jueves, 2 de abril de 2009

La unidad católica: clave de nuestra historia


Por Mons. Emilio Silva de Castro

Todas las fuerzas, ostensibles u ocultas, enemigas de nuestra España coinciden en el empeño de hacer realidad la aventurada afirmación de Azaña: "España ha dejado de ser católica". A esto aspiran francamente los que en la actualidad empuñan las riendas del poder estatal. Y triste es verificar que miembros del clero uniéronse a esos elementos hasta hacer cierta aquella afirmación: en lo oficial con una constitución atea y una legislación anticristiana -negación de la confesionalidad católica del Estado, divorcio vincular, ley del aborto, etc. Digo, en lo oficial, porque a pesar de la increencia en alarmante crecimiento, socialmente subsiste la unidad católica en España, de tal modo que el Santo Padre, refiriéndose a la España de nuestros días pudo afirmar con toda verdad que "la fe cristiana y católica constituyen la identidad del pueblo español". (Homilía en la misa del peregrino, en Santiago de Compostela).

Con mucha mayor razón es esto aplicable a la España del pasado. Vázquez de Mella en uno de sus maravillosos discursos decía, a este propósito: "No tengo más que trazar ante vosotros las líneas más grandes y más generales de nuestra historia para demostraros que la Religión católica es la inspiradora de España, la informadora de toda su vida, la que le ha dada el ser, y que sin ella no hay alma, ni carácter, ni espíritu nacional" (Obras completas, I, p. 78).

Los comienzos de la unidad

En el siglo Vl, con el Rey Recaredo, tiene inicio, con carácter oficial, la unidad católica de España. Pero no habían pasado dos siglos y los árabes mahometanos invaden toda la Península. En Covadonga, un puñado de cristianos valientes da comienzo a la "Cruzada que forjó una Patria" como reza el titulo de la hermosa obra de Rodríguez Lois (Méjico, Difusión, 2ª ed. 1986). La lucha prolóngase por 800 años, con grandes alternativas y vicisitudes pero, como prueban Menéndez Pidal y José Mª. Maravall, la idea motriz, el ideal permanente de la parte cristiana fue siempre, incontestablemente, la de la restauración de la Hispania cristiana visigoda que se había hundido en tiempos de Don Rodrigo.

A esta lucha secular de la Reconquista española pondrá término la Reina Isabel la Católica con la toma de Granada, para restaurar la patria española y cristiana. Al propio tiempo, la misma Reina Católica expulsa a los judíos no convertidos, logrando así una plena y perfecta unidad católica que se perpetuará hasta nuestros días.

La larga lucha por la fe

Es entonces cuando, terminada la Cruzada ocho veces secular de la reconquista y restaurada la unidad católica, la divina Providencia señala a nuestra Patria un nuevo y grandioso destino: descubrir, colonizar y evangelizar un Nuevo Mundo. España responde con denuedo y con fidelidad a ese designio. Y, como nuestra Patria "es ardiente en su fe, la fe de España es llevada a todos los confines del mundo por sus misioneros" (Azorin Una hora de España, p. 109). Ellos con inteligencia y sacrificio, con su piedad y sus esfuerzos crearán lo que después de tres siglos constituye el continente de 20 naciones de unidad católica.

Pero, al tiempo de la evangelización de América, surge en Europa la escisión de la Cristiandad por efecto de la herejía luterena, que rasga en dos porciones irreconciliables la túnica inconsútil de Cristo. España se conmueve y estremece toda, pero, sostenida y empujada por el aliento de su confesionalidad católica no vacila en empeñarse con todas sus energías en una tenaz y dilatada lucha para conservar y reunir de nuevo la cristiandad escindida, de Europa.

Del Oriente surge ahora un nuevo y muy amenazador peligro para la Cristiandad. El terrible amago del poderío otomano que se cierne sobre las naciones del Mediterráneo y sobre la misma Roma. El Sumo Pontífice, San Pío V, reclama angustiado a los Príncipes cristianos, en demanda de auxilio, pero la mayoría de ellos permanece impasible (incluso el del "Reino Cristianisimo"). Solamente España con el pequeño auxilio veneciano, resuelve hacer frente al Turco, y en Lepanto abate el poder de la Media Luna, libertando así a la cristiandad europea de la amenaza aterradora del Islam.

Entre tanto las luchas religiosas continúan y se extienden en Europa. España se desdobla y multiplica en los más variados frentes en defensa de la fe católica. Desde Alemania, los Países Bajos, los Estados italianos Inglaterra, mantiene la lucha religiosa y hasta Francia, de la que confiesa el historiador Luis Bertrand: "Tenemos que reconocer, aunque nos cueste que, si Francia se mantuvo católica, a Felipe II se lo debemos".

Es que Felipe II, además de la defensa del patrimonio que su padre Carlos V le legara, añadió a esto "ante todo, dice Heer, la defensa de la fe paterna, de la pureza y unidad de la fe católica. Tal vez no existió pueblo, ni monarca alguno que concibiese de modo tan elemental, original y primario el deber político de guardar la fe católica, durante una vida entera en lucha, como Felipe II, quien es, hasta hoy, el monarca español más querido de su pueblo" (Fr. Heer, Die Dritte Kampf, p. 295. El europeista Heer, aunque austríaco, muéstrase siempre adversario de los Austrias que reinaron en España).

Las luchas religiosas prosiguieron asolando los campos y ciudades de Europa hasta la paz de Westfalia en 1648; después de la cual España, exhausta que no vencida ni convencida, abandona la lucha por la unidad católica de Europa. Pero no por eso dejó de guardar esa unidad dentro de sus fronteras y en sus dominios de ultramar.

Con la Revolución Francesa y la invasión napoleónica la amenaza se hizo mucho más grave, pero el pueblo español emprendió la guerra de la Independencia que, como reconocen la generalidad de los historiadores, tuvo un carácter a todas luces religioso. El pueblo se levantó en armas no por alguna finalidad política sino en defensa de su religión y de su unidad católica amenazada.

Anticlericalismo y fe

En 1868 instálase en España el proceso revolucionario que desembocaría en la primera República traída por elementos, en su mayoría, anticlericales. Al año siguiente se promulga la Constitución, por cuyo art. 21 "la nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la Religión Católica" y se garantiza "a todos los extranjeros residentes en España el ejercicio público o privado de cualquier otro culto". Y añade luego, el articulo citado, un estrambote que, de no ser el asunto tan serio, provocaría la hilaridad. Es la redacción condicional del precepto constitucional: "si algunos españoles profesaren otra religión que la católica es aplicable a los mismos lo dispuesto en el párrafo anterior 'sobre los extranjeros"'. Se ve pues por esta forma condicional que, para los constituyentes de 1869 -varios de ellos rabiosamente anticlericales, pero sin por eso abandonar la religión católica- España se mantenía íntegramente en la unidad católica

Otro tanto podemos decir de los constituyentes de la segunda República, en 1931 y de la declaración de Azaña: atacaron a las órdenes religiosas y a la Iglesia pero todos ellos eran bautizados en ella y muy contados los que formalmente abjuraron de su fe católica.

Son muchos hoy los que en España y en otros países de unidad católica, viendo el avance avasallador del laicismo; la falta de apoyo -cuando no de oposición- de la declaración conciliar Dignitatis humanae; la adhesión al liberalismo católico por parte considerable del clero, etc. se dejan llevar del desaliento, hablan de la decadencia inevitable, del agotamiento y cansancio del viejo y batallador catolicismo hispano; no levantan los ojos para vislumbrar donde están las raíces del mal y recuperando la confianza tratar de erradicar las causas del mismo.

"El proyecto generador de España ha sido la identificación con el Cristianismo" (así lo afirma Julián Marías en su bello libro España inteligible, p. 120). Si, la clave de nuestra historia es la unidad católica mantenida a través de toda su historia.

El peligro actual

Hoy tenemos una Constitución laica y en este caso más peligrosa que en los anteriores, porque, la actual, fue inexplicablemente patrocinada por una mayoría del episcopado, bajo la dirección de los Cardenales Jubany y Tarancón. Y ya comienzan a darse en nuestra Patria padres de familia que dejan a sus hijos sin bautismo.

Balmes se estremecía al solo pensar en la posible pérdida de la unidad católica. "¡Ah! Oprímese el alma con angustiosa pesadumbre al solo pensamiento de que pudiera venir un día en que desapareciese de entre nosotros esa unidad religiosa que se identifica con nuestros hábitos, nuestros usos, nuestras costumbres, nuestras leyes, que guarda la cuna de nuestra monarquía en la cueva de Covadonga, etc." (Obras completas, BAC, IV, 120). Por la fe católica consumieron su vida millares de misioneros en las selvas del Nuevo Mundo; sus soldados libraron batallas en Europa y en el suelo patrio y dieron su vida 13 obispos, más de 6.000 miembros del clero y muchos millares de fervorosos seglares católicos, en la última Cruzada.

No podemos renunciar a tal historia y a tal herencia. Es necesario orar y luchar por la reminiscencia de nuestro estado católico. A ello nos anima también el Vicario de Cristo que en su visita a España nos regalo con el bello mensaje con que quiero dar fin a este articulo: "En ese contexto histórico-social es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacar de ahí fuerza renovada que os haga siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo".

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