Para Quevedo la cosa es clara: reinar no consiste ni puede consistir más que en dominar. El monarca es, por encima de todo, señor. ¡Cuan hermosa y hondamente va desarrollando esta verdad fundamental después de hacerla fraguar en su genial antítesis entre rey y reino!. El monarca que no sabe ser rey se rebaja en igual medida a la condición de reino, de dominado. Por eso Jesucristo es el único rey plenamente verdadero, porque es el único de quien nada ni nadie podría enseñorearse jamás. Así considerada, es evidente que la monarquía, en la plenitud de su esencia, sólo puede hallarse en estado puro dentro de los límites de la esencia divina, porque es la forma más perfecta, la única realmente perfecta, de la autoridad, ya que es la sola forma política en que se salva el concepto de unidad, el cual, como todo trascendental, sólo puede llegar adecuadamente a realizarse en Dios. No nos imaginemos con esto que un Jefe de Estado humano no pueda, en el estricto sentido de la palabra, ser monarca. Sí puede serlo; eso sí que dentro de los límites que le impone la propia esencia de la sociedad civil. Su poder se extenderá sin perder un ápice de su legitimidad hasta donde se extienda la virtualidad propia de la forma nacional, no más allá. Para que el monarca sea propiamente, aunque no plenamente, tal, bástale con que sea él la causa primera intrínseca de la cohesión y, por ende, de la existencia misma de la sociedad por él gobernada. No será totalmente señor de cada uno de sus subditos ni de todos en conjunto, porque la sociedad civil no puede presentarse como exhaustiva frente a las posibilidades integrales de la persona humana —esto sólo es y puede ser privilegio incomunicable de la Iglesia—, pero sí lo será de todos ellos, en globo o por separado, en cuanto a las posibilidades comprometidas, puestas en juego, necesaria y continuadamente para mantener en vigencia la comunidad nacional, la civitas. Dentro de tales límites, no sólo puede, sino que debe ejercer su autoridad sin mezcla alguna de sumisión o, para aplicar la terminología de Qucvedo, sin constituirse en reino; de suerte que su nación, en lo que tenga de nación, le deba a él y nada más que a él, como a causa perfectiva intrínseca, su existencia.
P. OSVALDO LIRA, SS. CC.
P. OSVALDO LIRA, SS. CC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario