jueves, 28 de agosto de 2008

Poesia que promete...


A Garcia Moreno



Porque sabio es aquel que saborea

las cosas como son, y señorea

con el don inefable de la ciencia.

O descubre que en Dios se vuelve asible

la realidad visible y la invisible.

Llamaremos virtud a su sapiencia.

Porque al Principio el Verbo se hizo hombre,

encarnado en María, cuyo nombre

el Ángel pronunció como quien labra.

Toda voz cuando fiel es resonancia

de la celeste voz y en consonancia,

llamaremos invicta a su palabra.

Porque viendo flamear las Dos Banderas,

izó la que tenía las señeras

bordaduras de sangre miliciana.

Prometió enarbolarla en un solemne

ritual latino del amor perenne.

Diremos que su vida fue ignaciana.

Porque sufrió el castigo del destierro,

persecuciones duras como el hierro

–si en herrumbres el alma se forjaba–.

Enfrentó con honor la peripecia

por defender la patria y a la Iglesia.

Diremos que su guerra fue cruzada.

Porque podía, con el temple calmo,

versificar hermosamente un salmo,

penitente de fe y de eucaristía.

Mientras en Cuenca, Loja o Guayaquil

empuñaba la espada y el fusil.

Proclamaremos su gallarda hombría.

Porque probó que el Syllabus repone

el orden en el alma y las naciones,

desafiando el poder de la conjura.

Bajó la vara de la justa ley,

alzó el gran trono para Cristo Rey.

Proclamaremos grande su estatura.

Porque sabía en clásico equilibrio

inaugurar un puente o un Concilio,

unir la vida activa al monacato.

En el gobierno fue arquitecto o juez,

estratega o liturgo alguna vez.

Nombraremos egregio a su mandato.

Porque asistió a los indios y leprosos

con la humildad de los menesterosos

y el señorío de los reyes santos.

Cargó en Quito la Cruz sobre su espalda.

De España amó el blasón en rojo y gualda.

Nombraremos su gloria en nuevos cantos.

Porque las logias dieron la sentencia

de difamarlo con maledicencia,

matándolo después en cruel delirio.

Pagó con sangre el testimonio osado

de patriota y católico abnegado.

Honraremos la luz de su martirio.

Era agosto y lloraban las laderas,

las encinas, el mar, las cordilleras

del refugio que el águila requiere.

Un duelo antiguo recorría el suelo.

Una celebración gozaba el cielo.

Todo Ecuador gritaba: ¡Dios no muere!


Antonio Caponnetto

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