martes, 23 de diciembre de 2008

Carlomagno, el mas sublime Emperador, y la Navidad del año 800.


Carlomagno y Jerusalén

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Un monje, que venía de Jerusalén, le llevó, de parte del patriarca, su bendición y reliquias reunidas sobre el lugar de la Resurrección de Nuestro Señor. El rey, residiendo en Aquisgrán, celebró la fiesta de Navidad. Despidió al monje, que deseaba volver, y le hizo acompañar por un tal Zacarías, presbítero del palacio, al que encargó llevar sus ofrendas a los Santos Lugares.

Ese mismo día (23 de Diciembre), Zacarías, al que había enviado a Jerusalén, llegó a Roma, acompañado de dos monjes, uno del Monte de los Olivos, el otro de San Sabas, que el patriarca hizo ir con él. Estos presentaron al rey la bendición del patriarca, las llaves del Santo Sepulcro y del Calvario, así como el estandarte sagrado. El rey los retuvo durante algunos días, habiéndolos recibido con bondad, y, cuando le expresaron su deseo de volver, los despidió con regalos.

CARLOMAGNO EN ROMA ANTES DE LA CORONACIÓN

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En la víspera del día en que debía llegar (Carlomagno) a Roma, el Papa León acompañado de los romanos le salió al encuentro en Nomentum, que está a doce millas de la ciudad, y lo recibió con mucho respeto y consideraciones. Comió con él en este sitio y en seguida partió para precederlo en su llegada a Roma. Al día siguiente le esperó en las gradas de la basílica de San Pedro Apóstol, mientras los estandartes de la ciudad de Roma eran enviados al encuentro de Carlomagno, mientras grupos de peregrinos, así como habitantes, se colocaban en sitios convenientemente escogidos para aclamar a aquel que llegaba. Fue el Papa en persona, acompañado del clero y sus obispos, quien recibió al rey al descender del caballo y en el momento en que éste subía las gradas. Después de haber pronunciado una arenga, lo condujo a la basílica de San Pedro Apóstol, en medio de los cánticos de toda la asistencia. Esto ocurría el 8 de las calendas de Diciembre (24 de Noviembre).

Siete días más tarde el rey convocó una asamblea donde dio a conocer por qué había venido a Roma; en seguida se ocupó todos los días de los asuntos para los cuales había venido. Lo más importante y lo más difícil -y fue aquello por donde se comenzó- era una investigación sobre las acusaciones presentadas contra el Papa. (León III había sido acusado de perjurio y adulterio). No habiendo nadie querido rendir pruebas de estas acusaciones, el Papa escaló el ambón llevando el Evangelio ante todo el pueblo reunido en la basílica de San Pedro Apóstol y después de haber invocado la Santa Trinidad, se excusó por juramento de las acusaciones hechas en su contra.

CORONACIÓN DE CARLOMAGNO

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El santo día de Navidad, sin saberlo nuestro señor Carlos, cuando se levantaba de la oración que acababa de hacer, antes de la misa, delante de la confesión de San Pedro, el Papa le impuso una corona sobre la cabeza, y fue aclamado por todo el pueblo romano: "A Carlos, Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico emperador, vida y victoria".

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Después de estos acontecimientos, el día de la festividad del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, se reunieron todos de nuevo en la susodicha basílica de San Pedro apóstol. Entonces el venerable y benévolo prelado le coronó con sus propias manos con una magnífica corona. Entonces todos los fieles, viendo la protección tan grande y el amor que tenía a la Santa Iglesia Romana y a su vicario, unánimemente gritaron en alta voz, con el beneplácito de Dios y del bienaventurado San Pedro, portero del Reino Celestial: ¡A Carlomagno, piadoso augusto, por Dios coronado, grande y pacífico emperador, vida y victoria! Ante la sagrada confesión del bienaventurado San Pedro apóstol, invocando la protección de todos los santos, por tres veces fue pronunciado este grito, y fue proclamado por todos emperador de los romanos. Inmediatamente después el santísimo prelado y pontífice ungió con los santos óleos al rey Carlos, su excelentísimo hijo, en el día ya señalado de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

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El santo día de la Natividad de Nuestro Señor, el rey vino a la basílica del bienaventurado Pedro, apóstol, para asistir a la celebración de la misa. En el momento en que, ubicado delante del altar, se inclinó para orar, el Papa León le puso una corona sobre la cabeza, y todo el pueblo romano exclamó: "A Carlos Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico emperador de los romanos, vida y victoria". Y desde entonces, Carlos, dejando el nombre de Patricio, lleva el de Emperador y Augusto.

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Y como entonces el título imperial estaba vacante en el país de los griegos y una mujer ejercía los poderes imperiales, le pareció al mismo Papa León y a todos los santos padres que estaban presentes en el Concilio como también a todo el pueblo cristiano, que convenía dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que tenía en su poder la ciudad de Roma donde los emperadores habían siempre tenido la costumbre de residir, como también Italia, Galia y Germania. Habiendo el Dios Todopoderoso consentido en poner a todos bajo su autoridad, les pareció justo que con la ayuda de Dios y conforme al ruego de todo el pueblo cristiano, llevase él también el nombre de emperador. A esta petición el rey Carlos no quiso oponerse, sino que se sometió humildemente a Dios al mismo tiempo que los votos de los padres y del pueblo cristiano, recibió el día de Navidad el nombre de emperador con la consagración del Papa León. Al aproximarse el verano, se dirigió hacia Ravenna, restaurando por todas partes el derecho y la paz; de allá, regresó a Francia, a su residencia.

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El último viaje que Carlos hizo a Roma tuvo, pues, otras causas. Los romanos habían colmado de violencias al pontífice León -saltándole los ojos y cortándole la lengua- y le habían constreñido a implorar la ayuda del rey. Viniendo pues a Roma para restablecer la situación de la Iglesia, fuertemente comprometido por estos incidentes, pasó allí el invierno. Fue entonces que recibió el título de emperador y de augusto. Se mostró al principio tan descontento que habría renunciado, afirmaba, a entrar en la Iglesia ese día, bien que era día de gran fiesta, si hubiera sabido de antemano el plan del pontífice. No soportaba sino con una gran paciencia la envidia de los emperadores romanos, que se indignaron por el título que había tomado, y gracias a su magnanimidad que tanto lo elevaba por sobre ellos, llegó, enviándoles numerosas embajadas y dándoles el título de "hermanos" en sus cartas, a vencer finalmente su resistencia.

Ese mismo año (799), unos romanos emparentados al bienaventurado Papa Adriano, se amotinaron contra el Papa León y habiéndose apoderado de él, le vaciaron los ojos. No pudieron, sin embargo, cegarlo completamente ya que, llenos de piedad por él, le perdonaron. León huyó entonces donde Carlos, rey de los francos, que castigó duramente a los enemigos del Papa y restableció a este último en su sede: en ese momento Roma cayó bajo el poder de los francos, y así seguirá estándolo. En recompensa, León coronó a Carlos emperador de los Romanos en la Iglesia del Santo Apóstol, lo ungió con óleo desde la cabeza a los pies, lo vistió además con los vestidos imperiales y le impuso la diadema, el 25 de Diciembre, indiction IX (800).

LAUDES GALO-FRANCOS

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"Cristo es vencedor, Cristo es rey, Cristo es emperador. ¡Cristo, acógenos!

A León, pontífice supremo y Papa universal, ¡vida! ¡Salvador del mundo, ayúdalo! San Pedro, San Pablo, San Andrés, San Clemente, San Sixto.

A Carlos, el muy excelente, coronado por Dios, grande y pacífico rey de los francos y de los lombardos, Patricio de los Romanos: ¡Vida y victoria! ¡Redentor del mundo, ayúdalo! Santa María, San Gabriel, San Miguel, San Rafael, San Juan, San Esteban.

A la muy noble descendencia real: ¡Vida! Santa Virgen de las Vírgenes, ayúdala. San Silvestre, San Lorenzo, San Pancracio, San Názaro, Santa Anastasia, Santa Genoveva, Santa Columba.

A todas las autoridades y a todo el ejército de los francos: ¡Vida y victoria! San Hilario, ayúdalos. San Martín, San Mauricio, San Dionisio, San Crispín, San Crispiniano, San Jerónimo.

Cristo es vencedor, Cristo es rey, Cristo es Emperador. Nuestra liberación y redención: Cristo es vencedor. Rey de los Reyes, nuestro Rey, nuestra esperanza, nuestra gloria, nuestra misericordia, nuestro socorro, nuestra valentía, nuestra liberación y redención, nuestra victoria, nuestras armas muy invencibles, nuestro muro inexpugnable, nuestra defensa y nuestra exaltación, nuestra luz, nuestra vía y nuestra vida.

A él sólo, imperio, gloria y poder a través de los siglos inmortales. A él sólo virtud, fuerza y victoria en todos los siglos. A él sólo honor, alabanza y júbilo a través de los siglos sin fin.

Cristo escúchanos. (Tres veces) Señor ten piedad. (Tres veces) (A la intención del rey) ¡Sea feliz! (Tres veces) ¡Puedas tú conocer tiempos prósperos! (Tres veces) ¡Largos años!

¡Amén!"

Formulario de los años 796-800, E.D. Kantorowicz, Laudes Regiae

http://www.geocities.com/CollegePark/Square/3602/carlos.html

Carlomagno y Constantino juntos ¿Milagro?

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Concretamente en el siglo XV se cegó una vidriera de la capilla de la Consolación o de San Antonio y se realizó la vidriera de San Clemente y San Antonio. Sin embargo, esta capilla estuvo dedicada a Saint-Charles, San Carlomagno, que recibió culto en diferentes iglesias españolas. En la vidriera de La Cacería la figura de rey a caballo, situada en la parte superior de la segunda lanceta comenzando por la derecha, que Gómez Moreno supuso que era Alfonso X, es, en realidad, Carlomagno, representado a caballo con el globo y la corona de espinas. En la "Historia del viaje de Carlomagno a Constantinopla" se describe cómo el emperador Constantino se apareció en un sueño a Carlomagno, que había llegado a las puertas de Constantinopla, y le hace entrega de la corona de espinas de Cristo.

¿San Carlomagno?

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San Carlomagno, emperador, 814, Aix-la-Chapelle. La biografía de Carlomagno (nació en 742; fue rey de los francos desde 786 y primer emperador del Sacro Imperio Romano en 800; murió en 814), forma parte de la historia general.

Es digno de notarse que Santa Juana de Arco asociaba a "San Carlomagno" en su devoción a San Luis de Francia, y que en 1475, la fiesta de Carlomagno empezó a ser de obligación en toda Francia.

Próspero Lambartini, que fue más tarde Benedicto XIV, discute el punto con cierta extensión en su obra sobre la beatificación y canonización, y concluye diciendo que puede atribuirse con justicia el título de bienaventurado a tan gran defensor de la Iglesia y del Papado.

Sin embargo, en la actualidad sólo celebran la fiesta de Carlomagno la diócesis de Aquisgrán y dos abadías suizas.

CARLOMAGNO: SU OBRA

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1. A los obispados se les devolvieron los bienes eclesiásticos que les había arrebatado el Estado bajo los predecesores de Carlomagno o se les ofreció una compensación. Además, Carlomagno se cuidó de que la Iglesia tuviera otros ingresos; para las necesidades de culto, por ejemplo, se instituyeron los diezmos.

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2. Desde la Antigüedad cristiana hubo donaciones a iglesias y monasterios en distintas formas. Pero en el Medievo germánico, preferentemente agrario, ejercieron tal influencia en la vida eclesiástica y en su desarrollo, que podemos calificarlas no sólo de económicamente importantes, sino de religiosamente decisivas para el Medievo cristiano.

a) El que Carlomagno y, después de él, los reyes alemanes y emperadores romanos fueran llamados tutores o protectores de la Iglesia significó, también bajo este aspecto, algo más que un mero título honorífico: ¡este título fue expresión de un dominio real sobre las iglesias, abadías, etc., fundadas por el soberano que lo llevaba o por sus predecesores, y no menos sobre el Estado de la Iglesia e incluso sobre el propio papado (hasta Gregorio VII)!

Dentro de este marco organizativo debía florecer, tal era la voluntad de Carlomagno, una exuberante vida religiosa, eclesial e intelectual. Nadie hubo más insatisfecho que él con la letra de los acuerdos. Personalmente se preocupó de llevarlos a la práctica, y todo ello dentro de un plan determinado, del que también formaba parte imprescindible el control mediante visitadores. La mejor ilustración de esta actividad nos la ofrece la institución de los missi, que Carlos erigió en institución permanente. De ordinario, estos «mensajeros» reales aparecían de dos en dos: un conde y un obispo o abad (expresión del poder secular y espiritual del emperador). Su competencia no se limitaba a una vigilancia: administraban la justicia y restablecían el orden dondequiera que estuviera perturbado. Se interesaban de igual manera por la vida privada de los obispos y sacerdotes que por la administración regular de la justicia o la exactitud de los pesos y medidas. Examinaban a los seglares de su conocimiento del Credo y del Padrenuestro e investigaban su moral tributaria.

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b) Carlos se cuidó de que los estímulos dados fuesen duraderos y se transmitiesen a la posteridad; por eso creó también escuelas. En todas las catedrales e iglesias conventuales tuvo que erigirse una. La mayoría de ellas debían enseñar únicamente cosas elementales. Pero otras tuvieron metas más elevadas; constituyeron una especie de academia o seminario para las nuevas generaciones de clérigos y laicos. Las más importantes fueron las escuelas palatinas de Aquisgrán, Fulda San Galo, Corbeya y Tours.

c) Carlos tenía un personal interés por la cultura. Como es natural, sus colaboradores tuvo que buscarlos primeramente fuera del país. Los dos más importantes se los trajo de Italia: Paulo el diácono, el historiador de los longobardos, y Alcuino († 804), su «ministro de instrucción», a quien encontró en Parma. Este anglosajón trajo a la corte carolingia toda la cultura de la época, que había alcanzado gran altura precisamente en la Iglesia inglesa. Aunque Alcuino no fue un espíritu creativo, se cuidó esforzadamente de conservar para los siglos posteriores, tanto en el campo de la dogmática, de la exégesis y de la liturgia como de otras ciencias, una gran cantidad de conocimientos (brindando así grandes posibilidades de continuidad). Sus dos alumnos más aventajados fueron Eginardo y Rabano Mauro († 856). Alcuino murió en Tours, uno de los más importantes centros de su actividad.

d) Carlomagno también hizo que los monasterios se incorporasen a este proceso de renacimiento espiritual. Incluso es preciso decir que según él los monasterios debían ser no tanto planteles de vida religiosa como focos de cultura económica, científica y artística. Ante todo reactivó fuertemente el trabajo de transcripción de manuscritos, una tarea modesta, sí, pero de inconmensurable alcance y de inapreciable influencia durante toda la Edad Media. Sin Carlomagno muchos documentos de la literatura clásica se hubieran perdido irremisiblemente para la humanidad. Sin aquel trabajo de transcripción apenas hubiera podido desarrollarse entonces y en los siglos posteriores el contacto vivo y la fecundación espiritual recíproca de los distintos monasterios y las diversas sedes episcopales, de la vida teológica al uno y al otro lado de los Alpes.

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Trono Carlomagno

3. La evolución discurrió orgánicamente, pues recogió y aprovechó lo más valioso de los tiempos precedentes gracias a la intuición y la fuerza de voluntad de la figura genial de Carlomagno. Lo que Dehio nos dice de las sugerencias de Carlomagno en el campo del arte tiene valor general: «Carlomagno, obligando a su pueblo franco a la recepción de lo antiguo, no sólo sacó de su punto muerto todo el arte teutónico, sino todo el arte occidental. Su nombre es el primer nombre individual que hay que consignar en la historia del arte alemán, y a juzgar por los efectos que de él dimanaron, el mayor. Ningún artista ha alcanzado la altura de este no-artista en ese sentido».

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Naturalmente, como no podía por menos de ser en esta primera época, el resultado no superó los límites del grado elemental. En efecto, Carlomagno no creó una cultura popular verdaderamente profunda, sino el «renacimiento carolingio». Además, su obra se basó en exceso en la sola y exclusiva personalidad individual del emperador. Para muchas de sus creaciones su muerte significó la pérdida de casi toda posibilidad de vida. Y, sin embargo, ¡cuántas semillas preciosas -que producirían su fruto en un futuro lejano- germinaron de esta siembra a lo largo del siglo que siguió a este renacimiento de la cultura latina fecundada por el espíritu germánico! Una vez muerto Carlomagno, se originó una especie de contienda sobre la necesidad o utilidad de una formación accesible a todos. Mientras que el partido más fuerte quería reservar esta posibilidad sólo para los clérigos y monjes, por la otra parte se impusieron, de una forma cuando menos pasable, las llamadas «escuelas externas».

Pero lo que ante todo hizo perdurar lo sustancial al menos de los admirables estímulos de Carlos, fue la verdad cristiana regularmente predicada y su presentación en la liturgia, así como la teología de los monasterios y las escuelas. En aquella reacción no debemos pasar por alto la fuerza de interiorización monástico-espiritual de aquí emanada.

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Signos: 1) Territorios heredados por Carlomagno; 2) Territorios conquistados por Carlomagno; 3) Territorios màs o menos dependientes del Imperio carolingio; 4) Marcas defensivas del Imperio; 5) Lìneas de resistencia del Imperio.

Carlos se preocupó también de la vida directamente religiosa tanto en los conventos como en las parroquias.

Fueron de gran importancia sus esfuerzos por introducir la Regla de san Benito. Mandó preparar una colección de sermones modélicos para los párrocos, para que la predicación fuese más fructífera. Hizo traer de Roma libros litúrgicos. Alcuino reelaboró el Rituale Romanorum, que, a su vez, fue aceptado por Roma, y aún hoy, en buena parte, está en vigor. La celebración litúrgica, un medio excelente, tal vez el más importante para la educación del pueblo inculto, durante toda la Edad Media, fue embellecida con el canto. Se renovó la penitencia pública por delitos graves, se recomendó encarecidamente la confesión. Para las transgresiones de determinados mandamientos de la Iglesia (por ejemplo, la prohibición de la carne en los días de abstinencia) se estableció incluso la pena de muerte. A los seglares se les exigía un mínimo de formación religiosa. La caridad se organizó de forma más fija (las leyes de Carlomagno prescriben taxativamente que una parte de los bienes de la Iglesia se ha de emplear para los pobres).

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4. Para estas diversas actividades fueron de suma importancia los cinco viajes que Carlos hizo a Italia, cuatro de los cuales le llevaron a Roma, que continuaba siendo, pese a los saqueos de los godos y longobardos, la ciudad, rodeada de un esplendor único desde el punto de vista artístico, litúrgico-religioso y hasta político. Aún se mantenían en pie muchos templos, palacios y otras magníficas creaciones del arte antiguo en mármol y bronce. Rávena mostraba la sublime fascinación de sus mosaicos, en los que podía admirarse a la vez una parte de la excelsa y sagrada dignidad imperial de la Roma oriental. En los templos de estas ciudades la liturgia desplegaba una magnificencia y solemnidad diferente de los del Norte rural. Para el capacitadísimo soberano, que procedía de las cortes de Austrasia, hubo de ser como el contacto con una nueva vida. Sin estas visitas, en las cuales sin duda el plasmador del naciente Occidente también se vio impresionado por la avanzada cultura del Oriente (¡Rávena!), no hubiera surgido la catedral de Aquisgrán, que había de ser, como la de Santa Sofía de Bizancio, la Iglesia palatina y estatal de Carlos (modelo inmediato: San Vital de Rávena). Tampoco hay que infravalorar la impresión que estos viajes producirían en el séquito de Carlomagno.

a) No es preciso insistir en los muchos «beneficios» que las ya indicadas disposiciones del emperador proporcionaron a la Iglesia. Los altos títulos religiosos que se le concedieron y de los que volveremos a hablar son también una muestra de reconocimiento por este aspecto de su obra.

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Mas ya en el reino merovingio, desde Clodoveo, se había establecido un cierto derecho de intervención en los asuntos eclesiásticos. Los reyes francos, desde su bautismo, figuraron como los paladines natos de la fe católica. Cuando los obispos francos y luego el mismo papa Esteban ungieron a Pipino, aquel encargo se convirtió, más allá de los convenios jurídicos estipulados, en un «derecho» objetivamente sagrado.

Carlos entendió su obra también en este sentido; más aún, como un mandato especial e inmediato de Dios de dirigir al pueblo cristiano. Y en este aspecto, como ya hemos dicho, no sólo fue servidor de la Iglesia, sino también su señor, y a veces de modo violento.

b) Con su idea del reino universal (occidental) por la gracia de Dios, Carlos dio por vez primera configuración universal a uno de los objetivos principales de la Iglesia del Medievo (crear la unidad cristiana occidental). Esto resultó luego tan importante, más aún, tan imprescindible para la actuación de la Iglesia medieval.

Además, entre los papas de aquel tiempo no hubo ninguna personalidad capaz de llevar a cabo la tan gigantesca como inaplazable tarea acometida por Carlomagno, aparte de que el papado carecía de los medios políticos y económicos necesarios para ello.

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c)Esta justificación general de fondo debe ser aún delimitada con algunas consideraciones. Carlos confirió por sí mismo, soberanamente, casi todas las sedes episcopales y abadías (incluso a seglares). Es cierto que era muy exigente con los candidatos (a quienes sometía a severos y repetidos exámenes), pero lo que ante todo exigía de los investidos era el servicio al Estado (alistamiento en el ejército; participación personal en la guerra; hospitalidad al rey en sus viajes).

Pero, a pesar de todo, Carlos no fue un representante del cesaro-papismo. No pretendió suprimir los derechos de la Iglesia, sino subordinarlos totalmente al Estado en beneficio de toda la comunidad. Basándose en san Agustín, deseaba que la Iglesia y el mundo pudieran hallarse en la unidad de la civitas Dei,en la cual corresponde a lo espiritual el primado sobre lo secular. Aquí encontramos notables afinidades con la concepción papal. Posteriormente, con Gregorio VII, este concepto dará un giro a favor de la hierocracia papal.

En este período de fundamentación, y aún bajo el reinado de Carlos, tales tendencias no significaban todavía un peligro especialmente grave. Pero cuanto en el régimen unitario universal de Carlos fue inevitable históricamente, con el tiempo tenía que resultar sumamente peligroso: fatalmente tenía que obstaculizar el libre desarrollo de la vida eclesial, es decir, con la mezcla de ambas esferas no se podían satisfacer las exigencias de la vida de la Iglesia. La futura diferenciación de las dos partes habría de demostrar cuán perjudiciales podían o debían resultar luego los principios establecidos por Carlos para bien de la Iglesia.

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Esto trasciende, bajo otro aspecto, la participación de Carlos en el desarrollo histórico: también la jerarquía, por su parte, vivía en función de una idea de unidad universal. Así como el soberano Carlos la puso al servicio de lo cultural y político, así también el papado, siguiendo su propio programa (de dirigir directamente toda la realidad), sucumbía a la secularización, pese a haber alcanzado ya la libertad.

d) Además, Carlos se presentaba como protector de la fe ortodoxa. Por aquel entonces había atravesado los Pirineos la herejía de Félix de Urgel, una especie del conocido adopcionismo de los primitivos tiempos cristianos En Roma no se prestó ninguna atención a la herejía. Carlos, entre tanto, ordenó a Alcuino que la refutase y la hizo condenar en diversos concilios franco-imperiales, incluso en el de Francfort (794).

Carlomagno, «el más sublime de los emperadores coronados por Dios», fue un verdadero cristiano, lo dicho lo confirma.

ALCUINO, EPÍSTOLA Nº 41

Bienaventurada, dijo el salmista, la nación de la que Dios es el Señor; bienaventurado el pueblo exaltado por un caudillo y sostenido por un predicador de la fe, cuya mano diestra blande la espada de las victorias y cuya boca hace resonar la trompeta de la verdad católica. Así como en otro tiempo David, elegido de Dios para rey del pueblo, que entonces era su pueblo escogido..., sometió a Israel, con la espada victoriosa, a las naciones cercanas y predicó entre los suyos la ley divina. De la noble estirpe de Israel brotó, para la salvación del mundo, la rosa de Sarón y el lirio de los valles, el Cristo, a quien en nuestros días, el nuevo pueblo que El ha hecho suyo, debe otro rey David. Con el mismo nombre, animado de la misma virtud y de igual fe, éste es ahora nuestro caudillo y nuestro jefe: un jefe a cuya sombra el pueblo cristiano se refrigera en la paz y que por doquier inspira el terror de las naciones paganas; un caudillo cuya devoción no cesa de fortificar por su firmeza evangélica la fe católica contra los herejes, velando porque nada contrario a la doctrina de los Apóstoles venga a introducirse en cualquier lugar y dedicándose a hacer resplandecer por todas partes esta fe católica a la luz de la gracia celestial...






Tomado del Blog Santa Iglesia Militante

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