viernes, 8 de agosto de 2008

Sermones selectos

Cristo Rey.


Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Su Santidad Pío XI, en los años de su pontificado -1925, hace ya más de 75 años-, viendo la situación en la que se hallaba el mundo, en decadencia espiritual y laicismo reinante por doquier, un mundo apóstata, quiso instaurar y proclamar al mundo entero la fiesta de Cristo Rey, los derechos de Dios.

Un hecho verificable y una realidad son los derechos de Dios conculcados por todas las naciones del universo. Nuestro Señor es Rey del universo y porque es Dios ejerce su realeza en todos los órdenes; esa es una verdad que debe ser proclamada por todo hombre, lo cual quiere decir que el universo debe ser católico, las naciones católicas. Judíos, musulmanes y paganos no tienen derecho a erigir Estado o nación sin antes reconocerse y proclamarse deudos de Cristo Rey. Este principio forjó toda la cristiandad, forjó todos los Estados católicos y hoy lo vemos claudicar, no ya a nombre de las naciones, sino de la misma jerarquía de la Iglesia que no proclama la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Lo que proclama es la libertad religiosa que contradice paladinamente a la realeza social de Nuestro Señor. Y se contradice, porque son dos principios que se excluyen mutuamente, por eso no se puede proclamar ni en una familia, ni en una nación, ni en un Estado la libertad religiosa (ese es el caso de los Estados Unidos) como principio de civilización, de cultura, de nación y de patria, porque este principio debe basarse y tener por ley fundamental la proclamación de los derechos de Dios; luego, si Nuestro Señor es Dios, se impone la proclamación de Cristo Rey.

Por eso, al no proclamar a Cristo Rey y proclamar la libertad religiosa -que fue como se constituyó Estados Unidos-, no erigiendo los estados sobre la base de una religión unificada para que no hubiese división, ese mismo principio, que es aceptado e impuesto a las naciones católicas, no lo aceptan los musulmanes que a destajo profesan una falsa religión, como el mahometismo; a ellos no les convencen con el "argumento" de la libertad religiosa y sí a los estados católicos, para que sucumban sin el principio fundamental de reconocimiento a Nuestro Señor Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre; como Rey, porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que se encarnó; no tiene una personalidad humana sino divina y por eso es Dios, es Rey y Señor del universo y por lo mismo garante de todas las naciones. Ese es el gran drama, no reconocerle como tal, no querer reconocerlo y claudicar; es la apostasía porque se reniega de Nuestro Señor Jesucristo, se le proscribe de la vida pública, de la vida social de los pueblos y de los gobiernos de las naciones. Gobiernos apóstatas no podrán tener paz; la paz no se puede establecer sobre el error y la apostasía, sino sobre la verdad y la realeza de Cristo Rey; cualquier otra paz que se proclame no será más que el presagio de la gran falsa paz del Anticristo. Además de la vida pública de las naciones, también han destronado a Nuestro Señor de las iglesias, profanando todo aquello que garantizaba el verdadero culto a Nuestro Señor Jesucristo; la verdadera Misa de siempre transformada en una cena o sinapsis protestante; una reunión donde el sacrificio se convierte en ágape y el sacerdote en presidente frente a los convidados, no frente a Dios y al Sagrario para pedir a Dios Padre y a la Santísima Trinidad que por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo derramada sobre el altar incruentamente, perdonen los pecados de la humanidad.

Esa es otra concepción, otro concepto y otro culto muy aceptos a los protestantes y, sin embargo, ellos no aceptan la Santa Misa de siempre. Pero, para medir la dimensión de estas cosas hay que tener fe y una fe sólida, formada, no la fe del carbonero, no una fe inculta, sino la fe de un católico que por lo menos conoce bien su santo catecismo y no espera ser catequizado por la turba de "pastores", tarados que arrasan las calles con su protestantismo herético, como acontece en esta pobre Colombia, que la invaden las sectas protestantes, con la permisividad declinante de sacerdotes, párrocos y obispos que no defienden la fe, ni la saben, ni la quieren defender, porque son unos mercenarios que buscan la prebenda, la merced, no buscan la verdad; porque no son hijos de la verdad. He ahí el gran mal. La Iglesia sin verdaderos pastores que apacienten a las ovejas del rebaño con la predicación de la verdad, con los dogmas de la fe Católica, Apostólica y Romana, que prediquen a Nuestro Señor y disipen las tinieblas del error.

No se puede predicar a Cristo Rey y aceptar falsas religiones, sus ídolos, sus cultos y sus creencias producto de las tinieblas y el error. Por eso el papa Pío XI al proclamar esta fiesta hacia fines del año litúrgico, quiso coronar con la fiesta de Cristo Rey todos los misterios de Nuestro Señor y de la religión católica, en contraposición a un mundo que rechaza a Nuestro Señor, que rechaza su Iglesia. De ahí la necesidad de proclamar, al menos en nuestros corazones, esas verdades, para no caer en el error ni en la apostasía y para que haya un verdadero espíritu apostólico y misionero de convertir a todos los hombres, a todas las naciones al Imperio de Nuestro Señor Jesucristo; no dejarlos en el error con respecto a Dios, que es el peor de los errores. Por eso es misionera la Iglesia, para predicar a Nuestro Señor y a Nuestro Señor Crucificado, que murió en la cruz. Esa es la misión de la Iglesia, es la obra santificadora de la Iglesia; pero vemos cuan replegadas están todas estas cosas y qué Iglesia tan distinta se está presentando hoy, una adulteración, una falsificación propia de los últimos tiempos, que ya Nuestro Señor mismo profetizó.

Rogar a Nuestra Señora la Santísima Virgen María, que por lo menos nosotros podamos adorar a Nuestro Señor y entronizarlo en nuestra casa, en nuestras familias y si no podemos en la familia, porque allí está la división, por lo menos que reine en nuestras almas, para que algún día Él pueda reinar sobre todo el universo, que le sea sumiso como a su dueño y Señor. Pedir a Nuestra Señora la fidelidad a Nuestro Señor y a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana para perseverar en la verdad y proclamando la divinidad de Nuestro Señor y de su Iglesia, salvar nuestras almas.


Sermon pronunciado por el Padre Basilio Méramo el 29 de octubre de 2000, AD.

1 comentario:

José Antonio de Valle dijo...

Obras del Padre Basilio Méramo en
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