Junta de Gobierno Patrio (que en realidad fue la segunda). Así la Patria iba alcanzando, como dicen,  la “mayoría de edad”.
Nos dirá el Restaurador, Don Juan Manuel de Rosas, años después en el discurso[4] que pronunciara el 25 de mayo de 1836 ante la Legislatura de Buenos Aires: “No se hizo (la revolución de Mayo) para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas (…) No se hizo contra nuestros soberanos, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de la que había sido despojado por un acto de perfidia. (…)No se hizo para romper con los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecernos más por el amor y la gratitud (…) No se hizo para introducir anarquía sino para preservarnos de la anarquía y para no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida la misma España…”.  Pero la situación histórica nos llevó a tomar el único partido que nos quedaba para salvarnos, por eso el Restaurador diría en el mismo discurso: “nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España y de toda otra dominación extranjera”.
Pero a pesar de este origen concreto, en la semana de Mayo, debemos ser concientes  y no olvidar nunca nuestro origen Mariano y Cristológico. El uno en aquel providencial 12 de Octubre de 1492, día de Nuestra Señora del Pilar, inaugurándose así el Imperio Hispanoamericano. Y el otro en aquel 1° de abril de 1520, con motivo de la Primer Misa celebrada en nuestro territorio nacional, en lo que hoy es Puerto San Julián, Provincia de Santa Cruz.
Anhelando reavivar en nosotros aquel fervor Patriota y Católico de nuestros orígenes, le pedimos a Dios que nos conceda ser fieles a este Don y Misterio.  Amando a Dios y la Patria con un amor de caridad, afectivo y efectivo. Sabiendo que el hecho de “Instaurar todas las cosas en Cristo” (Ef. 1,10) comienza por la Instauración de la Realeza de Cristo en nuestras almas, por medio de la santidad. Solo así construiremos la Patria Una, Grande y Libre que soñaron nuestros Padres, cimentada en la Fe de siempre.
“Si miramos en torno, no hay detalle que no nos confirme en la clara convicción de siempre: la Patria no tiene más que un camino, y ese es[5]el del mismo Cristo, que nos dijo “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 5).




Viva Cristo Rey y la Santísima Virgen de Lujan!!
Viva la Patria!!




[1] José Antonio Primo de Rivera, Discurso sobre la Revolución Española, en Obras Completas, Madrid, 1971, p.559.
[2] Juan Luis Gallardo, Crónica de cinco siglos: 1492 – 1992, Ed. Vórtice, Buenos Aires, 1995, p. 59.
[3] Julio Irazusta, Breve historia de la Argentina, Huemul, Buenos Aires, 1999, p.65.
[4] Don Juan Manuel de Rosas, Discurso del 25 de Mayo de 1836 a la Legislatura de Buenos Aires.
[5] José Antonio Primo de Rivera, De frente a un nuevo año, en Obras Completas, Madrid, 1971, p. 293.

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