lunes, 25 de agosto de 2008

Para que Él reine - cap. I "Alfa y Omega"


Alfa y Omega

“Yo soy el Alfa y el Omega,

el Principio y el Fin…”
(Ap. XXI-6)

CRISTO REY, AUTOR Y FIN DE LA CREACIÓN

“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estada en el principio en Dios. Todas las cosas han sido hechos por Él y nada de lo que existe ha sido hecho sin Él.” ([1])

Pero si es principio del universo, el Verbo es también su Fin.

“Nada tiene esto de extraño, escribe Dom Delatte ([2]). La primera causa eficiente es también la última causa final; la armonía de las cosas quiere que el Alfa sea el Omega, principio y fin, y que todo se termine y vuelva finalmente a su primer principio. ¿Cómo no había de ser el heredero y el término de los siglos Aquél por quien los siglos comenzaron?”

Ya desde el segundo versículo de su Epístola a los Hebreos, San Pablo lo enseña vigorosamente. “Los términos son de una rigurosa precisión; nunca se ha hablado de este modo: es el mismo Hijo de Dios quien ha hecho los siglos y en quien los siglos terminan como en el heredero de su obra común: en verdad han trabajado, y trabajan, para Él…” ([3]) “y que todas las cosas se acaben en Él, que en Él encuentren su término y su consumación, proviene de que el Padre le ha instituido heredero de todas las personas y cosas. Filiación y herencia van juntas: la una es consecuencia de la otra. Pero esta concepción de la herencia no quiere tan sólo decir que las almas y los pueblos son suyos; significa igualmente que toda la historia se orienta hacia Él, que es el término de la creación, pero también de la historia, que los sucesos se encaminan hacia Él, que es el heredero del largo esfuerzo de los siglos, y que todos han trabajado para Él.”

“¿Acaso Sócrates, Platón y Aristóteles no han pensado para Él? ¿Es que la Iglesia no ha venido, a su hora, para recoger como bien suyo, como una riqueza preparada por Dios para ella, todo el fruto de la inteligencia antigua? ¿Para quién sino para la Iglesia, han hablado la ley y los profetas, la religión judía se ha desarrollado, las escuelas socráticas han discutido, los judíos han sido puestos en contacto sucesivamente con todas las grandes monarquías, el Imperio Romano adquirió su poderosa estructura?”

“El Señor es el heredero de todo, a Él, primero en el pensamiento de Dios, se han ordenado todas las obras de Dios.” ([4])

Por tanto, Jesucristo es Rey.

“No hay –escribe Monseñor Pie—ni un profeta, ni un evangelista, ni uno de los apóstoles que no le asegure su cualidad y sus atribuciones de rey.”

“Un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido dado”, escribe Isaías en su visión profética. “El imperio ha sido asentado sobre sus hombros…” Daniel es aún más explícito: “Yo miraba en las visiones de la noche y he aquí que, sobre las nubes, vino como un Hijo de hombre, gloria y reinado, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominación es una dominación eterna que no acabará nunca y su reinado no será nunca destruido…”

Pero en este sentido podría invocarse toda la Sagrada Escritura y la Tradición toda. La unanimidad es absoluta.

“Príncipe de los reyes de la tierra” le llama San Juan en el Apocalipsis, y sobre sus vestiduras como sobre Él mismo, pudo leer el Apóstol: “Rey de los reyes y Señor de los señores” (Ap. XIX-16).

CRISTO ES REY UNIVERSAL

Por tanto, Jesucristo es Rey.

Rey por derecho de nacimiento eterno, puesto que es Dios.

Pero también por derecho de conquista, de redención y de rescate.

“Omnia potestas data es mihi in coelo in terra.” “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra.”

En el cielo y en la tierra…, que es como decir: en el orden sobrenatural y en el orden natural.

Sí, todo poder ha sido dado a Cristo en el cielo y en la tierra.

Verdad que está en la base misma del catolicismo.

La encontramos en las epístolas y los discursos de San Pedro. La volvemos a encontrar, subyacente en toda la enseñanza de San Pablo.

Jesucristo ha pedido y su Padre le ha concedido. Todo desde entonces le ha sido entregado. Está a la cabeza y es el jefe de todo, de todo sin excepción. “En Él y rescatados por su sangre”, escribía San Pablo a los Colosenses ([5]), “tenemos la redención y la remisión de los pecados; que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en Él fueron creadas todas las cosas del Cielo y de la Tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo subsiste en Él. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de los muertos; para que tenga la primacía sobre todas las cosas. Y plugo al Padre que en Él habitase toda la plenitud de la divinidad y por Él reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su Cruz todas las cosas, así las cosas de la tierra como las del cielo en Jesucristo Nuestro Señor”. Tal es la enseñanza del Apóstol.

“No establezcáis, pues, en modo alguno excepción allí donde Dios no ha dejado lugar a la excepción, exclama monseñor Pie. El hombre individual y el jefe de familia, el simple ciudadano y el hombre público, los particulares y los pueblos, en una palabra, todos los elementos de este mundo terrestre, cualesquiera que sean, deben sumisión y homenaje al nombre de Jesús.”

CRISTO ES REY DE LAS NACIONES

Jesucristo rey universal… y, por tanto, rey de los reyes, rey de las naciones, rey de los pueblos, rey de las instituciones, rey de las sociedades, rey del orden político como del orden privado.

Después de lo que se acaba de decir, ¿cómo se concibe que pueda ser de otro modo?

Si Jesucristo es rey universal, ¿cómo podría esa realeza no ser también realeza sobre las instituciones, sobre el Estado: realeza social? ¿Cómo se la podrá llamar universal sin ella?

Sin embargo, ¡cuántos se dejan engañar!

“Hay hombres en estos tiempos, observaba ya monseñor Pie, que no aceptan y otros que sólo aceptan a duras penas los juicios y decisiones de la Iglesia… ¿Cómo dar el valor de dogma (dicen o piensan) a enseñanzas que datan del ‘Syllabus’ o de los preámbulos de la primera constitución del Vaticano?

“Tranquilizaos, responde el obispo de Poitiers, las doctrinas del ‘Syllabus’ y del Vaticano son tan antiguas como la doctrina de los apóstoles, de las Escrituras… A quienes se obstinan en negar la autoridad social del Cristianismo, San Gregorio Magno da la respuesta. En el comentario del Evangelio en que se cuenta la Adoración de los Magos… al explicar el misterio de los dones ofrecidos a Jesús por estos representantes de la gentilidad el santo doctor se expresa en estos términos:

“‘Los Magos –dice—reconocen en Jesús la triple cualidad de Dios, de hombre y de rey. Ofrecen al rey oro, al Dios incienso, al hombre mirra. Ahora bien –prosigue--, hay algunos heréticos: sunt vero nonnulli hoeretici, que creen que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús es hombre, pero que se niegan en absoluto a creer que Su reino se extiende por todas partes: sunt vero nonnulli hoeretici, qui hunc Deum credunt, sed ubique regnare nequaquam credunt.’

“Hermanos mío, continúa Monseñor Pie, dices que tienes la conciencia en paz, y al aceptar el programa del catolicismo liberal, crees permanecer en la ortodoxia, ya que crees firmemente en la divinidad y humanidad de Jesucristo, lo que basta para considerar tu cristianismo inatacable. Desengañaos. Desde el tiempo de San Gregorio, había ‘algunos heréticos’ que, como tú, creían en esos dos puntos; pero su herejía consistía en no querer reconocer en el Dios hecho hombre una realeza que se extiende a todo… No, no eres irreprochable en tu fe, y el Papa San Gregorio, más enérgico que el ‘Syllabus’, te inflige la nota de herejía, si eres de los que considerando un deber ofrecer a Jesús el incienso, no quieren añadirle el oro…” ([6]), es decir, reconocer y proclamar Su realeza social.

Y, en nuestros días, Pío XI, con particular insistencia ha querido recordar al mundo la misma doctrina en dos encíclicas especialmente escritas sobre este tema: Ubi Arcano Dei y Quas Primas.

Ésta es, pues, la enseñanza eterna de la Iglesia, y no una determinada prescripción limitada a una sola época.
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[1] Comienzo del Evangelio de San Juan.
[2] Dom Paul Delatte, Les êpitres de sain Paul, t. II, p. 288.
[3] Ídem, p. 287.
[4] Ib., p. 287-8.
[5] Epístola de San Pablo a los Colosenses, I, 12-20… Epístola de la Fiesta de Cristo Rey.
[6] Cardenal Pie, Obras, t. VIII, p. 62 y 63.

Fuente: Blog de Cuz y Fierro.

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