"Aquellos que han prescindido de la poesía en esta tierra, lo han ignorado todo"
Paul Claudel
Paul Claudel
Discurrían mansamente Don Quijote y el buen Sancho –que la oportunidad y el tema poco importan ahora- cuando "más de seiscientos puercos", conducidos para su venta por "unos hombres", se dieron al "gruñir y al bufar" de modo por demás horrísono. No conforme con ello, "y sin tener respeto a la autoridad de Don Quijote ni a la de Sancho", "la extendida y gruñidora piara" se abalanzó sobre ambos, pisoteándolo todo. Pidió entonces el escudero la espada a su amo, "diciéndole que quería matar media docena de aquellos señores y descomedidos puercos", mas señorialmente lo contuvo el caballero. Sus siempre bien sazonadas palabras, le hicieron ver que no era oficio de hidalgos desenvainar estoques para lidiar con los cerdos; antes bien, la cristiana hidalguía, obligaba a reconocer que aquella porcina embestida servía para purificar pecados y recordar la vencida condición de la andante caballería. Sacudióse pues el Manchego, instó a Panza al natural dormir, y continuó él con su nocturna vela, contemplando y copleando, pues tenía en la memoria "un madrigalete" que deseaba desfogar antes de que irrumpiera el alba (Quijote, II, LXVIII). Bien sabía Don Quijote que "entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte sin que afrente" (Quijote II, XXXII). De afrentas caballeriles habrá que defenderse; de agravios verracos apenas limpiarse el salpicado pringoso y seguir andando.
Tales cervantinas reflexiones advienen a nuestro magín a propósito de un artículo que –entre indignado y contrito- nos hiciera llegar un entrañable amigo, aposentado hoy en las tierras de Neuquén. Apareció el mismo en el número 22 (el loco, según arrabaleras hermenéuticas) de EIR-Resumen Ejecutivo, que así da en llamarse uno de los tantos placartes del señor La Rouche o laruy, en fonológica confianza; y está fechado en la segunda quincena de noviembre de este año 2003 que fenece. Su autora es la señora Gretchen Small, en quien se cumple una vez más el verso marechaliano aquél: "mira que al dar un nombre se recibe un destino".
En efecto, la pequeña Gretchen, con una audacia literaria digna de Pacho O’Donnell o de Marcelo Tinelli, empieza por usar la palabra puta en el intitulado de su escrito contra la revista Maritornes, que de esto se trata, acabemos. Y resulta entonces su completo rótulo: "La defensa del rancio feudalismo de la puta Maritornes" (ibidem, p.23-24).
Llevada por una osadía sin temblores, que no repara en incongruencias, nos acusa primero de ser tan insignificantes como la "gente escuderil" en cuya defensa no quiso salir Don Quijote. Mas a renglón seguido nos supone artífices de dos magnas epopeyas. Consistiría la una en "crear una nueva internacional fascista en Europa y Sudamérica", y la otra en "fomentar el restablecimiento del imperio feudalista de los Habsburgo". Grave dilema, ya no para politólogos como Morrow que ven en el fascismo la negación del feudalismo, sino para nosotros, que no sabemos si pedirles a nuestros cirujanos plásticos el mentón prógnata de Felipe II o la barbilla cuadrada del insigne Duce.
Moderna al fin, y víctima cuanto victimaria de la guerra semántica, la pequeña Gretchen da por resuelta la aporía en que ella misma se entrometió, al modo en que lo hacen los indoctos periodistas de izquierda: llamando nazifascistas a todos aquellos que no coincidan con sus bellaquerías ideológicas. Nazifascistas seríamos entonces todos, desde Blas Piñar y Lefevbre, hasta Chesterton ("fascista británico", sic) y Don Sixto, sin olvidarse de Widow, la hija de Wilhelmsem –acusada de portación de apellido- y el mismísimo Giovanni Turco, del que debió aclarar que no guarda relación alguna con el Coronel Seineldín. Nazifascistas igualmente las "carlistas juventudes" de España –cuyo lema confunde con las huestes tefepianas de Plinio Correa de Oliveira- y hasta "las corridas de toro", cuya inclusión bibliográfica descubrió horrorizada en los catálogos de Nueva Hispanidad. Lo que de suyo constituye discriminación grave para los robustos cornúpetas, pues si es cierto que algunos dieron su vida por Franco, a manos de un Dominguín; otros en cambio cayeron ante la bandera roja para que los inmortalizara el republicano Lorca. No importa na’ a Mrs. Gretchen. Siamo tutti fascisti –hombres, toros, libros, discos compactos, boinas rojas y acólitos tridentinos- empeñados en "revivir a Occidente y su gloria romana".
Ella en cambio, de la mano de su mentor Laruy y desde el sitio electrónico de The Schiller Institute, cree que Occidente, como "los Estados Unidos necesitan un Franklin Roosevelt". Sí, el mismo del que Braulio Anzoátegui recordara que merecía su segundo nombre, para más datos Delano. Por eso, rasga sus vestiduras de nylon yanky con quipá al tono, cuando advierte que "en el índice de su primer número", la revista Maritornes trae "un artículo ¡sobre la importancia de la monarquía para la Argentina actualmente!". Si además del índice, la pequeña Gretchen hubiese leído el texto, podría haber evitado, junto a la defectuosa sintaxis, esa fea sensación que nos deja de demócrata acoquinada ante la sola mención de que un monarca rigiera hogaño estas tierras australes. Nada de eso hizo ni dijo Don Rubén Calderón Bouchet, autor de la nota que motivó los signos de admiración y los sofocones de la Doña. Pero podría haberlo hecho, porque acaba de ganar Boca la Copa del Mundo, y las multitudes junto con los medios masivos se desviven en elogios hacia su Director Técnico, Carlos Bianchi, al que unánimemente llaman "el Virrey". Es obvia "la importancia de la monarquía para la Argentina actualmente"(sic).
Por si no fueran suficientes los gazapos hasta aquí desgranados, nuestra objetora política trócase de pronto en crítica literaria. Y para mientes en mi nota Por qué Maritornes, aparecida en el primer número de la revista en cuestión. Da pena verla agitar al voleo sus manecillas gringas queriendo golpear la honra de la Hispanidad; o farfullar anglosajones rencores contra el Catolicismo, o restregarse el seso para argüir destratos sobre el dichoso Medioevo, o rubricar sin pudicia que "nunca existieron glorias en el Imperio Español". Da pena pero no sorpresa. ¿Puede esperarse acaso otra conducta en quienes juntan "al culto de Hércules el culto de Mammon", según el claro decir de Rubén Dario? ¿Puede caber mejor expectativa procedente de aquellos que se asociaron a Calibán para expulsar a Ariel, como se los reprochó Ezra Pound? ¿Puede asomarse un alma incurablemente prosaica a la diafanidad del misterio poéticamente proferido? He aquí el pecado mayor de la pequeña Gretchen: su prosaismo tosco, cerril, calvinista, grotescamente norteamericano. Sin espacio para columbrar el valor de una metáfora, ni aire para descifrar un símbolo, ni resto para contemplar la palabra figurada, ni cielo para reflejar la tierra. Con razón decía Castellani que "hay un solo peligro realmente: tener mancas las alas de la mente".
Instalada en su desdichado prosaísmo, nos reprocha "no haber entendido la ironía de Cervantes" cuando dice de Maritornes que "tenía unas sombras y lejos de cristiana". Pues desde Wall Street han sentenciado que aquella muchacha de la venta no puede ser sino una prostituta, y el propósito de El Manco de Lepanto criticar "la locura de esa visión del mundo medieval".
Quien no ha entendido nada ha sido la pobrecilla Small, nunca tan insignificante, según la séptima acepción del siempre pródigo Appleton Cuyas. No ha entendido por lo pronto el milagro cristiano de la redención de las creaturas caidas. Como los fariseos, seguirán reprochándole a Jesucristo que coma con pecadores, y continuarán viendo –para su fatal condena- nada más que una golfa en María Magdalena. No ha entendido tampoco el secreto de los semina Verbi, por el que los hombres y los pueblos han podido y pueden ser rescatados del oprobio en virtud de su potencia obediencial hacia el Unico Dios Verdadero. No ha entendido con el fascista Chesterton que "loco es el que ha perdido todo, todo menos la razón". No ha entendido la alegoría del vino, tomada de las Sacras Escrituras, ni el valor sobrenatural de la cruz y del fracaso. No ha entendido la misión providencial de España en la regeneración y evangelización de estas tierras. No ha entendido la paradoja platónica de la nostalgia de la aurea aetas. No ha entendido al fin, para decirlo con su brutal idioma, que pueda ser redimida una puta; tal vez por estar habituada a tratar con los hijos irredentos.
Que se enoje el fiel Sancho contra el agravio de los puercos. Nosotros, como el Caballero, lo ofrecemos por nuestros pecados. Y seguimos en vela, enhebrando su madrigalete:
La Rouche, cuando yo pienso
en tu prisión por evadir el fisco,
y en el informe aprisco
donde al error tributas el incienso.
Voy corriendo a la Biblia,
porque Israel desoye a sus profetas
con la misma atrabilia
que hoy tienen tus sumisas marionetas.
Así el saber me mata
que la muerte me quiere dar la CIA,
¡Oh triste mercancía
la noteja de Small y su bravata!.
Nota: Este articulo fue tomado de Revista Abril, nº 76.
http://www.arbil.org/(76)capo.htm
Tales cervantinas reflexiones advienen a nuestro magín a propósito de un artículo que –entre indignado y contrito- nos hiciera llegar un entrañable amigo, aposentado hoy en las tierras de Neuquén. Apareció el mismo en el número 22 (el loco, según arrabaleras hermenéuticas) de EIR-Resumen Ejecutivo, que así da en llamarse uno de los tantos placartes del señor La Rouche o laruy, en fonológica confianza; y está fechado en la segunda quincena de noviembre de este año 2003 que fenece. Su autora es la señora Gretchen Small, en quien se cumple una vez más el verso marechaliano aquél: "mira que al dar un nombre se recibe un destino".
En efecto, la pequeña Gretchen, con una audacia literaria digna de Pacho O’Donnell o de Marcelo Tinelli, empieza por usar la palabra puta en el intitulado de su escrito contra la revista Maritornes, que de esto se trata, acabemos. Y resulta entonces su completo rótulo: "La defensa del rancio feudalismo de la puta Maritornes" (ibidem, p.23-24).
Llevada por una osadía sin temblores, que no repara en incongruencias, nos acusa primero de ser tan insignificantes como la "gente escuderil" en cuya defensa no quiso salir Don Quijote. Mas a renglón seguido nos supone artífices de dos magnas epopeyas. Consistiría la una en "crear una nueva internacional fascista en Europa y Sudamérica", y la otra en "fomentar el restablecimiento del imperio feudalista de los Habsburgo". Grave dilema, ya no para politólogos como Morrow que ven en el fascismo la negación del feudalismo, sino para nosotros, que no sabemos si pedirles a nuestros cirujanos plásticos el mentón prógnata de Felipe II o la barbilla cuadrada del insigne Duce.
Moderna al fin, y víctima cuanto victimaria de la guerra semántica, la pequeña Gretchen da por resuelta la aporía en que ella misma se entrometió, al modo en que lo hacen los indoctos periodistas de izquierda: llamando nazifascistas a todos aquellos que no coincidan con sus bellaquerías ideológicas. Nazifascistas seríamos entonces todos, desde Blas Piñar y Lefevbre, hasta Chesterton ("fascista británico", sic) y Don Sixto, sin olvidarse de Widow, la hija de Wilhelmsem –acusada de portación de apellido- y el mismísimo Giovanni Turco, del que debió aclarar que no guarda relación alguna con el Coronel Seineldín. Nazifascistas igualmente las "carlistas juventudes" de España –cuyo lema confunde con las huestes tefepianas de Plinio Correa de Oliveira- y hasta "las corridas de toro", cuya inclusión bibliográfica descubrió horrorizada en los catálogos de Nueva Hispanidad. Lo que de suyo constituye discriminación grave para los robustos cornúpetas, pues si es cierto que algunos dieron su vida por Franco, a manos de un Dominguín; otros en cambio cayeron ante la bandera roja para que los inmortalizara el republicano Lorca. No importa na’ a Mrs. Gretchen. Siamo tutti fascisti –hombres, toros, libros, discos compactos, boinas rojas y acólitos tridentinos- empeñados en "revivir a Occidente y su gloria romana".
Ella en cambio, de la mano de su mentor Laruy y desde el sitio electrónico de The Schiller Institute, cree que Occidente, como "los Estados Unidos necesitan un Franklin Roosevelt". Sí, el mismo del que Braulio Anzoátegui recordara que merecía su segundo nombre, para más datos Delano. Por eso, rasga sus vestiduras de nylon yanky con quipá al tono, cuando advierte que "en el índice de su primer número", la revista Maritornes trae "un artículo ¡sobre la importancia de la monarquía para la Argentina actualmente!". Si además del índice, la pequeña Gretchen hubiese leído el texto, podría haber evitado, junto a la defectuosa sintaxis, esa fea sensación que nos deja de demócrata acoquinada ante la sola mención de que un monarca rigiera hogaño estas tierras australes. Nada de eso hizo ni dijo Don Rubén Calderón Bouchet, autor de la nota que motivó los signos de admiración y los sofocones de la Doña. Pero podría haberlo hecho, porque acaba de ganar Boca la Copa del Mundo, y las multitudes junto con los medios masivos se desviven en elogios hacia su Director Técnico, Carlos Bianchi, al que unánimemente llaman "el Virrey". Es obvia "la importancia de la monarquía para la Argentina actualmente"(sic).
Por si no fueran suficientes los gazapos hasta aquí desgranados, nuestra objetora política trócase de pronto en crítica literaria. Y para mientes en mi nota Por qué Maritornes, aparecida en el primer número de la revista en cuestión. Da pena verla agitar al voleo sus manecillas gringas queriendo golpear la honra de la Hispanidad; o farfullar anglosajones rencores contra el Catolicismo, o restregarse el seso para argüir destratos sobre el dichoso Medioevo, o rubricar sin pudicia que "nunca existieron glorias en el Imperio Español". Da pena pero no sorpresa. ¿Puede esperarse acaso otra conducta en quienes juntan "al culto de Hércules el culto de Mammon", según el claro decir de Rubén Dario? ¿Puede caber mejor expectativa procedente de aquellos que se asociaron a Calibán para expulsar a Ariel, como se los reprochó Ezra Pound? ¿Puede asomarse un alma incurablemente prosaica a la diafanidad del misterio poéticamente proferido? He aquí el pecado mayor de la pequeña Gretchen: su prosaismo tosco, cerril, calvinista, grotescamente norteamericano. Sin espacio para columbrar el valor de una metáfora, ni aire para descifrar un símbolo, ni resto para contemplar la palabra figurada, ni cielo para reflejar la tierra. Con razón decía Castellani que "hay un solo peligro realmente: tener mancas las alas de la mente".
Instalada en su desdichado prosaísmo, nos reprocha "no haber entendido la ironía de Cervantes" cuando dice de Maritornes que "tenía unas sombras y lejos de cristiana". Pues desde Wall Street han sentenciado que aquella muchacha de la venta no puede ser sino una prostituta, y el propósito de El Manco de Lepanto criticar "la locura de esa visión del mundo medieval".
Quien no ha entendido nada ha sido la pobrecilla Small, nunca tan insignificante, según la séptima acepción del siempre pródigo Appleton Cuyas. No ha entendido por lo pronto el milagro cristiano de la redención de las creaturas caidas. Como los fariseos, seguirán reprochándole a Jesucristo que coma con pecadores, y continuarán viendo –para su fatal condena- nada más que una golfa en María Magdalena. No ha entendido tampoco el secreto de los semina Verbi, por el que los hombres y los pueblos han podido y pueden ser rescatados del oprobio en virtud de su potencia obediencial hacia el Unico Dios Verdadero. No ha entendido con el fascista Chesterton que "loco es el que ha perdido todo, todo menos la razón". No ha entendido la alegoría del vino, tomada de las Sacras Escrituras, ni el valor sobrenatural de la cruz y del fracaso. No ha entendido la misión providencial de España en la regeneración y evangelización de estas tierras. No ha entendido la paradoja platónica de la nostalgia de la aurea aetas. No ha entendido al fin, para decirlo con su brutal idioma, que pueda ser redimida una puta; tal vez por estar habituada a tratar con los hijos irredentos.
Que se enoje el fiel Sancho contra el agravio de los puercos. Nosotros, como el Caballero, lo ofrecemos por nuestros pecados. Y seguimos en vela, enhebrando su madrigalete:
La Rouche, cuando yo pienso
en tu prisión por evadir el fisco,
y en el informe aprisco
donde al error tributas el incienso.
Voy corriendo a la Biblia,
porque Israel desoye a sus profetas
con la misma atrabilia
que hoy tienen tus sumisas marionetas.
Así el saber me mata
que la muerte me quiere dar la CIA,
¡Oh triste mercancía
la noteja de Small y su bravata!.
Por el Dr. Antonio Caponnetto
Nota: Este articulo fue tomado de Revista Abril, nº 76.
http://www.arbil.org/(76)capo.htm
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