martes, 5 de agosto de 2008

¿Qué hacer? de Leonardo Castellani.


¿Qué hacer?

“- ¡Oh, Sócrates! Nosotros te absolvemos si nos prometes no hablar más...
- Oh, jueces atenienses, yo os amo; pero tengo que obedecer a mi demonio”
(Platón)

Los argentinos, cuando uno hace cualquier observación o teoría, preguntan ¿qué hay que hacer? Acostumbrados a las recetas, esperan enseguida la recetita. Un argentino que leyera la Crítica de la razón pura (dudo que hoy haya uno capaz de ello), quedaría todo frustrado al faltar el último capítulo, el de las realizaciones prácticas o efectividades conducentes en la obra de Manuel Kant.
Así pues que yo voy a acabar diciendo lo que hay que hacer: total, es el Canto XIII.
Hay que pensar, hay que ejercitar la razón pura. Pero es que nosotros no queremos pensar. No podemos pensar, aunque quisiéramos. En la escuela nos suprimen la pensadera. La pensadera del argentino, que no es mejor ni peor que la de cualquier otro, es sometida a un tratamiento sutil y diabólico desde el comienzo, desde la primaria, por la secundaria, hasta la universitaria; su mente es encumbrada, despistada, patinada, bloqueada, excitada en vacuo, lanzada a pistas falsas, dispersada en la frivolidad, fatigada por cambios continuos de “materias”, desesperada por metas imposibles, anemiada por falta de nutrimento, edematizada con alimentos falsos, y finalmente, dorada por fuera con los oropeles de la presunción, la temeridad, y la pedantería. Nuestra “enseñanza pública” profesa tres cultos fetichistas:
• el culto de la precocidad,
• el culto de la practicidad,
• el culto de la posticidad.
Nuestra enseñanza, tan orgullosa de la muchedumbre de sus programas, cambiados por cada ministro, se equivoca. En el fondo, no hay más que un solo programa, fabricado en el infierno en colaboración entre Sarmiento, Maquiavelo y lord Jorge Canning. El programa sintético y definitivo es impedir que el argentino pueda pensar.
De ahí la necesidad de las “recetas”. “Geniol es mejor y es argentino”. “Tome Geniol”. “Geniol no tiene más que los ingredientes de la ‘receta magistral’ de los viejos manuales de terapéutica” que los viejos médicos graduaban conforme al enfermo. Se ha tomado esa receta, se la ha hecho “igual para todos”, se ha hecho obligatorio y gratuito su uso. Geniol no es genial. Símbolo de la enseñanza argentina.
Voy a hacer yo también “Genioles”. Voy a decir lo que creo que se debería hacer, aunque sin comprometerme a hacerlo yo, si ningún otro me ayuda.
Yo creo que honestamente todo capitalista cristiano debe entregar todos sus bienes a los pobres y ponerse a trabajar; si los pobres le dicen: “ponete a la cabeza y dirigí”, bien; si no, se va al campo. Y si no hace eso, no lo reconoce como cristiano el Sátwico que gobierna la iglesia. Creo que la Iglesia la deben gobernar los sátwicos y no los tomásicos; y la nación los rajásticos (Utopía).
Creo que todo obispo simoníaco, politiquero o simplemente iletrado e idiota (así los hay), debe ser depuesto (Sacrilegio).
Creo que el pueblo fiel debe intervenir en la elección de los sacerdotes; y junto con el clero, en la preconización de los obispos (Imposibilidad).
Creo que los vestidos de colorado deben entregar la administración de los bienes eclesiásticos a un consejo de competentes, seglares o clérigos; y recibir de ellos solamente lo necesario para su honesto sustento y gastos de oficio (Imprudencia).
Creo que no se debe ordenar un número fijo de sacerdotes, sino sólo a los que por experimento se encuentre probablemente dignos o menos indignos, aunque sea uno solo por año en todo el mundo (Jansenismo).
Creo que los sacerdotes no deben vivir de la religión o de la renta de ceremonias mágicas, sino de un oficio honesto o rentas de familia; y dar la fe gratis (Blasfemia).
Creo que los bienes de las órdenes religiosas deben ser controlados por el Ordinario de cada lugar (Atropello).
Creo que los sacerdotes no han de hacer sus estudios eclesiásticos sino después de hacer un grado en las escuelas nacionales y saber un oficio honesto, y que los estudios eclesiásticos comunes deben ser abreviados y acendrados. No hablo de los “doctorados”: ésos deben ser alargados (Temeridad).
Creo que ningún “proletario” cristiano debe meter pleito a otro cristiano ante los tribunales civiles, sino arreglarse entre ellos en la asamblea cristiana, o ante el obispo (Candidez).
Creo que el que no se muestra cristiano sincero, ha de ser excomulgado (Dureza de corazón).
Creo que las asambleas cristianas deben ser lo que fueron antes, asambleas eucarísticas, “ágapes”.
Creo que ningún sacerdote debe dar la eucaristía a nadie que él no conozca y sepa que no está excomulgado.
Creo que los cristianos deben retirarse lo más que puedan de los espectáculos públicos, los comités y las redacciones de diarios; y no usar de esas cosas malas sin permiso competente.
Creo que los matrimonios deben hacer de consilio Episcopi, como en la primitiva Iglesia.
Creo que todos los que puedan dejar de casarse, deben dejar de casarse -a lo cual ayudará la escasez de departamentos-.
Creo, empero, que hoy día hay demasiadas monjas; es decir, que algunas monjas de hoy debieran casarse, o ir a sus casas a cuidar a sus padres viejos (Indiscreción).
Creo que los ricos no deben tener iglesias propias, y en las iglesias comunes sentarse en los últimos bancos (Resentimiento social).
Creo que debe suprimirse toda la “prensa católica” (Inoportunidad).
Creo que deben suprimirse todos los partidos católicos o democristianos (Falta de visión política).
Creo que la República Argentina debe pedirle perdón a España de todas las brutalidades que hemos dicho en cien años contra “los godos” (Frivolidad).
Creo que la autoridad viene de Dios solamente cuando está munida de su recto título de legitimidad: que los dos únicos títulos de legitimidad que existen son la herencia en las monarquías y la recta elección en las democracias; si son refrendadas por el consentimiento del verdadero pueblo (Entrometismo).
Creo que el “sufragio universal” que se preconiza hoy día es un absurdo, hablando en general (Error).
Creo que sólo deben votar los que pagan impuestos al Estado, y no han sido descalificados por idiotez o delito; y el padre debe votar por toda la familia: mujeres, hijos menores y sirvientes (Reaccionarismo).
Creo que los gobernadores deben elegir al Presidente, los legisladores al gobernador, y el pueblo a los legisladores (Contra la Constitución).
Creo que debe haber algunos legisladores natos y vitalicios; que ellos han de refrendar las ordenaciones de jueces; y que estos han de ser inamovibles y vitalicios (Absolutismo).
Creo que se ha de respetar si no religiosamente al menos honradamente la propiedad privada; y las confiscaciones y expropiaciones deben ser una excepción rodeada de las más delicadas y severas condiciones (Capitalismo).
Creo que hay que confiscar derecho viejo los bienes de los “capitalistas abusivos”, los usureros y los parásitos, sean judíos o mahometanos, o camareros secretos de Su Santidad (Blasfemia).
Creo que el deber principal de todo gobierno es luchar contra el poder del dinero (Socialismo).
Creo que los funcionarios que abusan de sus cargos para tesorizar, son reos de muerte (Atrocidad).
Creo firmemente que ni la Iglesia ni el Estado van a hacer el menor uso de todas estas recetas, pero que Dios puede hacer a los hombres que hagan por fuerza lo que no quieren hacer de grado (Al fin dijiste algo).
Y que algo de eso va a hacer, si es que este mundo corporal debe seguir viviendo.
¡Qué bárbaro!
Esto parece comunismo puro.
Yo mismo estoy espantado de haberlo escrito. Pero es el caso que, honestamente hablando, casi todas estas recetas son “plagiadas”, y las he tomado de canonistas como el Cardenal Spellman, o el Doctor Rudecindo Alvarez; de grandes y santos filósofos, como Antonio María de Rosmini Serbati, e incluso del Apóstol San Yago. Al español Rudecindo Alvarez (lo conocí en un sanatorio de Munich, bárbaramente operado), no lo han excomulgado aún, que yo sepa. Al filósofo Rosmini le pusieron dos libros en el Indice. Se sometió. Hizo bien. Quizás hizo mal el que le fulminó los libros; pues quizá con ese golpe le rompió las alas y esterilizó su obra de filósofo. No lo sé. El hizo bien; y además, hizo el Bien. Hizo bien en someterse, hizo “el bien” escribiendo los libracos.
Yo me someto de antemano: confieso que todas son recetas plagiadas (como el Geniol), y a más, confieso que temo muchas no sean equivocadas, sobre todo las políticas; pues siempre o casi siempre, me he sabido equivocar en política: voté por Yrigoyen cuando estaba bichoco, y voté contra Yrigoyen en la primera presidencia.
Como quiera que sea: creo que algo o mucho de este “comunismo cristiano”, se ha de hacer en el mundo (los que han de hacerlo, verán), si no se quiere que “el otro” comunismo barra brutalmente con toda esta organización temporal cansada y gastada de la burocracia eclesiástica actual, más agujereada que tucurú podrido. Yo preferiría que la barriera Cristo; mas si no pueden barrerla los cristianos, la barrerá el Anticristo. Digo “barrer” es decir, limpiar.
Bien pudiera empezar yo por limpiarme a mí mismo. De acuerdo. Escribiendo de noche esta carta, empiezo a hacerlo.


Extraido del libro "Las ideas de mi tio el Cura", del P. Castellani.

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