jueves, 14 de agosto de 2008

Avisos breves a un joven ambicioso

1. Codicia y ambición

Unas palabras de Unamuno debieran estar siempre ante los ojos del joven. Decía: «Una de las cosas que a peor traer nos traen –en España, sobre todo– es la sobra de codicia, unida a la falta de ambición.» Conviene distinguir, en efecto, entre codicia y ambición. Los dos, el codicioso y el ambicioso, ansían para sí provecho y fama, pero cada uno de distinta manera. El codicioso desea su propia granjería aislándose de la comunidad humana en que vive; el ambicioso, en cambio, busca su personal ventaja sin desligarse de esa comunidad, sintiéndose miembro de ella. «Somos miembros unos de otros», decía San Pablo a los cristianos de Efeso. Oración cotidiana: «Señor, que no falten nunca entre nosotros los hombres ambiciosos.»

2. Acerca de Unamuno

Bien está despertar a los que duermen y avivar a los que dormitan: no tan bien convertirse en despertador profesional. El que despierta a los demás debe enseñarles con su ejemplo lo que deben hacer cuando ya han conquistado la vigilia. De otro modo, estará siempre expuesto a que le pregunten: «¿Para qué me has despertado?» Unamuno, nuestro máximo despertador contemporáneo, hubiera sido más perfecto enseñando de verdad filología clásica a los alumnos cuyo espíritu de hombres y españoles despertaba y removía. Aviso a los jóvenes ambiciosos: a la vez que despertáis a los demás –noble empeño–, enseñadles con el ejemplo de vuestra obra personal lo que deben hacer una vez despiertos, Filología, Física o Derecho Procesal.

3. Recapitulación y originalidad

Nos enseñó San Pablo que Cristo, por obra de la Encarnación, había recapitulado en sí todas las cosas del cielo y de la tierra (Ef. I, 10). El primer acto, si vale hablar así, de la inmensa novedad que la Redención trae a los tres órdenes de la realidad –el puramente natural, el personal y el sobrenatural– consiste, pues, en una recapitulación: Cristo, «cabeza» del mundo, «recapitula» en su ser divino todos los posibles modos de ser de la Creación.

La novedad histórica –un sistema filosófico, un poema, un lienzo pintado, un orden político, un instrumento técnico– puede ser considerada como una «cuasi-creación», ha escrito hace pocos años un gran pensador nuestro. Pues bien: así como Dios, creador del mundo, recapitula toda la Creación en su Segunda Persona, así también el hombre, imagen de Dios y cuasi-creador de esos pequeños mundos que llamamos novedades históricas, recapitula a su manera en ellas, en cada una de ellas, todas las creaciones precedentes relativas al tema de la novedad por él cuasi-creada.

Puede decirse que no hay novedad históricamente fecunda si no contiene en sí, del modo que sea, una recapitulación de las novedades que la preceden: y esa fecundidad histórica se revela, a su vez, en el hecho de que su misma novedad será luego recapitulada en las novedades del futuro. La novedad fecunda supone una tradición anterior y exige una tradición posterior a ella; de otro modo no pasa de ser infecunda extravagancia. La tradición y la extravagancia son, por tanto, los dos términos del dilema ofrecido al innovador, incluido, conviene decirlo, el innovador revolucionario y genial.

Ved los dos momentos de todas las creaciones humanas en verdad fecundas; por una parte, la recapitulación, el momento recapitulativo del acto creador, lo que la creación tiene de tradicional, por otra, la novedad, el momento innovador del acto de creación, lo que la creación tiene de osada y original. Hasta para romper con el pasado es necesario tenerlo presente. ¿Recordáis, por vía de ejemplo, cómo Aristóteles y Kant, dos grandes creadores, recapitulan en su obra, cada uno a su manera, el pensamiento filosófico anterior a ellos?

Aviso a los jóvenes con vocación de originalidad: «Bien, rebélate contra el pasado; pero esfuérzate antes por entender lo que hicieron o quisieron hacer quienes te precedieron en tu empeño.» Así se rebeló Lope de Vega. Aviso a los jóvenes con vocación de disciplina: «Bien obedece; pero no olvides que no hay obediencia fecunda sin alguna osadía personal en el obediente.» Así obedeció San Juan de la Cruz.

4. Investigación y edificación

Decía de sí mismo, hace cosa de cien años, el fisiólogo Magendie: «Yo no soy más que un trapero, de la ciencia.» No quería ser más. Llevando, hasta el extremo, acaso hasta la caricatura, el ideal positivista del sabio, se complacía viéndose como un mero colector de hechos nuevos. Más pretendía descubrir que pensar; más aspiraba a ver que a contemplar.

Si eres humilde y pretendes llegar a hombre de ciencia –físico o historiador, fisiólogo o economista–, procura compararte antes con el albañil que con el trapero. El albañil, edifica; el trapero, encuentra. Nada hay en la historia del hombre digno de su humana condición que no sea edificante, entendida esta palabra en toda la unánime diversidad de sus acepciones. El propio Magendie ocupa un lugar digno en la historia del pensamiento humano, porque, pretendiendo ser trapero, vino a ser, casi sin saberlo, alarife. Dios, sumo albañil de la Historia, cuida de poner orden en los hallazgos de los traperos, si estos hallazgos son, por azar, valiosos.

5. Alférez

Cuando, al frente de tu sección, alférez, conquistes y ocupes una nueva cota, clava en ella la insignia de que eres portador, da gracias a Dios por tu hazaña y mira en seguida si es cultivable el terreno que pisas.


Pedro Laín Entralgo

Revista Alférez, Madrid, 31 de marzo de 1947, Año I, numero 2, pagina 8.




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