martes, 3 de febrero de 2009

JUDÍOS

Tomado del Blog de CABILDO


Israel tiene un poder superior o por lo menos igual al de China. Un poder que, obviamente, no es militar, por muchas bombas atómicas que almacene. Un ejército lento tardaría cuarenta y ocho horas en ocupar su territorio y si no lo han logrado las potencias árabes que lo rodean es por una aguda diferencia tecnológica asegurada por la ayuda y asesoramiento permanente de Estados Unidos.

No: Israel no es una gran potencia en el sentido convencional, que se puede dar el lujo de hacer lo que quiere, como China, porque nadie se atreve a invadirla. El secreto de su fuerza hay que buscarlo en otra parte, en el pueblo judío más que en Israel, que —uno más de los fracasos del siglo XX— no ha logrado reunir en su territorio más que a una fracción de los judíos.

Y, claro, si hablamos de los judíos, el primer enfoque realista debe pasar por la interpretación religiosa. Allí, en ese pueblo, hay algo que excede todas las medidas utilizadas para las demás naciones. Allí hay un secreto poderoso, explosivo y único, que está en la raíz de esta anomalía del siglo XX. Es una comunidad influyente en todas las naciones occidentales; hay un poderoso lobby judío en los Estados Unidos.

Por sus fortunas y su presencia intelectual constituyen un factor de poder que no se puede ignorar. Sí, de acuerdo, pero todo eso no basta para explicar que puedan darse el lujo de estar cometiendo un genocidio en las barbas del mundo. Del mismo mundo que sigue buscando nazis sesenta años después de la desaparición del nazismo, del mismo mundo que tiene un tribunal en La Haya que ha condenado a Milosevic y que ha fallado en contra del Muro de Cisjordania. Sólo que Milosevic marchó preso y el muro sigue creciendo.

Aquí hay algo que excede la descripción histórico-sociológica del asunto. Hay un misterio que está vinculado al papel de Judá en la Historia. Después de convencerse de que esa es la única respuesta realista al interrogante que Israel plantea… después, decimos, se puede describir lo que pasa y quedarse uno atónito. No solo por la evidente, burda anomalía —toda una flotilla de camiones Ford en un cuadro del Renacimiento— sino porque nadie la ve.

Se han escrito miles de libros sobre el siglo XX. No se encontrará en ninguno de ellos ni una página, ni un solo párrafo, ni una sola línea sobre este tema. No sólo es un misterio el hecho en sí. Más misterio todavía es su transparencia.

Tampoco nos convencen las especulaciones sobre un dominio secreto y clandestino de los Sabios de Sión. Reconozcamos que quienes creen en ello bien pueden decir “Pero todo sucede como si…” Sin embargo, la situación es más compleja que lo que podría deducirse de un dominio con explicación “conspiracionista”.

Pero alguna explicación tiene que haber, porque por hacer muchísimo menos que lo que relata Vargas Llosa, el apartheid sudafricano fue acosado hasta que tuvo que ceder. Por hacer una infinitesimal fracción de todo ello los militares argentinos son y serán perseguidos sin cuartel.

El genocidio israelí provoca de vez en cuando descripciones como las que publica “La Nación”, pero jamás comentarios o declaraciones solicitando, rogando, pidiendo buenamente que Israel deje de torturar y asesinar al pueblo al que comenzó por arrebatarle el territorio sin otro argumento que la fuerza. Y el primero en ese silencio es Vargas Llosa, que relata los hechos como si con su relato hubiera ya cumplido con su deber. ¿No es hombre de pensamiento? ¿No es un “formador de opinión” que tiene acceso a los grandes diarios del mundo? ¿Hace algo —él, que puede— para modificar la situación que describe?

Estas líneas sobre el problema judío no pretenden, claro, agotarlo sino simplemente comenzar a llamar la atención sobre un tema que exije que volvamos a tratarlo. Y volveremos.


Aníbal D'Ángelo Rodríguez

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