miércoles, 6 de agosto de 2008

Politica

EL ESTADO, HOY

Platón, como filósofo, propone un modelo político; en las huellas de Sócrates, el “maestro de la política virtuosa”, propone una polis gobernada por verdaderos políticos cuyos afanes no sean perfeccionarse en la técnica para alcanzar el poder, medrar con él y conservarlo, sino por magistrados que se ocupen del bien y del mejoramiento del alma de los gobernados. Aristófanes, como dramaturgo, critica con mordaz lengua a los politiqueros de su tiempo y al relatar la disputa por el poder entre el curtidor y el choricero, dibuja una imagen de los principales actores de la política argentina de comienzos del siglo XXI.

Pero además es tremendo el parecido de ese pueblo ateniense degradado, anestesiado, corrompido, con las masas argentinas de hoy.

El Estado debe ser una persona de bien, debe procurar el bien humano; y como no puede ser neutral ante lo bueno y lo malo, si no lo hace se transforma en el gran corruptor de los hombres: es, como escribe un pensador alemán demente, en lúcido intervalo, “un monstruo frío, el más frío de los monstruos fríos, miente fríamente”.

Un político español, José Calvo Sotelo, escribió en tiempos de la República, un libro publicado bajo el título: “El Estado que queremos”. Era un hombre libre, era diputado y por sus palabras amenazado de muerte por el Ministro Casares Quiroga, una especie de nuestro ministro Fernández de ese tiempo, pero con más entidad que el vernáculo para el mal. Un poeta nuestro relata la tragedia, que comienza con la respuesta del amenazado: “Casares Quiroga, tengo anchas espaldas. Un tiro en la nuca. Pero allí, está España”.

Nosotros podríamos publicar otro libro con un título parecido: “El Estado que padecemos”. Hace dos días, acompañado por un cliente ilustre, el pintor Fernando Cánovas del Castillo, cruzábamos la calle Paraná, muy cerca de aquí, cuando casi nos atropella un antiguo alumno de la Universidad de Buenos Aires, viejo militante en un partido, que en otras épocas generó mejores hombres y mejores conductas, para decirnos, ante un testigo tan calificado, quien todavía cree en algunos de los ídolos políticos de este tiempo: “Doctor, después de treinta años me retracto. Estamos todos sumidos en la inmundicia. Quiero reconocerlo públicamente: tenía Ud. razón en su crítica a los políticos y a los partidos”.

Pero el consuelo del reconocimiento no basta. Tenemos que pensar el tema de la sociedad política, cuya concreción hoy es el Estado. Debemos pensar para dialogar, para debatir, para empeñarnos en una busca polifónica de las vías teóricas que iluminen los caminos prácticos.

Las circunstancias no son favorables. Los vientos que hoy soplan, tampoco. Los signos de los tiempos son negativos. Pero todavía no nos han robado nuestra inteligencia ni nuestra voluntad. Seguimos siendo hombres libres y no integrantes de una masa anónima manipulada por titiriteros; además, lo que no podemos perder es la esperanza de un futuro mejor, porque como bien escribió un gran pensador francés del siglo pasado, “toda desesperación en política es una imbecilidad absoluta”.

Por Bernardino Montejano

Fuente: Blog de Cabildo.

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