domingo, 12 de octubre de 2008

El Magisterio Pontificio y la Virgen del Pilar.


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La Virgen del Pilar con San Gregorio Magno y San Pedro (Francisco Bayeu)

La devoción mariana y la fidelidad al sucesor de Pedro han caracterizado siempre al catolicismo español.

Por otra parte los Sumos Pontífices han desarrollado y alentado la mariología y la devoción mariana intrínsicas en la religiosidad española.

De forma especial lo ha hecho el Papa Juan Pablo II, felizmente reinante, que ha proyectado su mirada hacia el Pilar de Zaragoza en solemnes ocasiones con continudidad.

La primera de ellas fue desde Roma, cuando, con ocasión del VIII Congreso Mariológico y XV Mariano Internacionales, celebrados en la ciudad del Ebro, envió un mensaje radiotelevisado el 12 de octubre de 1979.

Naturalmente en esa ocasión el tono general del discurso se acomoda al tema de los Congresos, uno en relación con el culto a la Santísima Virgen (siglo XVI) y otro, el Mariano, en torno a María y a la misión de la Iglesia.

Ello no obstante, el Papa no puede menos de evocar la figura de la Virgen del Pilar como centro de la devoción mariana de España:
«Es para mí motivo de gran satisfacción asociarme, como en una única demostración de gratitud y afecto filial hacia la Madre de Dios, con todos cuantos os habéis reunido estos días en Zaragoza, en torno a la Virgen del Pilar.... un saludo especial y entrañable quiero dirigir hoy a todos los hijos de la noble nación española, cuya distinguida piedad mariana y cuyo fervor por cuanto significa honor para la Madre de Dios tienen pulsación propia, desde época inmemorial... En efecto, desde los primeros siglos del Cristianismo aparece en España el culto a la Virgen, como consta por algunos monumentos de la antigüedad de los que se conservan preciosos testimonios...
Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce corno "tierra de María". Los numerosos santuarios diseminados como hitos de luz por todas las regiones españolas, cuyo símbolo es en estos momentos la basílica del Pilar, son todavía testigos de la fe viva y de la devoción del pueblo español a la Virgen María, así como su expresión de vida cristiana que yo, como Supremo Pastor y Sucesor de San Pedro, quiero bendecir y alentar ... »

Su Santida Juan Pablo II orando ante la Virgen

Su Santidad Juan Pablo II orando ante la Santísima Virgen del Pilar

Una segunda oportunidad fue mucho más entrañable y significativa. El Santo Padre, con motivo de su visita pastoral a España, en otoño de 1982, vino personalmente a Zaragoza, para postrarse ante la Virgen del Pilar (6 de noviembre). La importancia que el Papa otorgaba a la devoción pilarista se subraya por tres rasgos singulares. En primer lugar, él mismo destaca que viene como primer Papa peregrino al Pilar, reservando para ese día su mensaje mariano nacional, del que más adelante recogeremos algunos párrafos; en segundo lugar, aprovecha la circunstancia de coincidir su peregrinación al Pilar en sábado para rezar, arrodillado en la plaza de la basílica, el Santo Rosario; finalmente, después de postrarse y orar devotamente ante la imagen misma, que se venera en la Santa Capilla, como gesto de su profunda esclavitud mariana, depositó a los pies de la Señora su blanco solideo y entregó como ofrenda y recuerdo un bellísimo rosario. En página miniada del libro de oro de la basílica dejó estampada su firma.
He aquí las frases del mensaje mariano que hacen relación más expresa al Pilar:
«Los caminos marianos me traen esta tarde a Zaragoza. En su viaje apostólico por tierras españolas, el Papa se hace hoy peregrino a las riberas del Ebro. A la ciudad mariana de España. Al santuario de Nuestra Señora del Pilar.
Veo así cumplirse un anhelo, que ya antes deseaba poder realizar, de postrarme como hijo devoto de María ante el Pilar sagrado, para rendir a esta buena Madre mi homenaje de filial devoción y para rendírselo unido al Pastor de esta diócesis, a los otros Obispos y a vosotros, queridos aragoneses, riojanos, sorianos y españoles todos, en este acto mariano nacional.
Peregrino hasta este santuario, como en mis precedentes viajes apostólicos ...
De estos santuarios y de todos los otros no menos venerables, donde os unís con frecuencia en el amor a la única Madre de Jesús y nuestra, es hoy un símbolo que nos congrega en Aquélla a quien, desde cualquier rincón de España, todos llamáis con el mismo nombre: Madre y Señora nuestra.
Siguiendo a tantos millones de fieles que me han precedido, vengo como primer Papa peregrino al Pilar, como signo de la Iglesia peregrina de todo el mundo, a ponerme bajo la protección de nuestra Madre, a alentaras en vuestro arraigado amor mariano, a dar gracias a Dios por la presencia singular de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia en tierras españolas, y a depositar en sus manos y en su corazón el presente y futuro de vuestra nación y de la Iglesia en España.
El Pilar y su tradición evocan para vosotros los primeros pasos de la evangelización de España.
Aquel templo de Nuestra Señora que, al momento de la reconquista de Zaragoza, es indicado por su Obispo como muy estimado por su antigua fama de santidad y dignidad; que ya varios siglos antes recibe muestras de veneración, halla continuidad en la actual basílica mariana. Por ella siguen pasando muchedumbres de hijos de la Virgen, que llegan a orar ante su imagen y a venerar el Pilar bendito.
Esa herencia de fe mariana de tantas generaciones ha de convertirse no sólo en recuerdo de un pasado, sino en punto de partida hacia Dios. Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, que expresa ante María sus seculares gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana.
Porque en esa continuidad religiosa, la virtud engendra nueva virtud. La gracia atrae gracia. Y la presencia secular de Santa María va arraigándose a través de los siglos, inspirando y alentando a las generaciones sucesivas. Así se consolida el difícil ascenso de un pueblo hacia lo alto...
El Pilar de Zaragoza ha sido siempre considerado como el símbolo de la firmeza de fe de los españoles ... »
El discurso lo termina con una fervorosísima plegaria en que confía a la Santísima Virgen del Pilar todas sus preocupaciones apostólicas respecto de España y que desde esa fecha es la oración oficial que todas las tardes se reza ante la venerada imagen.


Su Santidad Juan Pablo II orando ante la Santísima Virgen del Pilar


La disposición de Juan Pablo II es reflejo de la posición de todos los papas . Pero como sería tan extenso vamos a centrarnos en los del último siglo.


En el siglo XX han ocupado la Cátedra de Pedro los pontífices siguientes: San Pío X (1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939), Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Paulo VI (19631978), Juan Pablo I (1978) y Juan Pablo II (1978 ... ).

Limitándonos a estudiar los documentos de estos pontífices que hacen explícita referencia a Nuestra Señora del Pilar.


San Pío X, el 28 de septiembre de 1904, ampliaba todas las gracias del año jubilar de la Inmaculada (cincuentenario de su definición) a cualquier fiel que, al año siguiente (año 1905), en que tendría lugar la coronación canónica de la Virgen del Pilar, acudiera en peregrinación a su basílica. Esta concesión pontificia fue tan extraordinaria que el propio Santo Padre pudo decir: «No he podido conceder más.»
El 28 de abril de 1905 bendecía con toda solemnidad la rica y artística corona que los católicos españoles habían ofrendado a la Virgen del Pilar. Antes de bendecir esa corona, el Papa celebró el santo sacrificio de la misa, en el que tuvo dos gestos particularmente destacabas: de una parte, en tan señalada ocasión elogió a nuestra nación diciendo: «España es verdaderamente grande en su fe y en su devoción a María; con esta corona ha dejado pequeño a todo el mundo católico.» De otra parte, regaló al cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza, el cáliz de oro con que había celebrado el augusto sacrificio. En 1907 concedió indulgencias a los fieles que participaran en la peregrinación al Pilar.
A petición de los prelados de la provincia eclesiástica de Zaragoza, el 22 de agosto de 1908 concedió que en sus diócesis se pudiera celebrar misa propia de la Virgen del Pilar, mientras que en el mes de noviembre de ese mismo año bendecía diecinueve banderas que las repúblicas de América donaban como testimonio de amor agradecido a la madre España para que fuesen colocadas ante la Virgen del Pilar en su santuario de Zaragoza. Con tal ocasión, y en respuesta a las palabras de monseñor Jara, San Pío X pronunció un discurso en que elogió tanto a España como a Hispanoamérica por su ferviente amor a la Virgen del Pilar.
La reforma litúrgico establecida por San Pío X suprimía ciertas fiestas de precepto y con ello quedaba suprimida la fiesta del Pilar en Aragón. Como ésta se venía celebrando como de precepto en esa región desde el siglo XVII, a petición nuevamente de los obispos de la provincia eclesiástica de Zaragoza, el 12 de septiembre de 1911 la restablecía haciendo de esta concesión pilarista un privilegio singular.

Su Santidad San Pío X



Benedicto XV, mediante rescripto de la Sagrada Congregación de Sacramentos de fecha 15 de noviembre de 1915, concedía el privilegio de celebrar en la Santa Capilla la santa misa a las doce de la noche del 1 al 2 de enero, en conmemoración de la venida de la Virgen en carne mortal.

Pío XI concedió un privilegio singular. Las normas litúrgicas entonces vigentes no permitían que hubiera dos capillas de comunión dentro de un mismo templo. El Papa, sin embargo, otorgó la gracia especialísima de conservar el Santísimo de modo permanente en dos capillas, aparte del altar mayor. Estas capillas eran las de San José y la de la parroquia. Por otra parte, el 19 de noviembre de 1925, al responder al discurso de su majestad don Alfonso XIII, se refirió a «los privilegiados y envidiados favores y sonrisas que os ha concedido siempre y os concede aún la Reina del Cielo en Zaragoza y en Montserrat, y de la venerada tradición que os une tan estrechamente en relaciones gloriosas con el Apóstol Santiago».
El 1 de agosto de 1931, Su Santidad Pío XI, en carta dirigida al doctor Rigoberto Doménech y Valls, arzobispo de Zaragoza, otorgaba la bendición apostólica a cuantos con sus oraciones, con su cooperación o con sus limosnas, contribuyeran a la restauración de la basílica del Pilar.
Un último rasgo pilarista de este insigne pontífice fue el declarar patrona de la ciudad de Alajuela, en Costa Rica, a Nuestra Señora del Pilar, mediante la epístola apostólica Alajuenlensium Episcopus, de fecha 29 de noviembre de 1933. Ya en el año 1926, por la epístola apostólica Beatae Virginis, de 12 de marzo de 1926, agraviaba la iglesia de Nuestra Señora del Pilar de Buenos Aires con el título de basílica menor.

Pío XII, el 15 de abril de 1939, tuvo un gesto de especial veneración hacia la Virgen del Pilar. En esa fecha visitaron al Papa las delegaciones de la Unión Internacional de Organizaciones Femeninas Católicas, llevando la representante de cada nación la imagen del santo o virgen más representativo de los respectivos países. Al pasar ante el trono pontificio la representación española, Su Santidad Pío XII tornó en sus manos la imagen de Nuestra Señora del Pilar, portada por doña María de Madariaga, la colocó sobre el trono pontificio, la besó con toda unción, haciendo lo mismo con la bandera de España que envolvía la imagen.
Con fecha 24 de mayo de 1939, el pontífice escribió la carta Certiores abste al arzobispo, entonces monseñor Rigoberto Doménech y Valls, concediendo indulgencias a todos los que con ocasión del XIX centenario de la venida de la Virgen Santísima en carne mortal a Zaragoza, visitaron el templo del Pilar durante el año 1940, habiendo confesado y comulgado.
El Secretario de Estado escribía el 26 de agosto de 1940 una carta al señor arzobispo de Zaragoza con ocasión del Congreso Mariano Nacional que habría de celebrarse en esta ciudad en conmemoración del centenario de la venida de la Virgen del Pilar. El propio pontífice, con ocasión de las fiestas conmemorativas del descubrimiento de América, envió un mensaje el 12 de octubre de 1946, dirigido a España y a la Hispanidad, en que pone de manifiesto la providencial coincidencia de que el descubrimiento de América tuviera lugar el día en que España celebra la fiesta de Nuestra Señora del Pilar. Por otra parte, y mediante la carta apostólica Decus ornamentumque, de 24 de junio de 1948, el Santo Padre declaraba basílica menor el templo nacional de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Unos años más tarde, en 1951, por carta también apostólicaest quod, de 26 de enero, «Nossa Senhora do Pilar» fue constituida patrona celestial de la ciudad y del municipio de Sao Joáo del Rey, en Brasil.

El Papa Pío XII y la imagen de la Virgen del Pilar


En 1953, el Papa Pío XII, que por todo lo que venirnos diciendo fue llamado con razón «el Papa de la Hispanidad», tomó la alta decisión de enviar la bandera pontificio para que escoltara continuamente a Nuestra Señora del Pilar en su basílica de Zaragoza, en cuyo camarín ocupa un puesto de honor.
Con motivo del Congreso Mariano Nacional celebrado el año 1954 en Zaragoza, el entonces Jefe del Estado, Generalísimo Franco, hizo el 12 de octubre la consagración de España al Inmaculado Corazón de María, precisamente ante la imagen de la Virgen del Pilar. En esta solemnísima ocasión se escuchó como respuesta el célebre radiomensaje de Su Santidad en el que, entre otras cosas inolvidables, pronunció estas emocionantes palabras referidas a nuestro tema:
«iY tú, oh Zaragoza, no serás ya insigne por tu privilegiada posición.... lo serás por tu tradición cristiana.... lo serás, sobre todo, por esa Columna..., resultando así cimiento inquebrantable, inexpugnable valladar e insuperable ornamento, no sólo de una nación grande, sino también de una dilatada y gloriosa estirpe! "Yo he elegido y santificado esta casa -parece decir Ella desde su Pilar para que en ella sea invocado mi nombre y para morar en ella por siempre"; y toda la Hispanidad, representada ante la Capilla Angélica por sus airosas banderas, parece que le responde: "y nosotros te prometemos quedar de guardia aquí, para velar por tu honra, para serte siempre fieles y para incondicionalmente servirte"...»
En este histórico mensaje Su Santidad aprovechó la ocasión para pedir a España que supiera corresponder con obras al amor de privilegio que la Virgen muestra a España en su Pilar:
« ... hijos amadísimos de toda España; prometedle vivir una vida de piedad cada día más intensa, más profunda y más sincera; prometedle velar por la pureza de las costumbres, que fueron siempre honor de vuestra gente; prometedle no abrir jamás vuestras puertas a ideas y a principios que, por triste experiencia, bien sabéis dónde conducen; prometedle no permitir que se resquebraje la solidez de vuestro alcázar familiar, puntal fundamental de toda sociedad; prometedle reprimir el deseo de goces inmoderados, la codicia de los bienes de este mundo, ponzoña capaz de destruir el organismo más robusto y mejor constituído; prometedle amar a vuestros hermanos, a todos vuestros hermanos, pero principalmente al humilde y al menesteroso, tantas veces ofendido por la ostentación del lujo y del placer. Y Ella entonces seguirá siempre siendo vuestra especial protectoras
En octubre de 1958 fallecía Pío XII. Sin embargo, en ese mismo año el Papa había dado una proyección más universal a la devoción secular de Nuestra Señora del Pilar. Con motivo de la beatificación de la Madre Teresa Jornet, celebrada en el mes de abril, en el discurso pronunciado en tal ocasión llamó a la Virgen del Pilar «Reina de la Hispanidad». Se trataba de una especie de sanción solemne y reconocimiento oficial de este título glorioso. Precisamente el mes anterior a este discurso, Su Santidad había concedido que la misa propia de la Virgen del Pilar, que hasta entonces sólo podía celebrarse dentro de los límites de la provincia eclesiástica de Zaragoza, se extendiera a todos los países del mundo hispánico, esto es, a toda España, a Hispanoamérica y a Filipinas.

Su Santidad Juan XXIII

Juan XXIII, siendo todavía sólo Cardenal, visitó la basílica del Pilar de Zaragoza y firmó en el libro de oro. Esta visita dejó honda huella en su espíritu, al comprobar la multitud de fieles que invocan fervorosamente a la Virgen del Pilar en su Santa Capilla. En su breve pontificado no tuvo ocasión de publicar ningún documento que afectara a Nuestra Señora del Pilar. Pero la fuerte impresión que dejara en su alma la visita ya mencionada, la expresó vivamente en la audiencia que concedió el 19 de noviembre de 1958 al arzobispo de Zaragoza, a la sazón don Casimiro Morcillo González, acompañado de varios sacerdotes de la diócesis. En aquella ocasión, Su Santidad recordó una anécdota entrañable que le aconteció en la basílica pilarista. El cardenal Roncalli, al subir al Camarín de la Virgen, vio que le era imposible, por su robustez personal, llegar a besar la imagen misma de la Virgen y tuvo que limitarse a besar su manto, mientras decía: «Madonna, non posso.»






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