ORACIÓN
Señor, las cinco llagas que en tu calvario brotan,
los hombres de mi patria no han querido curarlas.
En el largo via crucis de tus pasos dolientes,
se han sumado a la turba que no sabe llorarlas.
Un quíntuple crujido de martillos y clavos,
resuena por los puntos cardinales del Sur.
Los signos del ultraje, las huellas de la ofensa,
hacen gemir al justo e indignar al augur.
Si menciono primero tu incoagulado pecho,
abierto por el hierro, sangrante de estertores.
Culpo a los que olvidados del lábaro o la espada,
deshonran sus oficios de guías y pastores.
Si contemplo esos pies que ungió la Magdalena,
peregrinos ayer y hoy con crueles cerrojos.
Señalo a los guerreros de herrumbrados escudos,
que han consentido inertes los rapaces despojos.
Cuando la cruz me muestra la palma de tus manos,
hechas para el milagro y ahora con tormentos.
Marco a los mercaderes, los indoctos, los tibios,
profanadores todos de los Diez Mandamientos.
Señor, ¿cómo pedirte para esta patria rota,
entregada a un oscuro designio cabalista,
que nos ofrezcas puños varoniles y claros,
con que librar de nuevo la antigua Reconquista?
¿Cómo mover tu gracia, Señor, donde el pecado,
es un grueso eslabón que encadena y apremia,
donde al altar profanan los que habrían de honrarlo,
la belleza es olvido y la verdad blasfemia?
¿Qué meritos tenemos, Señor, para impetrarte,
que a la tarde te quedes con tu Pan y y tu Vid?;
¿qué hicimos cuando estabas destronado y hambriento,
para pedirte un jefe de la raza del Cid?
Sin embargo, Señor, yo conozco a mi gente.
Caminé de la patria sus senderos estrechos.
Sé que hay labriegos nobles, jornaleros hidalgos,
claustros carmelitanos con tablones por lechos.
Sé de tantos hogares que bendicen la mesa,
de un cuartel donde al alba aún se rezan maitines.
De un aula presidida por tu Madre y la nuestra,
de un convento con frailes de marciales trajines.
Sé de ignotas mesnadas viviendo ecuestremente,
de sabios ignorados, con andar errabundo.
De tantos perseguidos por predicar verdades,
testigos insumisos, locura para el mundo.
Sé de amigos comunes que sufren la derrota,
son jóvenes o viejos pero algo los hermana.
Saben que hay un combate todavía pendiente,
con el cuerpo o el alma lo librarán mañana.
Si no basta Señor, para que consideres,
el darle a la Argentina su bienaventuranza.
Danos quedar un día, de guardia sin regreso,
en la patria celeste, cantando tu alabanza.
Antonio Caponnetto
Señor, las cinco llagas que en tu calvario brotan,
los hombres de mi patria no han querido curarlas.
En el largo via crucis de tus pasos dolientes,
se han sumado a la turba que no sabe llorarlas.
Un quíntuple crujido de martillos y clavos,
resuena por los puntos cardinales del Sur.
Los signos del ultraje, las huellas de la ofensa,
hacen gemir al justo e indignar al augur.
Si menciono primero tu incoagulado pecho,
abierto por el hierro, sangrante de estertores.
Culpo a los que olvidados del lábaro o la espada,
deshonran sus oficios de guías y pastores.
Si contemplo esos pies que ungió la Magdalena,
peregrinos ayer y hoy con crueles cerrojos.
Señalo a los guerreros de herrumbrados escudos,
que han consentido inertes los rapaces despojos.
Cuando la cruz me muestra la palma de tus manos,
hechas para el milagro y ahora con tormentos.
Marco a los mercaderes, los indoctos, los tibios,
profanadores todos de los Diez Mandamientos.
Señor, ¿cómo pedirte para esta patria rota,
entregada a un oscuro designio cabalista,
que nos ofrezcas puños varoniles y claros,
con que librar de nuevo la antigua Reconquista?
¿Cómo mover tu gracia, Señor, donde el pecado,
es un grueso eslabón que encadena y apremia,
donde al altar profanan los que habrían de honrarlo,
la belleza es olvido y la verdad blasfemia?
¿Qué meritos tenemos, Señor, para impetrarte,
que a la tarde te quedes con tu Pan y y tu Vid?;
¿qué hicimos cuando estabas destronado y hambriento,
para pedirte un jefe de la raza del Cid?
Sin embargo, Señor, yo conozco a mi gente.
Caminé de la patria sus senderos estrechos.
Sé que hay labriegos nobles, jornaleros hidalgos,
claustros carmelitanos con tablones por lechos.
Sé de tantos hogares que bendicen la mesa,
de un cuartel donde al alba aún se rezan maitines.
De un aula presidida por tu Madre y la nuestra,
de un convento con frailes de marciales trajines.
Sé de ignotas mesnadas viviendo ecuestremente,
de sabios ignorados, con andar errabundo.
De tantos perseguidos por predicar verdades,
testigos insumisos, locura para el mundo.
Sé de amigos comunes que sufren la derrota,
son jóvenes o viejos pero algo los hermana.
Saben que hay un combate todavía pendiente,
con el cuerpo o el alma lo librarán mañana.
Si no basta Señor, para que consideres,
el darle a la Argentina su bienaventuranza.
Danos quedar un día, de guardia sin regreso,
en la patria celeste, cantando tu alabanza.
Antonio Caponnetto
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