jueves, 9 de octubre de 2008

Santa Misa en el 50º aniversario de la muerte de Pio XII
"Abandonarse en las manos misericordiosas de Dios: fue esta la actitud que cultivò constantemente este mi venerado Predecesor, último de los Papas nacidos en Roma y perteneciente a una familia ligada durante muchos años a laSanta Sede".

"En Alemania, donde desarrolló el cargo de Nuncio Apostólico, primero en Mónaco de Baviera y después en Berlín hasta el 1929, dejó detrás de sí una grata memoria , sobre todo por haber colaborado con Benedicto XV en el intento de detener "la inútil matanza" de la Gran Guerra, y por haberse ocupado desde su lugar del peligro constituído por la mosntruosa ideología nacionalsocialista con su perniciosa raíz antisemita y anticatólica".
Creado Cardenal en diciembre de 1929, y siendo poco después Secretario de Estado, durante nueve años fue fiel colaborador de Pío XI, en una época caracterizada por los totalitarismos: el fascismo, el nazismo y el comunista soviético, condenados respectivamente en las Encíclicas Non abbiamo bisogno, Mit Brennender Sorge y Divini Redemptoris".

"La Palabra de Dios se hace luz en su camino, un camino en el cual el Papa Pacelli tuvo que consolar a los desplazados y perseguidos, tuvo que enjugar las lágrimas de dolor y el llanto de las innumerables víctimas de la guerra. Solamente Cristo es la verdadera esperanza del hombre; sólo confiando en Él el corazón humano puede abrirse al amor que vence al odio. Esta conciencia acompañó a Pío XII en su ministerio de Sucesor de Pedro, ministerio iniciado cuando se espesaban sobre Europa y sobre el resto del mundo las nubes amenzadoras de un nuevo conflicto mundial, que él trató de evitar de todos los modos: "Imminente es el peligro, pero todavía hay tiempo. Nada se pierde con la paz. Todo puede serlo con la guerra", había gritado en su radiomensaje del 24 agosto de 1939 (AAS, XXXI, 1939, p. 334)".

"La guerra puso en evidencia el amor que sentía por su "querida Roma", amor testimoniado en la intensa obra de caridad que promovió en defensa de los perseguidos, sin distinción alguna de religión, de etnia, de nacionalidad, de pertenencia política. Cuando, ocupada la ciudad, él fué respetuosamente aconsejado de abandonar el Vaticano para ponerse a salvo, idéntica y decidida fué siempre su respuesta: "No dejaré Roma ni mi puesto, aunque debiese morir" (cfr Summarium, p.186). Los familiares y otros testimonios refirieron de las privaciones de alimento , calefacción, ropa, comodidad, a los cuales se sometió voluntariamente para compartir las condiciones de la gente duramente provada por los bombardeos y las consecuencias de la guerra (cfr A. Tornielli, Pio XII, Un uomo sul trono di Pietro). ¿Y cómo olvidar el radiomensaje natalicio de diciembre de 1942? Con voz rota por la commoción deplorò la situación de los "centenares de miles de personas, las cuales, sin ninguna culpa propia, sólo por razones de nacionalidad o de estirpe, son destinados a la muerte o a un progresivo deterioro" (AAS, XXXV, 1943, p. 23), con una clara referencia a las deportaciones y al exterminio perpetrado contra los hebreos. A menudo actuando en modo secreto y silencioso porque, a la luz de la situaciones concretas de aquél complejo momento histórico, el intuía que sólo de este modo se podía evitar lo peor y salvar el más grande número posible de hebreos. Por estas intervenciones suyas, numerosas y unánimes muestras de gratitud le fueron manifestadas al fin de la guerra, como en el momento de la muerte, por las más altas autoridades del mundo hebreo, como por ejemplo , de la Ministra de Exteriores de Israel Golda Meir, que así escribió: "Cuando el martirio más espantoso ha golpeado nuestro pueblo, durante los diez años de terror nazi, la voz del Pontífice fue elevada a favor de la víctimas", concluyendo con conmoción: "Nosotros lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz".

"Tantísimos fueron sus discursos, las alocuciones y mensajes que dirigió a los científicos, médicos, esponentes de las categorías profesionales más diversas, algunos de los cuales conservan todavía hoy una extraordinaria actualidad y continúan siendo punto de referencia seguro. Pablo VI, que fue su fiel colaborador durante muchos años, lo describe como un erudito, un atento estudioso, abierto a las modernas vias de la búsqueda y de la cultura, siempre con firme y coherente fidelidad tanto a los principios de la racionalidad humana, como al intangible depósito de la verdad de la fe".




"Queridos hermanos y hermanas mientras rezamos para que prosiga felizmente la causa de beatificación del Siervo de Dios Pío XII, es bello recordar, que la santidad fué su ideal , un ideal que no dejó de proponer a todos. Por ello dió impulso a las causas de beatificación y canonización de personas pertenecientes a pueblos diversos, representantes de todos los estados de vida, funciones y profesiones, reservando amplio espacio a las mujeres. Mismo María, la Mujer de la salvación, él la mostró a la humanidad como signo de segura esperanza proclamando el dogma de la Asunción durante el Año Santo de 1950. En este nuestro mundo que, como entonces, está agobiado de preocupaciones y angustiado por su futuro; en este mundo, donde, más que entonces, el alejamiento de muchos de la verdad y de la virtud sugiere escenarios privados de esperanza, Pio XII nos invita a volver la mirada hacia Maria asumpta en la gloria celeste. Nos invita a invocarla confiados, para que nos haga apreciar siempre más el valor de la vida en la tierra y nos ayude a volver la mirada hacia la verdadera meta a la que todos estamos destinados: aquella vida eterna que, como asegura Jesús, posee ya quien escucha y sigue su palabra. Amen!"

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