domingo, 3 de agosto de 2008

Ramiro de Maeztu

Ramiro de Maeztu

Escritor y pensador español, nacido en Vitoria el 4 de mayo de 1875 y asesinado el 29 de octubre de 1936 en Aravaca, de madrugada, tras una saca de la madrileña cárcel de las Ventas, donde la República le mantenía detenido desde el 30 de julio de 1936.

Agudo observador de la realidad española, tras sufrir la ruina familiar al hundirse los negocios en Cuba (véase su autobiografía, que publicó en Alma Española en 1904, cuando todavía no había cumplido los treinta años) y desde la relativa distancia de ser hijo de inglesa, estar casado con una inglesa y haber vivido quince años en Inglaterra, ensayista, corresponsal, conferenciante, el gobierno del general Primo de Rivera le nombró en 1928 embajador de España en la Argentina que mantuvo un año antes.. Allí tuvo ocasión de tratar con Zacarías de Vizcarra, el introductor en 1926 de la idea de la «hispanidad», de la que se ha dicho que Maeztu fue apóstol.

En enero de 1931 propuso llamar Hispanidad a la revista que planeaba junto con Eugenio Vegas Latapie y el Marqués de Quintanar, en los días previos a la proclamación de la República del 14 de abril. Pero aunque esa revista se acabó llamando Acción Española, se abrió con su artículo La Hispanidad (15 diciembre 1931), primero de los que allí fue publicando a lo largo de 1932 y 1933, recopilados luego en su famoso libro Defensa de la Hispanidad (1934), la obra que le hizo más conocido y que influyó de manera determinante en la consolidación de una alternativa política hispánica frente a las pretensiones globalizadoras del comunismo soviético, en un proceso que, tras el fallido golpe de estado revolucionario contra la República burguesa de octubre de 1934, desembocó en el alzamiento militar de julio de 1936. Maeztu escribió también la presentación de la revista, que se publicó sin firma, y mereció el Premio Luca de Tena otorgado por el diario monárquico ABC. Desde el número 28 de Acción Española figuró Ramiro de Maeztu formalmente como su director, y lo fue hasta el último número, el de junio de 1936.

En abril de 1934 los artículos que hasta entonces había ido publicando en Acción Española sobre la Hispanidad, y que le habían permitido ir analizando y precisando tal idea, sirvieron para formar un libro, que sirvió para consolidar definitivamente el término propuesto por Zacarías de Vizcarra, y que se convertiría en la obra más influyente y conocida de Ramiro de Maeztu: Defensa de la Hispanidad. Vizcarra había propuesto en 1926, en Buenos Aires, el término Hispanidad para sustituir al de Raza, en el sentido que se le daba entre nosotros al hablar de Fiesta de la Raza; Maeztu desde 1931 se había convertido en el principal propagador de la nueva palabra, había desarrollado su significado en los artículos publicados a lo largo de 1932 y 1933, y acababa de aparecer en 1934 su libro en Defensa de la idea; pero lo que no sabía era que el doce de octubre de ese mismo año la Hispanidad iba a contar con una Apología de lujo, realizada nada menos que por el Arzobispo de Toledo y Primado de España, Isidro Gomá, y además precisamente en la celebración oficial argentina del Día de la Raza, ante las autoridades reunidas en el Teatro Colón de Buenos Aires. No es de extrañar la alegría de Maeztu al enterarse por la radio, en Madrid, del reconocimiento que había recibido al otro lado del Atlántico. Por eso corrió emocionado a contarle la buena nueva a Eugenio Vegas Latapie, que estaba más preocupado por los sucesos del momento [ese mismo día 13 de octubre de 1934, los cientos de golpistas asturianos contra el orden establecido, que querían consolidar a toda prisa su Revolución (bolchevique o anarquista) contra la República burguesa, lograron destruir el edificio de la Universidad de Oviedo, sus aulas e instalaciones, y reducir a cenizas sus archivos y la Biblioteca, eliminando así por fin una de las principales instituciones contrarrevolucionarias, instrumento odioso de la perpetuación ideológica de la burguesía oligarca y feudal, enemiga del pueblo]. Así recuerda Vegas en sus Memorias la alegría de Ramiro de Maeztu y cómo conocieron al Arzobispo Gomá:

«Discurso del arzobispo Gomá el Día de la Raza en Buenos Aires. En la mañana del 13 de octubre, encontrándome yo en la redacción de La Época, preocupado en la ordenación de la carga de noticias que nos llegaban de Asturias, me anunciaron la visita de don Ramiro de Maeztu. Fue grande mi sorpresa. Nos veíamos todas las tardes en la tertulia de Acción Española, acudía yo a su casa cuando queríamos hablar con mayor reserva, pero nunca había ido a verme al periódico. Llegaba emocionado.

—¿Ha oído por la radio la crónica del Congreso Eucarístico de Buenos Aires?

No la había oído. A la vista de su interés y de su emoción, no me atreví a decirle que el aluvión de las graves noticias llegadas de Asturias me impedía prestar atención a lo que ocurriera en el Congreso que se estaba celebrando en la Argentina.

Según me refirió Maeztu –embajador en aquel país algunos años antes–, el arzobispo de Toledo don Isidro Gomá y Tomás, en la conferencia que pronunció el Día de la Raza en el teatro Colón, de Buenos Aires, había mencionado varias veces a Maeztu e incluso citado párrafos de su libro La defensa de la Hispanidad, editado por nosotros el año anterior [en realidad se había publicado en la primavera de ese mismo año], y cuya recensión aparecida en Acción Española fue redactada, a sugerencia del mismo Maeztu, por Leopoldo Eulogio Palacios, joven estudiante entonces, más tarde catedrático de Filosofía en la Universidad de Madrid y queridísimo amigo y compañero en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, recientemente fallecido.

Me pidió don Ramiro un artículo, y, a pesar de estar absorbido por otras preocupaciones, recuerdo que lo escribí. He olvidado por completo su contenido, que sería, ciertamente, encomiástico para el ilustre amigo.

El discurso del prelado –aún no era cardenal– suscitó mi deseo de conocerle. A su regreso de América fui a Toledo con Maeztu y José Ignacio Escobar, en el coche de éste. Después de recibirnos con toda amabilidad le hablamos de Acción Española, de la que era lector, así como de nuestros ideales y preocupaciones. A partir de entonces, mantuvimos unas relaciones frecuentes e intensas, que perduraron hasta la muerte del cardenal. Guardo de tan extraordinaria figura intelectual y moral un recuerdo imborrable. En estas memorias quedará constancia de algunos de nuestros encuentros.» (Eugenio Vegas Latapie, Memorias políticas, Planeta, Barcelona 1983, pág. 224.)

En el número inmediato de Acción Española (1 de noviembre) publicaron la Apología de la Hispanidad de Gomá, «que él mismo nos había facilitado y que en posteriores ediciones de La defensa de la Hispanidad figuraría como apéndice», sigue diciendo Vegas Latapie (pág. 226). Y, en efecto, la Apología de Gomá apareció como apéndice a partir de la tercera edición de la Defensa, pero en la segunda edición de Defensa de la Hispanidad (la última preparada por Maeztu) no se publicó como apéndice sino como epílogo, detalle que nos parece necesario advertir. Matices que es natural que se le pudieran escapar a Eugenio Vegas, pero que en la dialéctica de la construcción de la idea de la Hispanidad no eran para Maeztu magnitud despreciable.

A finales de 1934, al preparar la segunda edición de su libro (apareció en enero de 1935), Maeztu mantiene la dedicatoria a Juan Ignacio Luca de Tena (director del ABC) pero incorpora una segunda dedicatoria bien medida: «(En la segunda edición.) A su Excelencia, don Isidro Gomá, Arzobispo de Toledo, Primado de España, que en su magno discurso del 12 de octubre de 1934 tuvo en Buenos Aires la dignación de recoger esta palabra de Hispanidad y de elevarla, con la idea que expresa, a su cátedra de sabiduría, besa el anillo, con gratitud filial. Ramiro de Maeztu, Madrid, diciembre 1934.», como también está bien medida la nota que antecede el texto de Gomá que se incorpora como epílogo: «En prensa y ya tirados los primeros pliegos de la segunda edición de este libro, llega a mis manos el texto del discurso pronunciado en el teatro Colón, de Buenos Aires, el 12 de octubre de 1934, por el Dr. D. Isidro Gomá, Arzobispo de Toledo, Primado de España, que eleva las ideas centrales propugnadas en esta Defensa a un plano de tanta autoridad moral e intelectual, que he creído deber mío, previo el bondadoso permiso de su autor, incorporar su oración a esta obra, como epílogo, sintiendo mucho que no vaya, por la indicada causa, a su cabeza. R. de M.»

Tras la publicación de Defensa de la Hispanidad escribió Maeztu nuevos artículos para Acción Española dedicados a la hispanidad, no recogidos en las sucesivas ediciones del libro y, por tanto, más olvidados: «La nueva filosofía de la historia y el problema de la Hispanidad» (agosto de 1934) y «La Hispanidad y el espíritu» (enero de 1936).

La tercera edición [de las publicadas en España por Cultura Española, pues en 1936 ya se había publicado el libro también en Chile] apareció después del asesinato de Maeztu, y fue dispuesta por el propio Eugenio Vegas, quien, por cierto, eliminó las dos dedicatorias puestas por Maeztu en las ediciones anteriores. Transcribimos íntegra la «Evocación» de Eugenio Vegas Latapie, con la que abre esta tercera edición española de la Defensa de la Hispanidad (Valladolid 1938, páginas v-xix):

«Evocación. 'La obra de España, lejos de ser ruinas y polvo, es un fábrica a medio hacer, como la Sagrada Familia, de Barcelona, o la Almudena, de Madrid; o si se quiere, una flecha caída a mitad del camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que sepan continuarla.' Así escribía Maeztu en las primeras páginas de su Acción Española, que sirven de 'preludio' al libro que hoy se reedita. La vida y la obra de Maeztu, por el contrario, son de una perfección clásica y de una verdad exacta. Profetizó su muerte asesinado por los sicarios de la anti-España y anunció la resurrección del Imperio superado en la Hispanidad, y hoy vislumbramos un amanecer imperial y lloramos su santa y ejemplar muerte de mártir a manos de la bestia roja. '¡Me matarán! ¡Me matarán! ¡Me doy por muerto! ¡Me pegarán cuatro tiros en una esquina! ¡Sí! ¡Sí! ¡Me matarán! ¡Me aplastarán como una chinche contra mi biblioteca!', oíamos repetir constantemente a don Ramiro sus amigos íntimos, y no una ni dos veces, sino constantemente, al correr los meses y los años de ese lustro apocalíptico, que se inicia con las torpes y sucias bacanales del 14 de abril de 1931 y remata y concluye con las matanzas y asesinatos en masa de la España roja, desenmascarada, por fin, en 1936. Tan convencido estaba Maeztu de que el odio de los marxistas y demás enemigos de Dios y de España no descansarían hasta haberle asesinado que, con la mente fija en el trance de su muerte tal y como lo presentía, nos repetía a sus íntimos: 'Yo temo ser cobarde y por eso todos los días pido a Dios que me dé alientos para morir, al menos, con dignidad.'

En enero de 1934, en una de aquellos banquetes de Acción Española, en los que se comía durante una hora y se hablaba o se oía hablar durante tres o cuatro, don Ramiro, con aquella oratoria tan suya de poseído, de iluminado, después de explicar sus esfuerzos prodigados en vano durante la Dictadura para convencer a los gobernantes de que la revolución se venía encima y que se aprestaran a vencerla dijo, textualmente: 'Esta fue mi lucha durante quince meses, hasta que un día la revolución se echó encima de nosotros. Mis compañeros prefirieron el destierro; yo, no; porque prefiero que me den cuatro tiros contra una pared, pero aquí he de morir. Mis espaldas no las han de ver nunca mis enemigos. Y entonces, un día, oímos aquello de uno, dos, tres, y las gentes en el Retiro y las multitudes soeces. Se nos ha dicho que esta ha sido una revolución pacífica: pacífica porque no se ha vertido sangre. ¡Pero si la sangre no vale lo que la hiel, lo que la injuria soez, lo que el sarcasmo, lo que el griterío de la masa desmandada! ¿No os habéis encontrado con un tropel de doscientas, trescientas o cuatrocientas personas insultando a vuestro jefe hereditario, y no habéis sentido la impotencia de ser uno solo y no poder arremeter con las doscientas, trescientas o cuatrocientas personas, y no habéis experimentado el deseo de que todo aquello os arrollara, porque es preferible que los cerdos pasen por encima de uno, por encima de su cadáver, que no seguir tolerando tantas bajezas, tantas ruindades, tantas cosas soeces, tanta barbarie?'

Un día de marzo o de abril de 1936, otro glorioso mártir de la Nueva España, don Víctor Pradera, al regresar a su hogar, después de presidir una conferencia de la Sociedad cultural Acción Española, refiere a su esposa, que al encontrarse con Maeztu, éste le había dicho: 'Don Víctor, ¿cuándo nos asesinan a usted y a mí?' Hoy dos mujeres ceñidas con tocas de viudas, que en el silencio y el retiro lloran la muerte de estos precursores y maestros de la Nueva España, al encontrarse no podrán por menos de sentir un estremecimiento, al recordar el terrible vaticinio.
La machaconería con que Maeztu repetía que moriría asesinado, llegaba, a veces, a ser tomada en broma por los más asiduos de aquella tertulia de la redacción de Acción Española, de la que don Ramiro fue uno de los pilares fundamentales desde su fundación. Era tal su cariño a la tertulia que, si algún rarísimo día había de faltar, se excusaba de antemano o telefoneaba. Su ingreso en las Academias de Ciencias Morales y de la Lengua, motivó que los martes y jueves, días en que celebraban sesión dichas Academias, llegase a nuestra tertulia a última hora, vestido con chaqueta ribeteada y comentando los temas y noticias de que allí se habían hecho eco. Pradera, era otro de los asiduos.

Al evocar hoy el recuerdo de aquellas reuniones, de aquellas gentes y de aquellos sueños y temas que nos apasionaban, siento remordimientos por no haber sabido gozar, en su día, de tantos tesoros espirituales allí acumulados y de la compañía de aquellos hombres que, con su vida ejemplar, han conseguido incorporar sus nombres a la Historia.

Aquel saloncito en que nos reuníamos, toma ante mi mente la categoría de lugar santo, nueva Covadonga de la España que amanece. Aquel salón viene a presentárseme como una catacumba del siglo XX, en que los futuros mártires se confortaban entre sí para afrontar, fieles a Dios y a España, el trance final; y también como tienda de campaña, en la que reunidos los jefes de la Cruzada en las vísperas de su iniciación, cambiaban consignas y forjaban planes y arengas. Los supervivientes de aquellos conjurados, recordarán la sonrisa enigmática de 'el Técnico' –nombre que dábamos a un jefe de Estado Mayor, principal enlace entre los generales Sanjurjo, Mola, Goded y Franco– cuando alguien se impacientaba por el retraso del Alzamiento. Y de las visitas rápidas y misteriosas de 'don Aníbal', pseudónimo con que, para evitar indiscreciones, se hacía anunciar Ramiro Ledesma Ramos, y los frecuentes telefonazos de 'don Paco', tras cuyo apacible nombre se ocultaba uno de los más prestigiosos jefes de la Dirección General de Seguridad, en relación constante con Jorge Vigón y otros conspiradores.

En torno a don Ramiro y a don Víctor veíamos desfilar reiteradamente al general García de la Herrán, ex presidiario de San Miguel de los Reyes por el delito de haber, previsora y valientemente, intentado impedir, con el gloriosamente fracasado Movimiento del 10 de agosto, que se consumara la tragedia de España y que, fiel a sus ideales, había de morir heroicamente en los primeros días del Alzamiento Nacional, en la puerta de un cuartel por él sublevado, en Madrid; y a Paco Campillo, muerto hace un mes en el frente de Aragón; y a Barja de Quiroga, comandante de Estado Mayor retirado y abogado en ejercicio en la Coruña, asiduo concurrente cuando sus deberes le llevaban a Madrid, muerto el día 1.º del pasado enero en Teruel; y a Pepe Bertrán Güell, uno de los mejores paladines de la causa de España en Barcelona, muerto en el frente de Vizcaya; y a Francisco Valdés, el exquisito escritor extremeño, asesinado en Don Benito; y a Carlos Miralles, que a precio de vida había de defender Somosierra; y a José Vegas Latapie, teniente de Ingenieros, muerto en julio de 1936 defendiendo el Alto de León, siempre en busca de invitaciones para las conferencias más sonadas con destino a los oficiales del Regimiento de El Pardo, único Regimiento de Madrid que ha podido incorporarse a la Cruzada salvadora; y a Augusto Aguirre, capitán de Ingenieros, que en sus idas a Madrid nos hablaba de fundar una filial de Acción Española en su apacible retiro de Villagarcía de Arosa, muerto al ser alcanzado por una bala, cuando volaba sobre la Ciudad Universitaria, luchando por el triunfo de nuestros comunes ideales; y al duque de Fernán Núñez, protector de la Revista, que de cuando en cuando iba a departir con nosotros y a brindarnos alguna iniciativa sobre propaganda, muerto el día de la Purísima, de 1936, en la Casa de Campo, donde se encontraba, a petición propia, como teniente de complemento; y al sabio benedictino P. Alcocer, y al académico jesuita P. García Villada, asesinados en Madrid, y a tantos y tantos otros; y, entre ellos, a esos estudiantes que permanecían silenciosamente absortos, oyendo a los maestros, para al poco tiempo convertirse ellos en maestros del supremo arte de ganar el Cielo con las armas en la mano en el Cuartel de la Montaña o asesinados por confesar a Cristo y a España.

Recuerdo que a finales de diciembre de 1935, procedente de Berlín, donde a la sazón era corresponsal de ABC, llegó a Madrid Eugenio Montes. Su primera visita fué a la redacción de Acción Española, donde se encontró empeñados en doctas disquisiciones, en torno a Pradera y Maeztu, a Ernesto Giménez Caballero, Pedro Sáinz Rodríguez, Juan Antonio Ansaldo, José M.ª Pemán, el marqués de Quintanar, Alfonso García Valdecasas, Jorge Vigón, el marqués de la Eliseda, don Agustín González Amezúa y otras personas, algunas que no puedo mencionar por encontrarse aún en la zona roja, que sin concierto previo figuraban aquella noche en la tertulia. Y a la vista de aquel senado de figuras intelectuales de primera magnitud, perfectamente avenidas y hermanadas en comunes ideales, Eugenio Montes, que precisamente se reveló en la plenitud de su cultura y talento ante el gran público, en un banquete a Maeztu, en marzo de 1932, con ocasión de haberle sido conferido el premio Luca de Tena por el editorial de presentación de Acción Española, se felicitó públicamente de este hecho, que calificó de acontecimiento desconocido en los últimos ciento cincuenta años, en los que no había existido colectividad o agrupación con prestigio científico en condiciones de combatir y vencer a las que rendían pleito homenaje a los principios liberales y democráticos de la Revolución francesa. Balmes, Donoso Cortés, Menéndez y Pelayo, Nocedal, y Vázquez Mella habían vivido aislados, sin formar escuela ni encontrar en su torno un grupo de catedráticos, escritores, pensadores y poetas, que completasen sus estudios y continuasen sus campañas, cosa que con ritmo creciente estaba logrando Acción Española.

Contracorriente había nacido Acción Española; contracorriente, crecían las adhesiones a sus principios y con esta palabra agresiva y heroica de Contracorriente, tituló genéricamente Maeztu los artículos que, en colaboración regular, publicaba en la prensa de provincias. Y al marchar contracorriente Maeztu, y tras de él el grupo de escritores e intelectuales que le consideraban como su profeta y su Maestro, no se les ocultaba, en nada, lo terrible de la misión a cumplir y el riesgo probabilísimo de muerte a que se exponían. Fué en los primeros años de su siembra, dos meses antes del histórico 10 de agosto, cuando en el memorable banquete de la Cuesta de las Perdices, pronunció don Ramiro las siguientes austeras palabras, ayer objeto de retóricos aplausos y que hoy podrían esculpirse en las rocas graníticas de ese Escorial, por Maeztu aquel día evocado con el gotear no interrumpido de lágrimas de madres españolas que lloran desde hace dos años la ausencia de sus hijos, heroicamente caídos, en el reír de su juventud, por haber seguido el camino de espinas que el Maestro les señalara: 'Pero ahora –clamaba Maeztu– yo digo a los jóvenes de veinte años: venid con nosotros, porque aquí, a nuestro lado, está el campo del honor y del sacrificio; nosotros somos la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo más alto del Calvario, está la Cruz.' Y en efecto, tras de cinco años de trabajar contracorriente, al coronar la cuesta arriba, sin tiempo para otear la tierra de promisión por él descrita, la prisión primero y la muerte después, consumaron la realización de sus enseñanzas y profecías y el estruendo de las balas asesinas fué el postrer bélico clamor de aprobación a una vida perfecta de apostolado y amor.

¡Hombre, de cualquier país que seas, que sientas correr por tus venas sangre española o que a España debas la integridad de tu fe religiosa! ¡Español de la Península, de América, de Filipinas o de cualquier otra región del mundo!: al adentrarte en la lectura de este libro, amor de los amores de su autor, concede a cada frase y cada línea el valor y el sentido que a su verdad confiere la autoridad suprema de estar confirmado con sangre de mártir. Con emoción recuerdo la fe, la pasión y el amor que Maeztu puso en la obra que hoy se reimprime y que, capítulo a capítulo, fué escribiendo y corrigiendo a nuestra vista. La Defensa de la Hispanidad no es un mero producto de la erudición y del talento de su autor; es algo muy superior a todo eso; es una obra de amor ardiente, apasionado, que consigue suplir y superar a las frías abstracciones de la inteligencia. Yo he visto llorar a Maeztu leyendo la Salutación al Optimista, de su amigo Rubén. Nunca olvidaré aquellas lágrimas que comenzaron a brotar de los ojos de Maeztu al repetir las palabras proféticas:


'...La alta virtud resucita
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.'
lágrimas que habían de trocarse en cataratas y sollozos, que le obligaron a suspender la lectura al llegar a la invectiva:
'¿Quién será el pusilánime
que al vigor español niegue músculo
o que al alma española
juzgase áptera y ciega y tullida?'


El amor, la pasión, la decisión, el ímpetu, fueron las cualidades más destacadas en Maeztu. En su juventud amó y sostuvo algunos principios falsos, aunque nunca sufrió extravío en su amor entrañable a España. Quizá durante algún tiempo fuera frío en alguna de sus convicciones, pero ese frío circunstancial se trocó, cuando recorrió su camino de Damasco, en una pasión y un fuego inextinguibles. En sus amores e ideales jamás fué tibio, que son a los que el Señor, en frase del Apocalipsis, vomitará de su boca. Un día del bienio Lerroux-Gil Robles, se presentó Maeztu en la habitual tertulia de Acción Española visiblemente excitado, refiriéndonos que, en el portal de su casa, se había encontrado con su antiguo amigo Pérez de Ayala, el perpetuo embajador de la República en Londres, y al saludarle éste y decirle que a ver si se veían para recordar tiempos pasados, él le había contestado: 'Mire usted, Pérez de Ayala, mientras usted crea que los que rezamos el Padre Nuestro somos unos idiotas, yo no tengo nada que decirle.'

Durante su etapa de diputado en las Cortes de 1933-1935, era seguro verle exasperado cuando algún diputado de significación nacional –monárquico o indiferentista– saludaba o departía con Indalecio Prieto u otros prohombres del marxismo. 'No se dan cuenta –decía– de que nos van a matar.' Un día interrumpe un discurso de Prieto, gritándole: 'Me doy por muerto.'

Otro de los temas preferidos por don Ramiro era hacernos la apología de Hitler, considerándole como uno de los más grandes políticos que ha conocido la Historia por haber impedido, juntamente con Mussolini, que el comunismo destruyera todo lo que en el mundo existe de Cultura. Su entusiasmo por el Führer es muy anterior a la llegada del nacionalsocialismo al Poder, siendo dignas de recordación, las violentas e interminables discusiones sostenidas por Maeztu, secundado por el general García de la Herrán, principalmente con Eugenio Montes, en los tiempos en que este eximio pensador aún no se había rendido a la evidencia de la grandeza del Führer.

Quede para otros escritores la tarea ilustre de hacer una biografía de Maeztu desde su nacimiento en Vitoria, de madre inglesa, hasta su asesinato, en noviembre de 1936, pasando por su ida a Cuba, como soldado, a impedir la pérdida del último florón de nuestra corona imperial; sus quince años de estancia en Inglaterra, su matrimonio con inglesa, su regreso a la Patria para impedir el horror de que su hijo pronunciara el español con acento inglés; su embajada en Buenos Aires durante la Dictadura del general Primo de Rivera; su encarcelamiento en Madrid con ocasión del 10 de agosto, como presidente de Acción Española, y su detención y prisión en julio de 1936, con la referencia de las gestiones hechas inútilmente por las embajadas inglesa y argentina para arrancarle de las garras asesinas. Maeztu, como Calvo Sotelo, como Pradera, eran demasiado buenas presas para que los enemigos de Dios y de España las dejaran escapar.

Uno de los últimos recuerdos que conservo de Maeztu, es la felicitación calurosa que me expresó con ocasión del prólogo que, en junio de 1936, puse a la novela, de ambiente mejicano, titulada Hector, en cuyo prólogo hacía un llamamiento a la guerra civil y una apología, en determinadas circunstancias, del atentado personal. 'Juan Manuel lo ha leído –me dijo don Ramiro– y le ha entusiasmado.' Y este Juan Manuel, que por primera y única vez sale citado como autoridad de labios de Maeztu, era su propio hijo único, de dieciocho años. Y es que en materias de honor, de virilidad y de dignidad nacional tenían, muy acertadamente, a los ojos de Maeztu, más autoridad los mozos que aún no contaban veinte años, que los miembros de las Academias por él frecuentadas.

Un domingo de finales de junio de 1936 fuimos, el marqués de las Marismas, Jorge Vigón y yo, a acompañar al matrimonio Maeztu desde Madrid a La Granja, donde se proponían alquilar una casa en que pasar el verano. Apenas llegados al Real Sitio, don Ramiro encomendó a su señora la tarea de elegir casa y decidirse, mientras que él se iba con nosotros a dar un paseo por el magnífico parque. Fué el último día que paseé con él y nunca podré olvidar la interpretación revolucionaria que deducía de las fuentes, de las estatuas y de la ornamentación de los jardines. '¡No está aquí El Escorial! –decía–; esto es el siglo XVIII francés. Versailles. Ninfas. Pastores. Frutos. Naturalismo. Pero aquí nada habla de Dios. Esta ornamentación revela la mentalidad que se refleja en Rousseau y concluye en las matanzas de la Convención y el Terror.' Desde La Granja seguimos al secularizado monasterio cartujo de El Paular y después regresamos a la capital. Indecisiones providenciales de última hora, hicieron que la familia Maeztu no tomase casa en La Granja y que el 19 de julio les sorprendiese en Madrid.
La última impresión que respecto a mí tengo de Maeztu, consiste en un reproche agresivo e insistente que profería en la casa en que se encontraba oculto durante los primeros días del Movimiento y en la que fué detenido, diciendo que nunca me perdonaría el que yo no le hubiese avisado, pues su sitio no era estar escondido, sino en una trinchera, tirando tiros. No temía a la muerte, pero soñaba con tomar parte personal y directa en la Cruzada. No suspiraba por puestos, mercedes o prebendas, sino por el honor máximo de estar con un fusil en la trinchera. Maeztu daba al valor físico y personal un elevadísimo puesto en la jerarquía de los valores. Su desprecio a los cobardes, rayaba en lo superlativo. En el discurso del banquete de enero de 1934, dirigiéndose a las mujeres allí presentes, las dijo: 'Despreciad al hombre que no sea valiente; despreciad al hombre que no esté dispuesto a arriesgar su vida por la Santa Causa; despreciadlo, y ya veréis como los corderos se convierten en leones.' Tengo para mí la seguridad que, de haber estado don Ramiro en la zona nacional, no hubiera sido empresa fácil disuadirle de que con sus sesenta años cumplidos no tenía puesto en el frente.

¿Cómo murió este atleta de la causa de Dios y de España? Se ignoran detalles; tan sólo se sabe que el día 7 de noviembre de 1936 salió de la cárcel en una de aquellas expediciones que jamás llegaron a su destino, y que en el momento de salir, en pleno patio, delante de todo el mundo, se postró de rodillas a los pies de un sacerdote, compañero de cautiverio, y le dijo: 'Padre, absuélvame', recibiendo, viril y piadosamente, esa absolución que recuerda la de los antiguos cruzados antes de entrar en combate o la de los mártires, antes de salir a la arena del circo a ser destrozados por las fieras. Alguien dijo a sus familiares que habían visto en la Dirección de Seguridad la fotografía del cadáver de don Ramiro. La leyenda refiere que al ir a ser fusilado, encarándose con sus verdugos, les dijo: '¡Vosotros no sabéis por qué me matáis! ¡Yo sí sé por qué muero: porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!» El estilo de la frase es netamente del mártir. Si no la dijo físicamente, es bien seguro que la había pensado repetidas veces.

La visión de Maeztu, profeta y maestro de la Nueva España, no puede borrársenos a los que cultivamos su intimidad. No hay ceremonia, desfile, victoria o sesión conmemorativa a que asistamos o en la que tomemos parte, en que no echemos de menos la presencia de Maeztu.

Fue ese memorable 1.º de marzo de 1937 en que por vez primera llegaba a la España redimida un embajador del Rey Emperador de la Italia fascista, cuando José María Pemán, al describir, en inspirada poesía esa jornada de gloria, en la que volvió a haber Imperio en la Plaza Mayor de Salamanca, no pudo, en justicia, por menos de concluirla con los siguientes versos, que quiero utilizar como áureo broche y remate de estas páginas de evocación:


'Ramiro de Maeztu.
Señor y Capitán de la Cruzada:
¿Dónde estabas ayer, mi dulce amigo,
que no pude encontrarte? ¿Dónde estabas?,
¡para haberte traído de la mano,
a las doce del día, bajo el cielo
de viento y nubes altas,
a ver, para reposo de tu eterna
inquietud, tu Verdad hecha ya Vida
en la Plaza Mayor de Salamanca'».


(Eugenio Vegas Latapié, «Evocación», páginas v-xix de la tercera edición de Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad, Valladolid 1938. [Como es natural, esta «Evocación», publicada en plena guerra y en 1938, aparece algo reajustada en ediciones posteriores.])

Procedencia de los textos que forman el libro Defensa de la Hispanidad (abril 1934):

El texto que conforma el libro La defensa de la Hispanidad fue publicado, prácticamente por completo, a lo largo de 23 artículos aparecidos en la revista Acción Española, entre el número 1 (diciembre 1931) y el 45 (enero 1934), agrupados 18 de ellos en tres series de seis, dedicadas al valor, la crisis y el ser de la Hispanidad. Sólo unas pocas páginas no aparecieron previamente en esa revista. Las variaciones entre el texto publicado en la revista y la versión final presentada en el libro no son muy abundantes, pero existen: muy esporádicas sustituciones, eliminaciones o añadidos de palabras, frases o párrafos, ajustes de referencias, moderación en algunas opiniones.

A continuación exponemos algunas citas de Maeztu:

“Las autoridades son legítimas cuando sirven al bien, cesan de serlo al cesar de servirlo.”

“Mis compañeros prefirieron el destierro; yo, no; porque prefiero que me den cuatro tiros contra una pared, pero aquí he de morir. Mis espaldas no las han de ver nunca mis enemigos. (...) ¿No os habéis encontrado con un tropel de doscientas, trescientos o cuatrocientas personas insultando a vuestro jefe hereditario, y no habéis sentido la impotencia de ser uno solo y no poder arremeter con las doscientas, trescientas, cuatrocientas personas, y no habéis experimentado el deseo de que todo aquello os arrollara, porque es preferible que los cerdos pasen por encima de uno, por encima de su cadáver, que no seguir tolerando tantas bajezas, tantas ruindades, tantas cosas soeces, tanta barbarie?”

“Sin apenas soldados, y con sólo su fe, creó un Imperio en cuyos dominios no se ponía el sol. Pero se le nubló la fe, por su incauta admiración del extranjero (Francia, Inglaterra o Alemania), perdió el sentido de sus tradiciones y cuando empezaba a tener barcos y a enviar soldados a Ultramar se disolvió su Imperio, y España se quedó como un anciano que hubiese perdido la memoria. Recuperarla, ¿no es recobrar la vida?”

“Decir que los hombres son iguales es tan absurdo como proclamar que lo son las hojas de un árbol. No hay dos iguales. Y la igualdad ante la ley no tiene, ni puede tener, otro sentido que el de que la ley debe proteger a todos los ciudadanos de la misma manera.”

“El socialismo (marxismo), en sus distintas escuelas, supone que son hechos naturales la unidad y la fraternidad del género humano. No intenta demostrarlas, sino que las da por supuestas, y sobre este cimiento trata de establecer un estado de cosas en que la tierra y el capital sean comunes y se trabajen para beneficio de todos. Pero como su materialismo destruye la creencia en la capacidad de conversión, que es la única cosa en que los hombres son iguales, no le es posible emprender la realización de su ideal de igualdad económica sin apelar a medios terroristas. La inmensa cantidad de sangre derramada por la revolución rusa, en aras de este deseo de igualdad, no pudo impedir que Lenin confesara el fracaso del comunismo, al emprender su nueva política económica, y sólo resurgió la vida en Rusia cuando reaparecieron las desigualdades de la escala social, con ellas la esperanza de cada hombre de ascender todo lo más posible, y con la esperanza, la energía y el trabajo. Al cabo de la revolución no ha ocurrido, en esencia, sino que las antiguas clases gobernantes han sido depuestas de sus posiciones de poder y reemplazadas por otras. Pero aún gobernantes y gobernados, altos y bajos, gentes poderosas y gentes sin poder.”

“El problema no consiste en mejorar a los hombres, sino en restablecer las condiciones sociales que los inducían a mejorarse. Es decir, si me perdonan la paráfrasis Alfonso Lopes Vieira, el dilecto poeta portugués: “En reespañolizar España, haciéndola europea y, a través de la selva obscura, en salvar también las almas nuestras”.”

“Las almas bajas rinden su mayor esfuerzo por un estímulo inmediato, pero las almas superiores prefieren sacrificar el presente al porvenir.”

“Desde ahora mismo debieran prepararse las minorías educadas para aprovechar la primera ocasión favorable, a fin de sujetar al monstruo y reducir las funciones del Estado a lo que debe ser: la justicia que armonice los intereses de las distintas clases, la defensa nacional, la paz, el buen ejemplo y la inspección de la cultura superior. Porque ese Estado de las democracias, pagador de electores y proveedor de empleos, no es sino barbarie, y hay que buscarle sucesor desde ahora.”

“Se ha de empezar por dejar establecido que en todas las naciones el patriotismo es complejo y se refiere al mismo tiempo al territorio, a la raza y a los valores culturales, tales como las letras y las artes, las tradiciones, las hazañas históricas, la religión, las costumbres, etc.”

“La patria es un patrimonio espiritual en parte visible, porque también el espíritu del hombre encarna en la materia, y ahí están para atestiguarlo las obras de arte plástico: iglesias, monumentos, esculturas, pinturas, mobiliario, jardines, y las utilitarias, como caminos, ciudades, viviendas, plantaciones; pero en parte invisible, como el idioma, la música, la literatura, la tradición, las hazañas históricas, y en parte visible e invisible, alternativamente, como las costumbres y los gustos. Todo ello junto hace de cada patria un tesoro de valor universal, cuya custodia corresponde a un pueblo.”

“Los judíos se casan entre sí, y este cuidado de la pureza de su raza no es sino la expresión de su voluntad firme de no dejarse absorber por ningún otro pueblo.”

“El principal cuidado de la religión de Israel es mantener la pureza de la raza. No es verdad que los judíos constituyan, en primer término, una comunidad religiosa. Son una raza. Creen en su propia sangre y no en ninguna otra. (...) La prueba de no ser una comunidad religiosa, en primer término, es que no quieren prosélitos. Cuenta Israel Friedlander que, cuando se admitieron, fue siempre: “Bajo la condición expresa de que con ello abandonaban el derecho a ser judíos de raza”. Por esta causa fueron rechazados los samaritanos, que profesaban su religión, pero que no procedían de su sangre. Y, de otra parte, un judío sigue siendo judío cuando abjura de su fe.”

No hay comentarios: