lunes, 3 de noviembre de 2008

La Salette.

Algunos apuntes sobre La Salette.



Un hito en las intervenciones marianas extraordinarias de los tiempos modernos, La Salette, Francia, 1846 está rodeado de ciertas circunstancias que, a pesar del reconocimiento expreso y pronto de la Iglesia, mueven a dudas a muchos católicos. Parece conveniente resumir en estos apuntes la información básica sobre el tema.

Los videntes

Melania Calvat y Maximino Giraud eran dos pastores “de alquiler”, como era costumbre en aquellos tiempos entre las familias rurales de escasos recursos: emplear a los niños desde muy temprana edad. Apenas si se conocían desde hacía tres días cuando sucedieron las apariciones.

Maximino estaba reemplazando a otro pastor y era bastante más joven y locuaz que la taciturna Melania, poco amiga de la vida social. El insistió en pasar el tiempo juntos en las horas de pastoreo, las cuales la joven pastorcita usaba para unos diálogos místicos, según referirá luego en sus memorias, que ya experimentaba sin saber todavía lo que significaban aquello.

Ninguno de ellos sabía leer ni escribir. Apenas entendían el francés, siendo su dialecto usual una variedad de patois pirenaico.

Al momento de la aparición él tenía 8 años y ella 14. No recibían instrucción escolar formal. Ninguno había tomado la comunión. Su formación religiosa era muy elemental, casi nula, propia del ambiente descristianizado de la sociedad francesa a menos de un siglo de la Revolución. Estaban casi totalmente desamparados por un clero relajado y acuerdista, en el cual pocas eran las excepciones de virtud.

Recordemos la sociedad de Ars, donde el Santo párroco Juan María Vianney tuvo que ejercer su ministerio. La práctica religiosa se limitaba a algunas mujeres que asistían a misa, y tal vez el rezo del rosario. Era común la blasfemia, la impiedad, la falta de cumplimiento del precepto dominical y la burla del clero, el cual no brillaba por su celo pastoral.

Melania aprendió las oraciones y rudimentos de la Fe de su padre, Pedro Calvat, quien a pesar de no tener vida sacramental, mantenía un fe bastante arraigada. De su numerosa prole era Melania la preferida, y aunque estaba poco tiempo en casa porque su oficio de albañil lo obligaba a mantenerse por temporadas más o menos largas distante, allí donde se ofreciera el trabajo, cuando podía, dedicaba su tiempo a esa rara niña hosca.

La madre de Melania era una mujer poco virtuosa, salidora y amiga de los espectáculos, no siempre decorosos, a los que la niña se negaba inexplicablemente a acompañarla. Aunque murió santamente a instancias de las oraciones de Melania y de su insistencia en la confesión y la recepción de los últimos sacramentos, no puede decirse que haya constituido un ejemplo para sus hijos.

Facsimilar del secreto que Melania envió al Papa Pío IX, hoja primera

Su padre, para que tengamos una idea del ambiente en que debió la vidente desempeñarse, al saber la decisión de Melania de entrar en la vida religiosa, después de las apariciones, y movido sin duda por los celos que le causaba el alejamiento de su hija preferida, llegó a dispararle un tiro y la tuvo encerrada en una cueva varios días. De allí logró salir gracias a un devoto de La Salette que la “compró” a canje de una deuda que su padre tenía con él y la puso en manos de religiosas. Melania se caracterizó siempre por la aspereza de carácter y la gran fortaleza de su voluntad, lo cual puede comprenderse al conocer sucesos de esta índole.

Maximino era huérfano de madre, y su madrastra lo quería bien. Empleado como pastor desde muy niño, su padre tenía un cierto desprecio de su capacidad intelectual, realmente infundado. Fue uno de los pocos que no creyó inmediatamente el relato de la aparición, el cual fue muy bien recibido por la mayoría de sus relaciones.

Al padre de Maximino, cerrado a considerar siquiera la posibilidad de esta aparición, lo puso en dudas cierto detalle del relato que le pareció imposible hubiese sido fabulado por su hijo. Prometió volver a la vida sacramental si se curaba de una enfermedad asmática que lo aquejaba mucho. Al hacérsele la gracia, cumplió de inmediato su promesa.

Como se puede ver, ambos pastores vienen de un ambiente rústico, lindante con la miseria, en contacto con un clero relajado, si bien en una sociedad todavía fuertemente marcada por la Fe católica.

La aparición

La Santísima Virgen se apareció a los niños bajo forma de una bella mujer con atuendo campesino, sentada, con el rostro entre las manos, llorando, el 19 de septiembre de 1846. En esta imagen se inspiró Blois para su obra La que Llora.

Ambos pastores se sintieron atraídos hacia el lugar donde Ella apareció por un globo brillante, como un aura luminosísima pero no cegadora, cuya propiedad parecía emanar de la luz que emitía la Virgen desde su rostro y sus vestidos.

La pastorcita, familiarizada con la vida mística

Melania fue la menos sorprendida. Nos dirá en su autobiografía, escrita a instancias de sus confesores, que en la niñez le fue dado un “hermano” muy particular, su ángel de la guarda, que la instruyó en la fe y en la oración. Vivió desde muy pequeña esta vida mística que en su simpleza creía común a todos los seres humanos. También tuvo por un tiempo los estigmas, aunque luego solo sufría los dolores, en particular los viernes y para Semana Santa, sin la manifestación física, que aparecía ocasionalmente.

Melania tuvo precoz conciencia de la necesidad de rezar por las almas del purgatorio en su niñez. Le fue mostrado por su ángel de la guarda. Es relevante también la aparición del alma de un sacerdote, castigado a purgar por su poco celo apostólico y la tibieza en la celebración de la misa. Este le pidió a la niña que asistiera a misa llevando la intención de que su alma quedase liberada de la pena. La expresa prohibición de su madre le impidió cumplir con este pedido hasta varios días después. Melania siempre fue extremadamente obediente, y en esto es una figura muy similar a Berardette Soubirous. Cuando asistió a misa con esa intención el alma se le presentó con aspecto glorioso y le comunicó que se había liberado por su intercesión.

Volviendo a la aparición

La Virgen les confió el motivo de su aparición, les advirtió sobre los castigos que sufriría el pueblo por su impiedad, particularmente la hambruna por falla de las cosechas y les pidió que recordaran palabras que solo podrían revelar a partir de cierta fecha. Melania en 1858, año de la aparición de Lourdes. Son los llamados “secretos”, que fueron llevados a la Santa Sede por gestión del santo obispo de Grenoble, Filiberto de Brouillard (cuya causa de beatificación está en trámite, fue director espiritual de Santa Sofía Magdalena Barat y de quien era creencia firme era hijo natural de Luis XV).

El Papa Pío IX recibió de muy buen grado los “secretos”, breves textos de dos carillas en el caso de Maximino y de tres en el de Melania. Aprobó lo actuado por el obispo Brouillard al reconocer la autenticidad de la aparición y concedió indulgencias y hasta fiesta litúrgica propia, con el paso de tiempo, privilegiando el altar del santuario y elevando el templo luego a la categoría de basílica. Todo esto en menos de 10 años desde la aparición. Asimismo numerosos obispos reconocieron oficialmente curaciones milagrosas logradas por la invocación de la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de La Salette.

El sucesor de Mons. Brouillard, obispo partidario de Napoleón III, contra quien había advertido la Virgen a la Papa Pío IX, fue duro enemigo de las apariciones, lo mismo que el Cardenal Primado de Francia. A este le fastidió particularmente que los secretos no pasaran por sus manos.

Los videntes después de las apariciones

Largas son las vicisitudes de los videntes hasta sus muertes, la de Maximino Giroud a edad mediana, la de Melania, bajo el reinado de San Pío X, a los 72 años.

El más discutido, Maximino, fue seminarista, estudiante de medicina, luego empleado de la administración pública, cargo del que fue despedido al poco tiempo. Pasó meses en la miseria, viviendo en las calles de Paris, hasta que por distintas circunstancias llego a formar parte de una empresa que comercializaba un licor monacal el cual su fama de vidente contribuía a vender. Su socio se enriqueció y él quedó en la calle. Fue recogido por un matrimonio francés de buena posición económica, que lo tuvo como a un hijo. Pasó por Roma, fue suavo pontificio por seis meses, y volvió a Francia para comprobar que sus padres adoptivos se habían arruinado con la venta de su empresa familiar. Finalmente, un noble español lo dotó con una buena cantidad de francos para que pudiera vivir dedicado al apostolado. Maximino malgastó el dinero en proyectos imprudentes, volvió a quedar en la ruina y endeudado.

Se negó a servir como clérigo en la congregación de los padres de La Salette, fundados a pedido de la Virgen, aunque estos nunca adoptaran la regla que Melania recibió para ellos.

Murió de hidropesía a los 39 años.

Esta vida tan desastrada es el motivo por el cual muchos dudan de la veracidad de La Salette. Cabe destacar que hubo muchas tentaciones en la vida de Maximino en las que nunca cayó: nunca reveló el secreto, a pesar de que se le ofrecieron fortunas. Tampoco faltó a la castidad, viviendo como si fuera un religioso, pese a no haberse comprometido con voto alguno. Se registra de él haber dicho: “Cuando se ha visto a la Virgen, es imposible pensar en las mujeres”.

A pesar de su vida desventurada, fue siempre piadoso y murió santamente con la plenitud de la asistencia sacerdotal.

Melania, decidida a servir a Dios como religiosa, no pudo nunca establecerse en ninguna casa de modo permanente: ya fuera porque las autoridades le negaban condiciones por causa de la enorme cantidad de gente que la iba a ver (recordemos que la Virgen le pidió a ambos videntes difundir su mensaje, la necesidad de penitencia y reparación, no así el secreto).

Tampoco gozaba de las simpatías de muchos miembros del clero por la fuerte crítica que sus revelaciones hacían de ellos, y porque su amistad era particularmente riesgosa para quienes aspiraban a una buena relación con el “conservador” Napoleón III, quien finalmente traicionó al Papa y provocó la caída de los Estados Pontificios.

Melania recorrió varios países, estando en distintas casa religiosas. Escribió la regla que le dictó la Virgen para los religiosos de La Salette, la cual nunca fue adoptada. Finalmente, bajo la protección del Papa, vivió hasta su muerte en una casa particular, difundiendo el mensaje de Nuestra Señora.

Uno de los motivos que han generado reservas sobre los videntes han sido, en el caso de Maximino, su inconstancia. Seguramente tenía vocación sacerdotal, pero no se atrevió a tomar ese compromiso.

Melania por su parte siempre fue muy hosca y poco diplomática. Víctima de su propio mensaje, políticamente incorrecto, puesto que muchos católicos creían necesario “arreglar” con el liberal Napoleón III, sobrino del Emperador Bonaparte y hombre cuya praxis política se caracterizó por la doblez y el pragmatismo. Víctima él mismo del político más brillante de su tiempo, Cavour, otro liberal, masón, oportunista, aunque sin odio personal a la Iglesia, quien explotó a placer las ambiciones del soberano francés en beneficio de la casa de Saboya.

El secreto de La Salette es escalofriante: puede leerse en este vínculo. Téngase en cuenta que la recurrencia de temas no es cronológica sino cíclica, como los relatos del Apocalipsis. Esta característica lo vuelve algo confuso si se lee linealmente. La pequeña Melania jamás habría podido componer un texto tan complejo y exacto de no habérsele sido revelado. Es común sentir de los especialistas que sus anticipos no están concluidos, en particular las referencias a la apostasía de Roma.

El lector ha de tener en cuenta que esta aparición fue reiteradamente reconocida por la jerarquía católica.





Fuente: Panorama Catolico Internacional.

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