ACTUALIDAD DEL APOKALYSIS EN EL PENSAMIENTO DEL P. LEONARDO CASTELLANI
Por Hugo Verdera
1. INTRODUCCIÓN PARA “CASTELLANISTAS”.
Por Hugo Verdera
1. INTRODUCCIÓN PARA “CASTELLANISTAS”.
La decisión del Círculo “San Bernardo de Clavaral” de centrar estas III Jornadas de Formación Católica de Buenos Aires en la meditación y vivencia de “Los rumbos del jubileo: sus gracias y exigencias”, unida a la aventurada decisión de los organizadores de las mismas de invitarme a desarrollar un tema que, a mi humilde apreciación, entronca perfectamente con el tema elegido, me permite, merced a estos motivos señalados, tratar de cumplir con un doble objetivo. Por un lado, reunirme en la meditación con distinguidos disertantes, de conocida profundidad intelectual y, especialísimamente, de coherencia de vida en la militancia católica. Y, en segundo lugar, me permite rendir un sentido homenaje a quien ha sido y es, para muchos de nosotros, un auténtico maestro que supo cultivar nuestras mentes y nuestros corazones, adentrando en ellos el amor y el servicio a la verdad. De ahí el atrevimiento de adentrarme en los insuperables estudios que el padre Leonardo Castellani realizó respecto al Apokalipsis, con la penetración, claridad y belleza de exposición que acompañaron al padre en toda su vasta y fecunda obra. Sí, el padre Castellani supo hacer rendir nuestra razón y nuestro corazón; supo hacernos formar nuestro propio criterio para alcanzar la verdad y supo hacernos amar la verdad.
En el congreso realizado en San Luis, en mayo del año pasado, con motivo del centenario del nacimiento del padre Castellani presenté una ponencia titulada “Castellani y el fariseísmo”. Me permito hoy reproducir la introducción de la misma, porque me parece que constituye una referencia insoslayable en relación con el tema que hoy nos convoca. Porque, en esencia, el tema del apokalypsis es un tema principalmente teológico y, como tal, evidencia su actualidad, puesto que, ¿podemos soslayar que la constitución de un sedicente “nuevo orden mundial”, expresión que comprende necesariamente un “nuevo concepto de hombre” u “hombre nuevo”, expresivo del precitado “nuevo orden mundial”, se constituye como la expresión del desarrollo teológico de la historia?Decíamos en esa oportunidad que “el pensamiento teológico del padre Castellani significa, lisa y llanamente, la comprensión de la posibilidad de 'conocer' a Dios. Esta afirmación puede parecer una exageración, producto del tributo admirado de quien les habla. Pero su sentido es totalmente otro. Quiere significar que Castellani expresó una 'vivencia teológica', que 'encarnó' con su claridad, su penetración intelectual y su don natural de enseñanza, lo que caracteriza la autenticidad del mensaje de Cristo. Y parecería que seguimos en un plano de exaltación y falta de moderación, pero no es así. Castellani tuvo 'la sapiencia de Dios', tuvo la 'comprensión de Santo Tomás'; Castellani tuvo, en una palabra, lo que magníficamente ha expresado el padre Fuentes, una ‘teología impecable’ (1). Y esa 'impecabilidad' radica, precisamente, en su total y decidida adhesión a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, su gran amor virilmente vivido, adhesión que plasmó existencialmente, puesto que 'su particular erudición teológica proviene de su exquisito respeto por la tradición: se preocupó por conocerla, profundizarla, reexpresarla en su bello, vigoroso y singular lenguaje, armonizarla, y cribarla, sosteniendo con firmeza las afirmaciones substanciales, advirtiendo las sugerencias como sugerencias, corrigiendo unos doctores con o- tros (2).
El propio Castellani lo afirmó reiteradamente y, además, lo vivió intensamente. Pudo afirmar, y al hacerlo, enseñar, que ‘...puedo saber todo lo de San Jerónimo y un poquito más, gracias a San Jerónimo: así un enano parado sobre los hombros de un gigante puede ver más lejos que el gigante’ (3). Pero en esa afirmación en adhesión a la tradición, Castellani fue un gigante sobre los hombros de un gigante. Porque su sujeción al ser, a la verdad, al Magisterio, fue una sujeción plenamente humana y, como tal, plenamente cristiana; es decir, en suma, que Castellani fue un hombre libre, porque fue esclavo de la verdad. De ahí su 'originalidad', que en él se hizo sinónimo de 'genialidad'“.
Pues bien, este pensamiento esencial en Castellani, ese “pensamiento teológico”, expresivo de una “vivencia teológica”, se constituyó alrededor de un eje central, expresivo de la más simple y plena ortodoxia: el misterio del Cristo venidero. Procuraremos, pues, desarrollar esta nuestra intervención, esbozando la penetrante, clara y bella elaboración de nuestro querido Padre Castellani al respecto, para concluir tratando de vislumbrar cómo se materializa en nuestros días la oposición a la parusía.
2. LA PARUSÍA COMO EJE CENTRAL DEL MENSAJE CRISTIANO. LA ESJATOLOGÍA COMO DRAMA TEOLÓGICO.
El Padre Castellani ha sido claro y terminante al respecto. En 1951 publica por primera vez Cristo ¿vuelve o no vuelve?. En el mismo, realiza el estudio sobre el misterio del fin de los tiempos, es decir, el misterio de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Desde el mismo inicio, puntualiza el objetivo y justifica su importancia. “Jesucristo vuelve, y su vuelta es un dogma de nuestra fe”, expresa el padre. Y agrega: “es un dogma de los más importantes, colocado entre los catorce artículos de fe que recitamos cada día en el símbolo de los apóstoles y cantamos en la misa solemne. Et íterum ventúrus est cum gloria judicáre vivos et mortuos”. Y enfatiza sobre su importancia y sobre su vigencia, afirmando que “es un dogma bastante olvidado. Es un espléndido dogma poco meditado” (4).
De este modo Castellani expresa una intención y un objetivo: la intención, clarificar el contenido central para la consistencia y la posibilidad de nuestra fe del dogma de la parusía; el objetivo, diagnosticar con realismo la situación actual del mismo en la vivencia específica del cristianismo.
En 1963 publica el padre El Apokalypsis de San Juan. En esta obra, realiza una traducción directa del griego, comentando literalmente el texto sagrado, con importantes estudios aclaratorios (excursus), planteando una exégesis medulosa y, como tal, profunda. El tema central es, claro está, también el misterio de la segunda venida o parusía, enfatizando y justificando la centralidad de la misma para la fe católica. Para Castellani, el apocalipsis involucra lo que se denomina “El sentido teológico de la historia”. La idea-fuerza que fundamenta el mismo, la expresa el padre con claridad y belleza: “...El mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente, ni acabará por azar (...) ni terminará por evolución natural de sus fuerzas elementales (...) sino por una intervención directa de su Creador” (...) no morirá de muerte natural, sino de muerte violenta; o por lo mejor decir (ya que tú eres Dios de vida y no de muerte), de muerte milagrosa”. De este modo, rechazando las pretensiones de los naturalistas y los evolucionistas, que se afincan en considerar al universo como un “proceso natural”, Castellani lo considera como “un poema gigantesco, un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente creación, redención, parusía”. Y culmina bellamente Castellani: “Los personajes son los albedríos humanos, las fuerzas naturales son los maquinistas. Pero el primer actor y el director de orquesta es Dios” (5). Ello explica la centralidad de la parusía para el hombre que, reconociendo su condición propia (metafísica y teológica) de “creatura”, ve, ayudada su razón por la revelación, su carácter propiamente teleológico esencial. Por ello “el dogma de la segunda venida de Cristo, o parusía, es tan importante como el de su primera venida, o encarnación”. Y por eso también, “si no se lo entiende, no se entiende nada de la Escritura ni de la historia de la Iglesia” (6). Y en esta “centralidad”, en esta “esencialidad” del misterio de la segunda venida de Jesucristo en la fe católica, Castellani ve el drama esencial del hombre y de la humanidad como auténtico “drama teológico”, ubicando con precisión a los protagonistas, el hombre creatura y Dios creador, “un drama impresionante, el de la secular lucha entre el bien y el mal, ahora llegada a su culminación, y por ende radicalizada”. Y el Padre Castellani “lo escruta con toda la inteligencia y la inspiración del teólogo y del poeta que es a la vez” (7).
Para Castellani, “si un hombre piensa, tropieza ineluctablemente con el pensamiento de su fin; así del colectivo como del individual” (8). Y lo enfatiza en otra de sus obras, señalando que “la creencia de que este mundo tendrá un fin, así como ha tenido un principio, pertenece al tesoro común de la humanidad. De ahí que haya existido siempre una literatura apocalíptica desde que existió literatura, porque el hombre para caminar necesita saber lo que va a venir, y para eso necesariamente representarse de un modo u otro, conjetural o cierto, el término del camino” (9).
De este modo, esta centralidad del misterio de la parusía, exige necesariamente, al vivir cristiano, su aceptación, que no puede ser cumplida sino como es propiamente el destinatario de la misma, es decir, el hombre. Por eso se explica per se “la centralidad, en la revelación divina, de la develación del fin de la historia y del fin particular de cada hombre” (10).El Padre Castellani es reiterativo al respecto, y lo es por la propia exigencia del dogma parusíaco. En un texto magnífico por su densidad y profundidad, expresa que “este triunfo final y definitivo de la vida, que es el dogma primero y último de la Fe cristiana, no sería mayor que la derrota (...) si toda la natura no hubiese de ser finalmente restaurada a imagen del perdido paraíso (...) reducción de todo a su espiritual cabeza” (...) ‘recapitación’ apocalíptica, hacia la cual gime como parturienta la creación visible (San Pablo), delira el corazón del hombre (S. Agustín) y parecen tirar convergentemente todas las líneas de fuerza de la historia humana (Berdiaeff)”. Y culmina Castellani afirmando, metafísica y poéticamente, que debe bastarnos saber que “si la vida del hombre y la existencia de los seres tienen algún sentido posible, es esto y no otra cosa lo que exige la mera existencia del Ser supremo y el más íntimo indefectible grito del corazón humano” (11).
Profundizando el análisis, el Padre Castellani le da a esta centralidad del dogma “esjatológico” (12) una esencialidad especificativa del ser cristiano, es decir, “que creer en su segunda venida es necesario para creer en Cristo, es distintivo de la auténtica fe en Cristo” (13). Bástenos dos textos de nuestro querido Padre, exhaustivos en la explicación de esta esencialidad.Por un lado, en su magnífico libro Los papeles de Benjamín Benavides, expresa su protagonista, don Benya: “...Que Cristo ha venido hoy no es dificultoso conceder; hasta mi amigo Jácome, (...) y todos los judíos, reconocen a Cristo como un gran hombre de nuestra raza, y Bergson dice que no hay dificultad en llamarle Dios y Renan y Rousseau y Víctor Hugo y Samuel Butler y los modernistas dicen que fue Dios en cierto modo –sin concretar mucho si ese modo es el de Arrio, el de Nestorio, el de Mahoma o el de Dante y Tomás de Aquino. Eso de llamar Dios a Cristo no distingue hoy más a los cristianos de los herejes: éstos hoy día no tienen reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre; se ha gastado el cuño de la moneda; lo que distingue a los verdaderos cristianos es que esperan la segunda venida...” (14).
Y en otro texto suyo, anotando al final de la recolección de textos del Apokalipsis, expresa que éste “contiene el punto más importante de la revelación de Dios por el Cristo, y el foco a donde toda la dogmática cristiana converge. De ahí que interpretar bien o mal esos capítulos tiene una importancia capital... es más importante (audeo dicere) que los mandamientos. Toda la interpretación de la Escritura, y por tanto toda la visión de la economía divina de la redención cambia radicalmente según se interprete alegóricamente o bien literalmente el Capítulo XX” (15).
Se comprende, así, la importancia nuclear dada por el Padre Castellani a la imprescindible necesidad de exponer y comprender adecuadamente el dogma parusíaco, este misterio clave en su centralidad salvífica en el conjunto integral de la fe cristiana.
3. LA PARUSÍA COMO EXPRESIÓN COMPRENSIVA DE LA HISTORIA Y DEL HOMBRE
Explicitada esa esencialidad, se comprende que el dogma parusíaco se convierta en una verdadera “clave hermenéutica de la historia del hombre” (16).
Esa clave interpretativa, contenida en el misterio de la segunda venida, afirma el señorío de Jesucristo sobre la historia y, por consiguiente, explica igualmente aquello que fundamenta tal señorío, es decir, la mesianidad, la reyecía y la divinidad de Jesucristo que, como tal, es Señor de la historia porque es mesías y rey, y en definitiva lo es porque es Dios.
Esta totalidad teológica se evidencia, pues, como clave interpretativa del hombre y su destino eterno. Y ese “poema dramático” que es el universo existente, evidencia del amor creador de Dios, sublimado y sobreelevado en el destino de la creatura humana, “imagen y semejanza” divinas, exige, por así decirlo, la creación, la redención y la parusía. Como antes recordamos, el Padre Castellani ubicó con precisión a los personajes, “los albedríos humanos”; a “los maquinistas”, “las fuerzas naturales”, y al “primer actor y el director de la orquesta”, que “es Dios” (17).
Y en la segunda venida, Cristo vuelve como juez y como rey, es decir, a premiar y castigar. Expresa Castellani que “el autor del Apocalipsis afirma que la parusía” es “la presencia justiciera de Cristo en la historia humana” (18). Y en un sermón sobre Cristo Rey, citando a un poeta que se lamentaba de la guerra y afirmaba la impotencia y el fracaso de Cristo en su sueño de paz y amor, y le pedía a Cristo que vuelva de nuevo al mundo, pero ya no para ser crucificado, Castellani le responde: “el pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey (¿O qué se ha pensado El que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar él solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?” (19).
Para esperanza y dicha del hombre, la historia es señorío de Cristo; es de Cristo y para Cristo. Y tiene razón de ser en Cristo. Por eso afirma el Padre Castellani que “la historia antigua de la humanidad sigue una línea recta hacia la primera venida de Cristo. Desde Cristo, la historia sigue una línea sinuosa bordeando la parusía, aproximándose y alejándose; dentro del límite de que ella sucederá infaliblemente y sucederá ‘pronto’, y no en una remotísima fecha, como ama imaginar la necedad seudocristiana actual” (20).Esta centralidad de la parusía explicada tan profunda y bellamente por nuestro querido Castellani, que permite comprender y aprehender la esencialidad del misterio de Dios y su designio para su creatura, y que por eso mismo permite ratificar nuestra autenticidad cristiana, nuestra especificidad de ser cristianos, al ser como un sello “distintivo de la auténtica fe en Cristo” (21), ilumina la comprensión de la amorosa preocupación del Padre Castellani por la cuestión apocalíptica. Por eso se explica la importancia nuclear dada tanto al Apocalipsis de San Juan como al Apocalipsis sinóptico, es decir, los logos y profecías de Jesucristo contenidas en el llamado sermón escatológico, narrados por San Lucas (17, 20 y ss.), San Mateo (24, 23 y ss.) y San Marcos (13, 21 y ss.), que nuestro autor comentó maravillosamente.(22)
Para Castellani, el apokalipsis tiene carácter profético, y su objeto específico es el misterio de la parusía. En él está, como dijimos, la clave hermenéutica del plan divino; “Es la llave teológica para establecer una hermenéutica trascendente (desde lo alto, desde Dios) de la historia; nos ayuda a entender lo que sucedió y lo que sucede por medio de lo que habrá de suceder. Siempre la clave es Cristo que viene, y hacia su venida se ordenan las acciones de los hombres, demoliendo contra él o edificando para él” (23). Así lo enfatiza precisamente Castellani: “El Apokalypsis es pues una profecía referente a la segunda venida de Cristo –dogma de fe que está en el Credo- con todo cuanto la prepara y anuncia, que es ni más ni menos que el desarrollarse en continua pugna de las dos ciudades, la ciudad de Dios y la del hombre” (24).La profunda impronta teológica del Padre Castellani se acentúa en este tema esjatológico, como lo expresa textualmente Castellani: “...las cuestiones esjatológicas (...) encierran la clave de todas las cuestiones teológicas” (25). En suma, Castellani nos enseña, en la más auténtica tradición, que el dogma parusíaco nos permite comprender la realidad del hombre y del mundo, del tiempo viador y de la eternidad; en su contenido misterioso y amoroso, nos ofrece, como dice el Padre Fuentes, el alimento espiritual necesario para nuestra espiritualidad; “nuestra espiritualidad de viadores, nuestra espiritualidad de provisorios en un mundo provisorio, nuestra espiritualidad conquistadora y enseñoreadora de un mundo, con sus culturas, con sus corazones, para Cristo, que no tiene otra razón de volver que la de enseñorear definitivamente toda realidad” (26).
Podemos concluir esta parte del análisis, de una sola manera. Si somos honestos intelectualmente hablando, si somos dóciles a la palabra de Dios, la verdad inmensa que encierra el dogma parusíaco, involucra una única e insoslayable consecuencia, que comprende al hombre en su integridad, en su individualidad espiritual y en su sociabilidad. Consecuencia que el Padre Castellani anunció con un llamado surgido de la entraña misma del amoroso deseo divino para con su creatura: “Pero este país todavía no ha renegado de Cristo, y sabemos que hay alguien capaz de levantarlo. Preparémonos a su venida y apresuremos su venida. Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras pobres efímeras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ella el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo, o en su Parroquia, o en las sociedades vicentinas... El que pueda hacer apostolado, que ayude a nuestro Cristo Rey en la acción católica o en las congregaciones. El que pueda enseñar, que enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores a nuestra vida, acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el Capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del mal, campaña que es el eje de la historia del mundo –sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su reino no tendrá fin, que su triunfo y venida no está lejos y que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vió, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso” (27).
Estas palabras encierran, en su profundidad y belleza, al Padre Castellani “de cuerpo entero” y nos ratifican en lo señalado al principio de nuestras reflexiones. Es que realmente el Padre Castellani expresó una ‘vivencia teológica’, que 'encarnó' con su claridad, su penetración intelectual y su don natural de enseñanza. Para él, el dogma y el misterio parusíaco no se constituyeron en una simple cuestión de erudición y de investigación, sino que fueron “un misterio profundamente vivido”. Y en ello, como magnífica y justamente puntualiza el Padre Fuentes, “radica la fecundidad inusitada de su obra ciclópea. Castellani dictó cátedra con la pluma, sin borrar con el codo cuanto escribía con la mano. La uniformidad y armonía de su pensamiento con su vida es lo que, aún hoy, hace de su pensamiento escuela de vida” (28).
4. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL Y SU OPOSICIÓN A LA PARUSÍA
Ahora bien, Castellani fue terminante al analizar el dogma parusíaco y su vigencia en el mundo contemporáneo. “La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos, no pensar que vuelve” (29). En el desarrollo y configuración del mundo moderno, cuyo constitutivo esencial es un “nuevo hombre” radicalmente opuesto al “hombre nuevo” evangélico, que supo inspirar y constituir la cristiandad, ve Castellani aplicada y ratificada la cuestión esjatológica. Su diagnóstico es insuperable, por su realismo metafísico y teológico. Expresa que, en virtud de ese olvido y ese desconocimiento, expreso o tácito, del dogma parusíaco, “...el mundo moderno no entiende qué le pasa. Dice que el cristianismo ha fracasado. Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad. Está a punto de dar a luz una nueva religión. Quiere construir otra Torre de Babel que llegue al cielo. Quiere conquistar el Jardín del Edén con solas las fuerzas humanas” (30).
Castellani advierte la raíz antropológica del drama del hombre contemporáneo: es la irrupción del “hombre autónomo”, del “hombre autosuficiente”, del “hombre autocreativo”. Es el proyecto del hombre autónomo, autosuficiente y autocreativo; en rebelión contra Dios, asumiendo el modelo prometeico. Señala el Padre Castellani que el mundo moderno “está lleno de profetas que dicen: ‘Yo soy. Aquí estoy, este es el programa para salvar al mundo. La carta de la paz, el pacto del progreso y la liga de la felicidad. ¡La UNA, la ONU, la ONAM, la UNESCO! ¡Mírenme a mí! Yo soy’” (31). Y Castellani ve en este proceso de rebelión una causa motora, explicativa del mismo, constitutiva de la herejía de hoy, que “pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos a todos”. Y en su esencia, para el ermitaño urbano, la misma expresa una gran negación: “niega explícitamente la segunda venida de Cristo; y con ella, niega su reyecía, su mesianidad y su divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la historia. Y al negar la divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de formas de religiosidad” (32).
Es el cumplimiento esjatológico; es la explicación única y última del drama del hombre moderno. Con fineza expresiva, nuestro autor ve la perversión íntima vigente en esta concepción del hombre prometeico: “con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el Reino de Dios y el Paraíso en la tierra por sus propias fuerzas” (33).
Es, pues, la impronta de este proyecto humanista prometeico el olvido del dogma parusíaco, el intento de erradicar o postergar in eternum la segunda venida del Salvador. Castellani ve en ello un signo de los tiempos, ve en ello la explicación última del hombre moderno, reducido a hombre inmanente; de la historia moderna, reducida historia inmanente, y cuyo corolario ineludible no podía ser otro que el ateísmo y la negación de la trascendencia.La filosofía moderna empieza y culmina un proceso que, en última instancia, se sintetiza en la inmanencia absoluta. El objetivo de este proyecto era erradicar lo religioso, y al no poder hacerlo, puesto que la dimensión religiosa es natural al ser del hombre, procuró erradicar lo auténtico religioso del hombre, comprendiendo que era, en su concepto, la única posibilidad de triunfo. Sus esfuerzos se centraron, expresa e implícitamente en torno a esta idea motorizadora. Este proyecto radicalmente anticristiano se estructuró a través del relativismo, del modernismo y del romanticismo, buscando despojar a la iglesia de Cristo de todo carácter sobrenatural. Así, el hombre “nuevo” moderno, autosuficiente y autónomo, no necesitará ya una iglesia en que hallar la salvación y, contando con solamente con sus propias fuerzas, el hombre salvará al hombre. El Cardenal Ratzinger ha expresado ese perfil del hombre moderno: “En efecto, si no se comprende que el hombre se halla en un estado de alienación que no es sólo económica y social (una alienación, por lo tanto, de la que no puede liberarse con sus propias fuerzas), no se alcanza a comprender la necesidad de Cristo Redentor. Toda la estructura de la fe queda así amenazada. La incapacidad de comprender y de presentar el ‘pecado original' es ciertamente uno de los problemas más graves de la teología y la pastoral actuales” (34). Y más adelante, el mismo Cardenal Ratzinger evidencia los funestos resultados logrados por este “hombre autónomo”, que de una supuesta “liberación”, culmina en una verdadera esclavitud. Así, afirma que “lo que parecía ‘liberación se transforma en su contrario, mostrando en el terreno de los hechos su rostro luciferino. Es el tentador quien, en el primer libro de la escritura, seduce al hombre y a la mujer con la promesa: seréis como Dios (Gén. 3, 5). Es decir, libres de las leyes del creador, libres de las leyes mismas de la naturaleza, dueños absolutos de nuestro destino. Pero, al final de este camino, no es precisamente el paraíso terrenal lo que nos espera” (35).
Y el olvido y la negación del pecado original, proyecta su veneno sobre la redención y sobre el fin del hombre. Esta “idolatría del hombre”; constituye, para Castellani “el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro” (36). Y es que “siempre que ha pretendido el hombre hacerse un paraíso en el estado, lo ha convertido en un infierno” (37).
Castellani vio con exactitud que la negación u olvido del dogma parusíaco era nefasto pues implica la pretensión de anular uno de los fundamentos de la fe, pero, que, al mismo tiempo, significa imposibilitarle al hombre la explicación de la historia, de la sociedad. Por ello, el mundo moderno, con la pretensión de constituirse sobre la base del hombre autónomo, como antes nos decía, “no entiende lo que le pasa”(38). Y no lo entiende radicalmente, porque al rechazar el misterio de la segunda venida, se imposibilita para comprender la integridad del mensaje salvífico. “Si no lo entiende -enfatiza Castellani- no se entiende nada de la Escritura ni de la Historia de la Iglesia”, ya que “el término de un proceso da sentido a todo el proceso. Este término está no sólo claramente revelado, mas también minuciosamente profetizado. Jesucristo vuelve pronto” (39).El pensamiento del Padre Leonardo nos ilumina, pues, en el análisis de nuestro tiempo contemporáneo. Castellani vio con precisión que el desconocimiento del dogma parusíaco imposibilita, como vimos, para comprender la historia, su desarrollo, sus leyes propias. Y ello porque el hombre y la historia son finalísticos, lo que implica decir que para conocerlos es preciso conocer el fin, ya que él es el que explica el movimiento del móvil. Y en la historia, todo tiene una esencia teológica, una raíz religiosa. Castellani enfrentó magistralmente al comunismo, al socialismo y, especialmente, al liberalismo, viéndolos en su auténtica realidad, es decir, como “falsificaciones del cristianismo”, como agudamente lo manifiesta en Los papeles de Benjamín Benavides (40). La persistencia de esas “herejías con efecto político y alcance universal” (41), convergiendo hoy en la conformación de un sedicente “nuevo orden mundial”, que se presenta como una conjunción de aquéllas, nos permite evaluar la clarividencia y la actualidad del pensamiento del Padre Castellani.
Al respecto, señalaba (¡en 1954!), analizando la realidad de los imperialismos actuales, a través de la respuesta que daría San Agustín (“hablando agustinianamente” (42), en palabras del Padre Leonardo), al panegírico o bien la justificación de una “preferencia” por el capitalismo estadounidense sobre el soviético: “son dos imperialismos. Poco importa si son imperialismo económico o imperialismo político: las dos cosas hoy día van juntas. Pero las guerras no son nunca meramente económicas. Son siempre también ideológicas; y en este tiempo, cosa sumamente extraña, son guerras religiosas –es decir, heréticas-. La economía soviética y la economía americana podrían perfectamente conciliarse –y por ende también sus zonas de influencia política- si se conciliaran sus dos ‘ideas’ –ideas que versan sobre el fin del hombre: la idea pesimista y maniquea del oriente, y la idea progresista y ‘liberal’ acerca del hombre del actual occidente-. Son conciliables también estas dos ideas, porque se tocan en un mismo fondo, que es la pretensión de conseguir la felicidad del hombre aquí en la tierra, y por medio del saber, del poder y de las fuerzas humanas” (43).Y ello porque “El capitalismo y el comunismo, tan diversos como parecen, coinciden en el fondo; digamos, en su núcleo místico: ambos buscan el paraíso terrenal por medio de la técnica; y su mística es un mesianismo tecnólatra y antropólatra, cuya difusión vemos hoy día por todos lados, y cuya dirección es la deificación del hombre: la cual un día se encarnará en un hombre” (44).
Y veía Castellani que el intento de “globalización” entroncaba claramente con la parusía, expresando que “hoy día es un fin político lícito y muy vigente por cierto, la organización y unificación del mundo en un solo reino, que por ende se parecerá al imperio romano. Esta empresa pertenece a Cristo; y es en el fondo la secular aspiración de la humanidad; pero será anticipada malamente y abortada por el contracristo, ayudado del poder de Satán. En el Boletín del Canadian Intelligence Service de Enero de 1963 podemos ver el poder que tienen actualmente, en EE.UU. e Inglaterra sobre todo, los One-Worlders o partidarios de la unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician la amalgama del capitalismo y del comunismo, que será justamente la hazaña del anticristo” (45). De este modo, “el anticristo usurpará simplemente este ideal de unidad del género humano en la institución perversa de su imperio universal...” (46).
Y para el Padre Castellani, el “nuevo orden mundial” será presidido por el anticristo, quien “tomará lo que tiene de bueno el capitalismo, o sea, la inmensa productividad, y la encauzará con medidas férreas, comunizándola. Habrá abundancia para todos –menos para los cristianos, por supuesto- y sólo se perderá una pequeña cosita: la libertad; la poca libertad que hoy nos queda, y la gran libertad verdadera que prometió –y dio- Cristo” (47).Y el “nuevo orden mundial” edificará, en su carácter de “mono” de Dios, una “Nueva religión de la humanidad”, que Castellani conceptúa como “...la adoración del espíritu humano, a la idolatría del hombre, que es la idolatría del mundo contemporáneo neopagano, como la idolatría de los paganos era la idolatría de las fuerzas cósmicas encarnadas en Júpiter, Mercurio, Venus, Marte y toda la compañía. Y eso, la idolatría del hombre, según la Escritura, será la religión del Anticristo (II Tesalonicenses 2, 4)” (48).
En suma, como señala el Padre Sáenz, “el nuevo orden mundial y la new age [movimiento que propaga por todo el mundo que el 'hombre ha creado a Dios a su propia imagen', y que ha llegado el momento de que él mismo se reconozca como Dios] podrían corresponder a las dos bestias del Apocalipsis, la primera, en el ámbito político, y la segunda, en el círculo de una falsa religión, sustitutiva del cristianismo” (49).
Respecto a la configuración del “nuevo orden mundial”, el mismo expresa una realidad mundial actual. El denominado “fenómeno de la globalización” está manifestando cuál es la realidad del mundo en que vivimos. Estamos ante una evidencia: el mundo contemporáneo se estructura en tres modelos específicos de “sociedades laicas”, que expresan el moderno proceso de secularización. El padre Fosbery ha precisado esta cuestión, señalando que “la secularización va imponiendo en la modernidad, especialmente después de la revolución francesa, una nueva categoría política que, al decir de Hegel, es la 'sociedad civil’. Y señalamos la revolución francesa porque es a partir de ella cuando el carácter laico de la sociedad va cobrando vigencia hasta llegar a establecer, como lo expresa la constitución de la República Francesa, la incompetencia del estado en asuntos religiosos y de la iglesia en problemas del estado” (50).
En el proceso de secularización de la modernidad, se configurarán tres modelos. Señala el Padre Fosbery que “tres modelos reconocemos (...), que tiene su origen en el secularismo y que quieren expresar, cada uno a su manera, el sentido último de la modernidad como una forma de plenitud histórica inmanentista e intra-mundana: el nacional-socialismo, con su intento de imperio racial; el marxismo-leninismo, con su intento de imperio comunista; y el de la sociedad laica americana, con su intento de universalizar la democracia, la economía de libre mercado y los derechos humanos. Allí el individuo, y no el estado, cobra el máximo sentido de eticidad social, detrás de la vigencia de una libertad política fundada en el principio religioso de la libertad de conciencia. La democracia absoluta de valor universal y el capitalismo liberal fundan un imperio plutocrático” (51).El primer modelo, el proyecto nacional-socialista fenece en la segunda guerra mundial. El segundo modelo entra en crisis como resultado del “desbalanciamiento que provocan los Estados Unidos, presionando con el tema de los derechos humanos, desde la comunidad internacional, durante la gestión del Presidente Carter (1977-1981). Posteriormente, Reagan (1981-1989) instala el conflicto en el marco del desarrollo tecnológico-militar. La 'guerra de las galaxias' termina vaciando el poder económico ruso, que no alcanza a competir con los yanquis. No hay duda que la utopía se cumple. Washington tenía razón cuando afirmaba que los Estados Unidos eran la nueva Jerusalén designada por la providencia para ser el teatro donde el hombre debe alcanzar su verdadera talla. Los rusos no la alcanzan y por eso son vencidos” y concluye el Padre Fosbery que “occidente se identifica con el modelo de sociedad laica americana porque sólo los Estados Unidos cuentan con los tres poderes necesarios para solventar un imperio: el poder político, el poder militar y el poder económico” (52).
El análisis de la historia de los últimos años evidencia que la “Revolución Cultural” ha ido, paulatina pero coherentemente con los postulados sustentatorios de la misma, fue llevando a los supuestos contendientes hacia un real punto de convergencia, fundamentada en la utopía de un “nuevo orden mundial”. Instalada la utopía en los espíritus occidentales por la acción deletérea de los ideólogos, hubo que esperar solamente los acontecimientos, “y éstos llegan de la mano de Ronald Reagan (1981-1989), quien hará posible que los Estados Unidos cumpla con el destino que, según ellos, le reservó la providencia” (53).
Así, desde la Presidencia de Reagan, los Estados Unidos son un “imperio” proclamado. El fundamento lo consideran sus ideólogos irreductible. Es la tendencia al “salvacionismo democrático”. Y esta tendencia está, en realidad, ínsita en los principios calvinistas fundacionales de los Estados Unidos, y se explicita en la “Doctrina del destino manifiesto”, concretada por los dos Roosevelt, declarada solemnemente en 1981, estableciéndose el “derecho específico” de los Estados Unidos a velar por la integridad democrática de las Américas, “desde Alaska a Tierra del Fuego”.Uno de sus principales ideólogos lo ha expresado con claridad. Así, Henry Kissinger a escrito que: “en el Siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las relaciones internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los Estados Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros estados ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenía aplicación universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de su convicciones morales históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcances y dimensiones sin precedentes”. Y agrega que “los Estados Unidos consideran normal un orden global internacional fundamentado en la democracia, el libre comercio y el derecho internacional” (54). Como señala el Padre Fosbery, “los Estados Unidos pretenden ser, por un lado, faro para las demás naciones, mostrando los logros políticos y económicos de su democracia fundada en la vigencia de los derechos humanos; y, por otro, constituyéndose en cruzados de estos valores, para imponerlos en todo el mundo” (55).
La administración Reagan actuó convencida de que si el mundo puede alcanzar la paz, “tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados Unidos. Ése será su empeño político, al que consagrará todo el mecanismo de su política internacional” (56). El mismo Kissinger señala que “los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional, aspiran a ser ellos el sistema internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio de poder. Así es como los Estados Unidos han dirigido su política exterior en América” (57).Los hechos recientes ratifican el análisis. Primero la Organización de Estados Americanos incorporó la “regulación democrática”. Puede afirmarse, sin ser temerarios, que podría seguir rápidamente una “regulación de la globalidad”, expresión que hoy sirve para dirigir de modo informal la actividad del imperialismo estadounidense: “democracia” (política) y “globalidad” (económica, regimentada por el fondo monetario internacional). Y el próximo paso sería la concreción de la sanción jurídica internacional del esquema planteado. Para el logro de este “nuevo orden mundial” se debe plantear la consecución de un “nuevo modelo cultural”, cuyos elementos constitutivos se orientan a funcionar “como un proceso de globalización encaminado a lograr la creciente aceptación de valores, creencias, orientaciones, prácticas e instituciones comunes por pueblos y personas de todo el mundo. Una suerte de 'civilización universal’” (58). Juega aquí con toda la fuerza de su peligrosidad y perversidad, la asunción por parte de los ideólogos del “nuevo orden mundial”, de la estrategia elaborada por el marxista italiano Antonio Gramsci, que postuló agudamente un proyecto revolucionario centrado en la sustitución del concepto propio del hombre, encerrándolo en la total inmanencia, previendo acciones concretas constitutivas de un “nuevo sentido común”, que, en última instancia, imposibilite siquiera plantear al pensamiento humano la posibilidad de la trascendencia.
En ese contexto, los ideólogos del “nuevo orden mundial”, buscan imponer una “nueva cultura”, “cultura mayoritaria”, que como agudamente señala Díaz Araujo, se estructura “para anular las resistencias nacionales a la 'globalidad'“, fomentando “el individualismo ético trascendental, que desliga de cualquier obligación con el prójimo y, sobre todo, con el bien común. De manera análoga han impulsado el nihilismo metafísico que no reconoce la existencia de ninguna verdad objetiva, quedando todo en un plano libertario de subjetivismo inmanentista. Han roto también con los cánones estéticos naturales, exaltando cuanta fealdad artística se divulgue en el universo. De modo tal que ni el bien, ni la verdad, ni la belleza encuentren el menor espacio en este mundo. Y si algún desprevenido intentara rescatar valores naturales, sería de inmediato procesado por ‘discriminador'. Conducta que bastará para establecer el juicio histórico sobre el imperialismo estadounidense” (59).
En suma, en el proyecto ideológico del “nuevo orden mundial”, asistimos al intento persistente y pertinaz de realizar una serie de reemplazos que permitan estructurar “el nuevo hombre contemporáneo”. El Padre Fosbery lo puntualiza: “la ideología desplaza a la metafísica. La utopía del progreso indefinido a la religión. La moral queda vaciada de contenido ontológico y de referente sobrenatural” (60). Y ello se comprende por la lógica férrea asumida por la ideología inmanentista, ya que “si nada existe superior al hombre, éste no puede buscar más que en sí mismo el fin y la moral de su acción. Se instala el empirismo moral. Epicuro y las formas más puras del hedonismo sensualista marcan la tónica moral de la nueva sociedad laica” (61).
El resultado es el único posible: “una civilización fundada en la ideología del progreso indefinido, como una nueva utopía esjatológica del inmanentismo. La cultura es desplazada a lo literario, lo artístico, y la virtud, vaciada de contenido moral, se transforma en habilidad científica o técnica, como instrumento del quehacer hedonista y utilitario” (62). Y el resultado buscado se evidencia por sí mismo: “estamos frente a la civilización del secularismo que hace del progreso su religión y que se alimenta con la ideología del economicismo instrumentada por el dominio, la eficiencia y el poder. No hay lugar para la cultura y, consecuentemente, no lo hay para Dios. Lo religioso puede ser tolerado, a lo sumo, como culto encerrado en los repliegues de la conciencia individual”. Y como resultado de este proceso de secularización se obtiene la generación del “capitalismo en sus dos formas: el capitalismo de estado, o socialismo, y el capitalismo liberal” (63).
Y producida la caída de “los dos imperialismos que, a su manera, se inspiraron en este utilitarismo universal y quisieron construir una civilización, es decir, el nacional-socialismo y el marxismo leninismo, el camino está expedito para que el imperialismo anglosajón se afirme en lo que hoy se ha dado en llamar la globalización” (64). De este modo, “ésta será la ideología imperante capaz de generar una nueva civilización” (...) “el secularismo ha hecho posible la aparición de una sociedad laica sobre la que se apoya el actual proceso de globalización” (65).
5. CONCLUSIÓN: LA SEGUNDA VENIDA COMO ESPERANZA DE REALIZACIÓN CRISTIANA
El Padre Sáenz ha señalado que “la unión de las naciones en grupos regionales, primero, y después, en un solo imperio mundial, sueño fascinante del mundo de hoy, no puede realizarse sino por Cristo o contra Cristo”, agregando que lo que se puede hacer sólo con la ayuda de Dios, y que de hecho Dios hará al final, conforme está prometido, febrilmente intenta el mundo moderno construirlo al margen del designio divino, orillando a Dios, abominando del antiguo proyecto de unidad que se llamó cristiandad, y violentando incluso la naturaleza humana, con la supresión intentada de la familia y de las patrias. En frase categórica de Castellani: ‘todo lo que hoy día es internacional, o es católico o es judaico’” (66).
En la situación en la que se desarrolla hoy día la historia de la humanidad, la actualidad del pensamiento del querido e inolvidable Padre Castellani se reafirma en su importancia. El Padre Leonardo “ha hecho con sus libros sobre la esjatología un servicio relevante a la cultura religiosa” (67) y, como consecuencia del mismo, un aporte imprescindible para la comprensión de nuestros tiempos históricos.
Escribió el padre, en una carta, que “aguantar estos tiempos tan malos, e incluso alegrarse en lo posible por haber sido creado en ellos” debía ser la actitud propia de nosotros los cristianos, agregando: “puede que el Cristo no esté lejos. Pero yo por todas partes oigo ayes y veo ruinas; y algunos días la carga de este mundo me parece insoportable. Más no lo es, de hecho” (68).
Y en la misma misiva, más adelante, agregaba: “puse arriba: ‘puede que Cristo no esté lejos’. Es falta de fe. Creo positivamente que está cerca; y no puedo pensar lo contrario sin ir contra mi conciencia, contra el temor de Dios. Pensar que la Iglesia y el mundo puedan ir adelante mucho tiempo tal como están ahora, me parece impío. O todas las Escrituras que nos dejó Cristo son un engaño, o vamos con rapidez vertiginosa a la última lucha; para la cual conviene sin cesar pedir auxilio a Dios. Toda bendición de Dios implica una maldición, porque el mundo odia a los que son de Dios. Lo que puede hoy el mundo, la violencia de su odio oculto y ‘las tinieblas que han caído sobre la tierra’ (como dijo el Papa) son cosas de no creer” (69).Y en otra misiva, expresa que “estamos viviendo en un mundo sin caridad, que rezuma odio, hostilidad o indiferencia al prójimo por todos sus poros: ‘sine afectione, absque faédere, sine misericordia’ como decía San Pablo del mundo pagano. ‘Sin piedad, sin lealtad y sin afecto. Creo que así no puede seguir el mundo, y se tiene que disgregar, si no viene un remedio milagroso” (70).
Y respecto a nuestra Patria, el Padre Castellani veía el proceso de disolución desacralizadora en marcha, expresando dolidamente: “siento como quizá ningún otro en el país la correntada del mundo adversa al ‘que quiere vivir píamente en Cristo Jesús’ debajo de las apariencias de una Nación aparentemente Cristiana” (71). Y esto escrito en el año 1954. ¿Qué diría hoy nuestro ermitaño urbano, de haber vivido la “apertura democrática”, los desgobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, la avalancha pornográfica, el permisivismo moral, el encumbramiento de Sodoma y Gomorra en Buenos Aires y su proyección en toda nuestra Patria, la claudicación absoluta y aceptada de nuestro rol político internacional, en suma, el real abandono de nuestras raíces hispano-católicas, en aras de un sedicente “nuevo orden mundial”, presentado como “única salida” para el pueblo argentino?.Hoy como nunca la labor ciclópea del Padre Castellani se evidencia como un faro indicador de nuestro compromiso y de nuestra militancia. Porque el realismo de sus análisis teológicos nos da la única respuesta válida para los interrogantes acuciantes de estos tiempos. En Castellani están las respuestas, porque Castellani supo interpretar la voz de Dios. De ahí que su insistencia en la importancia del Libro del Apocalipsis para la vivencia del cristiano, sea insoslayable. Castellani vio al Apokalypsis como el libro de la consolación: consolador y escrito para consuelo de los Cristianos” (72). Sí, el Apokalypsis es un libro consolador y escrito para consuelo de los cristianos.
Y el Padre Castellani supo expresarlo bella y rotundamente: “El Apocalipsis es un libro de esperanza: incluso la predicación de cosas tremendas –junto a la seguridad de esquivarlas para los fieles- es para dar ánimo, y deyección no; dado que esas cosas ya están entre nosotros, o en su ser propio o en su posibilidad y aprensión. Un impío argentino ha escrito que es un libro ‘de amenazas feroces y júbilos atroces’, Ha leído mal, si es que ha leído el libro. ‘Blasfemat quod ignorat’” (73).
Y contundentemente, señala nuestro querido Castellani: “Después de mucho tiempo, el Apocalipsis se me convirtió en un alivio. Es un librito de esperanza en último término. El talante del Cristianismo no es el pesimismo; menos aún es el optimismo beato de la Filosofía Iluminística, el famoso ‘progreso indefinido’. La profecía cristiana nos da una posición que está por encima de esos dos extremos simplistas, en donde caen hoy todos los que no tienen el sello de Dios en sus frentes’. El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un triunfo extrahistórico; o sea una trasposición de la vida del mundo en un tras-mundo; y del tiempo en un supertiempo; en el cual nuestras vidas no van a ser aniquiladas y luego creadas de nuevo, sino –como es digno de Dios- transfiguradas ellas todas por entero, sin perder uno solo de sus elementos” (74).Frente al proyecto del “nuevo orden mundial”, Castellani nos lo ha proféticamente definido en sus esencialidades perversas. Estamos frente a la gran herejía de nuestro tiento, y Castellani la puso ante nuestros ojos, desnudando toda su malignidad y soberbia. Y esta herejía se configura como la negación o el olvido de la segunda venida de Jesucristo, para implantar una sedicente salvación intramundana, inmanente, perversa y, como tal, cristofóbica. Castellani vio claramente que el proyecto inmanentista y su culto ínsito en la utopía del “progreso indefinido” se excluyen esencialmente; por eso nos decía de Kierkegaard que “su pensamiento total es netamente parusíaco o 'apocalíptico' -o antiprogresista. No solamente no cree en el dogma del progreso inevitable, sino que siente hacia él un desprecio absoluto” (75).
Terminemos con las palabras de nuestro querido Padre Castellani, que nos resume magníficamente la realidad de nuestra esperanza cristiana. Nos decía el Padre Castellani: “Cristo debe volver. Debe volver pronto. Y a medida que su retorno se aproxima, por fuerza se deben hacer más claras las promesas de sus santos y las visiones de sus videntes. Volverá no para ser crucificado por los pecados de muchos, sino a juzgar a todos, no como cordero de Dios, sino como Rey del siglo futuro. Volverá para poner a sus enemigos de alfombra a sus pies, a restaurar y restituir para su Padre todas las cosas, arrojado de ellas y amarrado el príncipe de este mundo; volverá en el clímax de la más horrenda lucha religiosa que han visto los siglos, en el ápice mismo de la gran apostasía y de la tribulación colectiva más terrible después del diluvio, cuando sus fieles esté por desfallecer y esté por perecer toda carne. Volverá vincens ut vincat, como un rayo que surgiendo de oriente se deja ver en occidente, para arrebatar a él en los aires a nosotros los últimos, los que quedamos, los reservados in adventum domini, que hemos sufrido más que Job, creído más que Abraham, y esperando más que Simeón y Ana” (76).Postdata de un “castellanista”, en nombre de todos los “castellanistas”: usted sigue con nosotros, querido Padre Castellani. Muchas gracias. Muchas gracias, Padre Leonardo, por lo trasmitido, por su ejemplo, por su amor, por, esencialmente, su “teología impecable”.
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(1) P. FUENTES, MIGUEL ÁNGEL, El Perfil Teológico, en el Número Extraordinario dedicado al R.P. Leonardo Castellani de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, nro. 36, Julio/Setiembre 1994, p. 23.
(2) Ib., pp. 23-24.
(3) CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalysis de San Juan, Ed. Dictio, Bs. As., 1977, p. 145.
(4) CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, Ed. Paucis Pango, Bs. As., 1951, p. 13.
(5) Ib., p. 13.
(6) Ib., p. 14.
(7) P. SAÉNZ, ALFREDO, El fin de los tiempos y seis autores modernos, Ediciones Gladius, Bs. As., 1996, p. 320.
(8) P. CASTELLANI, LEONARDO, El apokalipsis de San Juan, o.c., p. 148.
(9) Ib., Crítica literaria. Notas a caballo de un país en crisis (VIII. Hugo Wast, 666), Ed. Dictio, Bs. As., 1974, p. 302.
(10) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 26.
(11) CASTELLANI, LEONARDO, Conversación y crítica filosófica, Ed. El Ermitaño Urbano, Bs. As., 1986.
(12) En su "nota lingüística” del Apokalypsis de San Juan, Castellani nos dice: "¿Por qué escatológico con j? Porque así debe ser. Hay dos palabras morfológicamente parecidas en español: escatológico, que significa pornográfico -de scatos, griego, que significa excremento- y esjatológico, que significa noticia de lo último -de ésjaton, lo último-, las cuales son confundidas hoy día por descuido o ignorancia o periodismo, incluso en los diccionarios (Espasa, Julio Casares); de modo que risueñamente el Apóstol San Juan resulta ser un escritor ¡pornográfico o excremental! Yo hago buen uso: si el buen uso se restaura, mejor; si no, paciencia. Poco cuidado con nuestra lengua se tiene hoy día" (p. 313).
(13) P. FUENTES MIGUEL ANGEL, o.c., p. 27.
(14) CASTELLANI LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, Ed. Dictio, Bs. As., pp. 425-426, novela que constituye una auténtica "teología de la historia".
(15) P. CASTELLANI, LEONARDO, nota a la traducción y adaptación que hizo del libro del Padre Florentino Alcañiz, La Iglesia Patrística y la Parusía, Ed. Paulinas, Bs. As., 1962, p. 31.
(16) Ver P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., pp. 28 y ss., ensayo que se constituye, junto con el libro precitado del Padre Alfredo Sáenz (v. nota 7), en obras de consulta ineludible para la profundización del pensamiento del Padre Castellani respecto a la cuestión apocalíptica. Nos declaramos plenamente deudores de los profundos y brillantes estudios de ambos autores, que nos dilucidaron con su claridad expositiva muchas dudas y confusiones, como así también nos ratificaron en nuestras opiniones, respecto a una correcta interpretación del pensamiento del Ermitaño Urbano.
(17) Ver nota 5.
(18) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 53.
(19) Ib., o.c., p. 174.
(20) Ib., El Apokalipsis de San Juan, o.c., p. 305.
(21) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 27.
(22) Ver P. CASTELLANI, LEONARDO, El Evangelio de Jesucristo, (Homilías del Domingo vigésimo cuarto y último después de Pentecostés, y del Domingo primero de adviento, según el misal tradicional) Ed. Dictio, Bs. As., 1977, pp. 390-405. Existe también una reciente edición, la quinta, realizada por Ed. Vórtice, Bs. As., 1997, pp. 319-331.
(23) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 29.
(24) P. CASTELLANI, LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, o.c., p. 61.
(25) Ib., p. 51.
(26) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., pp. 29-30.
(27) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 178.
(28) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 30.
(29) P. CASTELLANI, LEONARDO, ib., p. 15.
(30) Ib., p. 15.
(31) Ib., p. 15.
(32) Ib., pp. 15-16.
(33) Ib., p. 16.
(34) RATZINGER, JOSEF, Cardenal, Informe sobre la fe, BAC Popular, Madrid, 1985, p. 87.
(35) Ib., p. 100.
(36) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 16.
(37) HÖLDERLIN, FIEDRICH, Hyperion, I, 1.
(38) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 15.
(39) Ib., p. 14.
(40) P. CASTELLANI, LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, o.c., pp. 45 y ss.
(41) Ib., p. 47.
(42) P. CASTELLANI, LEONARDO, San Agustín y nosotros, Ediciones JAUJA, Mendoza, Argentina, 2000, p. 11 (esta obra reúne las conferencias que el Padre Castellani dio en el teatro del pueblo de Buenos Aires en el segundo semestre de 1954, en ocasión del 16mo. Centenario de San Agustín).
(43) Ib., pp. 27-28.
(44) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 282.
(45) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 155.
(46) Ib., o.c., pp. 248-249.
(47) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 282.
(48) P. CASTELLANI, LEONARDO, San Agustín y nosotros, o.c., pp. 158-159.
(49) P. SÁENZ, ALFREDO, El Hombre Moderno. Descripción Fenomenológica, Ediciones Gladius, Bs. As., p. 208.
(50) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., La Cultura Católica, Ed. Tierra Media, Bs. As., 1999, p. 471.
(51) Ib., p. 492.
(52) Ib., pp. 492-493.
(53) Ib., p. 697.
(54) KISSINGER, HENRY, La Diplomacia, Edit. Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1996, pp. 11-12.
(55) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 698.
(56) Ib., p. 698.
(57) KISSINGER, HENRY, o.c., p. 15.
(58) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 703.
(59) DÍAZ ARAUJO, ENRIQUE, Del mundo en que vivimos, en Revista Cabildo, 3ra. Época, Año I, Nro. 8, Junio-Julio 2000, pp. 25-26.
(60) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 433.
(61) Ib.
(62) Ib., p. 434.
(63) Ib., p. 435.
(64) Ib., p. 437.
(65) Ib., p. 438.
(66) P. SÁENZ, ALFREDO, El fin de los tiempos y seis autores modernos, o.c, pp. 370-371.
(67) Ib., p. 373.
(68) P. CASTELLANI, LEONARDO, 24 CARTAS, editado por Víctor Tiraboschi, Córdoba, 1999, p. 18.
(69) Ib., p. 19
.(70) Ib., p. 49.
(71) Ib., p. 53.
(72) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 36.
(73) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apocalipsis de San Juan, o.c., pp. 64-65.
(74) Ib., p. 126.
(75) P. CASTELLANI, LEONARDO, De Kierkegaard a Santo Tomás de Aquino, Ed. Guadalupe, Bs. As., 1973, p. 175.
(76) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apocalipsis de San Juan, o.c., pp. 74-75.
En el congreso realizado en San Luis, en mayo del año pasado, con motivo del centenario del nacimiento del padre Castellani presenté una ponencia titulada “Castellani y el fariseísmo”. Me permito hoy reproducir la introducción de la misma, porque me parece que constituye una referencia insoslayable en relación con el tema que hoy nos convoca. Porque, en esencia, el tema del apokalypsis es un tema principalmente teológico y, como tal, evidencia su actualidad, puesto que, ¿podemos soslayar que la constitución de un sedicente “nuevo orden mundial”, expresión que comprende necesariamente un “nuevo concepto de hombre” u “hombre nuevo”, expresivo del precitado “nuevo orden mundial”, se constituye como la expresión del desarrollo teológico de la historia?Decíamos en esa oportunidad que “el pensamiento teológico del padre Castellani significa, lisa y llanamente, la comprensión de la posibilidad de 'conocer' a Dios. Esta afirmación puede parecer una exageración, producto del tributo admirado de quien les habla. Pero su sentido es totalmente otro. Quiere significar que Castellani expresó una 'vivencia teológica', que 'encarnó' con su claridad, su penetración intelectual y su don natural de enseñanza, lo que caracteriza la autenticidad del mensaje de Cristo. Y parecería que seguimos en un plano de exaltación y falta de moderación, pero no es así. Castellani tuvo 'la sapiencia de Dios', tuvo la 'comprensión de Santo Tomás'; Castellani tuvo, en una palabra, lo que magníficamente ha expresado el padre Fuentes, una ‘teología impecable’ (1). Y esa 'impecabilidad' radica, precisamente, en su total y decidida adhesión a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, su gran amor virilmente vivido, adhesión que plasmó existencialmente, puesto que 'su particular erudición teológica proviene de su exquisito respeto por la tradición: se preocupó por conocerla, profundizarla, reexpresarla en su bello, vigoroso y singular lenguaje, armonizarla, y cribarla, sosteniendo con firmeza las afirmaciones substanciales, advirtiendo las sugerencias como sugerencias, corrigiendo unos doctores con o- tros (2).
El propio Castellani lo afirmó reiteradamente y, además, lo vivió intensamente. Pudo afirmar, y al hacerlo, enseñar, que ‘...puedo saber todo lo de San Jerónimo y un poquito más, gracias a San Jerónimo: así un enano parado sobre los hombros de un gigante puede ver más lejos que el gigante’ (3). Pero en esa afirmación en adhesión a la tradición, Castellani fue un gigante sobre los hombros de un gigante. Porque su sujeción al ser, a la verdad, al Magisterio, fue una sujeción plenamente humana y, como tal, plenamente cristiana; es decir, en suma, que Castellani fue un hombre libre, porque fue esclavo de la verdad. De ahí su 'originalidad', que en él se hizo sinónimo de 'genialidad'“.
Pues bien, este pensamiento esencial en Castellani, ese “pensamiento teológico”, expresivo de una “vivencia teológica”, se constituyó alrededor de un eje central, expresivo de la más simple y plena ortodoxia: el misterio del Cristo venidero. Procuraremos, pues, desarrollar esta nuestra intervención, esbozando la penetrante, clara y bella elaboración de nuestro querido Padre Castellani al respecto, para concluir tratando de vislumbrar cómo se materializa en nuestros días la oposición a la parusía.
2. LA PARUSÍA COMO EJE CENTRAL DEL MENSAJE CRISTIANO. LA ESJATOLOGÍA COMO DRAMA TEOLÓGICO.
El Padre Castellani ha sido claro y terminante al respecto. En 1951 publica por primera vez Cristo ¿vuelve o no vuelve?. En el mismo, realiza el estudio sobre el misterio del fin de los tiempos, es decir, el misterio de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Desde el mismo inicio, puntualiza el objetivo y justifica su importancia. “Jesucristo vuelve, y su vuelta es un dogma de nuestra fe”, expresa el padre. Y agrega: “es un dogma de los más importantes, colocado entre los catorce artículos de fe que recitamos cada día en el símbolo de los apóstoles y cantamos en la misa solemne. Et íterum ventúrus est cum gloria judicáre vivos et mortuos”. Y enfatiza sobre su importancia y sobre su vigencia, afirmando que “es un dogma bastante olvidado. Es un espléndido dogma poco meditado” (4).
De este modo Castellani expresa una intención y un objetivo: la intención, clarificar el contenido central para la consistencia y la posibilidad de nuestra fe del dogma de la parusía; el objetivo, diagnosticar con realismo la situación actual del mismo en la vivencia específica del cristianismo.
En 1963 publica el padre El Apokalypsis de San Juan. En esta obra, realiza una traducción directa del griego, comentando literalmente el texto sagrado, con importantes estudios aclaratorios (excursus), planteando una exégesis medulosa y, como tal, profunda. El tema central es, claro está, también el misterio de la segunda venida o parusía, enfatizando y justificando la centralidad de la misma para la fe católica. Para Castellani, el apocalipsis involucra lo que se denomina “El sentido teológico de la historia”. La idea-fuerza que fundamenta el mismo, la expresa el padre con claridad y belleza: “...El mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente, ni acabará por azar (...) ni terminará por evolución natural de sus fuerzas elementales (...) sino por una intervención directa de su Creador” (...) no morirá de muerte natural, sino de muerte violenta; o por lo mejor decir (ya que tú eres Dios de vida y no de muerte), de muerte milagrosa”. De este modo, rechazando las pretensiones de los naturalistas y los evolucionistas, que se afincan en considerar al universo como un “proceso natural”, Castellani lo considera como “un poema gigantesco, un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente creación, redención, parusía”. Y culmina bellamente Castellani: “Los personajes son los albedríos humanos, las fuerzas naturales son los maquinistas. Pero el primer actor y el director de orquesta es Dios” (5). Ello explica la centralidad de la parusía para el hombre que, reconociendo su condición propia (metafísica y teológica) de “creatura”, ve, ayudada su razón por la revelación, su carácter propiamente teleológico esencial. Por ello “el dogma de la segunda venida de Cristo, o parusía, es tan importante como el de su primera venida, o encarnación”. Y por eso también, “si no se lo entiende, no se entiende nada de la Escritura ni de la historia de la Iglesia” (6). Y en esta “centralidad”, en esta “esencialidad” del misterio de la segunda venida de Jesucristo en la fe católica, Castellani ve el drama esencial del hombre y de la humanidad como auténtico “drama teológico”, ubicando con precisión a los protagonistas, el hombre creatura y Dios creador, “un drama impresionante, el de la secular lucha entre el bien y el mal, ahora llegada a su culminación, y por ende radicalizada”. Y el Padre Castellani “lo escruta con toda la inteligencia y la inspiración del teólogo y del poeta que es a la vez” (7).
Para Castellani, “si un hombre piensa, tropieza ineluctablemente con el pensamiento de su fin; así del colectivo como del individual” (8). Y lo enfatiza en otra de sus obras, señalando que “la creencia de que este mundo tendrá un fin, así como ha tenido un principio, pertenece al tesoro común de la humanidad. De ahí que haya existido siempre una literatura apocalíptica desde que existió literatura, porque el hombre para caminar necesita saber lo que va a venir, y para eso necesariamente representarse de un modo u otro, conjetural o cierto, el término del camino” (9).
De este modo, esta centralidad del misterio de la parusía, exige necesariamente, al vivir cristiano, su aceptación, que no puede ser cumplida sino como es propiamente el destinatario de la misma, es decir, el hombre. Por eso se explica per se “la centralidad, en la revelación divina, de la develación del fin de la historia y del fin particular de cada hombre” (10).El Padre Castellani es reiterativo al respecto, y lo es por la propia exigencia del dogma parusíaco. En un texto magnífico por su densidad y profundidad, expresa que “este triunfo final y definitivo de la vida, que es el dogma primero y último de la Fe cristiana, no sería mayor que la derrota (...) si toda la natura no hubiese de ser finalmente restaurada a imagen del perdido paraíso (...) reducción de todo a su espiritual cabeza” (...) ‘recapitación’ apocalíptica, hacia la cual gime como parturienta la creación visible (San Pablo), delira el corazón del hombre (S. Agustín) y parecen tirar convergentemente todas las líneas de fuerza de la historia humana (Berdiaeff)”. Y culmina Castellani afirmando, metafísica y poéticamente, que debe bastarnos saber que “si la vida del hombre y la existencia de los seres tienen algún sentido posible, es esto y no otra cosa lo que exige la mera existencia del Ser supremo y el más íntimo indefectible grito del corazón humano” (11).
Profundizando el análisis, el Padre Castellani le da a esta centralidad del dogma “esjatológico” (12) una esencialidad especificativa del ser cristiano, es decir, “que creer en su segunda venida es necesario para creer en Cristo, es distintivo de la auténtica fe en Cristo” (13). Bástenos dos textos de nuestro querido Padre, exhaustivos en la explicación de esta esencialidad.Por un lado, en su magnífico libro Los papeles de Benjamín Benavides, expresa su protagonista, don Benya: “...Que Cristo ha venido hoy no es dificultoso conceder; hasta mi amigo Jácome, (...) y todos los judíos, reconocen a Cristo como un gran hombre de nuestra raza, y Bergson dice que no hay dificultad en llamarle Dios y Renan y Rousseau y Víctor Hugo y Samuel Butler y los modernistas dicen que fue Dios en cierto modo –sin concretar mucho si ese modo es el de Arrio, el de Nestorio, el de Mahoma o el de Dante y Tomás de Aquino. Eso de llamar Dios a Cristo no distingue hoy más a los cristianos de los herejes: éstos hoy día no tienen reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre; se ha gastado el cuño de la moneda; lo que distingue a los verdaderos cristianos es que esperan la segunda venida...” (14).
Y en otro texto suyo, anotando al final de la recolección de textos del Apokalipsis, expresa que éste “contiene el punto más importante de la revelación de Dios por el Cristo, y el foco a donde toda la dogmática cristiana converge. De ahí que interpretar bien o mal esos capítulos tiene una importancia capital... es más importante (audeo dicere) que los mandamientos. Toda la interpretación de la Escritura, y por tanto toda la visión de la economía divina de la redención cambia radicalmente según se interprete alegóricamente o bien literalmente el Capítulo XX” (15).
Se comprende, así, la importancia nuclear dada por el Padre Castellani a la imprescindible necesidad de exponer y comprender adecuadamente el dogma parusíaco, este misterio clave en su centralidad salvífica en el conjunto integral de la fe cristiana.
3. LA PARUSÍA COMO EXPRESIÓN COMPRENSIVA DE LA HISTORIA Y DEL HOMBRE
Explicitada esa esencialidad, se comprende que el dogma parusíaco se convierta en una verdadera “clave hermenéutica de la historia del hombre” (16).
Esa clave interpretativa, contenida en el misterio de la segunda venida, afirma el señorío de Jesucristo sobre la historia y, por consiguiente, explica igualmente aquello que fundamenta tal señorío, es decir, la mesianidad, la reyecía y la divinidad de Jesucristo que, como tal, es Señor de la historia porque es mesías y rey, y en definitiva lo es porque es Dios.
Esta totalidad teológica se evidencia, pues, como clave interpretativa del hombre y su destino eterno. Y ese “poema dramático” que es el universo existente, evidencia del amor creador de Dios, sublimado y sobreelevado en el destino de la creatura humana, “imagen y semejanza” divinas, exige, por así decirlo, la creación, la redención y la parusía. Como antes recordamos, el Padre Castellani ubicó con precisión a los personajes, “los albedríos humanos”; a “los maquinistas”, “las fuerzas naturales”, y al “primer actor y el director de la orquesta”, que “es Dios” (17).
Y en la segunda venida, Cristo vuelve como juez y como rey, es decir, a premiar y castigar. Expresa Castellani que “el autor del Apocalipsis afirma que la parusía” es “la presencia justiciera de Cristo en la historia humana” (18). Y en un sermón sobre Cristo Rey, citando a un poeta que se lamentaba de la guerra y afirmaba la impotencia y el fracaso de Cristo en su sueño de paz y amor, y le pedía a Cristo que vuelva de nuevo al mundo, pero ya no para ser crucificado, Castellani le responde: “el pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey (¿O qué se ha pensado El que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar él solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?” (19).
Para esperanza y dicha del hombre, la historia es señorío de Cristo; es de Cristo y para Cristo. Y tiene razón de ser en Cristo. Por eso afirma el Padre Castellani que “la historia antigua de la humanidad sigue una línea recta hacia la primera venida de Cristo. Desde Cristo, la historia sigue una línea sinuosa bordeando la parusía, aproximándose y alejándose; dentro del límite de que ella sucederá infaliblemente y sucederá ‘pronto’, y no en una remotísima fecha, como ama imaginar la necedad seudocristiana actual” (20).Esta centralidad de la parusía explicada tan profunda y bellamente por nuestro querido Castellani, que permite comprender y aprehender la esencialidad del misterio de Dios y su designio para su creatura, y que por eso mismo permite ratificar nuestra autenticidad cristiana, nuestra especificidad de ser cristianos, al ser como un sello “distintivo de la auténtica fe en Cristo” (21), ilumina la comprensión de la amorosa preocupación del Padre Castellani por la cuestión apocalíptica. Por eso se explica la importancia nuclear dada tanto al Apocalipsis de San Juan como al Apocalipsis sinóptico, es decir, los logos y profecías de Jesucristo contenidas en el llamado sermón escatológico, narrados por San Lucas (17, 20 y ss.), San Mateo (24, 23 y ss.) y San Marcos (13, 21 y ss.), que nuestro autor comentó maravillosamente.(22)
Para Castellani, el apokalipsis tiene carácter profético, y su objeto específico es el misterio de la parusía. En él está, como dijimos, la clave hermenéutica del plan divino; “Es la llave teológica para establecer una hermenéutica trascendente (desde lo alto, desde Dios) de la historia; nos ayuda a entender lo que sucedió y lo que sucede por medio de lo que habrá de suceder. Siempre la clave es Cristo que viene, y hacia su venida se ordenan las acciones de los hombres, demoliendo contra él o edificando para él” (23). Así lo enfatiza precisamente Castellani: “El Apokalypsis es pues una profecía referente a la segunda venida de Cristo –dogma de fe que está en el Credo- con todo cuanto la prepara y anuncia, que es ni más ni menos que el desarrollarse en continua pugna de las dos ciudades, la ciudad de Dios y la del hombre” (24).La profunda impronta teológica del Padre Castellani se acentúa en este tema esjatológico, como lo expresa textualmente Castellani: “...las cuestiones esjatológicas (...) encierran la clave de todas las cuestiones teológicas” (25). En suma, Castellani nos enseña, en la más auténtica tradición, que el dogma parusíaco nos permite comprender la realidad del hombre y del mundo, del tiempo viador y de la eternidad; en su contenido misterioso y amoroso, nos ofrece, como dice el Padre Fuentes, el alimento espiritual necesario para nuestra espiritualidad; “nuestra espiritualidad de viadores, nuestra espiritualidad de provisorios en un mundo provisorio, nuestra espiritualidad conquistadora y enseñoreadora de un mundo, con sus culturas, con sus corazones, para Cristo, que no tiene otra razón de volver que la de enseñorear definitivamente toda realidad” (26).
Podemos concluir esta parte del análisis, de una sola manera. Si somos honestos intelectualmente hablando, si somos dóciles a la palabra de Dios, la verdad inmensa que encierra el dogma parusíaco, involucra una única e insoslayable consecuencia, que comprende al hombre en su integridad, en su individualidad espiritual y en su sociabilidad. Consecuencia que el Padre Castellani anunció con un llamado surgido de la entraña misma del amoroso deseo divino para con su creatura: “Pero este país todavía no ha renegado de Cristo, y sabemos que hay alguien capaz de levantarlo. Preparémonos a su venida y apresuremos su venida. Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras pobres efímeras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ella el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo, o en su Parroquia, o en las sociedades vicentinas... El que pueda hacer apostolado, que ayude a nuestro Cristo Rey en la acción católica o en las congregaciones. El que pueda enseñar, que enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores a nuestra vida, acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina de los ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el Capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del mal, campaña que es el eje de la historia del mundo –sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su reino no tendrá fin, que su triunfo y venida no está lejos y que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vió, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso” (27).
Estas palabras encierran, en su profundidad y belleza, al Padre Castellani “de cuerpo entero” y nos ratifican en lo señalado al principio de nuestras reflexiones. Es que realmente el Padre Castellani expresó una ‘vivencia teológica’, que 'encarnó' con su claridad, su penetración intelectual y su don natural de enseñanza. Para él, el dogma y el misterio parusíaco no se constituyeron en una simple cuestión de erudición y de investigación, sino que fueron “un misterio profundamente vivido”. Y en ello, como magnífica y justamente puntualiza el Padre Fuentes, “radica la fecundidad inusitada de su obra ciclópea. Castellani dictó cátedra con la pluma, sin borrar con el codo cuanto escribía con la mano. La uniformidad y armonía de su pensamiento con su vida es lo que, aún hoy, hace de su pensamiento escuela de vida” (28).
4. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL Y SU OPOSICIÓN A LA PARUSÍA
Ahora bien, Castellani fue terminante al analizar el dogma parusíaco y su vigencia en el mundo contemporáneo. “La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos, no pensar que vuelve” (29). En el desarrollo y configuración del mundo moderno, cuyo constitutivo esencial es un “nuevo hombre” radicalmente opuesto al “hombre nuevo” evangélico, que supo inspirar y constituir la cristiandad, ve Castellani aplicada y ratificada la cuestión esjatológica. Su diagnóstico es insuperable, por su realismo metafísico y teológico. Expresa que, en virtud de ese olvido y ese desconocimiento, expreso o tácito, del dogma parusíaco, “...el mundo moderno no entiende qué le pasa. Dice que el cristianismo ha fracasado. Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad. Está a punto de dar a luz una nueva religión. Quiere construir otra Torre de Babel que llegue al cielo. Quiere conquistar el Jardín del Edén con solas las fuerzas humanas” (30).
Castellani advierte la raíz antropológica del drama del hombre contemporáneo: es la irrupción del “hombre autónomo”, del “hombre autosuficiente”, del “hombre autocreativo”. Es el proyecto del hombre autónomo, autosuficiente y autocreativo; en rebelión contra Dios, asumiendo el modelo prometeico. Señala el Padre Castellani que el mundo moderno “está lleno de profetas que dicen: ‘Yo soy. Aquí estoy, este es el programa para salvar al mundo. La carta de la paz, el pacto del progreso y la liga de la felicidad. ¡La UNA, la ONU, la ONAM, la UNESCO! ¡Mírenme a mí! Yo soy’” (31). Y Castellani ve en este proceso de rebelión una causa motora, explicativa del mismo, constitutiva de la herejía de hoy, que “pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos a todos”. Y en su esencia, para el ermitaño urbano, la misma expresa una gran negación: “niega explícitamente la segunda venida de Cristo; y con ella, niega su reyecía, su mesianidad y su divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la historia. Y al negar la divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de formas de religiosidad” (32).
Es el cumplimiento esjatológico; es la explicación única y última del drama del hombre moderno. Con fineza expresiva, nuestro autor ve la perversión íntima vigente en esta concepción del hombre prometeico: “con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el Reino de Dios y el Paraíso en la tierra por sus propias fuerzas” (33).
Es, pues, la impronta de este proyecto humanista prometeico el olvido del dogma parusíaco, el intento de erradicar o postergar in eternum la segunda venida del Salvador. Castellani ve en ello un signo de los tiempos, ve en ello la explicación última del hombre moderno, reducido a hombre inmanente; de la historia moderna, reducida historia inmanente, y cuyo corolario ineludible no podía ser otro que el ateísmo y la negación de la trascendencia.La filosofía moderna empieza y culmina un proceso que, en última instancia, se sintetiza en la inmanencia absoluta. El objetivo de este proyecto era erradicar lo religioso, y al no poder hacerlo, puesto que la dimensión religiosa es natural al ser del hombre, procuró erradicar lo auténtico religioso del hombre, comprendiendo que era, en su concepto, la única posibilidad de triunfo. Sus esfuerzos se centraron, expresa e implícitamente en torno a esta idea motorizadora. Este proyecto radicalmente anticristiano se estructuró a través del relativismo, del modernismo y del romanticismo, buscando despojar a la iglesia de Cristo de todo carácter sobrenatural. Así, el hombre “nuevo” moderno, autosuficiente y autónomo, no necesitará ya una iglesia en que hallar la salvación y, contando con solamente con sus propias fuerzas, el hombre salvará al hombre. El Cardenal Ratzinger ha expresado ese perfil del hombre moderno: “En efecto, si no se comprende que el hombre se halla en un estado de alienación que no es sólo económica y social (una alienación, por lo tanto, de la que no puede liberarse con sus propias fuerzas), no se alcanza a comprender la necesidad de Cristo Redentor. Toda la estructura de la fe queda así amenazada. La incapacidad de comprender y de presentar el ‘pecado original' es ciertamente uno de los problemas más graves de la teología y la pastoral actuales” (34). Y más adelante, el mismo Cardenal Ratzinger evidencia los funestos resultados logrados por este “hombre autónomo”, que de una supuesta “liberación”, culmina en una verdadera esclavitud. Así, afirma que “lo que parecía ‘liberación se transforma en su contrario, mostrando en el terreno de los hechos su rostro luciferino. Es el tentador quien, en el primer libro de la escritura, seduce al hombre y a la mujer con la promesa: seréis como Dios (Gén. 3, 5). Es decir, libres de las leyes del creador, libres de las leyes mismas de la naturaleza, dueños absolutos de nuestro destino. Pero, al final de este camino, no es precisamente el paraíso terrenal lo que nos espera” (35).
Y el olvido y la negación del pecado original, proyecta su veneno sobre la redención y sobre el fin del hombre. Esta “idolatría del hombre”; constituye, para Castellani “el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro” (36). Y es que “siempre que ha pretendido el hombre hacerse un paraíso en el estado, lo ha convertido en un infierno” (37).
Castellani vio con exactitud que la negación u olvido del dogma parusíaco era nefasto pues implica la pretensión de anular uno de los fundamentos de la fe, pero, que, al mismo tiempo, significa imposibilitarle al hombre la explicación de la historia, de la sociedad. Por ello, el mundo moderno, con la pretensión de constituirse sobre la base del hombre autónomo, como antes nos decía, “no entiende lo que le pasa”(38). Y no lo entiende radicalmente, porque al rechazar el misterio de la segunda venida, se imposibilita para comprender la integridad del mensaje salvífico. “Si no lo entiende -enfatiza Castellani- no se entiende nada de la Escritura ni de la Historia de la Iglesia”, ya que “el término de un proceso da sentido a todo el proceso. Este término está no sólo claramente revelado, mas también minuciosamente profetizado. Jesucristo vuelve pronto” (39).El pensamiento del Padre Leonardo nos ilumina, pues, en el análisis de nuestro tiempo contemporáneo. Castellani vio con precisión que el desconocimiento del dogma parusíaco imposibilita, como vimos, para comprender la historia, su desarrollo, sus leyes propias. Y ello porque el hombre y la historia son finalísticos, lo que implica decir que para conocerlos es preciso conocer el fin, ya que él es el que explica el movimiento del móvil. Y en la historia, todo tiene una esencia teológica, una raíz religiosa. Castellani enfrentó magistralmente al comunismo, al socialismo y, especialmente, al liberalismo, viéndolos en su auténtica realidad, es decir, como “falsificaciones del cristianismo”, como agudamente lo manifiesta en Los papeles de Benjamín Benavides (40). La persistencia de esas “herejías con efecto político y alcance universal” (41), convergiendo hoy en la conformación de un sedicente “nuevo orden mundial”, que se presenta como una conjunción de aquéllas, nos permite evaluar la clarividencia y la actualidad del pensamiento del Padre Castellani.
Al respecto, señalaba (¡en 1954!), analizando la realidad de los imperialismos actuales, a través de la respuesta que daría San Agustín (“hablando agustinianamente” (42), en palabras del Padre Leonardo), al panegírico o bien la justificación de una “preferencia” por el capitalismo estadounidense sobre el soviético: “son dos imperialismos. Poco importa si son imperialismo económico o imperialismo político: las dos cosas hoy día van juntas. Pero las guerras no son nunca meramente económicas. Son siempre también ideológicas; y en este tiempo, cosa sumamente extraña, son guerras religiosas –es decir, heréticas-. La economía soviética y la economía americana podrían perfectamente conciliarse –y por ende también sus zonas de influencia política- si se conciliaran sus dos ‘ideas’ –ideas que versan sobre el fin del hombre: la idea pesimista y maniquea del oriente, y la idea progresista y ‘liberal’ acerca del hombre del actual occidente-. Son conciliables también estas dos ideas, porque se tocan en un mismo fondo, que es la pretensión de conseguir la felicidad del hombre aquí en la tierra, y por medio del saber, del poder y de las fuerzas humanas” (43).Y ello porque “El capitalismo y el comunismo, tan diversos como parecen, coinciden en el fondo; digamos, en su núcleo místico: ambos buscan el paraíso terrenal por medio de la técnica; y su mística es un mesianismo tecnólatra y antropólatra, cuya difusión vemos hoy día por todos lados, y cuya dirección es la deificación del hombre: la cual un día se encarnará en un hombre” (44).
Y veía Castellani que el intento de “globalización” entroncaba claramente con la parusía, expresando que “hoy día es un fin político lícito y muy vigente por cierto, la organización y unificación del mundo en un solo reino, que por ende se parecerá al imperio romano. Esta empresa pertenece a Cristo; y es en el fondo la secular aspiración de la humanidad; pero será anticipada malamente y abortada por el contracristo, ayudado del poder de Satán. En el Boletín del Canadian Intelligence Service de Enero de 1963 podemos ver el poder que tienen actualmente, en EE.UU. e Inglaterra sobre todo, los One-Worlders o partidarios de la unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician la amalgama del capitalismo y del comunismo, que será justamente la hazaña del anticristo” (45). De este modo, “el anticristo usurpará simplemente este ideal de unidad del género humano en la institución perversa de su imperio universal...” (46).
Y para el Padre Castellani, el “nuevo orden mundial” será presidido por el anticristo, quien “tomará lo que tiene de bueno el capitalismo, o sea, la inmensa productividad, y la encauzará con medidas férreas, comunizándola. Habrá abundancia para todos –menos para los cristianos, por supuesto- y sólo se perderá una pequeña cosita: la libertad; la poca libertad que hoy nos queda, y la gran libertad verdadera que prometió –y dio- Cristo” (47).Y el “nuevo orden mundial” edificará, en su carácter de “mono” de Dios, una “Nueva religión de la humanidad”, que Castellani conceptúa como “...la adoración del espíritu humano, a la idolatría del hombre, que es la idolatría del mundo contemporáneo neopagano, como la idolatría de los paganos era la idolatría de las fuerzas cósmicas encarnadas en Júpiter, Mercurio, Venus, Marte y toda la compañía. Y eso, la idolatría del hombre, según la Escritura, será la religión del Anticristo (II Tesalonicenses 2, 4)” (48).
En suma, como señala el Padre Sáenz, “el nuevo orden mundial y la new age [movimiento que propaga por todo el mundo que el 'hombre ha creado a Dios a su propia imagen', y que ha llegado el momento de que él mismo se reconozca como Dios] podrían corresponder a las dos bestias del Apocalipsis, la primera, en el ámbito político, y la segunda, en el círculo de una falsa religión, sustitutiva del cristianismo” (49).
Respecto a la configuración del “nuevo orden mundial”, el mismo expresa una realidad mundial actual. El denominado “fenómeno de la globalización” está manifestando cuál es la realidad del mundo en que vivimos. Estamos ante una evidencia: el mundo contemporáneo se estructura en tres modelos específicos de “sociedades laicas”, que expresan el moderno proceso de secularización. El padre Fosbery ha precisado esta cuestión, señalando que “la secularización va imponiendo en la modernidad, especialmente después de la revolución francesa, una nueva categoría política que, al decir de Hegel, es la 'sociedad civil’. Y señalamos la revolución francesa porque es a partir de ella cuando el carácter laico de la sociedad va cobrando vigencia hasta llegar a establecer, como lo expresa la constitución de la República Francesa, la incompetencia del estado en asuntos religiosos y de la iglesia en problemas del estado” (50).
En el proceso de secularización de la modernidad, se configurarán tres modelos. Señala el Padre Fosbery que “tres modelos reconocemos (...), que tiene su origen en el secularismo y que quieren expresar, cada uno a su manera, el sentido último de la modernidad como una forma de plenitud histórica inmanentista e intra-mundana: el nacional-socialismo, con su intento de imperio racial; el marxismo-leninismo, con su intento de imperio comunista; y el de la sociedad laica americana, con su intento de universalizar la democracia, la economía de libre mercado y los derechos humanos. Allí el individuo, y no el estado, cobra el máximo sentido de eticidad social, detrás de la vigencia de una libertad política fundada en el principio religioso de la libertad de conciencia. La democracia absoluta de valor universal y el capitalismo liberal fundan un imperio plutocrático” (51).El primer modelo, el proyecto nacional-socialista fenece en la segunda guerra mundial. El segundo modelo entra en crisis como resultado del “desbalanciamiento que provocan los Estados Unidos, presionando con el tema de los derechos humanos, desde la comunidad internacional, durante la gestión del Presidente Carter (1977-1981). Posteriormente, Reagan (1981-1989) instala el conflicto en el marco del desarrollo tecnológico-militar. La 'guerra de las galaxias' termina vaciando el poder económico ruso, que no alcanza a competir con los yanquis. No hay duda que la utopía se cumple. Washington tenía razón cuando afirmaba que los Estados Unidos eran la nueva Jerusalén designada por la providencia para ser el teatro donde el hombre debe alcanzar su verdadera talla. Los rusos no la alcanzan y por eso son vencidos” y concluye el Padre Fosbery que “occidente se identifica con el modelo de sociedad laica americana porque sólo los Estados Unidos cuentan con los tres poderes necesarios para solventar un imperio: el poder político, el poder militar y el poder económico” (52).
El análisis de la historia de los últimos años evidencia que la “Revolución Cultural” ha ido, paulatina pero coherentemente con los postulados sustentatorios de la misma, fue llevando a los supuestos contendientes hacia un real punto de convergencia, fundamentada en la utopía de un “nuevo orden mundial”. Instalada la utopía en los espíritus occidentales por la acción deletérea de los ideólogos, hubo que esperar solamente los acontecimientos, “y éstos llegan de la mano de Ronald Reagan (1981-1989), quien hará posible que los Estados Unidos cumpla con el destino que, según ellos, le reservó la providencia” (53).
Así, desde la Presidencia de Reagan, los Estados Unidos son un “imperio” proclamado. El fundamento lo consideran sus ideólogos irreductible. Es la tendencia al “salvacionismo democrático”. Y esta tendencia está, en realidad, ínsita en los principios calvinistas fundacionales de los Estados Unidos, y se explicita en la “Doctrina del destino manifiesto”, concretada por los dos Roosevelt, declarada solemnemente en 1981, estableciéndose el “derecho específico” de los Estados Unidos a velar por la integridad democrática de las Américas, “desde Alaska a Tierra del Fuego”.Uno de sus principales ideólogos lo ha expresado con claridad. Así, Henry Kissinger a escrito que: “en el Siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente en las relaciones internacionales, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, como los Estados Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros estados ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenía aplicación universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de su convicciones morales históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcances y dimensiones sin precedentes”. Y agrega que “los Estados Unidos consideran normal un orden global internacional fundamentado en la democracia, el libre comercio y el derecho internacional” (54). Como señala el Padre Fosbery, “los Estados Unidos pretenden ser, por un lado, faro para las demás naciones, mostrando los logros políticos y económicos de su democracia fundada en la vigencia de los derechos humanos; y, por otro, constituyéndose en cruzados de estos valores, para imponerlos en todo el mundo” (55).
La administración Reagan actuó convencida de que si el mundo puede alcanzar la paz, “tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados Unidos. Ése será su empeño político, al que consagrará todo el mecanismo de su política internacional” (56). El mismo Kissinger señala que “los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional, aspiran a ser ellos el sistema internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio de poder. Así es como los Estados Unidos han dirigido su política exterior en América” (57).Los hechos recientes ratifican el análisis. Primero la Organización de Estados Americanos incorporó la “regulación democrática”. Puede afirmarse, sin ser temerarios, que podría seguir rápidamente una “regulación de la globalidad”, expresión que hoy sirve para dirigir de modo informal la actividad del imperialismo estadounidense: “democracia” (política) y “globalidad” (económica, regimentada por el fondo monetario internacional). Y el próximo paso sería la concreción de la sanción jurídica internacional del esquema planteado. Para el logro de este “nuevo orden mundial” se debe plantear la consecución de un “nuevo modelo cultural”, cuyos elementos constitutivos se orientan a funcionar “como un proceso de globalización encaminado a lograr la creciente aceptación de valores, creencias, orientaciones, prácticas e instituciones comunes por pueblos y personas de todo el mundo. Una suerte de 'civilización universal’” (58). Juega aquí con toda la fuerza de su peligrosidad y perversidad, la asunción por parte de los ideólogos del “nuevo orden mundial”, de la estrategia elaborada por el marxista italiano Antonio Gramsci, que postuló agudamente un proyecto revolucionario centrado en la sustitución del concepto propio del hombre, encerrándolo en la total inmanencia, previendo acciones concretas constitutivas de un “nuevo sentido común”, que, en última instancia, imposibilite siquiera plantear al pensamiento humano la posibilidad de la trascendencia.
En ese contexto, los ideólogos del “nuevo orden mundial”, buscan imponer una “nueva cultura”, “cultura mayoritaria”, que como agudamente señala Díaz Araujo, se estructura “para anular las resistencias nacionales a la 'globalidad'“, fomentando “el individualismo ético trascendental, que desliga de cualquier obligación con el prójimo y, sobre todo, con el bien común. De manera análoga han impulsado el nihilismo metafísico que no reconoce la existencia de ninguna verdad objetiva, quedando todo en un plano libertario de subjetivismo inmanentista. Han roto también con los cánones estéticos naturales, exaltando cuanta fealdad artística se divulgue en el universo. De modo tal que ni el bien, ni la verdad, ni la belleza encuentren el menor espacio en este mundo. Y si algún desprevenido intentara rescatar valores naturales, sería de inmediato procesado por ‘discriminador'. Conducta que bastará para establecer el juicio histórico sobre el imperialismo estadounidense” (59).
En suma, en el proyecto ideológico del “nuevo orden mundial”, asistimos al intento persistente y pertinaz de realizar una serie de reemplazos que permitan estructurar “el nuevo hombre contemporáneo”. El Padre Fosbery lo puntualiza: “la ideología desplaza a la metafísica. La utopía del progreso indefinido a la religión. La moral queda vaciada de contenido ontológico y de referente sobrenatural” (60). Y ello se comprende por la lógica férrea asumida por la ideología inmanentista, ya que “si nada existe superior al hombre, éste no puede buscar más que en sí mismo el fin y la moral de su acción. Se instala el empirismo moral. Epicuro y las formas más puras del hedonismo sensualista marcan la tónica moral de la nueva sociedad laica” (61).
El resultado es el único posible: “una civilización fundada en la ideología del progreso indefinido, como una nueva utopía esjatológica del inmanentismo. La cultura es desplazada a lo literario, lo artístico, y la virtud, vaciada de contenido moral, se transforma en habilidad científica o técnica, como instrumento del quehacer hedonista y utilitario” (62). Y el resultado buscado se evidencia por sí mismo: “estamos frente a la civilización del secularismo que hace del progreso su religión y que se alimenta con la ideología del economicismo instrumentada por el dominio, la eficiencia y el poder. No hay lugar para la cultura y, consecuentemente, no lo hay para Dios. Lo religioso puede ser tolerado, a lo sumo, como culto encerrado en los repliegues de la conciencia individual”. Y como resultado de este proceso de secularización se obtiene la generación del “capitalismo en sus dos formas: el capitalismo de estado, o socialismo, y el capitalismo liberal” (63).
Y producida la caída de “los dos imperialismos que, a su manera, se inspiraron en este utilitarismo universal y quisieron construir una civilización, es decir, el nacional-socialismo y el marxismo leninismo, el camino está expedito para que el imperialismo anglosajón se afirme en lo que hoy se ha dado en llamar la globalización” (64). De este modo, “ésta será la ideología imperante capaz de generar una nueva civilización” (...) “el secularismo ha hecho posible la aparición de una sociedad laica sobre la que se apoya el actual proceso de globalización” (65).
5. CONCLUSIÓN: LA SEGUNDA VENIDA COMO ESPERANZA DE REALIZACIÓN CRISTIANA
El Padre Sáenz ha señalado que “la unión de las naciones en grupos regionales, primero, y después, en un solo imperio mundial, sueño fascinante del mundo de hoy, no puede realizarse sino por Cristo o contra Cristo”, agregando que lo que se puede hacer sólo con la ayuda de Dios, y que de hecho Dios hará al final, conforme está prometido, febrilmente intenta el mundo moderno construirlo al margen del designio divino, orillando a Dios, abominando del antiguo proyecto de unidad que se llamó cristiandad, y violentando incluso la naturaleza humana, con la supresión intentada de la familia y de las patrias. En frase categórica de Castellani: ‘todo lo que hoy día es internacional, o es católico o es judaico’” (66).
En la situación en la que se desarrolla hoy día la historia de la humanidad, la actualidad del pensamiento del querido e inolvidable Padre Castellani se reafirma en su importancia. El Padre Leonardo “ha hecho con sus libros sobre la esjatología un servicio relevante a la cultura religiosa” (67) y, como consecuencia del mismo, un aporte imprescindible para la comprensión de nuestros tiempos históricos.
Escribió el padre, en una carta, que “aguantar estos tiempos tan malos, e incluso alegrarse en lo posible por haber sido creado en ellos” debía ser la actitud propia de nosotros los cristianos, agregando: “puede que el Cristo no esté lejos. Pero yo por todas partes oigo ayes y veo ruinas; y algunos días la carga de este mundo me parece insoportable. Más no lo es, de hecho” (68).
Y en la misma misiva, más adelante, agregaba: “puse arriba: ‘puede que Cristo no esté lejos’. Es falta de fe. Creo positivamente que está cerca; y no puedo pensar lo contrario sin ir contra mi conciencia, contra el temor de Dios. Pensar que la Iglesia y el mundo puedan ir adelante mucho tiempo tal como están ahora, me parece impío. O todas las Escrituras que nos dejó Cristo son un engaño, o vamos con rapidez vertiginosa a la última lucha; para la cual conviene sin cesar pedir auxilio a Dios. Toda bendición de Dios implica una maldición, porque el mundo odia a los que son de Dios. Lo que puede hoy el mundo, la violencia de su odio oculto y ‘las tinieblas que han caído sobre la tierra’ (como dijo el Papa) son cosas de no creer” (69).Y en otra misiva, expresa que “estamos viviendo en un mundo sin caridad, que rezuma odio, hostilidad o indiferencia al prójimo por todos sus poros: ‘sine afectione, absque faédere, sine misericordia’ como decía San Pablo del mundo pagano. ‘Sin piedad, sin lealtad y sin afecto. Creo que así no puede seguir el mundo, y se tiene que disgregar, si no viene un remedio milagroso” (70).
Y respecto a nuestra Patria, el Padre Castellani veía el proceso de disolución desacralizadora en marcha, expresando dolidamente: “siento como quizá ningún otro en el país la correntada del mundo adversa al ‘que quiere vivir píamente en Cristo Jesús’ debajo de las apariencias de una Nación aparentemente Cristiana” (71). Y esto escrito en el año 1954. ¿Qué diría hoy nuestro ermitaño urbano, de haber vivido la “apertura democrática”, los desgobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, la avalancha pornográfica, el permisivismo moral, el encumbramiento de Sodoma y Gomorra en Buenos Aires y su proyección en toda nuestra Patria, la claudicación absoluta y aceptada de nuestro rol político internacional, en suma, el real abandono de nuestras raíces hispano-católicas, en aras de un sedicente “nuevo orden mundial”, presentado como “única salida” para el pueblo argentino?.Hoy como nunca la labor ciclópea del Padre Castellani se evidencia como un faro indicador de nuestro compromiso y de nuestra militancia. Porque el realismo de sus análisis teológicos nos da la única respuesta válida para los interrogantes acuciantes de estos tiempos. En Castellani están las respuestas, porque Castellani supo interpretar la voz de Dios. De ahí que su insistencia en la importancia del Libro del Apocalipsis para la vivencia del cristiano, sea insoslayable. Castellani vio al Apokalypsis como el libro de la consolación: consolador y escrito para consuelo de los Cristianos” (72). Sí, el Apokalypsis es un libro consolador y escrito para consuelo de los cristianos.
Y el Padre Castellani supo expresarlo bella y rotundamente: “El Apocalipsis es un libro de esperanza: incluso la predicación de cosas tremendas –junto a la seguridad de esquivarlas para los fieles- es para dar ánimo, y deyección no; dado que esas cosas ya están entre nosotros, o en su ser propio o en su posibilidad y aprensión. Un impío argentino ha escrito que es un libro ‘de amenazas feroces y júbilos atroces’, Ha leído mal, si es que ha leído el libro. ‘Blasfemat quod ignorat’” (73).
Y contundentemente, señala nuestro querido Castellani: “Después de mucho tiempo, el Apocalipsis se me convirtió en un alivio. Es un librito de esperanza en último término. El talante del Cristianismo no es el pesimismo; menos aún es el optimismo beato de la Filosofía Iluminística, el famoso ‘progreso indefinido’. La profecía cristiana nos da una posición que está por encima de esos dos extremos simplistas, en donde caen hoy todos los que no tienen el sello de Dios en sus frentes’. El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un triunfo extrahistórico; o sea una trasposición de la vida del mundo en un tras-mundo; y del tiempo en un supertiempo; en el cual nuestras vidas no van a ser aniquiladas y luego creadas de nuevo, sino –como es digno de Dios- transfiguradas ellas todas por entero, sin perder uno solo de sus elementos” (74).Frente al proyecto del “nuevo orden mundial”, Castellani nos lo ha proféticamente definido en sus esencialidades perversas. Estamos frente a la gran herejía de nuestro tiento, y Castellani la puso ante nuestros ojos, desnudando toda su malignidad y soberbia. Y esta herejía se configura como la negación o el olvido de la segunda venida de Jesucristo, para implantar una sedicente salvación intramundana, inmanente, perversa y, como tal, cristofóbica. Castellani vio claramente que el proyecto inmanentista y su culto ínsito en la utopía del “progreso indefinido” se excluyen esencialmente; por eso nos decía de Kierkegaard que “su pensamiento total es netamente parusíaco o 'apocalíptico' -o antiprogresista. No solamente no cree en el dogma del progreso inevitable, sino que siente hacia él un desprecio absoluto” (75).
Terminemos con las palabras de nuestro querido Padre Castellani, que nos resume magníficamente la realidad de nuestra esperanza cristiana. Nos decía el Padre Castellani: “Cristo debe volver. Debe volver pronto. Y a medida que su retorno se aproxima, por fuerza se deben hacer más claras las promesas de sus santos y las visiones de sus videntes. Volverá no para ser crucificado por los pecados de muchos, sino a juzgar a todos, no como cordero de Dios, sino como Rey del siglo futuro. Volverá para poner a sus enemigos de alfombra a sus pies, a restaurar y restituir para su Padre todas las cosas, arrojado de ellas y amarrado el príncipe de este mundo; volverá en el clímax de la más horrenda lucha religiosa que han visto los siglos, en el ápice mismo de la gran apostasía y de la tribulación colectiva más terrible después del diluvio, cuando sus fieles esté por desfallecer y esté por perecer toda carne. Volverá vincens ut vincat, como un rayo que surgiendo de oriente se deja ver en occidente, para arrebatar a él en los aires a nosotros los últimos, los que quedamos, los reservados in adventum domini, que hemos sufrido más que Job, creído más que Abraham, y esperando más que Simeón y Ana” (76).Postdata de un “castellanista”, en nombre de todos los “castellanistas”: usted sigue con nosotros, querido Padre Castellani. Muchas gracias. Muchas gracias, Padre Leonardo, por lo trasmitido, por su ejemplo, por su amor, por, esencialmente, su “teología impecable”.
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(1) P. FUENTES, MIGUEL ÁNGEL, El Perfil Teológico, en el Número Extraordinario dedicado al R.P. Leonardo Castellani de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, nro. 36, Julio/Setiembre 1994, p. 23.
(2) Ib., pp. 23-24.
(3) CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalysis de San Juan, Ed. Dictio, Bs. As., 1977, p. 145.
(4) CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, Ed. Paucis Pango, Bs. As., 1951, p. 13.
(5) Ib., p. 13.
(6) Ib., p. 14.
(7) P. SAÉNZ, ALFREDO, El fin de los tiempos y seis autores modernos, Ediciones Gladius, Bs. As., 1996, p. 320.
(8) P. CASTELLANI, LEONARDO, El apokalipsis de San Juan, o.c., p. 148.
(9) Ib., Crítica literaria. Notas a caballo de un país en crisis (VIII. Hugo Wast, 666), Ed. Dictio, Bs. As., 1974, p. 302.
(10) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 26.
(11) CASTELLANI, LEONARDO, Conversación y crítica filosófica, Ed. El Ermitaño Urbano, Bs. As., 1986.
(12) En su "nota lingüística” del Apokalypsis de San Juan, Castellani nos dice: "¿Por qué escatológico con j? Porque así debe ser. Hay dos palabras morfológicamente parecidas en español: escatológico, que significa pornográfico -de scatos, griego, que significa excremento- y esjatológico, que significa noticia de lo último -de ésjaton, lo último-, las cuales son confundidas hoy día por descuido o ignorancia o periodismo, incluso en los diccionarios (Espasa, Julio Casares); de modo que risueñamente el Apóstol San Juan resulta ser un escritor ¡pornográfico o excremental! Yo hago buen uso: si el buen uso se restaura, mejor; si no, paciencia. Poco cuidado con nuestra lengua se tiene hoy día" (p. 313).
(13) P. FUENTES MIGUEL ANGEL, o.c., p. 27.
(14) CASTELLANI LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, Ed. Dictio, Bs. As., pp. 425-426, novela que constituye una auténtica "teología de la historia".
(15) P. CASTELLANI, LEONARDO, nota a la traducción y adaptación que hizo del libro del Padre Florentino Alcañiz, La Iglesia Patrística y la Parusía, Ed. Paulinas, Bs. As., 1962, p. 31.
(16) Ver P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., pp. 28 y ss., ensayo que se constituye, junto con el libro precitado del Padre Alfredo Sáenz (v. nota 7), en obras de consulta ineludible para la profundización del pensamiento del Padre Castellani respecto a la cuestión apocalíptica. Nos declaramos plenamente deudores de los profundos y brillantes estudios de ambos autores, que nos dilucidaron con su claridad expositiva muchas dudas y confusiones, como así también nos ratificaron en nuestras opiniones, respecto a una correcta interpretación del pensamiento del Ermitaño Urbano.
(17) Ver nota 5.
(18) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 53.
(19) Ib., o.c., p. 174.
(20) Ib., El Apokalipsis de San Juan, o.c., p. 305.
(21) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 27.
(22) Ver P. CASTELLANI, LEONARDO, El Evangelio de Jesucristo, (Homilías del Domingo vigésimo cuarto y último después de Pentecostés, y del Domingo primero de adviento, según el misal tradicional) Ed. Dictio, Bs. As., 1977, pp. 390-405. Existe también una reciente edición, la quinta, realizada por Ed. Vórtice, Bs. As., 1997, pp. 319-331.
(23) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 29.
(24) P. CASTELLANI, LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, o.c., p. 61.
(25) Ib., p. 51.
(26) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., pp. 29-30.
(27) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 178.
(28) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 30.
(29) P. CASTELLANI, LEONARDO, ib., p. 15.
(30) Ib., p. 15.
(31) Ib., p. 15.
(32) Ib., pp. 15-16.
(33) Ib., p. 16.
(34) RATZINGER, JOSEF, Cardenal, Informe sobre la fe, BAC Popular, Madrid, 1985, p. 87.
(35) Ib., p. 100.
(36) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 16.
(37) HÖLDERLIN, FIEDRICH, Hyperion, I, 1.
(38) P. CASTELLANI, LEONARDO, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, o.c., p. 15.
(39) Ib., p. 14.
(40) P. CASTELLANI, LEONARDO, Los papeles de Benjamín Benavides, o.c., pp. 45 y ss.
(41) Ib., p. 47.
(42) P. CASTELLANI, LEONARDO, San Agustín y nosotros, Ediciones JAUJA, Mendoza, Argentina, 2000, p. 11 (esta obra reúne las conferencias que el Padre Castellani dio en el teatro del pueblo de Buenos Aires en el segundo semestre de 1954, en ocasión del 16mo. Centenario de San Agustín).
(43) Ib., pp. 27-28.
(44) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 282.
(45) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 155.
(46) Ib., o.c., pp. 248-249.
(47) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apokalypsis de San Juan, o.c., p. 282.
(48) P. CASTELLANI, LEONARDO, San Agustín y nosotros, o.c., pp. 158-159.
(49) P. SÁENZ, ALFREDO, El Hombre Moderno. Descripción Fenomenológica, Ediciones Gladius, Bs. As., p. 208.
(50) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., La Cultura Católica, Ed. Tierra Media, Bs. As., 1999, p. 471.
(51) Ib., p. 492.
(52) Ib., pp. 492-493.
(53) Ib., p. 697.
(54) KISSINGER, HENRY, La Diplomacia, Edit. Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1996, pp. 11-12.
(55) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 698.
(56) Ib., p. 698.
(57) KISSINGER, HENRY, o.c., p. 15.
(58) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 703.
(59) DÍAZ ARAUJO, ENRIQUE, Del mundo en que vivimos, en Revista Cabildo, 3ra. Época, Año I, Nro. 8, Junio-Julio 2000, pp. 25-26.
(60) P. Fr. FOSBERY, ANÍBAL E., o.c., p. 433.
(61) Ib.
(62) Ib., p. 434.
(63) Ib., p. 435.
(64) Ib., p. 437.
(65) Ib., p. 438.
(66) P. SÁENZ, ALFREDO, El fin de los tiempos y seis autores modernos, o.c, pp. 370-371.
(67) Ib., p. 373.
(68) P. CASTELLANI, LEONARDO, 24 CARTAS, editado por Víctor Tiraboschi, Córdoba, 1999, p. 18.
(69) Ib., p. 19
.(70) Ib., p. 49.
(71) Ib., p. 53.
(72) P. FUENTES, MIGUEL ANGEL, o.c., p. 36.
(73) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apocalipsis de San Juan, o.c., pp. 64-65.
(74) Ib., p. 126.
(75) P. CASTELLANI, LEONARDO, De Kierkegaard a Santo Tomás de Aquino, Ed. Guadalupe, Bs. As., 1973, p. 175.
(76) P. CASTELLANI, LEONARDO, El Apocalipsis de San Juan, o.c., pp. 74-75.
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