miércoles, 13 de agosto de 2008

Esjatología...


LAS SIETE EDADES DE LA IGLESIA

(Por Monseñor Richard Williamson. Conferencia brindada el 17 de septiembre de 2004)

La situación de hoy es desesperante desde el punto de vista de la fe. El demonio aparentemente está triunfando, Dios cada vez es más echado fuera de su creación, los hombres, llenos de orgullo, es­tán conduciendo al mundo a su ruina: esto está clarísimo. Y nos acercamos a no sabemos qué acon­tecimiento, pero habrá una catástrofe, un desastre... no sabemos cuál, pero mucha gente lo siente. Y aparentemente, no hay nada que pueda impedir esto.

Lo que está pasando hoy no tiene sentido. Porque la Creación es de Dios y Dios creó todo para que los hombres lleguen al cielo, ¿pero qué vemos hoy? Corrupción (la corrupción, por ejemplo, de la juventud, la corrupción de las costumbres, la confusión cada vez más creciente en los espíritus). Si Dios se ha perdido, si Dios aparentemente no actúa ¿qué sentido tiene esta situación que estamos vi­viendo? En particular sobre la corrupción de la juventud, ¿cómo pueden los hombres de hoy conocer la verdad? ¿Ycómo pueden elegir una verdad que no conocen?

Entonces, ¿qué sentido tiene esta situación que estamos viviendo?

Por eso creo que este análisis de las siete épocas de la Iglesia no sólo permite vislumbrar un sen­tido, sino hasta un plan y un futuro. Veamos de qué se trata.

La idea de estas siete épocas es de un alemán de la primera mitad del siglo XVII, el Venerable Barthelemy Holzhauser. Para la Iglesia no es todavía Santo, pero era un sacerdote muy bueno, muy santo y al igual que Mons. Lefebvre, animó a los sacerdotes a vivir en comunidad. Se daba cuenta (como Mons. Lefebvre) de que los sacerdotes aislados sólo con muchas dificultades pueden resistir a las influencias del mundo de hoy. Los sacerdotes tienen que vivir juntos en comunidad para apoyar­se y ayudarse los unos a los otros. Hizo mucho en este sentido. Entonces lo vemos corno un refor­mador o por lo menos un gran ayudador del clero alemán en los años terribles de la Guerra de los Treinta Años (de 1618 a 1648). Y escribió un comentario del Apocalipsis, último libro de la Biblia.

Estaba convencido de que escribía esto'bajo inspiración. Decía: “ No son mis ideas, yo recibo es­tas ideas”. Por supuesto que decir esto no significa que estaba verdaderamente inspirado, pero cuando llega al capítulo 15, versículo 4, dejó de escribir, diciendo: “No tengo más inspiración”.

Lo que haremos aquí es esencialmente su comentario a los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis. Son aquellos capítulos que presentan las siete Cartas a las siete iglesias (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiati­ra, Sardes, Filadelfia y Laodicea). Holzhauser dice que cada Carta corresponde a una época de la Igle­sia, o sea: siete Cartas, para siete épocas de la Iglesia. Y agrega que en esas siete épocas se ve una cierta hermosura, una simetría. Que la historia de la Iglesia desde Cristo hasta el Anticristo es como una curva en el cual hay tres épocas que suben y tres épocas que bajan.

Primera época: La de los Apóstoles. La primitiva Iglesia tuvo mucha fuerza, mucho vigor. La primera época de la Iglesia fue la de los Apóstoles, desde el año 33 supongamos, el año de la muerte de Nuestro Señor, hasta el año 70, en que ocurre la destrucción del Templo en Jerusalén por parte de los romanos (el fin público y evidente de la religión de Moisés, del Antiguo Testamento).

Es decir, que el Antiguo Testamento tuvo su fin con la muerte de Nuestro Señor en la Cruz a pe­sar de todo lo que fingen los judíos de hoy. Es completamente falso que el Antiguo Testamento vale todavía. Ha muerto con Nuestro Señor en la Cruz, y el Nuevo Testamento entró en vigor en ese mis­mo momento. Pero no obstante, vemos en los Hechos de los Apóstoles que San Pedro y San Juan fre­cuentaban aún el Templo, porque el culto en el Templo continuó hasta la destrucción de Jerusalén. Y de allí los judíos se dispersaron por todo el mundo_ Y su vuelta de hoy es algo "permitido" por Dios.

Los Apóstoles, entre aquellos años 33 y 70, sembraron la fe en todo el mundo conocido en aquel tiempo. San Juan vivía aún después del año 70, pero en general hasta allí fue la época de los Após­toles. Una época de "semillas".

Segunda época: La de los mártires. Época de “regar”. Regar con la sangre de los mártires, des­de el año 70 hasta el 313. Había fe, la fe se conocía, pero el Imperio Romano en particular en todos sus dominios, resistía. Y hubo diez persecuciones más o menos feroces desde la primera de Nerón hasta la décima de Diocleciano. El Imperio estaba en contra de los cristianos y los asesinaba: aparecieron los mártires. El número de ellos no se sabe exactamente, pero fueron muchísimos. Pensemos nosotros, ¿seríamos capaces de morir por la fe? En principio, ¡por supuesto! En Ingla­terra los católicos cantan siempre que “ Moriremos, vamos a morir...” y las viejitas cantan “Vamos a morir...” Y todos los burgueses que cantan "Vamos a morir" son bastante cómodos, por cierto. Y la sangre de los mártires fue el cimiento de la Iglesia, los fundamentos de la Iglesia. Entonces, ésta fue la época de los mártires (años 70 a 313). Terminó en el año 313 con la batalla al norte de Roma en la que el emperador Constantino venció a Maximiliano, que se ahogó en el río, y Constantino fue el emperador único del Imperio. Y venció “ in hoc signo”, en “la señal de Cristo”. Cristo le había dado su victoria. Entonces, Constantino se convirtió, el Imperio Romano se convirtió y se ingresó en una nueva época de la Iglesia (en la cual el Estado ya no estaba más en contra de la Iglesia).

Tercera época: La de los doctores. La de la Doctrina dé la Iglesia. Cuando el Estado está con­tra la Iglesia y cuando está a favor de la Iglesia, se dan dos situaciones diferentes. En el año 313 em­pezó la época constantiniana de la Iglesia, a la que el Padre Congar (un feroz modernista francés del Vaticano II) dijo que el Concilio Vaticano II “le había puesto fin”. Es decir, que la época constanti­niana empezó con la victoria del emperador Constantino y la tercera época de la Iglesia también.

Como el Estado ya no estaba más en contra de los mártires sino a favor, los mártires desaparecie­ron de las fauces de los leones. Entonces, como el demonio no se podía tragar más a los cristianos con los leones, tuvo que cambiar de táctica. Y en lugar de atacar los cuerpos, atacó las cabezas... ata­có la doctrina. Y la tercera época de la Iglesia fue la época de las grandes herejías. El arrianismo fue la primera y la más terrible, pero también hubo otras (como el nestorianismo, etc.).

Fue la gran época de la doctrina de la Iglesia. No por supuesto de la invención de la doctrina ni de su descubrimiento, porque la doctrina fue descubierta o revelada antes de la muerte del último Apóstol. Fue la época de la explicitación del dogma. Y este proceso siguió siempre después, cada herejía empujó a los católicos a explicar más claramente el aspecto de la doctrina católica que había sido atacado en su época. En diferentes épocas, diferentes ataques, diferentes defensas, diferentes doctores. Pero muchos doctores de la Iglesia pertenecieron a aquella tercera época. Por eso Holzhau­ser la llamaba “la época de los doctores”.

Tres de los cuatro grandes doctores latinos y los cuatro grandes doctores griegos, es decir, siete de los ocho grandes doctores de la Iglesia pertenecieron a esta época. Los griegos: San Atanasio, San Basilio, San Gregorio de Nisa, San Gregario de Arianzo. Los latinos: San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo. Todos pertenecieron a la época en la cual frente al ataque doctrinal del demonio (a tra­vés de los herejes), la Iglesia tuvo que explicar y profundizar su doctrina. Y es la época de los “con­substanciales”, esas palabras inventadas por los cristianos para expresar la realidad.

Pero la realidad es de Cristo, y fue revelada a los Apóstoles. Una verdad ha sido revelada y hay que explicar cada vez mejor esa verdad

Hay católicos que creen que las definiciones crean verdades. No: en primer lugar, la realidad. En segundo lugar, la verdad que expresa la realidad, una proposición verdadera que expresa la rea­lidad. Pero sin realidad, no hay verdad.

En tercer lugar, una definición, que llega después de la realidad y de la verdad y la definición no hace verdad de la realidad. Es la realidad la que hace la realidad de la verdad, la realidad hace la ver­dad de la verdad. Sigue la definición, y la definición no añade otra cosa que la certidumbre de la ver­dad_ La certidumbre, para nosotros; no la realidad en sí, sino la certidumbre para nosotros.

Las definiciones son muy útiles para los creyentes. Pero con respecto a la verdad, no son necesa­rias, no cambian la realidad. Las definiciones hacen aparecer la verdad, así como la nieve que cae so­bre una montaña no cambia la montaña, sino que hace que se la vea más claramente. La definición no es otra cosa. Hay católicos que creen que el Papa puede crear una nueva verdad con una nueva definición: no, hay que someter las autoridades de la Iglesia a la verdad.

Entonces, los doctores no crean las verdades de la Iglesia pero la expresan cada vez mejor. Trini­ dad (otra palabra inventada por los católicos), consubstanciales, y los conceptos de naturaleza y per­sona se desarrollan completamente, profundizados por los católicos, sobre todo en esta tercera época.

Cuarta época: La de la Cristiandad. Tras el gran ascenso de la Iglesia en tres épocas, ahora la Iglesia se hallaba en órbita, y voló durante mil años: fue la cuarta época, una época hermosísima de la Cristiandad, de la que hoy nos sentimos tan envidiosos. En muchos sentidos quisiéramos recrear la Cristiandad. Como un ideal sí, pero según las circunstancias no, es imposible. Los hombres de aquella época son muy diferentes de los hombres de hoy, son diferentes según las épocas. El triunfo mismo de la Iglesia cambió a los hombres, y el demonio cambió .de táctica.

Desde esa cuarta época de la Iglesia en que la Iglesia fue la Reina de la civilización, no hubo ci­vilización sin la Iglesia. Pocas herejías (mártires sí) pero muchas misiones y la conversión de muchas naciones. Las naciones se convertían, no sólo los individuos. En 496 Clodoveo en Francia, en 598 la conversión del rey de Inglaterra, la conversión de Alemania, Irlanda, muchísimas naciones en esta época. Hasta Suecia, Escandinavia y Rusia. Y todas aquellas hermosas conversiones pertenecieron a aquel triunfo de la Iglesia del que hablamos.

Pero después, digamos ya desde el 1300, hubo señales de decadencia. El nominalismo en filoso­fia; con los legistas de Francia hubo ya un laicismo de hecho, lo que hoy llamamos secularismo.

Ya en el año 1400 el gran predicador dominico San Vicente Ferrer gritaba que venía el fin del mun­ do: “El fin del mundo es inminente, convertíos...” Y convirtió a muchísima gente porque fue un tau­maturgo, un gran hacedor de milagros. En el 1400 decía: “El fin del mundo es inminente”. Se equi­ vocó seiscientos años... un “Pequeño”' error. Pero sólo fue un pequeño error de calendario, porque vio justo que en el año 1400, antes del fin de la Cristiandad, así como nosotros hoy lo pensaríamos, había ya una decadencia que culminaría con el Anticristo. Es decir que el Santo, con sus ojos espiri­tuales, leyó en los acontecimientos de su propio tiempo el fin, donde necesariamente tenía que aca­bar. Vio la corrupción y sabía que ella tiene que acabar con el Anticristo. Y viendo esto, fue para él tan dramático que pensó que era para mañana.

Asimismo, hoy, nosotros que vemos con ojos un poco espirituales lo que pasa, sabemos que es ho­rrible y terrible y pensamos que se tiene que acabar mañana. Y lo decimos desde hace treinta años (desde los años sesenta). Decimos: “Se tiene que acabar, así las cosas no pueden seguir”. Y las co­sas siguen, siguen y siguen... ¿Hasta cuándo?

San Vicente Ferrer vio lo que pasaba en el 1400, hubo sólo un error de tiempo, pero de hecho la Cristiandad ya estaba decayendo desde el año 1300 desde el 1400...

Quinta época: La de la apostasía. En 1517 fue la irrupción del protestantismo con Lutero. El fin del medioevo, el inicio de los tiempos modernos y el inicio de la quinta época de la Iglesia. Y aquella fue la época de la apostasía. La fe constantemente iba decayendo. Entonces, desgraciadamente, es completamente normal que hoy la fe esté cons­tantemente decayendo. Es lamentable, no es cómodo. Si se tiene fe, no es cómodo porque hay cada vez menos fe al­rededor de nosotros, pero es "normal". Desde Lutero, es normal.

Hubo tres grandes episodios: 1517, protestantismo; 1717, inicio de la masonería en Londres, y 1917, irrupción del comunismo en Rusia. Del protestantismo al liberalismo; del liberalismo al comunismo, es una caída inevitable.

Del protestantismo al liberalismo, se pasó de una situación mala a una aún peor. Pero esta caída del protestantis­mo hacia el liberalismo era inevitable, y la del liberalismo al comunismo también.

Por lo tanto, la caída del protestantismo en el comunismo fue la historia, de la quinta época de la Iglesia (la apos­tasía). Hoy el comunismo es la misma revolución: desde Lutero hasta nuestros días es la misma revolución la que mu­ta, es decir, la que adquiere otra forma y apariencia (como una metamorfosis);

El comunismo ha mutado en la globalización. De manera que la globalización de hoy es la conclusión lógica del protestantismo, y es mucho más peligrosa que el comunismo. Porque el comunismo (al estilo de Stalin) era brutal, evi­dente y claro, e hizo muchos mártires (mártires de sangre). Pero hoy y hasta ahora la globalización, aparentemente no es brutal, y la gente misma va a ver a los tiranos y les pide que les pongan más cadenas.

Y este acto permite ver que desde las gracias inmensas dadas a la humanidad por la Encarnación de Cristo, la su­bida de su Iglesia fue normal. Que hubiera un triunfo que durara un largo tiempo, también. La Encarnación no podía triunfar sólo cincuenta o quinientos años, no: triunfó mil años. Pero dado el pecado original y el libre albedrío de los hombres, la caída de este triunfo también fue normal. Y si Holzhauser dijo que él vivió al inicio de esa época, noso­tros vivimos el final de esta quinta época. ¿Qué va a seguir? La corrupción de hoy es tan grande, profunda e irrever­sible... ¡Cuánto facilitado el pecado! Los pecados en los futuros padres de familia, por ejemplo. ¿Cómo habrá fami­lias sanas mañana? ¡Hay tantas influencias que están destruyendo la familia!

Los hombres podrían convertirse, pero para eso haría falta un milagro global. Habrá un milagro global: Garaban­dal. Yo creo que es auténtico. No es de fe. Es materia opinable, y las opiniones opuestas son perfectamente lícitas. Pero para mí, en esta situación de hoy, la profecía triple de Garabandal adquiere mucho sentido.

Primero: habrá un gran aviso para despertar y revelar la verdad cuando ésta ha sido tan escondida por las univer­sidades y sobre todo por la Iglesia. Un gran aviso que permitirá que todos vean exactamente dónde están delante de Dios, sin morir, tal es la primera profecía de Garabandal. Viendo la confusión de hoy, esto tiene mucho sentido para mí. Muchos hombres hoy podrían comparecer delante del Tribunal de Dios y decir “ Pero, Señor, yo no supe”. Pero después de este aviso sabrán cómo salvar sus almas.

Segundo: un gran milagro, aún más grande que el del sol de Fátima, que durará un cuarto de hora, dijo la Virgen en Garabandal. Y que dejará en las montañas de España una señal permanente. En Fátima se vio el milagro del sol, pero después, no quedó nada. Esta vez todos podrán ir con sus cámaras y tomar acaso una imagen de ese suceso ex­traordinario que no sabemos cuál será, pero que seguirá mostrándose en Garabandal.

Entonces, con el aviso y el milagro, habrá una grandísima posibilidad para los hombres de convertirse.

Tercero: un castigo. Si los hombres no se convierten o si vuelven á caer en pecado, la tercera profecía es un cas­tigo. Y un castigo espantoso, que corresponde a los pecados del fin de esta época. La historia de la humanidad algu­na vez se acabó con el Diluvio en tiempos de Noé. Leemos en el Génesis que los hombres habían corrompido sus caminos y sólo Dios podía lavar todo eso y empezar de nuevo, con el Arca. Noé trató de explicar las cosas a sus con­temporáneos y se burlaron de él. Nosotros quisiéramos explicar las cosas a nuestros contemporáneos y, o se burlan, o no escuchan. Es como si habláramos en griego y ellos sólo entendieran latín. Hoy el idioma de la fe y sus conceptos son extraños a los hombres modernos. Todos son gentiles, sinceros, tienen buenas intenciones: son todos buenos. De­lante de Dios... es otra historia. Dios no ve las cosas como los hombres de hoy. Entonces, una vez hubo un castigo que destruyó la humanidad. Eso prueba que puede llegar a darse otra vez. Hay muchas profecías y el Venerable Holz­hauser hablaba también de un castigo terrible que tendrá lugar al final de la quinta época y que lavará al mundo.

Sexta época: La del triunfo del Corazón Inmaculado de María. Después del castigo, todos los hombres ten­drán el santo Temor de Dios, y por eso la sexta época de la Iglesia será el triunfo más grande de todos los tiempos: el triunfo del Corazón Inmaculado de María. Habrá como una interrupción de la caída.

Los hombres serán muy buenos porque tendrán el Temor de Dios, que hoy casi ha desaparecido. ¿Quién tiene hoy el Temor de Dios? El Temor de Dios, dice la Sagrada Escritura, es el inicio de la sabiduría. ¿Quién es hoy verdade­ramente sabio? ¿Quién piensa hoy en las verdades importantes de la vida? Nadie: sólo placer, placer, y placer.

Entonces será el triunfo del Corazón Inmaculado de María. Pero Nuestra Señora dice en La Sallete (1846): “Es­ta paz entre los hombres, no será larga: veinticinco años de abundancia en sus cosechas les harán olvidar que sus pe­ cados son ¡ti causa de todos los males gire existen en la tierra”. Es decir, que el bienestar hará olvidar a Dios en po­co tiempo. La sexta época de la Iglesia no será larga. Veinticinco años de buenas cosechas y unos años para que el Anticristo llegue. Y cuando la corrupción de esta sexta época de la Iglesia ocurra, será la llegada del Anticristo.

Séptima época: La del Anticristo. El Anticristo será la séptima y última época de la Iglesia. El reino del Anti­cristo durará tres años y medio; después de su muerte quizás (hay un versículo de Daniel que permite pensarlo), entre su muerte y el fin del mundo, habrá unos cuarenta y cinco días de paz.

Entonces: la cuarta época, mil años; la quinta, más o menos 500 años. Hasta el castigo en el 2017, posiblemente, no lo sé. La sexta, 25 años de buenas cosechas y unos años más... unos años más para el Anticristo. La séptima épo­ca, la del Anticristo que reinará tres años y medio, más unos 45 días más (versículo de Daniel) para el fin del mundo.

Es posible que los jóvenes de hoy conozcan el fin del mundo.

San Vicente Ferrer acortó los años necesarios, mas la justicia de Dios es muy lenta pero muy exacta. Entonces, desde hoy hasta el Anticristo habrá 50 años, quizás más, quizás hasta cien años: me asombraría personalmente, pero ¿quién sabe? Dios lo sabe... nosotros no.

De todas formas, hoy no estamos viviendo la época del Anticristo, sino una corrupción que es como la repetición general de la corrupción del Anticristo. Es decir, que la corrupción de hoy es muy semejante a la que será la corrup­ción bajo el Anticristo. Pero no lo es todavía: es por eso que muchos piensan hoy que estamos viviendo los tiempos del Anticristo. No lo creo. Pero es muy semejante a lo que será.

Piensen ustedes que la corrupción de hoy es muy sutil. (...) Nosotros hemos recibido una gracia particular de Dios para verla, pero mu­chos buenos católicos no la ven, porque esta corrupción es muy sutil.

Los hombres, al salir de las cavernas, al inicio de la sexta época de la Iglesia, habrán sufrido toda esta corrupción de hoy y habrán entendido qué era la corrupción: a través del castigo terrible y sus sufrimientos y la cólera de Dios, la verán. Es decir como la vieron, luego la entendieron.

Los seminaristas, en tres días harán tres años de teología. En tres días de tinieblas aprenderán muchísimo sobre Dios, y los años de seminario no serán quizás tan necesarios después de aquel castigo, yo no sé. Pero si la corrupción de hoy es tan sutil y a pesar de esto el período de paz no será largo, ¿cuán sutil ha de ser la corrupción del Anticristo?

En la séptima Carta, a la Iglesia de Laodicea, el Señor dice: “Nosotros sois tibios, ojalá fueseis fríos o calientes. Pero puesto que sois tibios yo los vomitaré de mi boca”.

Hoy también... vemos que hay indiferencia, pero no hay odio a Dios. Y Dios prefiere el odio, porque quien odia a Dios, por lo menos se lo toma en serio. Pero los hombres de hoy toman en serio a Dios, es terrible.

Entonces, podemos estar no demasiado lejos del fin del mundo, pero éste no ha llegado todavía.

Es muy interesante la Carta a la Quinta Iglesia, la de Sardes (nosotros estamos en esta Quinta Iglesia). Dice así: “Al ángel de la Iglesia de Sardes escríbele: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Co­nozco tus obras, se te tiene por viviente pero estás muerto. Ponte alerta y consolida lo restante que está a punto de morir. Porque no he hallado tus obras cumplidas delante de Dios. Recuerda pues tal como recibiste y oíste, guárda­lo arrepiéntete. Si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora llegaré sobre ti. Con todo, tienes en Sar­des algunos pocos hombres que no han manchado sus vestidos v han de andar conmigo vestidos de blanco porque son dignos. El vencedor será vestido con vestidura blanca y no borraré su nombre del Libro de la Vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y de sus Ángeles. Quien tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

Son los consejos del Espiritu Santo para nosotros:

“Conozco tus obras, se te tiene por viviente pero estás muerto”: Toda esta quinta es una época de hipocresía. El protestantismo es hipocresía, se dice cristiano, pero hace su propia voluntad. El jansenismo, el puritanismo son hipo­ cresía. El liberalismo es hipocresía también. Los liberales fingen ser tan buenos como los católicos; pero sin Dios sin Cristo, no lo son. Las garras de los liberales gotean sangre, son halcones que simulan ser palomas.

Los liberales de la iglesia oficial fingen ser amables con nosotros, pero tienen garras de sangre para destruirnos, si acaso pudieran hacerlo.

Una palabra caracteriza a esta época de la Iglesia: es la hipocresía. Y es lógico, porque es una época que llega des­pués de la Cristiandad. Antes de ésta, los hombres no la conocían, entonces no era necesario fingir ser cristiano. Pe­ro después de la Cristiandad, todos saben que es mejor ser cristiano. Pero no quieren ser más cristianos sino fingir que lo son, y tienen que ser hipócritas. La hipocresía de esta época es lógica y caracteriza a los hombres de hoy: “Son tan buenos, tan sinceros, tienen tan buenas intenciones, somos todos tan gentiles...” No, las garras gotean sangre.

“... Se te tiene por viviente pero estás muerto”. La gente de hoy cree estar viva espiritualmente, en todos los sen­tidos importantes, y están muertos en el único sentido importante, que es el espiritual. ¿Cuántos viven hoy en estado de gracia?

“...Ponte alerta v consolida lo restante”- Es exactamente la tarea de la Tradición católica, consolidar lo restan­te. (...) Pero nosotros tenemos que hacer lo que podamos para consolidar lo restante.

“.. . Que está a punto de morir” . ¡Lo restante está a punto de morir! Hay niños que vienen aquí, jóvenes también; ¿pueden comprender, tienen ganas de comprender? Algunos sí. Y la misma Carta a la Quinta Iglesia lo dice exacta­mente: “hay unos pocos buenos” es decir, que hay muchos que no lo son. Cada vez quedarán menos. Nuestro Señor dice de la séptima época: “Si estos días no fueran acortados, ni siquiera los elegidos se salvarían”.

“...Porque no he hallada tus obras cumplidas delante de Dios”: Es exactamente lo que dije antes: cómo vemos nosotros a nuestros contemporáneos y cómo los ve Dios, son dos cosas completamente diferentes. Nosotros pensamos que todos somos amables, buenos y sinceros, pero para Dios es otra cosa.

“Recuerda pues tal como recibiste y oíste”. La Tradición. “Transmití lo que recibí” dice la tumba de Monse­ñor Lefebvre. Hay que cuidar y guardar lo que oímos siempre, las verdades de siempre, no las novedades de hoy, si­no lo recibido y oído en el pasado.

“...Guárdalo y arrepiéntete. Si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora llegaré” . El castigo.

“...Con todo, tienes en Sardes algunos pocos hombres que no han manchado sus vestidos” : Algunos hoy logran vivir en estado de gracia, no manchan sus vestidos, pero no muchos. Es difícil, hoy eso es un heroísmo. Guardar hoy el estado de gracia puede ser heroico.

“...Han de andar conmigo vestidos de blanco porque son dignos”. Las últimas palabras, la recompensa magnífi­ca para los que se mantengan fieles en esta época tan difícil como es la nuestra, la recompensa.

“...El vencedor será vestido así de vestidura blanca y no borraré su nombre del Libro de la Vida, y confesaré sur nombre delante de mi Padre Y de sus Ángeles. Quien tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias” . Recomiendo leer el texto completo del Venerable Barthelemy Holzhauser. Habla bastante de la Guerra de los Treinta Años. Vio horrores en esa guerra en Alemania.

Y un último punto, breve: en toda la historia de la Iglesia se ve una simetría, un arco hermoso. Vean la simetría: la gran época, la cuarta, en el centro. Por ambos lados tenemos la subida de los doctores y la bajada de la apostasía. A los mártires corresponde, por otro lado, el triunfo de María y a los Apóstoles de Cristo corresponden los apóstoles del Anticristo del otro lado, el éxito del Anticristo que casi aniquilará a la Iglesia. Dijo el Señor. “Cuando vuelva ¿acaso hallaré fe sobre la tierra?”... En el fin del mundo la Iglesia estará muy reducida.

Hay muchos paralelos entre la quinta época y la séptima. Se podrían agregar más cosas pero basta por ahora.


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