lunes, 29 de septiembre de 2008

Epopeya Cristera...

CRISTEROS

por Victo Messori


Se lee (y se escucha) todo tipo de cosas sobre el Quinto Centenario del descubrimiento de América.

El aniversario ha generado un río de palabras, en el que se mezclan verdades y leyendas, intuiciones profundas y consignas superficiales. Lo que más entristece es la actitud de ciertos religiosos -sobre todo del hemisferio norte, europeo y americano- quienes, a pesar de la caída repentina de aquel marxismo que habían abrazado con entusiasmo de conversos, siguen aplicando sus falaces y desastrosas categorías interpretativas. Hasta hay frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas, esos fetichismos feroces que -es el caso de los aztecas- tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. En su opinión, quizás, habría sido mucho mejor que estos pueblos no hubieran entrado nunca en contacto con esa manía peligrosa de sus hermanos de entonces de considerar importante el anuncio de Cristo y del Evangelio.

Pero en el conjunto de lo insulso, falso y no cristiano (aunque defendido por quien se presenta como «cristiano», y más que cualquier otro, pues se llama a sí mismo «defensor de los oprimidos»), destacan al­gunas publicaciones que merecen nuestra atención.

Entre otras, la traducción, publicada por Ares, de la obra de Alberto Caturelli, eminente profesor de Filosofía en la universidad argentina de Córdoba. El libro -con el título El nuevo mundo redescubierto- es una extraordinaria mezcla de metafísica, historia y teología: el resultado es una lograda y esclarecedora reflexión, porque analiza lo que pasó en las Américas en línea con una «teología de la historia», de la cual carecen los creyentes desde hace demasiado tiempo, con el resultado de hacerlos insignificantes.

Es un destino frente al cual Jean Dumont también intenta reaccionar, con su pequeño, denso y nervioso libro, provocativamente «católico» ya desde el título: El Evangelio en las Américas. De la barbarie a la civilización. La traducción italiana es de Edizioni Edieffe, la misma editorial que publicó la atrevida traducción del panfleto sobre la Revolución francesa del mismo Dumont (del que hablaremos más ade­lante), y el implacable Le génocide franco-français de Reynald Secher.

Es Jean Dumont quien recuerda el caso de México, muchas veces olvidado, a los «nuevos» católicos en vena masoquista, a esos creyentes que juzgan la epopeya del anuncio de la fe en tierras americanas sólo como una guerra de masacre y conquista, disfrazada de seudoevangelización.

Se trata de acontecimientos recientes, de hace unos decenios, que sin embargo parecen enterrados bajo una cortina de olvido y silencio. Aquí están curas y frailes contándonos por enésima vez las atrocidades, ciertas o presuntas, de los conquistadores del siglo XVI, y callando, al mismo tiempo, de manera obstinada, lo de los cristeros del siglo XX. Un silencio no casual, porque precisamente los cristeros, con su multitud de mártires indígenas, desmontan el esquema que da por forzada y superficial la evangelización de América latina.

Tratemos, pues, de refrescar un poco la memoria. Como ya hemos recordado en capítulos dedicados a la «leyenda negra» antiespañola, a principios del siglo XIX la burguesía criolla, es decir de origen europeo, luchó para liberarse de la Corona española y de la Iglesia, y tener así las manos libres para explotar a los indios, ya sin el estorbo de los gobernadores de Madrid y los religiosos. Es un «movimiento de liberación» (pero sólo para los blancos privilegiados) reunido alrededor de las logias masónicas locales, sustentadas por los «hermanos francmasones» de la América anglosajona del Norte, que precisamente a partir de ahora empieza su despiadado proceso de colonización del Sur «latino».2

Las nuevas castas en el poder en las antiguas provincias españolas llevan a cabo una legislación anticatólica, enfrentándose con la resistencia popular, constituida en su mayoría por aquellos indios o mestizos que - según el esquema actual- habrían sido bautizados a la fuerza y desearían volver a sus cultos sangrientos. En México las leyes «jacobinas» y la pri­mera insurrección «católica» son del período entre 1858 y 1862.

A principios de nuestro siglo el jacobinismo liberal se hace aliado del socialismo y el marxismo locales, de manera que «entre 1914 y 1915 los obispos fueron detenidos o expulsados, todos los sacerdotes encarcelados, las monjas expulsadas de sus conventos, el culto religioso prohibido, las escuelas religiosas cerradas, las propiedades eclesiásticas confiscadas. La Constitución de 1917 legalizó el ataque a la Iglesia y lo radicalizó de manera intolerable» (Félix Zubillaga).

Cabe señalar que aquella Constitución (todavía en vigor, al menos formalmente: en sus viajes a México, las autoridades llamaron a Juan Pablo II siempre y sólo señor Woityla) no fue sometida a la aprobación del pueblo. Que no solamente no la habría aprobado, sino que en seguida dio a conocer su posición: primero mediante la resistencia pasiva y luego con las armas, en nombre de la doctrina católica tradicional, según la cual es lícito resistir con la fuerza a una tiranía insoportable.

2 Véase «8. Leyenda negra/7», pp. 32 y ss.

Empezaba así la epopeya de los cristeros, así llamados, despectivamente, porque delante del pelotón de fusilamiento morían gritando: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo y Nuestra Señora de Guadalupe! Los insurrectos, que (igual que sus hermanos de la Vendée) militaban bajo las banderas con el Sagrado Corazón, llegaron a desplegar 200.000 hombres armados, apoyados por las Brigadas Bonitas, las brigadas femeninas para la sanidad, la subsistencia y las comunicaciones.

La guerra estalló entre 1926 y 1929. Y si al final el gobierno se vio obligado a aceptar un compromiso (y los bandoleros católicos, no obstante los éxitos, tuvieron que obedecer, contra su voluntad, a la orden de la Santa Sede y deponer las armas), fue porque la resistencia a la descristianización había penetrado hasta el fondo en todas las clases sociales: estudiantes y obreros, amas de casa y campesinos. Mejor dicho, en palabras de un historiador imparcial, «no hubo ni un solo campesino que, directa o indirectamente, no diera apoyo a los cristeros».

Al contrario de las revoluciones marxistas, que en ninguna parte del mundo y nunca ni siquiera en América latina pudieron realmente llegar al pueblo (esto fue evidente, por ejemplo, en Nicaragua, cuando se le dio voz al pueblo), la Cristiada mexicana fue un movimiento popular, profundo y auténtico. Centenares de hombres y mujeres de todas las clases sociales se dejaron masacrar para no tener que renunciar a Cristo Rey y a la devoción por la gloriosa Virgen de Guadalupe, madre de toda América latina. Murió fusilado, entre otros, aquel padre Miguel Agustín Pro, al que el Papa beatificó en 1988.

La resistencia más heroica se dio precisamente entre los indios del México central, que había sido cuna de los aztecas y de sus cultos negros; mientras que la casta de los «sin Dios», en el gobierno, venía de las regiones del norte, escasamente cristianizadas a causa de la supresión, en el siglo XVIII, de las misiones jesuitas.

La lucha de los cristeros en defensa de la fe fue una de las más heroicas de la historia, y ha llegado, aunque en formas no tan cruentas, hasta nuestros días. A pesar de la Constitución «atea» vigente en México desde 1917, quizás en ningún otro sitio Juan Pablo II ha tenido una acogida de masas más sincera y festiva. Y ningún santuario del mundo es tan visitado como el de Guadalupe.

¿Cómo explican esta fidelidad los que nos quieren convencer de que hubo una evangelización forzada, que se impuso la fe usando el crucifijo como un garrote?

San Miguel Arcangel

29 de Septiembre, Festividad de San Miguel Arcángel




























-Cristo, óyenos.
-Cristo, escúchanos.
-Señor, ten piedad de nosotros.
-Cristo, ten piedad de nosotros.
-Señor, ten piedad de nosotros.

-San Miguel,... Ruega por nosotros (se repite a cada invocación)
-Tú, cuyo nombre es un relámpago,...
-Tú, cuyo nombre es un himno a Dios,...
-Serafín del incensario de oro,...
-Elevada llama de amor divino,...
-Perfecto adorador de Dios,...
-Modelo de sumisión amoros...
-Modelo de pronta obediencia,....
-Leal servidor de Dios,...
-Primer heraldo de la verdad,....
-Primer defensor de la fe,...
-Primer testigo de Dios,...
-Instigador de la lucha contra Satanás,...
-Ángel apóstol de los ángeles,...
-Celador del Reino de Dios,...
-Primer defensor de la justicia,...
-Primer vengador del buen derecho,..
-Abogado nuestro,...
-Portador de las llaves del abismo,...
-Tú que encadenas a Satanás,...
-Justiciero de Dios,...
-Portaestandarte de la Trinidad,...
-Guerrero de armas de luz,...
-Espada de Dios,...
-Terror de los traidores y de los perjuros,...
-Terror de los orgullosos demonios,...
-Centella de Dios,...
-Tú que llevas las siete estrellas,...
-Vencedor de la primera guerra,...
-Virrey de los ejércitos de Dios,...
-Inspirador de valentía,...
-Tú que guerreas por el mundo,...
-Defensor de los hijos de Dios,...
-Ángel que vale por mil ejércitos,...

-Esperanza de los combatientes,...
-Intrépido soldado de Dios,...
-Refuerzo dado a las justas causas,...
-Liberador de los oprimidos,...
-Caballero de Dios,...
-Angel de los pastores de Navidad,...
-Angel de Cristo en agonía,...
-Ángel de la aurora pascual,...
-Consejero de Constantino,...
-Guerrero del castillo del Santo Ángel,...
-Protector de la unidad católica de España y de las Naciones Hispanoamericanas,..
-Cantor de los gozos marianos,...
-Espejo del Altísimo,...
-Ángel vicario del Verbo,...
-Protector de la Iglesia militante,...
-Consolador de la Iglesia purgante,...
-Honor de la Iglesia triunfante,...
-Tú, que recibes la confesión de nuestros pecados,...
-Tú, a quien la Iglesia implora en nuestra última hora,...
-Tú, cuya potente voz despertará a los muertos,...
-Introductor de las almas al cielo,...
-Asistente de Cristo en el Gran Día,...
-Heraldo de las sentencias eternas,...
-Precantor de las alabanzas divinas,...
-El más elevado de los serafines,...
-Príncipe de los nueve coros de Angeles,...

Oremos
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder , a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.





Tomado del Blog de Cruzamante

viernes, 26 de septiembre de 2008

DE LA IGLESIA, DEL PAPA Y DE LA MISA

PRINCIPIOS

1. La Iglesia Católica es divina. “Para que pudiéramos cumplir el deber de abrazar la fe verdadera y perseverar constantemente en ella, instituyó Dios la Iglesia por medio de su Hijo unigénito, y la proveyó de notas claras de su institución, a fin de que pudiera ser reconocida por todos como guardiana y maestra de la palabra revelada” (Concilio Vaticano 1, Denz. 1793).

2. La Iglesia Católica es la única arca de salvación. “[La Iglesia] firmemente cree, profesa y predica que nadie que no está dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella” (Concilio de Florencia, Denz. 714).

3. La Iglesia Católica es visible e indefectible. “Ahora bien, lo que Cristo Señor, príncipe de los pastores y gran pastor de las ovejas, instituyó en el bienaventurado Apóstol Pedro para perpetua salud y bien perenne de la Iglesia, menester es dure perpetuamente por obra del mismo Señor en la Iglesia que, fundada sobre la piedra, tiene que permanecer firme hasta la consumación de los siglos” (Concilio Vaticano I, Denz. 1824). “La única Iglesia de Cristo es visible para todos, y permanecerá, según es voluntad de su Autor, exactamente tal como él la instituyó” (Pío XI, Mortalium Animos, nº 15).

4. La Iglesia está fundada para siempre sobre Pedro y sus sucesores. “Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema” (Concilio Vaticano I, Denz. 1825). “Así pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene sólo deber de inspección y dirección, pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no sólo en las materias que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia difundida por todo el orbe (…) sea anatema” (Concilio Vaticano I, Denz. 1831). “Pero es algo opuesto a la verdad, y en evidente contradicción con la constitución divina de la Iglesia, sostener que cada obispo está individualmente obligado a obedecer a la autoridad del Romano Pontífice, pero que colectivamente considerados los obispos no tienen esa obligación” (León XIII, Satis Cognitum).

5. El Papa sólo tiene poder para edificar y no para destruir (cfr II Cor. 13 10) la Iglesia de Cristo. “Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe” (Concilio Vaticano I, Denz. 1836). “Ni tampoco en el decurso de los siglos sustituyó o pudo la Iglesia sustituir con otros sacramentos los instituidos por Cristo Señor, como quiera que, según la doctrina del Concilio de Trento, los siete sacramentos de la nueva Ley han sido todos instituidos por Jesucristo Nuestro Señor y ningún poder compete a la Iglesia sobre la sustancia de los sacramentos, es decir, sobre aquellas cosas que, conforme al testimonio de las fuentes de la revelación, Cristo Señor estatuyó debían ser observadas en el signo sacramental” (Pío XII, Sacramentum Ordinis, Denz. 2301). “El gran cuidado y la extremada vigilancia pastoral con que los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, han cumplido el ministerio y las obligaciones que les fueron confiados por el mismo Jesucristo en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, de apacentar a los corderos y a las ovejas, son de todos y principalmente de vosotros, venerables hermanos, bien conocidos. Nunca han cesado los Sumos Pontífices de alimentar cuidadosamente con las palabras de la fe y con la doctrina de la salvación a todo el rebaño del Señor, apartándolo de los pastos envenenados. Porque nuestros predecesores, depositarios y defensores de la augusta religión católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por la salvación de las almas, han procurado por encima de todo, por medio de sus encíclicas y constituciones, monumentos de sabiduría, el descubrimiento y la condenación de todas las herejías y de todos los errores que, contrarios a nuestra fe divina, a la doctrina de la Iglesia Católica, a la sana moral y a la salvación eterna de las almas, provocaron frecuentemente violentas tempestades” (Pío IX, Quanta Cura, nº 1).

6. Las enseñanzas de la Iglesia no pueden cambiar. “La revelación que constituye el objeto de la fe católica no quedó completa con los apóstoles” (San Pío X, proposición condenada nº 21, Lamentabili, Denz. 2021). “Ahora bien, deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio” (Concilio Vaticano I, Denz. 1792). “De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia” (Concilio Vaticano I, Denz. 1800). “Las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia” (Concilio Vaticano I, Denz. 1839).

7. Los protestantes y demás acatólicos no tienen la fe. “Quien no se adhiere, como regla infalible y divina, a la enseñanza de la Iglesia, que procede de la Verdad primera revelada en la Sagrada Escritura, no posee el hábito de la fe (…) Si de las cosas que enseña la Iglesia admite las que quiere y excluye las que no quiere, no asiente a la enseñanza de la Iglesia como regla infalible, sino a su propia voluntad (…) Es, pues, evidente que el hereje que niega un solo articulo no tiene fe respecto a los demás, sino solamente opinión, que depende de su propia voluntad” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 5, a. 3).

8. La ley humana está ordenada a la ley divina. “Y para los gobernantes la libertad no está en que manden al azar y a su capricho (…) sino que la eficacia de las leyes humanas consiste en su reconocida derivación de la ley eterna y en la sanción exclusiva de todo lo que está contenido en esta ley eterna, como en fuente radical de todo el derecho” (León XIII, Libertas, nº 7).

9. Las leyes malas no son leyes. “Si, por consiguiente, tenemos una ley establecida por una autoridad cualquiera, y esa ley es contraria a la recta razón y perniciosa para el Estado, su fuerza legal es nula, porque no es norma de justicia y porque aparta a los hombres del bien para el que ha sido establecido el Estado” (León XIII, Libertas, nº 7). “Pero cuando no existe el derecho de mandar, o se manda algo contrario a la razón, a la ley eterna, a la autoridad de Dios, es justo entonces desobedecer a los hombres para obedecer a Dios” (ibid., nº 10).

10. Las leyes eclesiásticas no obligan:
a) cuando son dudosas: “las leyes, aunque sean invalidantes o inhabilitantes, no obligan en la duda de derecho” (CIC [1917], can. 15; CIC [1983], can. 14);
b) cuando son retroactivas: “las leyes se instituyen cuando se promulgan” (CIC [1917], can. 8, cfr. can. 17.2; CIC [1983], can. 7, cfr. can. 16.2);
c) cuando existe imposibilidad física o moral. Es un principio de teología moral que ninguna ley positiva obliga cuando existe una grave inconveniencia (cfr. CIC [1917], can. 2205.2 y CIC [1983], can. 1323.4). Y sin duda constituye una grave inconveniencia que la observancia de la ley vaya en detrimento de las almas, o de la salvación de las almas, “que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia” (CIC [1983], can. 1752).

11. La Misa NO ES esencialmente una comida. “Si alguno dijere que en el sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerlo no es otra cosa que dársenos a comer Cristo, sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 948).

12. La Misa ES la renovación del Calvario, y no sólo una narración de la Última Cena, que es un preludio del Calvario. “Así pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz (…) como, sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la muerte, en la Última Cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres, por el que se representara aquel suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la Cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos (…) ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino” (Concilio de Trento, Denz. 938).

13. La Misa no es una asamblea. “Si alguno dijere que las misas en que sólo el sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas y deben ser abolidas, sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 955; cfr. P141).

14. “Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja, debe ser condenado; o que sólo debe celebrarse la misa en lengua vulgar (…) sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 956).

15. “Si alguno negare que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una de las especies y bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies hecha la separación, sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 885).

16. “Si alguno dijere que en el santísimo sacramento de la Eucaristía no se debe adorar con culto de latría, aun externo (…) sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 888).

17. “Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como señal y figura o por su eficacia, sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 883).

18. “Si alguno dijere que con las palabras: Haced esto en memoria mía (Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 23) Cristo no instituyó sacerdotes a sus Apóstoles, o que no les ordenó que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 949).

19. “Si alguno dijere que la Santa Iglesia Católica no fue movida por justas causas y razones para comulgar bajo la sola especie del pan a los laicos y a los clérigos que no celebran, o que en eso ha errado, sea anatema” (Concilio de Trento, Denz. 935).



Fuente: Esto fue tomado del Blog de Cabildo

Actividades!!

Queridos amigos:

Los invitamos a participar de
estas tres actividades que a continuación se detallan.
Gracias por concurrir a las mismas
y por difundir esta invitación.
Un abrazo.

Antonio Caponnetto
___________________________________

Presentación del libro

de Nicolás Kasanzew


La pasión según Malvinas


A cargo del Teniente de Navío (RE) Owen Guillermo Crippa,

Aviador Naval V.G.M.,

condecorado con la Cruz de la Nación Argentina

al Heroico Valor en Combate

El 21 de mayo de 1982, el Teniente de Navío Owen Guillermo Crippa, al mando de un Aermacchi MB-339, fue el primer piloto que llegó a la zona del Estrecho San Carlos en momentos en que se producía el desembarco británico. Aunque su misión era de exploración y su aeronave no estaba en condiciones de enfrentar aviones británicos, atacó a la flota descargando todo el poder de fuego de su aparato, logrando averiar seriamente al destructor Argonaut. Crippa logró escapar al fuego antiaéreo y dio aviso de la presencia de la flotilla británica, que recibió graves daños en la denominada Batalla Aeronaval de San Carlos.


A continuación, el Sr. Nicolás Kasanzew

recordará junto a nosotros su inolvidable experiencia en la guerra

por la recuperación de nuestras queridas Islas:


Malvinas: Los dos rostros

de una guerra silenciada


Cerrará el acto el cantor Carlos Longoni,

quien interpretará un par de canciones

dedicadas a la Gesta de Malvinas,

cuya letra pertenece a Nicolás Kasanzew.

El martes 7 de octubre, a las 19:00,

en Av. Callao 226, Ciudad de Buenos Aires.


Centro de Estudios

Nuestra Señora de la Merced

_______________________________

DOS HOMENAJES:

Alexandr Solyenitsyn y
Antonio de Oliveira Salazar


"Por la observancia se respeta y honra a las personas constituídas en dignidad"
Santo Tomás de Aquino, S.Th.II,IIae,q.102,1.

El Instituto de Filosofía Práctica
tiene el agrado de invitar a sendos homenajes.
El primero estará a cargo del R.P. Alfredo Sáenz,
de la Dra.María Delia Buisel de Sequeiros
y del Sr. Nicolás Kasansew,
el próximo jueves 9 de octubre a las 19:00.


El segundo consistirá en una disertación
del Dr. Marcos de Escobar, de nacionalidad portuguesa,
y abocado al estudio de la personalidad
del gran estadista católico.
Tendrá lugar el lunes 20 de octubre a las 19:00.

En ambos casos la cita es en la sede del Instituto,
Viamonte 1596, 1º.

Dr. Bernardino Montejano
Presidente
Dr. Gerardo Palacios Hardy
Secretario

jueves, 25 de septiembre de 2008

CARTA DEL PADRE LEONARDO CASTELLANI a HW sobre “Vocación de escritor”.

Caro maestro y amigo:

El cofrade que tenía su libro mío me dijo al dármelo: “He aquí un libro que usted no va a leer.” Lo miré con tristeza y dije: “En efecto. VOCACIÓN DE ESCRITOR.” ¡Vocación de escritor! ¡Como si uno no la conociera y como si fuese una cosa agradable! Y bien, lo he leído.

Lo he leído más rápidamente que LA CORBATA CELESTE que también leí en estas vacaciones, en los intervalos que me dejaba la ÉTICA de Max Scheler; y que después regalé a una de mis innumerables sobrinas, naturales o adoptivas.

Otro de mis cofrades me dijo: “¡Ese Martínez Zuviría! ¡A quién se le ocurre en estos tiempos poner su retrato en la tapa de un libro!” ¿Y qué tiene poner el retrato en la tapa de un libro, cuando adentro está otra vez el mismo retrato, mucho mejor hecho?

Su libro tiene entre otros valores, el interés inmortal que tienen las memorias de cualquier hombre de valer que es muy sincero, como por ejemplo MIS OCHENTA PRIMEROS AÑOS del doctor Cárcano. Se parece a esos autorretratos que han hecho todos los pintores llegados a la madurez de su arte: el Rembrandt que está (que estaba) en la Galería de Dresde; con esos bigotitos saltados y la gran gorra de terciopelo negro. La figura individual poco importa. El cuadro es inmortal.

Siempre es valioso el libro de un hombre acerca de una cosa que sabe bien, aunque esté mal escrito; y éste está encima bien escrito. Bien escrito hasta la última minucia, hasta la propiedad del último verbo, la sobriedad de la última frase y el ahorro del último adjetivo: el adjetivo tentador y meretricio que nadie conocerá jamás porque usted lo tachó. “¡Desconfiad de los adjetivos!” –dijo Claudel-. De modo que el libro constituye, a más de un libro de memorias, una limpia lección de gramática magistral, que nos está haciendo falta urgente a muchísimos argentinos, ¡vive Cristo!, empezando por mí. El movimiento se demuestra andando.

No estoy muy conforme con la corrección que usted propone al terceto de Quevedo:
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Creo que Quevedo escribió no más tal cual el segundo verso, con el sentido de: ¿Siempre hemos de sentir conforme a lo que andan todos diciendo; por ejemplo, a lo que dice la prensa grande? ¿No hemos de sentir con nuestro propio corazón, o como diría Francisco Romero, con nuestra autointerioridad? Nietzsche dijo lo mismo en esta forma: “Con un exceso de literatura histórica, a nosotros los alemanes nos han habituado a sentir con frases”. Su enmienda de usted es más ingeniosa pero menos poética. Opongo a su raciocinio de crítico, mi hábitus de poeta. Aunque sea poeta fracasado. Usted es prosista.


Pero todo el resto del examen de los atropellos plebeyos o pedantes al lenguaje común que hace usted con lenguaje infalible, es exquisito. Salta en uno el deseo de ofrecer a su hacha nuevos ramilletes de cabezas... ¿Qué me dice usted de la famosa ofrenda floral?. Todo ramo de flores es hoy día ofrenda floral. ¿Y el conceptuoso discurso? Un discurso conceptuoso tiene que ser una calamidad, sin intuición ni pálpito y con muchos conceptos, es decir, cosas sueltas, como los acostumbrados a sentir con frases. ¿Y el homenajeado?

Nuestro común amigo Juan P Ramos conserva en su prodigiosa memoria docenas de estos cuños falsos del idioma periodístico, que él sabe satirizar en la conversación con gracejo inagotable. Todo esto parece para un libro materia bien minuta; y lo sería –lo mismo que las anécdotas acerca de la edición de un libro suyo, con cifras y nombres propios, y todo el resto- en manos de cualquier otro que no fuera usted.
Pero en usted es solamente la materia de la obra de arte: como si dijéramos la facha bruta del pobre Rembrandt, que era feo de veras el pobre.

Pero el fondo de su obra, es decir, las luces y los tres cuartos de claroscuro es la vocación. ¡Vocación! ¡Qué palabra! Dios está escondido en ella. No es extraño que salga usted a deshora citando a San Pablo, y hasta recomendando la devoción al Espíritu Santo; que yo no tenía y juro al cielo adopto desde hoy.

Usted es hombre vivo para escribir sus libros, incluso para elegir los títulos. Este título abstracto y especializado es (¡quién lo dijera!) vendedor en la Argentina. La inmensa mayoría de los argentinos creen tener vocación de escrito y algunos (¡ay!) la tienen no más. Con la manía que tengo yo acerca del bachillerato, creo que la culpa la tiene el bachillerato.

Como nos enseñan mal una cantidad de físicas, químicas, geografías e historias, esas materias no le entran al muchacho. El instinto de conservación del muchacho opone un estado coloidal a la dinamicidad del paralelogramo de fuerzas genotípicas y paratípicas con que el dómine intenta arruinarle la mollera “in secula seculorum”. Pero llega la Literatura y el muchacho se espejisma. “Esto lo entiendo (dice alborozado); ¡yo he nacido para esto!” Y ¡qué ha de haber nacido el infeliz!

Y más infeliz si ha nacido.

De modo que su VOCACIÓN DE ESCRITOR va a ser comprado por muchos y va a hacer bien a muchísima gente: primero a los que la tienen; y mucho más bien a los que no la tienen si los persuade de que no la tienen. Por de pronto comenzó por hacérmelo a mí, que me hallo en los dos casos a la vez. Porque me ha persuadido que no tengo vocación de novelista. Pero al mismo tiempo me ha puesto la pistola al pecho respecto a la otra cosa tremenda, la vocación de macaneador periodístico en general.

Su libro es un libro serio. Le dice a uno con una severidad teológica, con la severidad implacable del ejemplo, a uno que yo conozco que quería ser un elegante gentleman writer –le dice a uno con la perentoriedad del papá de muchachas casaderas, que hay que casarse o hay que dejarse de afilar. Que se trata de una vocación, es decir, de una cosa seria.

Su libro trivial y fino, su libro vagabundo y anecdótico, su libro amable y chistoso, me ha hecho el efecto de un cañonazo, me ha recordado demasiado fuertemente que esa liviana vocación de escritor que tenemos todos los argentinos, lejos de ser una especie de privilegio de caburé, puede ser en los designios arcanos y juguetones de la Providencia el único medio posible y practicable de salvar mi pijotera alma. Porque detrás de sus anécdotas está su alma. Y un alma es un explosivo.

Porque esa lucha tenaz y constante, esa perseverancia, ese tesón invencible, ese sacrificio de diversiones y aun de actividades lícitas, esa paciencia retornadora, esa humildad para romper y borrar, ese oculto ascetismo despiadado en aras de la obra por nacer, que usted egoístamente pretende adjudicar al sólo novelista es de todo escritor; aun del filósofo, aun del historiador, aun del escritor de ensayos volanderos, si tienen el santo orgullo del buen obrero.

Y aun a veces esa lucha acezante en medio de la noche, de Jacob contra el ángel invisible. Las luchas del espíritu son más brutales que una batalla de hombres. Y está escrito que solamente a través de la lucha espiritual podemos entrar en el Reino. “Porque el Reino de los Cielos padece violencia y sólo los peleadores lo conquistan*”.


Leonardo Castellani

Buenos Aires, 1945.


* Esta es la exégesis vulgar del versículo de Mateo XI, 12: “Regnum coelorum vim pátitur et violenti rapiunt illud”: la exégesis verdadera es otra.
Pero de todos modos este sentido es también verdad.



Fuente: www.hugowast.com.ar

martes, 23 de septiembre de 2008

Laicidad y laicismo.


LA AMBIVALENCIA DE LA LAICIDAD Y LA PERMANENCIA DEL LAICISMO: LA NECESIDAD DE RECONSTITUIR EL DERECHO PÚBLICO CRISTIANO



Por MIGUEL AYUSO




1. De nominibus non est disputandum? o Res denominatur a potiori?

Laicismo y laicidad. Dos términos emparentados. Con significados, por lo mismo, entrelazados. El primero, lo denota el sufijo “ismo”, ligado a una ideología. Una ideología, la liberal, basada en la marginación de la Iglesia de las realidades humanas y sociales. En efecto, el naturalismo racionalista puesto por obra en la Revolución liberal, y condenado por el magisterio de la Iglesia, recibió entre otros el nombre de laicismo. El segundo, relacionado en su inicio con una situación generada por esa ideología en la Francia del último tercio del ochocientos. Así pues, laicismo y laicidad como términos que expresan un mismo concepto.
Hoy, en cambio, parece que hay sectores interesados en contraponerlos. Principalmente el “clericalismo” (tomando el término en el sentido que le daba Augusto del Noce , esto es, la subordinación del discurso político e intelectual católico al dominante en cada momento) y la democracia cristiana. El laicismo agresivo se diferenciaría, así, de la laicidad respetuosa, y la pareja “laicismo y laicidad” se interpretaría disyuntivamente como “laicismo o laicidad”. Pero, ¿resulta fundada una tal oposición? ¿O más bien es dado hallar en la misma un simple matiz entre dos versiones de una misma ideología? Un indicio, entre muchos, y de singular relevancia, nos conduce hacia esta segunda posibilidad: la protesta que hacen los secuaces de la laicidad de respetar la “separación” entre la Iglesia y el Estado, con el consiguiente rechazo de la tesis del Estado católico. Ahora bien, la Iglesia no puede (sin traicionar su misión) dejar de afirmar que hay una ley moral natural, que Ella custodia, y a la que los poderes públicos deben someterse . Esto es, el núcleo del Estado (que no es el Estado moderno sino la comunidad política clásica) católico, de lo que se llama con terminología de origen protestante la “confesionalidad del Estado”, y –con denominación tradicional que presupone una mayoría sociológica– “unidad católica” .
Cuando se afirma que “ninguna confesión (religiosa) tendrá carácter estatal” –según hace, por ejemplo, el artículo 16 de la Constitución española– podría pensarse que no se ha salido del ámbito de esa tesis tradicional, ya que el Estado católico lejos de estatalizar la religión, se somete a su invariante moral del orden político . En la práctica, sin embargo, lo que se está postulando es el agnosticismo político, que no puede sino concluir exigiendo la sumisión de la Iglesia (previo olvido de su misión de garante de esa ortodoxia pública) al Estado: la “laicidad del Estado” siempre termina en la “laicidad de la Iglesia” , esto es, en la pretensión de que ésta renuncie a su misión y se limite a ofertar su “producto” (pura opción) dentro del respeto de las reglas del “mercado”. Esta ha sido siempre la lógica de la laicidad, pero que ahora –pasado el momento fuerte de las “religiones civiles”– se evidencia con toda claridad. Por lo mismo, ante la falsa oposición entre laicismo y laicidad debe proclamarse que “ni laicismo ni laicidad”.

2. Al principio… Non est potestas nisi a Deo.

Sin embargo, no siempre se produjo la confusión de hoy. No es del caso trazar la historia de las relaciones entre religión y política . Pero quizá sí lo sea recordar la constante de su vinculación recíproca y también el carácter moral de las instituciones y del poder político. Éste no es simple fuerza, sino que viene modalizado por su dimensión humana y moral . Tanto en su origen, pues no hay poder que no venga de Dios, como en su ejercicio, ya que se orienta al fin de –disciplinando las relaciones entre los hombres en sociedad– permitir que éstos sean más plenamente hombres. De ahí se deduce la exigencia (moral y aun religiosa) de obedecer los dictados del poder, cualquiera que sea el gobernante, pero también la posibilidad de desautorizarlo (en principio en cuanto a actos singulares, pudiendo llegar incluso a la resistencia y, en la escuela española, al tiranicidio) cuando deja de orientarse a su finalidad .
Igualmente, ese fundamento religioso del origen y ejercicio del poder no elimina su autonomía. En puridad esto ha ocurrido siempre, en el seno de cualquier civilización, pues la teocracia (por lo demás desconocida en el mundo cristiano pero no en otros universos culturales) no deja de ser un doble “truco” para disimular que en realidad Dios no gobierna directamente el mundo, sino por medio de causas segundas, y que hacer del gobernante el oráculo de Dios destruye la acción humana como libre y responsable, presidida por la virtud de la prudencia . Sin embargo, aunque la autonomía del poder temporal respecto del espiritual se pueda encontrar en el fondo de cualquier civilización, cuando se acierta a destapar –como se ha visto– el truco mendaz de la teocracia, su articulación más plena pertenece sólo al cristianismo. Éste conoce cosas de Dios y cosas del César. Éste exige también la Iglesia, distinta –a lo largo del tiempo– del Imperio, de los reinos y del Estado, constituida en autoridad que limita las potestades temporales. Así pertenece en exclusiva al cristianismo la existencia de un ámbito profano, laico, “distinto” pero no “separado” del ámbito religioso . Lo que se conoce como el régimen de Cristiandad articula esa dualidad, armónica y convergente más que polémica, aunque no exenta de conflictos, causados de sólito por la pretensión del poder temporal de arrogarse el derecho de definir la verdad (propio de la autoridad) o, en otras ocasiones, por el envilecimiento de ésta al conducirse como un poder. El cuadro de la Cristiandad, con sus luces y sus sombras, es de –en la famosa descripción leonina– la dichosa edad aquella en que la filosofía cristiana gobernaba las comunidades.

3. El Estado moderno y sus transformaciones: la puesta en plural del pecado original y la doctrina social de la Iglesia como contestación cristiana del mundo moderno.

Esta autonomía de lo temporal, tras el surgimiento del Estado, sufrirá una inflexión. El Estado, que es un orden territorial cerrado, nació para poner fin a las guerras de religión, de las que el mundo hispánico se vio libre por su unidad católica, de modo que se asentó como instancia de neutralización, indiferente ante las religiones. Pero, por otra parte, la Reforma protestante puso en marcha un proceso de secularización cuyas fases se han ido apurando hasta llegar a la situación presente . Primero independizando el orden humano del divino y dejando la religión como puro elemento político: cuius regio, eius et religio. Después poniendo el fundamento de la comunidad de los hombres en la voluntad humana, verdadera puesta en plural del pecado original . Más adelante, separando las distintas formas de la sociabilidad humana del influjo religioso, alcanzando –finalmente– hasta la propia familia en tal empeño .
La cuestión teológica y moral se hace política, social y familiar. De ahí el surgimiento de la doctrina social y política de la Iglesia stricto sensu(lato sensu es muy anterior), pues conforme la herejía se va tornando política y social, la respuesta a la misma ha de desenvolverse en ese orden: por eso el magisterio eclesiástico haya tenido en la edad contemporánea el carácter diferencial de ocuparse, de un modo inusitado en siglos anteriores, de cuestiones de orden político, cultural, económico-social etc. La doctrina social de la Iglesia aparece, por lo mismo, vinculada a la teología, y más concretamente a la teología moral, lo que la separa tajantemente de ideologías y programas políticos. Brota de formular cuidadosamente los resultados de la reflexión sobre la vida del hombre en sociedad a la luz de la fe y busca orientar la conducta cristiana desde un ángulo práctico-práctico o pastoral, por lo que no puede desgajarse de la realidad que los signos de los tiempos imponen y que exige una constante actualización del “carisma profético” que pertenece a la Iglesia. En consecuencia, concierne directamente a la misión evangelizadora de la Iglesia, ofreciéndonos todo un cuerpo de doctrina centrado en la proclamación del Reino de Cristo sobre las sociedades humanas como condición única de su ordenación justa y de su vida progresiva y pacífica.
En puridad tal doctrina no es meramente reactiva, sino afirmativa, aunque incorpore elementos de rechazo del mundo moderno, por lo que converge con la doctrina y las acciones denominadas contrarrevolucionarias, esto es, opuestas a la Revolución, entendida ésta como acción descristianizadora sistemática por medio del influjo de las ideas e instituciones . De consuno, pues, la filosofía política contrarrevolucionaria y la doctrina social de la Iglesia han consistido en una suerte de “contestación cristiana del mundo moderno”. Hoy, no sé hasta qué punto su sentido histórico –el de ambas, aunque de modo distinto– está en trance de difuminarse, pero en su raíz no significó sino la comprensión de que los métodos intelectuales y, por ende, sus consecuencias prácticas y políticas, del mundo moderno, de la revolución, eran ajenos y contrarios al orden sobrenatural, y no en el mero sentido de un orden natural que desconoce la gracia, mas en el radical de que son tan extraños a la naturaleza como a la gracia .

4. La ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política.

De ahí que se pueda afirmar como moralmente cierta, sin caer en confusión de planos o incurrir en una interpretación errónea de lo que pertenece al Evangelio y a la vida cristiana, la conexión entre los procesos políticos y la descristianización que se ha producido en los últimos siglos, especialmente en los últimos decenios, de modo singular en España: “Precisamente porque aquel lenguaje profético del Magisterio ilumina, con luz sobrenatural venida de Dios mismo, algo que resulta también patente a la experiencia social y al análisis filosófico de las corrientes e ideologías a las que atribuimos aquel intrínseco efecto descristianizador. Lo que el estudio y la docilidad al Magisterio pontificio ponen en claro, y dejan fuera de toda duda, es que los movimientos políticos y sociales que han caracterizado el curso de la humanidad contemporánea en los últimos siglos, no son sólo opciones de orden ideológico o de preferencia por tal o cual sistema de organización de la sociedad política o de la vida económica (…). Son la puesta en práctica en la vida colectiva, en la vida de la sociedad y de la política, del inmanentismo antropocéntrico y antiteístico” .
Por eso se ha hablado de “la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política”. Sin embargo, no puede obviarse que tal política, en el caso español objeto de examen, y aun en una consideración más universal, fue no sólo avalada sino en algún modo incluso impulsada por el Vaticano, que estaría en el origen de esa política que habría producido la ruina espiritual de nuestro pueblo.
La trayectoria histórica de España en relación con la presencia socialmente operante de la fe católica ha presentado, sin duda, caracteres especiales en la Edad moderna, ligados a la identificación de España con la Cristiandad decadente, a la que sucede tras la expansión americana en una suerte de christianitas minor que prolongó el primado de la Iglesia cuando en el “concierto europeo” comenzaba a imponerse el primado del Estado (moderno). En la Edad contemporánea, por su parte, la revolución liberal, tras la senda de la –entre nosotros– excepcional heterodoxia del dieciocho, introdujo una herida en esa cristiandad de residuo, dejando sólo una christianitas minima, la del pueblo tradicional en combate –bélico con frecuencia– contra la pretensión de fundar un “orden” neutro, coexistente, sin referencia a la comunidad de fe y prescindente de la unidad católica . Varias veces derrotada, pero nunca vencida definitivamente, rebrotará en el siglo XX en la ocasión singular de la guerra de 1936-1939 y sólo parecerá secarse con los cambios del desarrollismo tecnocrático de los sesenta y, sobre todo, tras el cambio constitucional que implicó un fugaz éxito de la aconfesionalidad, con la “nueva laicidad”, esto es, la que no se alza contra la Iglesia sino que la ha penetrado hasta el punto de asumir la “separación” del orden temporal y del religioso. La nueva laicidad no es otra que el viejo laicismo, en versión postmoderna, en el fondo radicalizada por su carga disolvente, y que ha invadido a la propia Iglesia. Así, el arbusto se ha convertido en un gran árbol cuya sombra llega a donde nunca se hubiera sospechado .

5. Las incoherencias de la predicación actual y la reedificación del derecho público cristiano.

Por ello, en la coyuntura presente el gran asunto es el que un gran obispo español acertó a cincelar en una frase no complaciente: “Iglesia y comunidad política: las incoherencias de la predicación actual descubren la necesidad de reedificar la doctrina de la Iglesia”.
Juan Pablo II, en uno de los últimos actos de su pontificado, dirigió una carta a los obispos franceses en el centenario de la Ley francesa de separación de la Iglesia y el Estado, de 1905, condenada por san Pío X en Vehementer nos(1906). En la carta comienza afirmando, por el contrario, que “el principio de la laicidad, al que vuestro país se halla tan ligado, si se comprende bien, pertenece a la doctrina social de la Iglesia”. Frase equívoca, máxime si se tiene en cuenta que se dirige a los obispos de Francia en ocasión de una ley francesa. Pero la ambigüedad se prolonga acto seguido, a través del recordatorio “de la necesidad de una justa separación entre los poderes”. Pues, por vez primera, no es la “distinción” entre los poderes la que se reclama, sino la “separación”. Equívoco agravado por el hecho de que la ley de 1905 llevaba en su rúbrica precisamente el término “separación. Finalmente, la carta da un paso más, al establecer que “el principio de no-confesionalidad del Estado, que es una no-inmisión del poder civil en la vida de la Iglesia y de las diferentes religiones, como en la esfera de lo espiritual, permite que todos los componentes de la sociedad trabajen al servicio de todos y de la comunidad social”.
Así pues, no salimos de la ambigüedad en ese terreno. Con graves consecuencias. Pues la Iglesia no acierta a reafirmar el derecho público cristiano.

Fuente: www.carlismo.es

lunes, 22 de septiembre de 2008

Defenza de la Catedral de Neuquén contra las autocombocadas abortistas.

Invitamos a que visiten este Blog (Familias por la Familia: http://familiasporlafamilia.blogspot.com/2008/09/defensa-de-la-catedral-de-neuqun-contra.html ) en donde encontraran un video interesante. No hace falta agregar palabras. Esperamos que ustedes lo vean y saquen sus conclusiones.
En Cristo y en la Patria.

León Hispano
Tercio San Carlos

jueves, 18 de septiembre de 2008

ACTUALIDAD DEL APOKALYSIS EN EL PENSAMIENTO DEL P. LEONARDO CASTELLANI

Por Hugo Verdera


1. INTRODUCCIÓN PARA “CASTELLANISTAS”.
La decisión del Círculo “San Bernardo de Clavaral” de centrar estas III Jornadas de Formación Católica de Buenos Aires en la meditación y vivencia de “Los rumbos del jubileo: sus gracias y exigencias”, unida a la aventurada decisión de los organizadores de las mismas de invitarme a desarrollar un tema que, a mi humilde apreciación, entronca perfectamente con el tema elegido, me permite, merced a estos motivos señalados, tratar de cumplir con un doble objetivo. Por un lado, reunirme en la meditación con distinguidos disertantes, de conocida profundidad intelectual y, especialísimamente, de coherencia de vida en la militancia católica. Y, en segundo lugar, me permite rendir un sentido homenaje a quien ha sido y es, para muchos de nosotros, un auténtico maestro que supo cultivar nuestras mentes y nuestros corazones, adentrando en ellos el amor y el servicio a la verdad. De ahí el atrevimiento de adentrarme en los insuperables estudios que el padre Leonardo Castellani realizó respecto al Apokalipsis, con la penetración, claridad y belleza de exposición que acompañaron al padre en toda su vasta y fecunda obra. Sí, el padre Castellani supo hacer rendir nuestra razón y nuestro corazón; supo hacernos formar nuestro propio criterio para alcanzar la verdad y supo hacernos amar la verdad.
En el congreso realizado en San Luis, en mayo del año pasado, con motivo del centenario del nacimiento del padre Castellani presenté una ponencia titulada “Castellani y el fariseísmo”. Me permito hoy reproducir la introducción de la misma, porque me parece que constituye una referencia insoslayable en relación con el tema que hoy nos convoca. Porque, en esencia, el tema del apokalypsis es un tema principalmente teológico y, como tal, evidencia su actualidad, puesto que, ¿podemos soslayar que la constitución de un sedicente “nuevo orden mundial”, expresión que comprende necesariamente un “nuevo concepto de hombre” u “hombre nuevo”, expresivo del precitado “nuevo orden mundial”, se constituye como la expresión del desarrollo teológico de la historia?Decíamos en esa oportunidad que “el pensamiento teológico del padre Castellani significa, lisa y llanamente, la comprensión de la posibilidad de 'conocer' a Dios. Esta afirmación puede parecer una exageración, producto del tributo admirado de quien les habla. Pero su sentido es totalmente otro. Quiere significar que Castellani expresó una 'vivencia teológica', que 'encarnó' con su claridad, su penetración intelectual y su don natural de enseñanza, lo que caracteriza la autenticidad del mensaje de Cristo. Y parecería que seguimos en un plano de exaltación y falta de moderación, pero no es así. Castellani tuvo 'la sapiencia de Dios', tuvo la 'comprensión de Santo Tomás'; Castellani tuvo, en una palabra, lo que magníficamente ha expresado el padre Fuentes, una ‘teología impecable’ (1). Y esa 'impecabilidad' radica, precisamente, en su total y decidida adhesión a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, su gran amor virilmente vivido, adhesión que plasmó existencialmente, puesto que 'su particular erudición teológica proviene de su exquisito respeto por la tradición: se preocupó por conocerla, profundizarla, reexpresarla en su bello, vigoroso y singular lenguaje, armonizarla, y cribarla, sosteniendo con firmeza las afirmaciones substanciales, advirtiendo las sugerencias como sugerencias, corrigiendo unos doctores con o- tros (2).
El propio Castellani lo afirmó reiteradamente y, además, lo vivió intensamente. Pudo afirmar, y al hacerlo, enseñar, que ‘...puedo saber todo lo de San Jerónimo y un poquito más, gracias a San Jerónimo: así un enano parado sobre los hombros de un gigante puede ver más lejos que el gigante’ (3). Pero en esa afirmación en adhesión a la tradición, Castellani fue un gigante sobre los hombros de un gigante. Porque su sujeción al ser, a la verdad, al Magisterio, fue una sujeción plenamente humana y, como tal, plenamente cristiana; es decir, en suma, que Castellani fue un hombre libre, porque fue esclavo de la verdad. De ahí su 'originalidad', que en él se hizo sinónimo de 'genialidad'“.
Pues bien, este pensamiento esencial en Castellani, ese “pensamiento teológico”, expresivo de una “vivencia teológica”, se constituyó alrededor de un eje central, expresivo de la más simple y plena ortodoxia: el misterio del Cristo venidero. Procuraremos, pues, desarrollar esta nuestra intervención, esbozando la penetrante, clara y bella elaboración de nuestro querido Padre Castellani al respecto, para concluir tratando de vislumbrar cómo se materializa en nuestros días la oposición a la parusía.

2. LA PARUSÍA COMO EJE CENTRAL DEL MENSAJE CRISTIANO. LA ESJATOLOGÍA COMO DRAMA TEOLÓGICO.
El Padre Castellani ha sido claro y terminante al respecto. En 1951 publica por primera vez Cristo ¿vuelve o no vuelve?. En el mismo, realiza el estudio sobre el misterio del fin de los tiempos, es decir, el misterio de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Desde el mismo inicio, puntualiza el objetivo y justifica su importancia. “Jesucristo vuelve, y su vuelta es un dogma de nuestra fe”, expresa el padre. Y agrega: “es un dogma de los más importantes, colocado entre los catorce artículos de fe que recitamos cada día en el símbolo de los apóstoles y cantamos en la misa solemne. Et íterum ventúrus est cum gloria judicáre vivos et mortuos”. Y enfatiza sobre su importancia y sobre su vigencia, afirmando que “es un dogma bastante olvidado. Es un espléndido dogma poco meditado” (4).
De este modo Castellani expresa una intención y un objetivo: la intención, clarificar el contenido central para la consistencia y la posibilidad de nuestra fe del dogma de la parusía; el objetivo, diagnosticar con realismo la situación actual del mismo en la vivencia específica del cristianismo.
En 1963 publica el padre El Apokalypsis de San Juan. En esta obra, realiza una traducción directa del griego, comentando literalmente el texto sagrado, con importantes estudios aclaratorios (excursus), planteando una exégesis medulosa y, como tal, profunda. El tema central es, claro está, también el misterio de la segunda venida o parusía, enfatizando y justificando la centralidad de la misma para la fe católica. Para Castellani, el apocalipsis involucra lo que se denomina “El sentido teológico de la historia”. La idea-fuerza que fundamenta el mismo, la expresa el padre con claridad y belleza: “...El mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente, ni acabará por azar (...) ni terminará por evolución natural de sus fuerzas elementales (...) sino por una intervención directa de su Creador” (...) no morirá de muerte natural, sino de muerte violenta; o por lo mejor decir (ya que tú eres Dios de vida y no de muerte), de muerte milagrosa”. De este modo, rechazando las pretensiones de los naturalistas y los evolucionistas, que se afincan en considerar al universo como un “proceso natural”, Castellani lo considera como “un poema gigantesco, un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente creación, redención, parusía”. Y culmina bellamente Castellani: “Los personajes son los albedríos humanos, las fuerzas naturales son los maquinistas. Pero el primer actor y el director de orquesta es Dios” (5). Ello explica la centralidad de la parusía para el hombre que, reconociendo su condición propia (metafísica y teológica) de “creatura”, ve, ayudada su razón por la revelación, su carácter propiamente teleológico esencial. Por ello “el dogma de la segunda venida de Cristo, o parusía, es tan importante como el de su primera venida, o encarnación”. Y por eso también, “si no se lo entiende, no se entiende nada de la Escritura ni de la historia de la Iglesia” (6). Y en esta “centralidad”, en esta “esencialidad” del misterio de la segunda venida de Jesucristo en la fe católica, Castellani ve el drama esencial del hombre y de la humanidad como auténtico “drama teológico”, ubicando con precisión a los protagonistas, el hombre creatura y Dios creador, “un drama impresionante, el de la secular lucha entre el bien y el mal, ahora llegada a su culminación, y por ende radicalizada”. Y el Padre Castellani “lo escruta con toda la inteligencia y la inspiración del teólogo y del poeta que es a la vez” (7).
Para Castellani, “si un hombre piensa, tropieza ineluctablemente con el pensamiento de su fin; así del colectivo como del individual” (8). Y lo enfatiza en otra de sus obras, señalando que “la creencia de que este mundo tendrá un fin, así como ha tenido un principio, pertenece al tesoro común de la humanidad. De ahí que haya existido siempre una literatura apocalíptica desde que existió literatura, porque el hombre para caminar necesita saber lo que va a venir, y para eso necesariamente representarse de un modo u otro, conjetural o cierto, el término del camino” (9).
De este modo, esta centralidad del misterio de la parusía, exige necesariamente, al vivir cristiano, su aceptación, que no puede ser cumplida sino como es propiamente el destinatario de la misma, es decir, el hombre. Por eso se explica per se “la centralidad, en la revelación divina, de la develación del fin de la historia y del fin particular de cada hombre” (10).El Padre Castellani es reiterativo al respecto, y lo es por la propia exigencia del dogma parusíaco. En un texto magnífico por su densidad y profundidad, expresa que “este triunfo final y definitivo de la vida, que es el dogma primero y último de la Fe cristiana, no sería mayor que la derrota (...) si toda la natura no hubiese de ser finalmente restaurada a imagen del perdido paraíso (...) reducción de todo a su espiritual cabeza” (...) ‘recapitación’ apocalíptica, hacia la cual gime como parturienta la creación visible (San Pablo), delira el corazón del hombre (S. Agustín) y parecen tirar convergentemente todas las líneas de fuerza de la historia humana (Berdiaeff)”. Y culmina Castellani afirmando, metafísica y poéticamente, que debe bastarnos saber que “si la vida del hombre y la existencia de los seres tienen algún sentido posible, es esto y no otra cosa lo que exige la mera existencia del Ser supremo y el más íntimo indefectible grito del corazón humano” (11).
Profundizando el análisis, el Padre Castellani le da a esta centralidad del dogma “esjatológico” (12) una esencialidad especificativa del ser cristiano, es decir, “que creer en su segunda venida es necesario para creer en Cristo, es distintivo de la auténtica fe en Cristo” (13). Bástenos dos textos de nuestro querido Padre, exhaustivos en la explicación de esta esencialidad.Por un lado, en su magnífico libro Los papeles de Benjamín Benavides, expresa su protagonista, don Benya: “...Que Cristo ha venido hoy no es dificultoso conceder; hasta mi amigo Jácome, (...) y todos los judíos, reconocen a Cristo como un gran hombre de nuestra raza, y Bergson dice que no hay dificultad en llamarle Dios y Renan y Rousseau y Víctor Hugo y Samuel Butler y los modernistas dicen que fue Dios en cierto modo –sin concretar mucho si ese modo es el de Arrio, el de Nestorio, el de Mahoma o el de Dante y Tomás de Aquino. Eso de llamar Dios a Cristo no distingue hoy más a los cristianos de los herejes: éstos hoy día no tienen reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre; se ha gastado el cuño de la moneda; lo que distingue a los verdaderos cristianos es que esperan la segunda venida...” (14).
Y en otro texto suyo, anotando al final de la recolección de textos del Apokalipsis, expresa que éste “contiene el punto más importante de la revelación de Dios por el Cristo, y el foco a donde toda la dogmática cristiana converge. De ahí que interpretar bien o mal esos capítulos tiene una importancia capital... es más importante (audeo dicere) que los mandamientos. Toda la interpretación de la Escritura, y por tanto toda la visión de la economía divina de la redención cambia radicalmente según se interprete alegóricamente o bien literalmente el Capítulo XX” (15).
Se comprende, así, la importancia nuclear dada por el Padre Castellani a la imprescindible necesidad de exponer y comprender adecuadamente el dogma parusíaco, este misterio clave en su centralidad salvífica en el conjunto integral de la fe cristiana.

3. LA PARUSÍA COMO EXPRESIÓN COMPRENSIVA DE LA HISTORIA Y DEL HOMBRE
Explicitada esa esencialidad, se comprende que el dogma parusíaco se convierta en una verdadera “clave hermenéutica de la historia del hombre” (16).
Esa clave interpretativa, contenida en el misterio de la segunda venida, afirma el señorío de Jesucristo sobre la historia y, por consiguiente, explica igualmente aquello que fundamenta tal señorío, es decir, la mesianidad, la reyecía y la divinidad de Jesucristo que, como tal, es Señor de la historia porque es mesías y rey, y en definitiva lo es porque es Dios.
Esta totalidad teológica se evidencia, pues, como clave interpretativa del hombre y su destino eterno. Y ese “poema dramático” que es el universo existente, evidencia del amor creador de Dios, sublimado y sobreelevado en el destino de la creatura humana, “imagen y semejanza” divinas, exige, por así decirlo, la creación, la redención y la parusía. Como antes recordamos, el Padre Castellani ubicó con precisión a los personajes, “los albedríos humanos”; a “los maquinistas”, “las fuerzas naturales”, y al “primer actor y el director de la orquesta”, que “es Dios” (17).
Y en la segunda venida, Cristo vuelve como juez y como rey, es decir, a premiar y castigar. Expresa Castellani que “el autor del Apocalipsis afirma que la parusía” es “la presencia justiciera de Cristo en la historia humana” (18). Y en un sermón sobre Cristo Rey, citando a un poeta que se lamentaba de la guerra y afirmaba la impotencia y el fracaso de Cristo en su sueño de paz y amor, y le pedía a Cristo que vuelva de nuevo al mundo, pero ya no para ser crucificado, Castellani le responde: “el pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey (¿O qué se ha pensado El que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar él solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?” (19).
Para esperanza y dicha del hombre, la historia es señorío de Cristo; es de Cristo y para Cristo. Y tiene razón de ser en Cristo. Por eso afirma el Padre Castellani que “la historia antigua de la humanidad sigue una línea recta hacia la primera venida de Cristo. Desde Cristo, la historia sigue una línea sinuosa bordeando la parusía, aproximándose y alejándose; dentro del límite de que ella sucederá infaliblemente y sucederá ‘pronto’, y no en una remotísima fecha, como ama imaginar la necedad seudocristiana actual” (20).Esta centralidad de la parusía explicada tan profunda y bellamente por nuestro querido Castellani, que permite comprender y aprehender la esencialidad del misterio de Dios y su designio para su creatura, y que por eso mismo permite ratificar nuestra autenticidad cristiana, nuestra especificidad de ser cristianos, al ser como un sello “distintivo de la auténtica fe en Cristo” (21), ilumina la comprensión de la amorosa preocupación del Padre Castellani por la cuestión apocalíptica. Por eso se explica la importancia nuclear dada tanto al Apocalipsis de San Juan como al Apocalipsis sinóptico, es decir, los logos y profecías de Jesucristo contenidas en el llamado sermón escatológico, narrados por San Lucas (17, 20 y ss.), San Mateo (24, 23 y ss.) y San Marcos (13, 21 y ss.), que nuestro autor comentó maravillosamente.(22)
Para Castellani, el apokalipsis tiene carácter profético, y su objeto específico es el misterio de la parusía. En él está, como dijimos, la clave hermenéutica del plan divino; “Es la llave teológica para establecer una hermenéutica trascendente (desde lo alto, desde Dios) de la historia; nos ayuda a entender lo que sucedió y lo que sucede por medio de lo que habrá de suceder. Siempre la clave es Cristo que viene, y hacia su venida se ordenan las acciones de los hombres, demoliendo contra él o edificando para él” (23). Así lo enfatiza precisamente Castellani: “El Apokalypsis es pues una profecía referente a la segunda venida de Cristo –dogma de fe que está en el Credo- con todo cuanto la prepara y anuncia, que es ni más ni menos que el desarrollarse en continua pugna de las dos ciudades, la ciudad de Dios y la del hombre” (24).La profunda impronta teológica del Padre Castellani se acentúa en este tema esjatológico, como lo expresa textualmente Castellani: “...las cuestiones esjatológicas (...) encierran la clave de todas las cuestiones teológicas” (25). En suma, Castellani nos enseña, en la más auténtica tradición, que el dogma parusíaco nos permite comprender la realidad del hombre y del mundo, del tiempo viador y de la eternidad; en su contenido misterioso y amoroso, nos ofrece, como dice el Padre Fuentes, el alimento espiritual necesario para nuestra espiritualidad; “nuestra espiritualidad de viadores, nuestra espiritualidad de provisorios en un mundo provisorio, nuestra espiritualidad conquistadora y enseñoreadora de un mundo, con sus culturas, con sus corazones, para Cristo, que no tiene otra razón de volver que la de enseñorear definitivamente toda realidad” (26).
Podemos concluir esta parte del análisis, de una sola manera. Si somos honestos intelectualmente hablando, si somos dóciles a la palabra de Dios, la verdad inmensa que encierra el dogma parusíaco, involucra una única e insoslayable consecuencia, que comprende al hombre en su integridad, en su individualidad espiritual y en su sociabilidad. Consecuencia que el Padre Castellani anunció con un llamado surgido de la entraña misma del amoroso deseo divino para con su creatura: “Pero este país todavía no ha renegado de Cristo, y sabemos que hay alguien capaz de levantarlo. Preparémonos a su venida y apresuremos su venida. Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras pobres efímeras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ella el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo, o en su Parroquia, o en las sociedades vicentinas... El que pueda hacer apostolado, que ayude a nuestro Cristo Rey en la acción católica o en las congregaciones. El que pueda enseñar, que enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores a nuestra vida, acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el Capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del mal, campaña que es el eje de la historia del mundo –sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su reino no tendrá fin, que su triunfo y venida no está lejos y que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vió, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso” (27).
Estas palabras encierran, en su profundidad y belleza, al Padre Castellani “de cuerpo entero” y nos ratifican en lo señalado al principio de nuestras reflexiones. Es que realmente el Padre Castellani expresó una ‘vivencia teológica’, que 'encarnó' con su claridad, su penetración intelectual y su don natural de enseñanza. Para él, el dogma y el misterio parusíaco no se constituyeron en una simple cuestión de erudición y de investigación, sino que fueron “un misterio profundamente vivido”. Y en ello, como magnífica y justamente puntualiza el Padre Fuentes, “radica la fecundidad inusitada de su obra ciclópea. Castellani dictó cátedra con la pluma, sin borrar con el codo cuanto escribía con la mano. La uniformidad y armonía de su pensamiento con su vida es lo que, aún hoy, hace de su pensamiento escuela de vida” (28).

4. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL Y SU OPOSICIÓN A LA PARUSÍA
Ahora bien, Castellani fue terminante al analizar el dogma parusíaco y su vigencia en el mundo contemporáneo. “La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos, no pensar que vuelve” (29). En el desarrollo y configuración del mundo moderno, cuyo constitutivo esencial es un “nuevo hombre” radicalmente opuesto al “hombre nuevo” evangélico, que supo inspirar y constituir la cristiandad, ve Castellani aplicada y ratificada la cuestión esjatológica. Su diagnóstico es insuperable, por su realismo metafísico y teológico. Expresa que, en virtud de ese olvido y ese desconocimiento, expreso o tácito, del dogma parusíaco, “...el mundo moderno no entiende qué le pasa. Dice que el cristianismo ha fracasado. Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad. Está a punto de dar a luz una nueva religión. Quiere construir otra Torre de Babel que llegue al cielo. Quiere conquistar el Jardín del Edén con solas las fuerzas humanas” (30).
Castellani advierte la raíz antropológica del drama del hombre contemporáneo: es la irrupción del “hombre autónomo”, del “hombre autosuficiente”, del “hombre autocreativo”. Es el proyecto del hombre autónomo, autosuficiente y autocreativo; en rebelión contra Dios, asumiendo el modelo prometeico. Señala el Padre Castellani que el mundo moderno “está lleno de profetas que dicen: ‘Yo soy. Aquí estoy, este es el programa para salvar al mundo. La carta de la paz, el pacto del progreso y la liga de la felicidad. ¡La UNA, la ONU, la ONAM, la UNESCO! ¡Mírenme a mí! Yo soy’” (31). Y Castellani ve en este proceso de rebelión una causa motora, explicativa del mismo, constitutiva de la herejía de hoy, que “pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos a todos”. Y en su esencia, para el ermitaño urbano, la misma expresa una gran negación: “niega explícitamente la segunda venida de Cristo; y con ella, niega su reyecía, su mesianidad y su divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la historia. Y al negar la divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de formas de religiosidad” (32).
Es el cumplimiento esjatológico; es la explicación única y última del drama del hombre moderno. Con fineza expresiva, nuestro autor ve la perversión íntima vigente en esta concepción del hombre prometeico: “con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el Reino de Dios y el Paraíso en la tierra por sus propias fuerzas” (33).
Es, pues, la impronta de este proyecto humanista prometeico el olvido del dogma parusíaco, el intento de erradicar o postergar in eternum la segunda venida del Salvador. Castellani ve en ello un signo de los tiempos, ve en ello la explicación última del hombre moderno, reducido a hombre inmanente; de la historia moderna, reducida historia inmanente, y cuyo corolario ineludible no podía ser otro que el ateísmo y la negación de la trascendencia.La filosofía moderna empieza y culmina un proceso que, en última instancia, se sintetiza en la inmanencia absoluta. El objetivo de este proyecto era erradicar lo religioso, y al no poder hacerlo, puesto que la dimensión religiosa es natural al ser del hombre, procuró erradicar lo auténtico religioso del hombre, comprendiendo que era, en su concepto, la única posibilidad de triunfo. Sus esfuerzos se centraron, expresa e implícitamente en torno a esta idea motorizadora. Este proyecto radicalmente anticristiano se estructuró a través del relativismo, del modernismo y del romanticismo, buscando despojar a la iglesia de Cristo de todo carácter sobrenatural. Así, el hombre “nuevo” moderno, autosuficiente y autónomo, no necesitará ya una iglesia en que hallar la salvación y, contando con solamente con sus propias fuerzas, el hombre salvará al hombre. El Cardenal Ratzinger ha expresado ese perfil del hombre moderno: “En efecto, si no se comprende que el hombre se halla en un estado de alienación que no es sólo económica y social (una alienación, por lo tanto, de la que no puede liberarse con sus propias fuerzas), no se alcanza a comprender la necesidad de Cristo Redentor. Toda la estructura de la fe queda así amenazada. La incapacidad de comprender y de presentar el ‘pecado original' es ciertamente uno de los problemas más graves de la teología y la pastoral actuales” (34). Y más adelante, el mismo Cardenal Ratzinger evidencia los funestos resultados logrados por este “hombre autónomo”, que de una supuesta “liberación”, culmina en una verdadera esclavitud. Así, afirma que “lo que parecía ‘liberación se transforma en su contrario, mostrando en el terreno de los hechos su rostro luciferino. Es el tentador quien, en el primer libro de la escritura, seduce al hombre y a la mujer con la promesa: seréis como Dios (Gén. 3, 5). Es decir, libres de las leyes del creador, libres de las leyes mismas de la naturaleza, dueños absolutos de nuestro destino. Pero, al final de este camino, no es precisamente el paraíso terrenal lo que nos espera” (35).
Y el olvido y la negación del pecado original, proyecta su veneno sobre la redención y sobre el fin del hombre. Esta “idolatría del hombre”; constituye, para Castellani “el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro” (36). Y es que “siempre que ha pretendido el hombre hacerse un paraíso en el estado, lo ha convertido en un infierno” (37).
Castellani vio con exactitud que la negación u olvido del dogma parusíaco era nefasto pues implica la pretensión de anular uno de los fundamentos de la fe, pero, que, al mismo tiempo, significa imposibilitarle al hombre la explicación de la historia, de la sociedad. Por ello, el mundo moderno, con la pretensión de constituirse sobre la base del hombre autónomo, como antes nos decía, “no entiende lo que le pasa”(38). Y no lo entiende radicalmente, porque al rechazar el misterio de la segunda venida, se imposibilita para comprender la integridad del mensaje salvífico. “Si no lo entiende -enfatiza Castellani- no se entiende nada de la Escritura ni de la Historia de la Iglesia”, ya que “el término de un proceso da sentido a todo el proceso. Este término está no sólo claramente revelado, mas también minuciosamente profetizado. Jesucristo vuelve pronto” (39).El pensamiento del Padre Leonardo nos ilumina, pues, en el análisis de nuestro tiempo contemporáneo. Castellani vio con precisión que el desconocimiento del dogma parusíaco imposibilita, como vimos, para comprender la historia, su desarrollo, sus leyes propias. Y ello porque el hombre y la historia son finalísticos, lo que implica decir que para conocerlos es preciso conocer el fin, ya que él es el que explica el movimiento del móvil. Y en la historia, todo tiene una esencia teológica, una raíz religiosa. Castellani enfrentó magistralmente al comunismo, al socialismo y, especialmente, al liberalismo, viéndolos en su auténtica realidad, es decir, como “falsificaciones del cristianismo”, como agudamente lo manifiesta en Los papeles de Benjamín Benavides (40). La persistencia de esas “herejías con efecto político y alcance universal” (41), convergiendo hoy en la conformación de un sedicente “nuevo orden mundial”, que se presenta como una conjunción de aquéllas, nos permite evaluar la clarividencia y la actualidad del pensamiento del Padre Castellani.
Al respecto, señalaba (¡en 1954!), analizando la realidad de los imperialismos actuales, a través de la respuesta que daría San Agustín (“hablando agustinianamente” (42), en palabras del Padre Leonardo), al panegírico o bien la justificación de una “preferencia” por el capitalismo estadounidense sobre el soviético: “son dos imperialismos. Poco importa si son imperialismo económico o imperialismo político: las dos cosas hoy día van juntas. Pero las guerras no son nunca meramente económicas. Son siempre también ideológicas; y en este tiempo, cosa sumamente extraña, son guerras religiosas –es decir, heréticas-. La economía soviética y la economía americana podrían perfectamente conciliarse –y por ende también sus zonas de influencia política- si se conciliaran sus dos ‘ideas’ –ideas que versan sobre el fin del hombre: la idea pesimista y maniquea del oriente, y la idea progresista y ‘liberal’ acerca del hombre del actual occidente-. Son conciliables también estas dos ideas, porque se tocan en un mismo fondo, que es la pretensión de conseguir la felicidad del hombre aquí en la tierra, y por medio del saber, del poder y de las fuerzas humanas” (43).Y ello porque “El capitalismo y el comunismo, tan diversos como parecen, coinciden en el fondo; digamos, en su núcleo místico: ambos buscan el paraíso terrenal por medio de la técnica; y su mística es un mesianismo tecnólatra y antropólatra, cuya difusión vemos hoy día por todos lados, y cuya dirección es la deificación del hombre: la cual un día se encarnará en un hombre” (44).
Y veía Castellani que el intento de “globalización” entroncaba claramente con la parusía, expresando que “hoy día es un fin político lícito y muy vigente por cierto, la organización y unificación del mundo en un solo reino, que por ende se parecerá al imperio romano. Esta empresa pertenece a Cristo; y es en el fondo la secular aspiración de la humanidad; pero será anticipada malamente y abortada por el contracristo, ayudado del poder de Satán. En el Boletín del Canadian Intelligence Service de Enero de 1963 podemos ver el poder que tienen actualmente, en EE.UU. e Inglaterra sobre todo, los One-Worlders o partidarios de la unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician la amalgama del capitalismo y del comunismo, que será justamente la hazaña del anticristo” (45). De este modo, “el anticristo usurpará simplemente este ideal de unidad del género humano en la institución perversa de su imperio universal...” (46).
Y para el Padre Castellani, el “nuevo orden mundial” será presidido por el anticristo, quien “tomará lo que tiene de bueno el capitalismo, o sea, la inmensa productividad, y la encauzará con medidas férreas, comunizándola. Habrá abundancia para todos –menos para los cristianos, por supuesto- y sólo se perderá una pequeña cosita: la libertad; la poca libertad que hoy nos queda, y la gran libertad verdadera que prometió –y dio- Cristo” (47).Y el “nuevo orden mundial” edificará, en su carácter de “mono” de Dios, una “Nueva religión de la humanidad”, que Castellani conceptúa como “...la adoración del espíritu humano, a la idolatría del hombre, que es la idolatría del mundo contemporáneo neopagano, como la idolatría de los paganos era la idolatría de las fuerzas cósmicas encarnadas en Júpiter, Mercurio, Venus, Marte y toda la compañía. Y eso, la idolatría del hombre, según la Escritura, será la religión del Anticristo (II Tesalonicenses 2, 4)” (48).
En suma, como señala el Padre Sáenz, “el nuevo orden mundial y la new age [movimiento que propaga por todo el mundo que el 'hombre ha creado a Dios a su propia imagen', y que ha llegado el momento de que él mismo se reconozca como Dios] podrían corresponder a las dos bestias del Apocalipsis, la primera, en el ámbito político, y la segunda, en el círculo de una falsa religión, sustitutiva del cristianismo” (49).
Respecto a la configuración del “nuevo orden mundial”, el mismo expresa una realidad mundial actual. El denominado “fenómeno de la globalización” está manifestando cuál es la realidad del mundo en que vivimos. Estamos ante una evidencia: el mundo contemporáneo se estructura en tres modelos específicos de “sociedades laicas”, que expresan el moderno proceso de secularización. El padre Fosbery ha precisado esta cuestión, señalando que “la secularización va imponiendo en la modernidad, especialmente después de la revolución francesa, una nueva categoría política que, al decir de Hegel, es la 'sociedad civil’. Y señalamos la revolución francesa porque es a partir de ella cuando el carácter laico de la sociedad va cobrando vigencia hasta llegar a establecer, como lo expresa la constitución de la República Francesa, la incompetencia del estado en asuntos religiosos y de la iglesia en problemas del estado” (50).
En el proceso de secularización de la modernidad, se configurarán tres modelos. Señala el Padre Fosbery que “tres modelos reconocemos (...), que tiene su origen en el secularismo y que quieren expresar, cada uno a su manera, el sentido último de la modernidad como una forma de plenitud histórica inmanentista e intra-mundana: el nacional-socialismo, con su intento de imperio racial; el marxismo-leninismo, con su intento de imperio comunista; y el de la sociedad laica americana, con su intento de universalizar la democracia, la economía de libre mercado y los derechos humanos. Allí el individuo, y no el estado, cobra el máximo sentido de eticidad social, detrás de la vigencia de una libertad política fundada en el principio religioso de la libertad de conciencia. La democracia absoluta de valor universal y el capitalismo liberal fundan un imperio plutocrático” (51).El primer modelo, el proyecto nacional-socialista fenece en la segunda guerra mundial. El segundo modelo entra en crisis como resultado del “desbalanciamiento que provocan los Estados Unidos, presionando con el tema de los derechos humanos, desde la comunidad internacional, durante la gestión del Presidente Carter (1977-1981). Posteriormente, Reagan (1981-1989) instala el conflicto en el marco del desarrollo tecnológico-militar. La 'guerra de las galaxias' termina vaciando el poder económico ruso, que no alcanza a competir con los yanquis. No hay duda que la utopía se cumple. Washington tenía razón cuando afirmaba que los Estados Unidos eran la nueva Jerusalén designada por la providencia para ser el teatro donde el hombre debe alcanzar su verdadera talla. Los rusos no la alcanzan y por eso son vencidos” y concluye el Padre Fosbery que “occidente se identifica con el modelo de sociedad laica americana porque sólo los Estados Unidos cuentan con los tres poderes necesarios para solventar un imperio: el poder político, el poder militar y el poder económico” (52).
El análisis de la historia de los últimos años evidencia que la “Revolución Cultural” ha ido, paulatina pero coherentemente con los postulados sustentatorios de la misma, fue llevando a los supuestos contendientes hacia un real punto de convergencia, fundamentada en la utopía de un “nuevo orden mundial”. Instalada la utopía en los espíritus occidentales por la acción deletérea de los ideólogos, hubo que esperar solamente los acontecimientos, “y éstos llegan de la mano de Ronald Reagan (1981-1989), quien hará posible que los Estados Unidos cumpla con el destino que, según ellos, le reservó la providencia” (53).
Así, desde la Presidencia de Reagan, los Estados Unidos son un “imperio” proclamado. El fundamento lo consideran sus ideólogos irreductible. Es la tendencia al “salvacionismo democrático”. Y esta tendencia está, en realidad, ínsita en los principios calvinistas fundacionales de los Estados Unidos, y se explicita en la “Doctrina del destino manifiesto”, concretada por los dos Roosevelt, declarada solemnemente en 1981, estableciéndose el “derecho específico” de los Estados Unidos a velar por la integridad democrática de las Américas, “desde Alaska a Tierra del Fuego”.Uno de sus principales ideólogos lo ha expresado con claridad. Así, Henry Kissinger a escrito que: “en el Siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las relaciones internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los Estados Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros estados ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenía aplicación universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de su convicciones morales históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcances y dimensiones sin precedentes”. Y agrega que “los Estados Unidos consideran normal un orden global internacional fundamentado en la democracia, el libre comercio y el derecho internacional” (54). Como señala el Padre Fosbery, “los Estados Unidos pretenden ser, por un lado, faro para las demás naciones, mostrando los logros políticos y económicos de su democracia fundada en la vigencia de los derechos humanos; y, por otro, constituyéndose en cruzados de estos valores, para imponerlos en todo el mundo” (55).
La administración Reagan actuó convencida de que si el mundo puede alcanzar la paz, “tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados Unidos. Ése será su empeño político, al que consagrará todo el mecanismo de su política internacional” (56). El mismo Kissinger señala que “los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional, aspiran a ser ellos el sistema internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio de poder. Así es como los Estados Unidos han dirigido su política exterior en América” (57).Los hechos recientes ratifican el análisis. Primero la Organización de Estados Americanos incorporó la “regulación democrática”. Puede afirmarse, sin ser temerarios, que podría seguir rápidamente una “regulación de la globalidad”, expresión que hoy sirve para dirigir de modo informal la actividad del imperialismo estadounidense: “democracia” (política) y “globalidad” (económica, regimentada por el fondo monetario internacional). Y el próximo paso sería la concreción de la sanción jurídica internacional del esquema planteado. Para el logro de este “nuevo orden mundial” se debe plantear la consecución de un “nuevo modelo cultural”, cuyos elementos constitutivos se orientan a funcionar “como un proceso de globalización encaminado a lograr la creciente aceptación de valores, creencias, orientaciones, prácticas e instituciones comunes por pueblos y personas de todo el mundo. Una suerte de 'civilización universal’” (58). Juega aquí con toda la fuerza de su peligrosidad y perversidad, la asunción por parte de los ideólogos del “nuevo orden mundial”, de la estrategia elaborada por el marxista italiano Antonio Gramsci, que postuló agudamente un proyecto revolucionario centrado en la sustitución del concepto propio del hombre, encerrándolo en la total inmanencia, previendo acciones concretas constitutivas de un “nuevo sentido común”, que, en última instancia, imposibilite siquiera plantear al pensamiento humano la posibilidad de la trascendencia.
En ese contexto, los ideólogos del “nuevo orden mundial”, buscan imponer una “nueva cultura”, “cultura mayoritaria”, que como agudamente señala Díaz Araujo, se estructura “para anular las resistencias nacionales a la 'globalidad'“, fomentando “el individualismo ético trascendental, que desliga de cualquier obligación con el prójimo y, sobre todo, con el bien común. De manera análoga han impulsado el nihilismo metafísico que no reconoce la existencia de ninguna verdad objetiva, quedando todo en un plano libertario de subjetivismo inmanentista. Han roto también con los cánones estéticos naturales, exaltando cuanta fealdad artística se divulgue en el universo. De modo tal que ni el bien, ni la verdad, ni la belleza encuentren el menor espacio en este mundo. Y si algún desprevenido intentara rescatar valores naturales, sería de inmediato procesado por ‘discriminador'. Conducta que bastará para establecer el juicio histórico sobre el imperialismo estadounidense” (59).
En suma, en el proyecto ideológico del “nuevo orden mundial”, asistimos al intento persistente y pertinaz de realizar una serie de reemplazos que permitan estructurar “el nuevo hombre contemporáneo”. El Padre Fosbery lo puntualiza: “la ideología desplaza a la metafísica. La utopía del progreso indefinido a la religión. La moral queda vaciada de contenido ontológico y de referente sobrenatural” (60). Y ello se comprende por la lógica férrea asumida por la ideología inmanentista, ya que “si nada existe superior al hombre, éste no puede buscar más que en sí mismo el fin y la moral de su acción. Se instala el empirismo moral. Epicuro y las formas más puras del hedonismo sensualista marcan la tónica moral de la nueva sociedad laica” (61).
El resultado es el único posible: “una civilización fundada en la ideología del progreso indefinido, como una nueva utopía esjatológica del inmanentismo. La cultura es desplazada a lo literario, lo artístico, y la virtud, vaciada de contenido moral, se transforma en habilidad científica o técnica, como instrumento del quehacer hedonista y utilitario” (62). Y el resultado buscado se evidencia por sí mismo: “estamos frente a la civilización del secularismo que hace del progreso su religión y que se alimenta con la ideología del economicismo instrumentada por el dominio, la eficiencia y el poder. No hay lugar para la cultura y, consecuentemente, no lo hay para Dios. Lo religioso puede ser tolerado, a lo sumo, como culto encerrado en los repliegues de la conciencia individual”. Y como resultado de este proceso de secularización se obtiene la generación del “capitalismo en sus dos formas: el capitalismo de estado, o socialismo, y el capitalismo liberal” (63).
Y producida la caída de “los dos imperialismos que, a su manera, se inspiraron en este utilitarismo universal y quisieron construir una civilización, es decir, el nacional-socialismo y el marxismo leninismo, el camino está expedito para que el imperialismo anglosajón se afirme en lo que hoy se ha dado en llamar la globalización” (64). De este modo, “ésta será la ideología imperante capaz de generar una nueva civilización” (...) “el secularismo ha hecho posible la aparición de una sociedad laica sobre la que se apoya el actual proceso de globalización” (65).

5. CONCLUSIÓN: LA SEGUNDA VENIDA COMO ESPERANZA DE REALIZACIÓN CRISTIANA
El Padre Sáenz ha señalado que “la unión de las naciones en grupos regionales, primero, y después, en un solo imperio mundial, sueño fascinante del mundo de hoy, no puede realizarse sino por Cristo o contra Cristo”, agregando que lo que se puede hacer sólo con la ayuda de Dios, y que de hecho Dios hará al final, conforme está prometido, febrilmente intenta el mundo moderno construirlo al margen del designio divino, orillando a Dios, abominando del antiguo proyecto de unidad que se llamó cristiandad, y violentando incluso la naturaleza humana, con la supresión intentada de la familia y de las patrias. En frase categórica de Castellani: ‘todo lo que hoy día es internacional, o es católico o es judaico’” (66).
En la situación en la que se desarrolla hoy día la historia de la humanidad, la actualidad del pensamiento del querido e inolvidable Padre Castellani se reafirma en su importancia. El Padre Leonardo “ha hecho con sus libros sobre la esjatología un servicio relevante a la cultura religiosa” (67) y, como consecuencia del mismo, un aporte imprescindible para la comprensión de nuestros tiempos históricos.
Escribió el padre, en una carta, que “aguantar estos tiempos tan malos, e incluso alegrarse en lo posible por haber sido creado en ellos” debía ser la actitud propia de nosotros los cristianos, agregando: “puede que el Cristo no esté lejos. Pero yo por todas partes oigo ayes y veo ruinas; y algunos días la carga de este mundo me parece insoportable. Más no lo es, de hecho” (68).
Y en la misma misiva, más adelante, agregaba: “puse arriba: ‘puede que Cristo no esté lejos’. Es falta de fe. Creo positivamente que está cerca; y no puedo pensar lo contrario sin ir contra mi conciencia, contra el temor de Dios. Pensar que la Iglesia y el mundo puedan ir adelante mucho tiempo tal como están ahora, me parece impío. O todas las Escrituras que nos dejó Cristo son un engaño, o vamos con rapidez vertiginosa a la última lucha; para la cual conviene sin cesar pedir auxilio a Dios. Toda bendición de Dios implica una maldición, porque el mundo odia a los que son de Dios. Lo que puede hoy el mundo, la violencia de su odio oculto y ‘las tinieblas que han caído sobre la tierra’ (como dijo el Papa) son cosas de no creer” (69).Y en otra misiva, expresa que “estamos viviendo en un mundo sin caridad, que rezuma odio, hostilidad o indiferencia al prójimo por todos sus poros: ‘sine afectione, absque faédere, sine misericordia’ como decía San Pablo del mundo pagano. ‘Sin piedad, sin lealtad y sin afecto. Creo que así no puede seguir el mundo, y se tiene que disgregar, si no viene un remedio milagroso” (70).
Y respecto a nuestra Patria, el Padre Castellani veía el proceso de disolución desacralizadora en marcha, expresando dolidamente: “siento como quizá ningún otro en el país la correntada del mundo adversa al ‘que quiere vivir píamente en Cristo Jesús’ debajo de las apariencias de una Nación aparentemente Cristiana” (71). Y esto escrito en el año 1954. ¿Qué diría hoy nuestro ermitaño urbano, de haber vivido la “apertura democrática”, los desgobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, la avalancha pornográfica, el permisivismo moral, el encumbramiento de Sodoma y Gomorra en Buenos Aires y su proyección en toda nuestra Patria, la claudicación absoluta y aceptada de nuestro rol político internacional, en suma, el real abandono de nuestras raíces hispano-católicas, en aras de un sedicente “nuevo orden mundial”, presentado como “única salida” para el pueblo argentino?.Hoy como nunca la labor ciclópea del Padre Castellani se evidencia como un faro indicador de nuestro compromiso y de nuestra militancia. Porque el realismo de sus análisis teológicos nos da la única respuesta válida para los interrogantes acuciantes de estos tiempos. En Castellani están las respuestas, porque Castellani supo interpretar la voz de Dios. De ahí que su insistencia en la importancia del Libro del Apocalipsis para la vivencia del cristiano, sea insoslayable. Castellani vio al Apokalypsis como el libro de la consolación: consolador y escrito para consuelo de los Cristianos” (72). Sí, el Apokalypsis es un libro consolador y escrito para consuelo de los cristianos.
Y el Padre Castellani supo expresarlo bella y rotundamente: “El Apocalipsis es un libro de esperanza: incluso la predicación de cosas tremendas –junto a la seguridad de esquivarlas para los fieles- es para dar ánimo, y deyección no; dado que esas cosas ya están entre nosotros, o en su ser propio o en su posibilidad y aprensión. Un impío argentino ha escrito que es un libro ‘de amenazas feroces y júbilos atroces’, Ha leído mal, si es que ha leído el libro. ‘Blasfemat quod ignorat’” (73).
Y contundentemente, señala nuestro querido Castellani: “Después de mucho tiempo, el Apocalipsis se me convirtió en un alivio. Es un librito de esperanza en último término. El talante del Cristianismo no es el pesimismo; menos aún es el optimismo beato de la Filosofía Iluminística, el famoso ‘progreso indefinido’. La profecía cristiana nos da una posición que está por encima de esos dos extremos simplistas, en donde caen hoy todos los que no tienen el sello de Dios en sus frentes’. El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un triunfo extrahistórico; o sea una trasposición de la vida del mundo en un tras-mundo; y del tiempo en un supertiempo; en el cual nuestras vidas no van a ser aniquiladas y luego creadas de nuevo, sino –como es digno de Dios- transfiguradas ellas todas por entero, sin perder uno solo de sus elementos” (74).Frente al proyecto del “nuevo orden mundial”, Castellani nos lo ha proféticamente definido en sus esencialidades perversas. Estamos frente a la gran herejía de nuestro tiento, y Castellani la puso ante nuestros ojos, desnudando toda su malignidad y soberbia. Y esta herejía se configura como la negación o el olvido de la segunda venida de Jesucristo, para implantar una sedicente salvación intramundana, inmanente, perversa y, como tal, cristofóbica. Castellani vio claramente que el proyecto inmanentista y su culto ínsito en la utopía del “progreso indefinido” se excluyen esencialmente; por eso nos decía de Kierkegaard que “su pensamiento total es netamente parusíaco o 'apocalíptico' -o antiprogresista. No solamente no cree en el dogma del progreso inevitable, sino que siente hacia él un desprecio absoluto” (75).
Terminemos con las palabras de nuestro querido Padre Castellani, que nos resume magníficamente la realidad de nuestra esperanza cristiana. Nos decía el Padre Castellani: “Cristo debe volver. Debe volver pronto. Y a medida que su retorno se aproxima, por fuerza se deben hacer más claras las promesas de sus santos y las visiones de sus videntes. Volverá no para ser crucificado por los pecados de muchos, sino a juzgar a todos, no como cordero de Dios, sino como Rey del siglo futuro. Volverá para poner a sus enemigos de alfombra a sus pies, a restaurar y restituir para su Padre todas las cosas, arrojado de ellas y amarrado el príncipe de este mundo; volverá en el clímax de la más horrenda lucha religiosa que han visto los siglos, en el ápice mismo de la gran apostasía y de la tribulación colectiva más terrible después del diluvio, cuando sus fieles esté por desfallecer y esté por perecer toda carne. Volverá vincens ut vincat, como un rayo que surgiendo de oriente se deja ver en occidente, para arrebatar a él en los aires a nosotros los últimos, los que quedamos, los reservados in adventum domini, que hemos sufrido más que Job, creído más que Abraham, y esperando más que Simeón y Ana” (76).Postdata de un “castellanista”, en nombre de todos los “castellanistas”: usted sigue con nosotros, querido Padre Castellani. Muchas gracias. Muchas gracias, Padre Leonardo, por lo trasmitido, por su ejemplo, por su amor, por, esencialmente, su “teología impecable”.

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(1) P. FUENTES, MIGUEL ÁNGEL, El Perfil Teológico, en el Número Extraordinario dedicado al R.P. Leonardo Castellani de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, nro. 36, Julio/Setiembre 1994, p. 23.
(2) Ib., pp. 23-24.
(3) CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalysis de San Juan, Ed. Dictio, Bs. As., 1977, p. 145.
(4) CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, Ed. Paucis Pango, Bs. As., 1951, p. 13.
(5) Ib., p. 13.
(6) Ib., p. 14.
(7) P. SAÉNZ, ALFREDO, El fin de los tiempos y seis autores modernos, Ediciones Gladius, Bs. As., 1996, p. 320.
(8) P. CASTELLANI, LEONARDO, El apokalipsis de San Juan, o.c., p. 148.
(9) Ib., Crítica literaria. Notas a caballo de un país en crisis (VIII. Hugo Wast, 666), Ed. Dictio, Bs. As., 1974, p. 302.
(10) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 26.
(11) CASTELLANI, LEONARDO, Conversación y crítica filosófica, Ed. El Ermitaño Urbano, Bs. As., 1986.
(12) En su "nota lingüística” del Apokalypsis de San Juan, Castellani nos dice: "¿Por qué escatológico con j? Porque así debe ser. Hay dos palabras morfológicamente parecidas en español: escatológico, que significa pornográfico -de scatos, griego, que significa excremento- y esjatológico, que significa noticia de lo último -de ésjaton, lo último-, las cuales son confundidas hoy día por descuido o ignorancia o periodismo, incluso en los diccionarios (Espasa, Julio Casares); de modo que risueñamente el Apóstol San Juan resulta ser un escritor ¡pornográfico o excremental! Yo hago buen uso: si el buen uso se restaura, mejor; si no, paciencia. Poco cuidado con nuestra lengua se tiene hoy día" (p. 313).
(13) P. FUENTES MIGUEL ANGEL, o.c., p. 27.
(14) CASTELLANI LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, Ed. Dictio, Bs. As., pp. 425-426, novela que constituye una auténtica "teología de la historia".
(15) P. CASTELLANI, LEONARDO, nota a la traducción y adaptación que hizo del libro del Padre Florentino Alcañiz, La Iglesia Patrística y la Parusía, Ed. Paulinas, Bs. As., 1962, p. 31.
(16) Ver P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., pp. 28 y ss., ensayo que se constituye, junto con el libro precitado del Padre Alfredo Sáenz (v. nota 7), en obras de consulta ineludible para la profundización del pensamiento del Padre Castellani respecto a la cuestión apocalíptica. Nos declaramos plenamente deudores de los profundos y brillantes estudios de ambos autores, que nos dilucidaron con su claridad expositiva muchas dudas y confusiones, como así también nos ratificaron en nuestras opiniones, respecto a una correcta interpretación del pensamiento del Ermitaño Urbano.
(17) Ver nota 5.
(18) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 53.
(19) Ib., o.c., p. 174.
(20) Ib., El Apokalipsis de San Juan, o.c., p. 305.
(21) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 27.
(22) Ver P. CASTELLANI, LEONARDO, El Evangelio de Jesucristo, (Homilías del Domingo vigésimo cuarto y último después de Pentecostés, y del Domingo primero de adviento, según el misal tradicional) Ed. Dictio, Bs. As., 1977, pp. 390-405. Existe también una reciente edición, la quinta, realizada por Ed. Vórtice, Bs. As., 1997, pp. 319-331.
(23) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 29.
(24) P. CASTELLANI, LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, o.c., p. 61.
(25) Ib., p. 51.
(26) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., pp. 29-30.
(27) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 178.
(28) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 30.
(29) P. CASTELLANI, LEONARDO, ib., p. 15.
(30) Ib., p. 15.
(31) Ib., p. 15.
(32) Ib., pp. 15-16.
(33) Ib., p. 16.
(34) RATZINGER, JOSEF, Cardenal, Informe sobre la fe, BAC Popular, Madrid, 1985, p. 87.
(35) Ib., p. 100.
(36) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 16.
(37) HÖLDERLIN, FIEDRICH, Hyperion, I, 1.
(38) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 15.
(39) Ib., p. 14.
(40) P. CASTELLANI, LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, o.c., pp. 45 y ss.
(41) Ib., p. 47.
(42) P. CASTELLANI, LEONARDO, San Agustín y nosotros, Ediciones JAUJA, Mendoza, Argentina, 2000, p. 11 (esta obra reúne las conferencias que el Padre Castellani dio en el teatro del pueblo de Buenos Aires en el segundo semestre de 1954, en ocasión del 16mo. Centenario de San Agustín).
(43) Ib., pp. 27-28.
(44) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 282.
(45) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 155.
(46) Ib., o.c., pp. 248-249.
(47) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 282.
(48) P. CASTELLANI, LEONARDO, San Agustín y nosotros, o.c., pp. 158-159.
(49) P. SÁENZ, ALFREDO, El Hombre Moderno. Descripción Fenomenológica, Ediciones Gladius, Bs. As., p. 208.
(50) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., La Cultura Católica, Ed. Tierra Media, Bs. As., 1999, p. 471.
(51) Ib., p. 492.
(52) Ib., pp. 492-493.
(53) Ib., p. 697.
(54) KISSINGER, HENRY, La Diplomacia, Edit. Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1996, pp. 11-12.
(55) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 698.
(56) Ib., p. 698.
(57) KISSINGER, HENRY, o.c., p. 15.
(58) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 703.
(59) DÍAZ ARAUJO, ENRIQUE, Del mundo en que vivimos, en Revista Cabildo, 3ra. Época, Año I, Nro. 8, Junio-Julio 2000, pp. 25-26.
(60) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 433.
(61) Ib.
(62) Ib., p. 434.
(63) Ib., p. 435.
(64) Ib., p. 437.
(65) Ib., p. 438.
(66) P. SÁENZ, ALFREDO, El fin de los tiempos y seis autores modernos, o.c, pp. 370-371.
(67) Ib., p. 373.
(68) P. CASTELLANI, LEONARDO, 24 CARTAS, editado por Víctor Tiraboschi, Córdoba, 1999, p. 18.
(69) Ib., p. 19
.(70) Ib., p. 49.
(71) Ib., p. 53.
(72) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 36.
(73) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apocalipsis de San Juan, o.c., pp. 64-65.
(74) Ib., p. 126.
(75) P. CASTELLANI, LEONARDO, De Kierkegaard a Santo Tomás de Aquino, Ed. Guadalupe, Bs. As., 1973, p. 175.
(76) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apocalipsis de San Juan, o.c., pp. 74-75.